La crisis en el Ejército

 

 

 

 

 

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"¿Por qué se van tan pronto? ¡Menos de tres días en la Argentina y más de una semana en Brasil!", preguntó un funcionario diplomático el viernes 19 en el hotel Plaza, a Richard Goodwin, asesor latinoamericano del Senador Robert Kennedy. "No queremos estar aquí cuando estalle el golpe de Estado", sonrió Goodwin. El funcionario recordó ese episodio, que creyó una broma, noventa horas después, al enfrentar los titulares de las matutinos del martes 23 y enterarse que el Comandante en Jefe del Ejército, teniente general Juan Carlos Onganía (51 años), había presentado el lunes su pedido de retiro.
Al extinguirse el martes, no se avizoraba golpe de Estado alguno; hasta ese instante, lo único que vibraba sobre la Argentina era un formidable golpe de efecto. A fines de la semana, la situación se mantenía dentro de las mismas características, luego de una cadena de rumores, medidas de gobierno y especulaciones. Los focos de controversia acabaron por restringirse a los factores directamente interesados en el conflicto: el Poder Ejecutivo, las Fuerzas Armadas. Una carrera de autos desplazó a Onganía y la estela de su gesto; el sábado, un mensaje al Ejército de su nuevo Comandante, el general de división Pascual Ángel Pistarini, pasaba a las páginas interiores de los diarios. En muchos círculos políticos se escuchaba la misma frase: "El Presidente ganó la batalla".
¿Terminaría, finalmente, por ganar la guerra?

La tensa procesión
El lunes 22, media hora después de lo previsto, el general de brigada Eduardo Rómulo Castro Sánchez asumió su cargo ante el Presidenta Illia, quien se equivocó cuatro veces al leer la fórmula del juramento. Tenía motivos para equivocarse: cuarenta minutos antes, el Comandante en Jefe había depositado en el escritorio del Ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, una reluciente hoja de papel blanco con un breve texto escrito a máquina. La sorpresa que provocó la inesperada solicitud de retiro condujo a Suárez, casi de inmediato, al despacho de Illia, y hasta se consideró la postergación del juramento de Castro Sánchez.
A mediodía, Illia citó al gabinete en pleno (por tercera vez en 25 meses de gobierno); la reunión duró dos horas. Recién a las diez de la noche, Suárez informaba al periodismo de la decisión de Onganía y de la entrevista que mantendría con el Presidente, a invitación de éste, el martes de mañana. A partir de entonces, los hechos se precipitaron.
El martes, el Presidente intentó modificar la voluntad del alto jefe militar: "Por razones de orden nacional necesito que usted se quede", le dijo. Onganía repitió que su solicitud era irrevocable. Al mediodía, fue puesto en funciones el Subsecretario de Guerra, coronel Manuel A. Laprida (asciende a general a fin de año). Por la noche, Suárez comunicó la designación del general Pistarini como sucesor de Onganía. Y el jueves, en el patio de armas del Primer Cuerpo —cuya dirección venía ejerciendo—, asumió Pistarini.
Aparentemente, quitar a Onganía del escenario argentino, una tarea que muchos consideraban ciclópea, de extrema peligrosidad, se había reducido a un juego de niños. O el ídolo tenía pies de barro, o los sucesos ocurridos formaban el primer acto de un drama da fatídico desenlace. Quizá la única certeza, en el mar de interpretaciones, era la certeza de que la procesión iba por dentro, del doctor Illia, de Onganía y de los demás actores y espectadores. Un rastreo de antecedentes permitió descubrir que esa procesión comenzó a desfilar antes del lunes 22.
Pocos tenían dudas de que el Comandante en Jefe (y sus colaboradores) favorecía a un candidato a Secretario: el general retirado Héctor A. Repetto. Pocos tenían dudas, al mismo tiempo, de que la Casa Rosada apuntalaba a otro oficial en actividad para ese cargo: Castro Sánchez. Y que su nombramiento sería juzgado por los mandos como una afrenta definitiva del poder civil, también se tornó vox populi.
El miércoles 17, luego de su entrevista con el Presidente —en la que Illia ratificó a Onganía en su puesto y se conversó, sin dar nombres, sobre la necesidad de cubrir la vacante—, el Comandante fue consultado por el Ministro de Defensa.
—¿Qué le parece Castro Sánchez como Secretario?
—El general Castro Sánchez no podría aceptar ese cargo —respondió.
El jueves a la mañana, Castro Sánchez estuvo en el despacho del Comandante; el diálogo entre los dos fue breve y seco.
—Se me ha ofrecido la Secretaría de Guerra...
—¿Y usted la aceptó?
—Sí, la acepté.
—Aténgase a las consecuencias, general. Su retiro, mi retiro, y lo que todo eso puede significar.
No obstante, el viernes 19, al divulgarse a los mandos y a la prensa ese nombramiento, el Comandante no formuló comentarios a sus colaboradores. Su silencio fue entendido como un freno a quienes pretendían trasmitir su disconformidad al Poder Ejecutivo. Porque las altas esferas militares se indignaron con el ungimiento de Castro Sánchez.
La decisión de Onganía, el lunes 22, asombró por eso a sus hombres de confianza, los desorientó: era un paso insólito, trascendental, increíble. Desde esa misma tarde, los debates invadieron el Ejército; Onganía fue el arbitro de algunos de ellos. El lunes, la discusión giró sobre un solo punto: ¿había que alzarse contra el gobierno? Entre los defensores de esta vía —o una similar: un planteo férreo para alejar a Castro Sánchez y reponer a Onganía— figuraron cuatro de los siete generales de división, amén de varios generales de brigada y coroneles. (Los generales de división son ocho, pero el más antiguo, Carlos Rosas, actuó como Embajador en Paraguay, de donde regresó a Buenos Aires por "cuestiones personales", aunque no participó en los debates.)
Onganía desalentó a los mandos qua querían salir, esgrimiendo sus argumentos "profesiohalistas", insistiendo en que los militares no deben inmiscuirse en los escarceos políticos. Al cabo de las discusiones, añadió una frase que los testigos de la polémica no cesan de destacar: "de todos modos, yo ya no soy el Comandante en Jefe". En posteriores debates, volvió a predominar la línea reflexiva sobre la vehemente.
Pero igual que en 1962, apenas derrocado Arturo Frondizi, el Ejército se colocaba en estado de asamblea permanente. Y este era el primero de los resultados surgidos de la decisión de Onganía, el más cargado de presagios y de riesgos.
Los mandos hubieran preferido al general Alsogaray como Comandante, pero Onganía los instó a "conservar los cuadros", una iniciativa que el gobierno se cuidó de desechar. Anulados Rosas, no sólo por las funciones diplomáticas que desempeña, y Guillermo Salas Martínez, a quien se consideró poco ejecutivo, el Nº 3 era el cordobés Pistarini, de 50 años.

Huracán de pasiones
¿Por qué se retiró Onganía? "Llega un momento en que conceder es volverse cómplice. Y yo no quiero ser cómplice de este gobierno", expresó el ex Comandante a un allegado, la semana pasada. En otras dos oportunidades, eligió explicaciones más castrenses: "Motivó mi decisión una apreciación personal respecto del nombramiento del nuevo Secretario de Guerra", resumió a los periodistas el martes 23, en Casa Rosada.
La Razón del miércoles reveló estas confidencias suyas: ''Solicité mi retiro porque el proceder del gobierno vulneró principios éticos y fue una desconsideración más para con la institución. Estábamos constituyendo el orden establecido por las jerarquías y se nombró un Secretario de Guerra que subvierte esta exigencia, y se lo hizo sin ninguna solución de continuidad. Ello significa un desconocimiento absoluto de la realidad militar, pues se eleva por, decreto, y tan luego en este momento, a la máxima jerarquía, a un subordinado". No harían falta estas declaraciones para advertir que el retiro obedeció a una desinteligencia con el Poder Ejecutivo, y que tiene el valor de una critica y un ataque. ¿O de una bomba de tiempo?.
Quienes conocen a Onganía sostienen que actuó por su cuenta, sin avisar a nadie; porque tolerar a Castro Sánchez hubiera sido la mayor de las concesiones. Es la tesis que presenta a Onganía como legalista hasta el fin, hasta entregar a su adversario, el gobierno, un triunfo. El vocero de la legalidad no podía formular planteos o dar golpes, que derribaran a autoridades que él respaldó en julio de 1963.
Los sectores antirradicales, como es obvio, aseguran que Onganía pidió el retiro para interrumpir la corriente legalista; eliminado él de la conducción militar, los cuadros quedan en libertad para cercar al Poder Ejecutivo, conseguir sus propósitos y, caso contrario, derrocarlo.
Una interpretación intermedia arriesga la tesis de un Onganía debilitado, sin hombres que lo apoyen en un intento golpista. El fracaso de la Fuerza Interamericana de Paz, un proyecto que no logró eco en la Conferencia de Cancilleres, probaría hasta dónde el ex Comandante —ardiente admirador de la FIP y cauto propagandista de ella-— caminaba hacia su decadencia. El caso Castro Sánchez era un pretexto ideal para irse decorosamente.
A su turno, los radicales del Pueblo tienden a describir el retiro voluntario de Onganía como el fin de una partida maestra de ajedrez en la cual el doctor Illia trabó un jaque mate elaborado con paciencia y orquestado por sus adlátares desde octubre de 1963. La pieza que movió es Castro Sánchez; el riesgo que entrañaba esa jugada es grande, pero mucho más grande el éxito que podía coronarla. Pasada la euforia inicial que invadió las esferas Oficialistas (el Diputado Luis A. León, en plena Conferencia de Río, exclamó alborozado; "Hemos asegurado por lo menos 15 años de gobiernos civiles en la Argentina"), a fin de semana cundía cierta desazón en los mismos ambientes. Si bien todos ellos, sin vacilar, estiman que Illia continuará ahora su partida de ajedrez hasta dar el jaque mate al propio Ejército, algunos temen que ciertas exigencias de los militares al PE afecten los planes políticos de gobierno y partido.
Los peronistas —a quienes también daña un Ejército deliberativo— ofrecen, en fin, su versión: Illia, con Castro Sánchez y los generales gorilas urdieron un plan de ataque antiperonista que se cerraría con la proscripción del movimiento en vísperas de 1967, Onganía —explican— no quiso convalidar el plan y prefirió salir de escena, Un Diputado justicialista usó estas palabras; "Estando Onganía, el problema de 1967 se hubiera discutido con él. Ahora, tendremos que buscar otros generales y la posibilidad de acuerdos se atomizará al infinito".

Los primeros planteos
"Castro Sánchez nació con el pecado original, Él será quien resuelva si quiere salvarse o no." La profana imagen pertenece a un oficial de la Secretaría de Guerra y se trasmitió de boca en boca la semana pasada. Otra imagen en boga; "Avalos, fue el ariete gobierno en el Ejército; Castro Sanchez, para no fracasar, debe ser el ariete del Ejército en el gobierno". Por medio de él buscarán respuesta a sus aspiraciones de orden político, económico, social Los informantes consultados por Primera Plana coincidían en esta apreciación: si aquellas respuestas no se obtienen, caerá el gobierno; si se obtienen tanta es su magnitud, el doctor Illia se convertirá en "la segunda edición de Guido".
Esas fuentes descontaban que en los primeros tramos de la nueva situación, el PE accedería a sus requisitos menos cruciales, para ganar terreno y poder, entre tanto, organizar una estrategia con miras a vencer. "Vamos a esperar —puntualizó uno de los oficiales interrogados—, pero no nos entregaremos. Cuanto más se pretenda dividirnos, peor será el resultado." Una vez más, las elecciones de 1967 y un eventual triunfo peronista se constituían en la piedra de toque de las relaciones Poder Ejecutivo-Fuerzas Armadas. "En ese tema —dijo el mismo oficial—, y en muchos más, estamos unidos. El gobierno lleva dos años sin definirse."
Algunas concesiones ya fueron efectuadas por el gobierno: un refuerzo del presupuesto, la promesa de que no se practicarán podas en los fondos de 1966 y de que no será necesario, como en 1965, licenciar al 50 por ciento de los soldados. El jueves, además, Castro Sánchez se entrevistó con el secretario de la SIDE, brigadier Medardo Gallardo Valdés, y lo emplazó a regularizar la anomalía que personifica el coronel retirado Manuel Martínez, que actúa como subsecretario del organismo sin decreto que así lo disponga.
El pleito fronterizo con Chile afloró entre los objetivos da los mandos del Ejército, que acusan al gobierno de tibieza. Chile ha puesto como condición para que negocie la Comisión de "Limites, el repliegue de las tropas argentinas. El miércoles, durante una reunión en Defensa, el director de Gendarmería, Alsogaray, declaró a Suárez, Castro Sánchez y el Subsecretario de RR. EE, que sus efectivos no se retirarán.
El viernes, Ignacio Avalos fue el anfitrión de un ágape al que invitó a figuras del gobierno, entre ellas a su sucesor Castro Sánchez. Los brindis efectuados en la Cancillería, al conocerse el retiro de Onganía, predispusieron a los militares contra la comida de Avalos, que vieron como una intencionada celebración. Naturalmente, se encargaron de trasmitir su disgusto por la concurrencia de Castro Sánchez; el viernes, el Secretario dio parte de enfermo y permaneció en su casa.
Acababa de cerrarse la semana más cargada de electricidad del año y lo más prudente que podía decirse era un lugar común empleado en muchas crisis: "Hay abierto un compás de espera".
30/11/1965
PRIMERA PLANA
Vamos al revistero


ILLIA- ¡Fue sin querer! ¡Ji, Ji! ¡Fue sin querer! (Flax)