Eva Perón no es un mito

 

 

 

 

 

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EVA PERÓN
"Yo vi la multitud y una mujer con ella. ¡Cuántas manos tendidas hacia su dulce hoguera!"
JULIO ELLENA DE LA SOTA
En los últimos tiempos, seudosociólogos y seudoanalistas, estimulados primordialmente por un muy posible negocio editorial, se han dado a la tarea de desmitificar figuras e ídolos populares. Como el negocio a veces se logra, tal literatura busca nuevos protagonistas para convertirlos en material del artículo, del reportaje o del libro. Generalmente se trata de textos cuyo lenguaje aparentemente científico logra velar el contenido de crónica amarilla que aquellos comportan. No hace mucho, algunos de esos seúdosociólogos descubrieron a Carlos Gardel como punto fácil para ejercitar con él su reclamada desmitificación. Pero luego vinieron otros más ambiciosos y más "politizados", en un tiempo sin política de superficie, y se la tomaron contra Eva Perón.
Hay que desmitificar "al personaje Eva Perón, para reubicarlo en su auténtica dimensión". Hay que facilitar la tarea de comprensión acerca de Eva Perón-mujer. Tales son las necesidades, por supuesto "espirituales", que se plantean los nuevos y renovados especímenes de la intelligentzia vernácula. Y en verdad que la receta no es novedosa en la Argentina de 1971, porque hace más de cien años ya hubo seudosociólogos y seudólogos que se dedicaron a desmitificar figuras con carisma, elevadas por el pueblo a la condición de caudillos protectores, en tiempos en que no se habían formado los sindicatos. Tal fue, por ejemplo, el trabajo realizado por Sarmiento con la figura de Juan Facundo Quiroga, y que después repetiría con el Chacho, en un acto de guerra civil contra un cadáver, contra una tumba, como bien lo señaló Alberdi.
Llama sobremanera la atención que los más interesados y científicos partidarios de tales desmitificaciones sean siempre enemigos políticos o adversarios ideológicos de los desmitificados. Roma escribe la historia de Cartago. Solo conocemos la versión de los hijos de la Loba. ¡Qué cómodos estarían allí estos biógrafos desmitificadores!. Ya Gardel no sería Gardel, y Eva Perón estaría reubicada, psicoanalizada, retrotraída seguramente al claustro prenatal para ser observada en el
principio de "su auténtica dimensión".
Pero ocurre que Eva Perón tiene una sola dimensión: la única válida para todo un pueblo, la única real para la historia, la única que no puede ser mancillada y magullada por el rencor, la cobardía o la inquisición miserable, que jamás hicieron historia. Y sucede también que, en realidad, cada pueblo, cuando puede, escribe su historia y yergue sus mitos como banderas inviolables.
EVA PERÓN Y LA REVOLUCIÓN
Quienes, mediante seudotestimonios y chismes impunes, pretenden oscurecer y lastimar a Eva
Perón revolviendo en una prehistoria que se confunde con uno de los períodos más infames de la vida argentina, saben con claridad que están golpeando a la fuerza más revolucionaria del peronismo, representada por una mujer cuya debilidad física hace más asombrosa su fortaleza espiritual y moral, y su formidable voluntad política, manifestada en toda su plenitud apenas intuyó el advenimiento de la revolución justicialista.
Es muy probable que algunos de aquellos que la conocieron, en la década que corre de 1935 a 1945, se hayan sobremanera sorprendido de la transformación que mostró, a partir de este último año, aquella muchacha "delgadita, finita, de cabello negro y carita alargada" —como la recuerda la actriz Pierina Dealessi—, que poco y nada revelaba de su gran fuerza interior y de su consciente impotencia frente a las diversas formas de la humillación y de la injusticia.
Una de las mayores notas de su grandeza es, precisamente, ésa: la de haber dado el salto, desde la condición de mujer "vulgar", hasta el puesto de almena de la lucha social, aceptada hasta el último sacrificio, en vez de descender plácidamente hacia el cómodo oficio de mujer de un presidente poderoso. Evita —¡oh sorpresa de muchos!— no había sido derrotada ni domesticada por las humillaciones, las privaciones y las lastimaduras del Buenos Aires que la vio y la sintió como una actriz del montón, en tiempos de penurias para todo el pueblo argentino. Es que Eva Perón era una revolucionaria y el tiempo se encargó de mostrarla tal cual era, en el momento oportuno.
Nada más exacto que la observación de Leopoldo Marechal sobre Evita: "En su carrera se hace muy visible aquel misterio de las predestinaciones que ha gravitado sobre otros y se resuelve, al fin, con una vocación —o llamado— que impone deberes ineludibles, vigilias y sacrificios. Los que alguna vez escriban la historia de Eva Perón, comprobarán que no aprovechó ella las circunstancias, sino que las circunstancias la aprovecharon a ella según la trabazón del destino".
Yerran supinamente quienes se imaginan una Evita fabricada artificialmente, mero instrumento de un líder triunfante, o producto de las oportunidades favorables. Nada de eso podría explicar el hecho tremendamente revolucionario de una mujer que ofrenda su vida al servicio de su pueblo, ya amparado por el poder justicialista, y que si bien alcanzó a conocer las ventajas materiales del poder no las disfrutó ni gozó, porque las cambió desde el principio por la lucha. Su vocación de servicio y el sentido de justicia fueron en ella mucho más poderosos que el blando oropel que pudo tentarla desde el poder.
Aún sus adversarios de ayer reconocen su capacidad de lucha y su intuición revolucionaria en las horas difíciles: "En 1955 ella hubiera salido a la calle, hubiera dado la cara, hubiera intentado repetir el 17 de octubre", escribe por ejemplo David Viñas, antiguo militante de FUBA. Es, desde luego, la opinión de Juan Perón, cuyo sentido político chocó, quizás, más de una vez con el aliento combativo de su compañera: "Si Eva hubiera estado viva el 16 de junio de 1955 —dice—, quizás hubiera exigido el fusilamiento de los rebeldes. Ella era así, peronista sectaria, incapaz de transar por nada que no fuera peronista".
Es que para Evita el peronismo era la revolución y si no, no era nada. Y tenía perfecta conciencia de su papel en el escenario de la revolución justicialista. "Mi sectarismo es todo un desagravio —dijo una vez—. Durante un siglo, los privilegiados fueron los explotadores de la clase obrera; hace falta que esto sea equilibrado con otro siglo en que los privilegiados sean los trabajadores." Sabía bien lo que decía y al justificar su "sectarismo" no dejaría de pensar en esa política de los políticos definida como "el arte de la negociación", tan bien practicada durante la Década Infame, a espaldas de los anhelos y de las aspiraciones populares. 
LA VIGILIA DE EVITA
La verdadera, la auténtica dimensión de Eva Perón está dada por la dimensión de su obra social, sin parangón en toda la historia de la Argentina, y jamás por supuestos y pequeños entretelones destinados a satisfacer la curiosidad, la candidez o la patología de un público distraído por lo secundario y epidérmico.
Esa obra, de la qué es testigo todo el país, fue producto de una larga vigilia, ofrendada cotidianamente al pueblo, para remediar las necesidades de su cuerpo y de su alma. Alguien escribirá un día, sin duda, la crónica del histórico despacho de Eva Perón en la planta baja de Trabajo y Previsión, sobre la calle Hipólito Yrigoyen. El libro ha de decir todo lo que construyó, alentó, restañó y rehizo, en días y noches que se prolongaban para poder dar abasto.
Los seudosociólogos y seudo-analistas construyen sus textos a partir de un sofisma: el supuesto mito de Eva Perón. Pero es que tal mito no existe. Eva Perón es una carga, una usina revolucionaria que sigue transmitiendo su pasión, su fe desbordante, su dulce hoguera, más allá de su tiempo mortal, poblado por el grito y el triunfo del pueblo argentino, dignificado después de estar sumergido durante un largo siglo de descreimiento y desesperanza. Eva Perón no es mito: es humanismo cristiano encarnado y militante, en días de germinación revolucionaria y de autoconciencia nacional recuperada por el pueblo.
Los seudosociólogos analizarán, sin duda, el sentido y la proyección del voto femenino por ella propiciado e impuesto; rastrearán quién redactó la letra de 'La razón de mi vida' (seguramente un valenciano llamado Manuel Penella de Silva); calcularán tal vez los beneficios y harán el inventario de los bienes de la Fundación Eva Perón —que los vencedores del 55 saquearon sin rubor—; recordarán, a lo mejor, la obra cumplida por los Hogares de Tránsito, creados para la atención de las familias sin trabajo, que se instalaban transitoriamente en ellos hasta ver cumplidos sus anhelos de un oficio o una tarea permanente. Pero poco, muy poco, podrán decir de la grandeza interior de Eva Perón que resplandecía por encima de su endebles humana.
Muy poco podrán decirnos de esta mujer plena de justicia, de coraje y de lucidez, cuya inteligencia natural eminente posibilitó el más resonante fenómeno político de América en lo que va del siglo. Era una mujer "vulgar" porque no pertenecía al patriciado ni a la clase alta advenediza. Pero era una mujer fuera de los límites habituales, de los convenciones sociales, de la inautenticidad de la política tradicional, de la gratuita demagogia que se ejerce solo en las vísperas electorales.
No hay tal mito de Evita porque todos sabemos cómo fue. Su corazón estaba "al alcance de tu mano y la mía", como alguien escribió allá por 1950. Se la veía y se la adivinaba en su generosa entrega a quienes la necesitaron. Nada más lejos de Eva Perón que el mito, que el milagro, que lo inexplicable. José María Castiñeira de Dios, uno de los escritores de la revolución justicialista que más la trató y conoció, dijo certeramente: "Fue honrosamente una mujer vulgar; que fue igual en su actitud de amor a todas las mujeres; que tuvo una normal ilustración (¡oh! católicos que la maljuzgásteis, ¿alguna vez reclamásteis los títulos universitarios o de linaje de los pescadores que acompañaron a Cristo, de aquellos «cabecitas negras» y «descamisados» de la revolución de Justicia de Nuestro Señor, de aquellos ignorantes de las letras del mundo pero sabios de las letras de! amor?), que no tuvo conciencia de sus pocas fuerzas ni de su debilidad para la misión que se empeñaba en cumplir, como si su propia vida — en definitiva la vida de una señora esposa de un Presidente de la Nación— no le importara un bledo frente a la vida del último de los necesitados".
Quienes la conocimos, alegre y dinámica aun después de las pesadas vigilias de Trabajo y Previsión, experimentamos entonces la sensación de que Evita se estaba quemando en aras de sus más profundas convicciones y plenamente consciente de su destino histórico, con la máxima carga emotiva de la revolución peronista.
Algunos cronistas han hablado del "suicidio inconsciente" de Eva Perón a partir de 1950, en que el doctor Oscar Ivanissevich detectó el mal que terminaría con su sustancia física. Ese "yo no tengo nada" que se le atribuye, suena más a un grito de rebelión contra su propia debilidad humana, que a un gesto de inconsciencia y de desaprensión arrojado hacia el médico que cumplía con su deber. Ella no tenía tiempo para cuidar de sí, para curarse, para abandonar su puesto en la contienda. Tenía el desapego de la vida de los auténticos revolucionarios. Hoy andaría, sin duda, en la vanguardia de la lucha. Y esto solo el pueblo sabe entenderlo. 
DINAMIS - FEBRERO DE 1971

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