Castelnuovo: Sombras suele vestir

 

 

 

 

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

La leyenda del León de Wembley
Reportaje a Ringo Bonavena
Adolfo Bioy Casares
El fugitivo de Pampa Bandera
Chau Homero Expósito
Nacimientos: La Nona, de Roberto Cossa

Reportaje a Jorge Luis Borges - 1974
Jinete de dos caballos, por Rogelio García Lupo
Roberto Aizemberg, el artista, indaga, recibe, trasmite
El surrealismo argentino, de París a Buenos Aires

Si no fuese por el moño volador, si no fuese por el traje oscuro, cualquiera podría confundirlo con un dirigente congresista de la India o, más bien, con un pandit enfrascado en su sabiduría y en su calma. Pero a cada momento un fogonazo de rebeldía se le asoma a los ojos, en medio de esa carota noble, casi hecha de arrugas. Es Elías Castelnuovo, y sus 'Memorias', a punto de editarse, tal vez lo sustraigan del olvido, tal vez sirvan para recordar que la literatura argentina le debe páginas valiosas.
Entre tanto, dos generaciones lo ignoran o saben de él, apenas, por alguna antología de otro tiempo, de tres o cuatro décadas atrás, cuando las revistas y los diarios frecuentaban su nombre, su vida tumultuosa. Ahora, aislado de aquel trajín, parece un vecino más debajo de los paraísos y de las acacias de Liniers. Con todo, ocho horas al día sigue aporreando una vieja Remington, en su cuarto inundado de libros; de allí van a salir, en estos meses, una Vida de Cristo, y El precipicio, un monodrama.
Además, artículos y hasta tesis para estudiantes de Medicina. "La Medicina —informa Castelnuovo— ha sido y es mi pasión secreta. Cuando yo era linotipista se estilaba imprimir las tesis, y en mi máquina habré compuesto más de mil. Me familiaricé con ellas, les corregí las ideas a sus autores y llegué inclusive a redactarlas. Soy un teórico, claro está, aunque puedo decir que ayudé a recibirse a varios médicos." Su hijo, Alan Poe, heredó- ese entusiasmo: psicoanalista distinguido, es hoy uno de los lugartenientes de Florencio Escardó en el Hospital de Niños; María Eugenia Castelnuovo, en cambio, eligió la enseñanza del Derecho Laboral. Pero el Derecho Laboral tiene que ver, también, con las inquietudes del padre.

Navegaciones y regresos
Hace ya cuatro décadas que don Elías ocupa esa casa de Liniers, a las puertas de la ciudad. Es una zona apacible, cuatro cuadras al Sur de Rivadavia al 11300, donde las calles adoptan curiosas denominaciones: Mirasol, Trébol, Los Recuerdos, Facundo, Amalia, Mburucuyá. "Los concejales socialistas —explica Castelnuovo— elevaron en 1920 un proyecto para construir viviendas baratas, mediante un sistema especial de financiación; las 480 cuotas, sin anticipos, eran similares al precio de un alquiler corriente. Siete años después, este barrio y otros levantados en Flores, Chacabuco y Carrasco, quedaban terminados, y para bautizar las calles los socialistas la emprendieron con la Literatura, la Ciencia y la Flora, y dejaron de lado a los próceres."
Castelnuovo y la familia de Inés Delfino figuraron entre los primeros adjudicatarios. Allí se conocieron —él alcanzaba entonces la cumbre de su notoriedad— y se casaron. Allí nacieron los dos hijos, allí juegan los domingos los nueve nietos del narrador. Por una estrecha escalera se asciende a la planta alta, al escritorio de Castelnuovo, de cuyas paredes cuelgan retratos de Dostoievsky y de Poe, de Gorki y de Tolstoi; encima de la biblioteca, una foto de Arlt y las portadas de las ediciones originales de Calvario, Tinieblas, El arte de las masas, Larvas, "mis libros preferidos".
Según Castelnuovo, "las chapas de estas calles me enseñaron la importancia que un nombre tiene en la vida de una colectividad; durante mi primer viaje a Rusia, desembarqué en Lisboa y me puse a caminar por los suburbios; encontré un sendero húmedo y sombrío que se llamaba Rua Triste e Feja".
Triste y feo era el barrio Patricio o de la Playa, un arrabal de albañiles, en las afueras de Montevideo, donde Castelnuovo nació el 6 de agosto de 1893. Su padre, un hijo de genoveses oriundo de Dinamarca, tocaba el acordeón y cantaba en las noches de verano. "Mis abuelos tenían un barco y hacían el cabotaje por la costa uruguaya, hasta el Brasil —cuenta—. A veces, cruzaban el Atlántico, dejando y tomando cargas de puerto en puerto, y así llegaron al Mar del Norte. En uno de esos viajes, mi abuela iba embarazada y tuvo a mi padre en un puerto de Dinamarca. Fue la mascota de la tripulación."
Patricio limitaba al Este con una sórdida villa miseria de negros, que bullían en Carnaval con sus tambores; al Norte, con un reformatorio; al Sur, con un asilo de huérfanos; al Oeste, desembocaban los caños maestros de las cloacas, "Mi infancia —murmura Castelnuovo— transcurrió así entre olores nauseabundos e historias de chicos abandonados." A los 12 años aprendió el oficio de albañil, "y lo que entonces me parecía un juego se convirtió en un factor importante de mi vida". "Cucharín y fratacho en mano, recorrí el interior del Uruguay, el Brasil y la Argentina, levantando una pared aquí, una casita o un horno panadero más allá." De un cajón saca un carnet y lo exhibe con orgullo: acredita su paso por el Sindicato de la Construcción de Brasil, en la especialidad "frentista", y lleva el número 109.
Cuatro años de escuela primaria le bastaron, asegura, para leer, escribir y resolver las operaciones; se jacta aún de haber sido el miembro más instruido del cenáculo de Boedo, porque "Roberto Arlt sólo tenía tercer grado, y Nalé Roxlo batió todos los records: segundo grado". "Es que la generación del 23 venía de abajo —añaden— y emergía de ambientes miserables. Nosotros contábamos lo que habíamos vivido y, a diferencia de los saineteros, que se reían y burlaban mostrando gente de la mala vida, dimos testimonio de cómo era la mala vida de la gente"
A los 17 años, luego de dos tentativas fallidas, Castelnuovo se radicó en Buenos Aires; en tres meses aprendió a manejar el teclado y las palancas de una linotipo, mientras por las noches se atiborraba con los tomos de las colecciones Las Grandes Obras y Obras Selectas, que compraba a diez centavos en los quioscos de la avenida de Mayo, adornada en ese momento para los festejos del Centenario.
"Cuando el grupo de Boedo comenzó a tomar forma —dice—, me di cuenta de que toda la cofradía estaba llena de proletarios. Arlt había sido gomero; Nicolás Olivari, peón de almacén; César Tiempo, repartidor de soda; Abel Rodríguez y Felipe Romito, uno de los más grandes cantantes de la Argentina, albañiles; Barletta y Ernesto Castro, estibadores en el puerto. Los que se unieron más tarde eran de la misma extracción: Portogalo, Antonio Gil y Abraham Vigo, pintores de brocha gorda, y el escultor Riganelli, tallista en una fábrica de muebles."

Al pie de las letras
La Montaña, un vespertino dirigido por Jorge Washington Lencinas (el caudillo, radical asesinado en 1929, en Mendoza), organizó en 1923 un concurso de cuentos para su página literaria, que comandaba Pedro Juan Calou. "Prácticamente, el grupo de Boedo salió de ese concurso —sostiene Castelnuovo—. Yo gané el primer premio con «Trozos de un manuscrito»; el segundo fue para el chileno Manuel Rojas, el tercero le tocó a Barletta y el cuarto a Roberto Mariani. Entre las menciones, hubo dos para Alvaro Yunque y Marcos Fingerit." "Rojas trabajaba en la misma fila de máquinas que yo, en La Editorial, Rivadavia al 600, y no nos conocíamos, salvo los saludos. Fue el concurso el que nos hizo amigos para siempre."
La Editorial imprimía, por aquella época, los libros de Los Pensadores, un sello de Antonio Zamora. Antes de que se congregaran en torno de él, los boedístas tentaron la unidad a través de los periódicos Dínamo, Izquierda y Extrema Izquierda. Cuando la colección Los Pensadores se convirtió en un semanario, y después en la revista Claridad, ya el grupo tenía muchas cosas en común: la admiración por los autores rusos de fines de siglo pasado, y por los nuevos literatos soviéticos, su origen social, sus ideas, su decisión de pintar la vida de las clases bajas.
En la década del 30 se aproximaron a ellos los poetas Juan Carlos Lamadrid, Homero Manzi, Alfredo Carlino, Enrique Santos Discépolo. "Carlos de la Púa —afirma Castelnuovo— nunca perteneció a Boedo. En ese entonces era redactor de Crítica, y nosotros le dábamos duro y parejo al pasquín de Botana. En Claridad, una vez, le publiqué un brulote, y don Natalio nos respondió enviando un grupo de matones para darnos la biaba. Entre ellos estaba de la Púa, y Zamora le propinó una soberbia paliza."
"Revitalizamos el arte y la literatura —agrega Castelnuovo— y continuamos una tradición, la del realismo crítico, que nos viene desde la picaresca española y quizá de mucho más lejos. Creamos también el primer teatro independiente, en 1928. Le pusimos Teatro Experimentador de Arte, luego de retorcer una cantidad de palabras hasta encontrar la sigla TEA." Para el debut del conjunto se eligió una comedia dramática de Castelnuovo, En nombre de Cristo; la escenografía quedó a cargo de Vigo, y la dirección, de Ricardo Passano. "Nuestro fervor contagió a Angelina Pagano; todas las noches venía a los ensayos. Para los actores, tea fue un paso fundamental; en aquellos tiempos vivían bajo la dictadura de los empresarios y nuestra labor les probó que podían trabajar en igualdad y armonía."
Dos años después de ese acontecimiento, Castelnuovo viajó a la Unión Soviética. Nada menos que como enviado del matutino La Nación. De regreso a Buenos Aires, el libertario se transformó en socialista. "Lo que
vi en Rusia me entusiasmó sobremanera. Allí no había literatura sino una experiencia viva." Trató de describirla en una serie de conferencias y de artículos, y esa actitud le valió las iras del Gobierno Uriburu: ocho requisas, tres procesos y captura recomendada. "Estuve escondido en el Uruguay hasta la presidencia de Justo", señala.
Antes de su exilio forzoso, las autoridades le arrebataron la ciudadanía argentina. "El fiscal —comenta con desprecio— me endilgaba los epítetos de «enemigo de la patria» y «extranjero vil». Yo le retruqué diciendo que la enemiga de la patria era la Cancillería inglesa, pues con sus maniobras había separado al Uruguay de sus hermanos argentinos. Cuando el fiscal me acusaba de ser un enemigo de la familia, yo a mi vez lo acusaba de querer destruir la bien constituida familia que yo había formado aquí."
No obstante, "la Sección Especial no tuvo el gusto de alojarme". Pero hacia 1933, ya de vuelta en Buenos Aires, la Policía echó mano de Castelnuovo. Se estrenaba Hinkemann, una pieza de Ernest Toller. "A mi mujer, actriz de reparto, los vigilantes la conocían, y yo cometí la estupidez de ponerme a conversar con ella en uno de los entreactos." Resumen: el público y los responsables de la obra llenaron doce calabozos de la Comisaría 6ª. "Liborio Justo, hijo del Presidente, intervino para que nos sacaran."
A partir de ese momento, sin embargo, "me molestaron en todas formas; prontuarios, fotografías, impresiones digitales, aunque no se atrevieron a detenerme por segunda vez. Es que el Jefe de Policía, Joaquín Cusell, le tenía terror a la esposa de Justo; y aunque el general había dado orden de que no tuviera miramientos para con su hijo y sus amigos, Cusell sabía muy bien que en casa del Presidente la mujer mandaba más".
Durante la guerra, Castelnuovo, como toda la izquierda, estuvo en favor de los aliados; en 1945, se afilió al Partido Comunista.

Otras voces, otros ámbitos
"Pero cuando vimos que las masas iban detrás de Perón —aclara—, muchos empezamos a reflexionar; Entonces llegó la famosa carta de Luiz Carlos Prestes a Codovilla, que circuló en copias mimeografiadas. Prestes aconsejaba a su colega otorgar el máximo apoyo a Perón, como él lo había hecho con Getulio Vargas, al salir de la cárcel. Las dudas se convirtieron en zozobra, y una noche, con sesenta compañeros de Liniers, renunciamos a nuestra afiliación comunista."
Castelnuovo, pese a todo, jamás se inscribió en los padrones peronistas. "Sólo di mi adhesión, porque muchos querían explotar mi nombre como explotaron el de Discépolo. Dicté cursos y formé parte de la Escuela Superior del Partido Peronista, escribí en todas las publicaciones partidarias, todo eso sin el codiciado carnet." Luego de 1955 su vida tomó otro rumbo, se hundió en un remanso de paz, en una serena meditación. "Desde el 46 dejé de ser un cliente obligado de la Policía. Ahora tampoco me molestan, quizá porque estoy viejo y no represento un peligro."
Castelnuovo se adapta a horarios severos. Sus artículos y las dos jubilaciones de su mujer le permiten una vida desahogada. No sale, casi, cómo no sea para sus rondas por la zona, y tampoco recibe demasiadas visitas. Prefiere discutir con su hijo, sin ponerse de acuerdo, sobre psicoanálisis, o cultivar el jardincito que prologa su casa y cuidar las plantas del patio trasero. Fumador empedernido (de rubios), alto, levemente curvado de espaldas, Castelnuovo es, sin embargo, lo contrario de una reliquia. Hay en él, todavía, ese vigor, ese impulso franco de sus mejores cuentos, como si lo hubiesen arrancado de uno de ellos, hosco, desamparado, pero nunca vencido.
En el último par de lustros no ha publicado libros nuevos, sólo reediciones. Sus próximas Memorias quizá expliquen este silencio como el largo y valiente pudor de un hombre que no quiere repetirse.
23 de enero de 1968
PRIMERA PLANA

Vamos al revistero