El fin de la revolución y el arduo parto de la democracia

La agonía del régimen instaurado el 28 de junio de 1966 concluyó, el lunes 22, con pena y sin gloria. Con pena, porque la Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas se vio obligada a reiterar el episodio de la destitución de su mandatario; sin gloria, porque antes de cumplirse el quinto aniversario de la emergencia que se llamó Revolución Argentina los militares definidos como democráticos debieron reivindicar a los mismos políticos sancionados y escarnecidos por la Junta que encumbró a Juan Carlos Onganía.
Arduo será el ciclo que se inauguró en la medianoche del lunes 22. Roberto Marcelo Levingston, obstinado en estimular un proceso ambiguo y sin salida cierta, hizo peligrar la unidad militar a un extremo semejante al que se soportó en septiembre de 1962. Entonces, la disputa epilogó con la victoria concluyente del bando azul, emblema de un tibio populismo; una semana atrás, el enfrentamiento pudo haber derivado en una lucha cruenta, con imprevisible derivación civil, dado que el terrorismo y la agitación gremial podían haber definido a muchos activistas a tomar partido y obtener ventajas.

 

 

 

 

 

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Pero justamente esa indefinición revolucionaria que esbozó Onganía y acentuó Levingston, pulverizada por
Alejandro Agustín Lanusse, Pedro Gnavi y Carlos Alberto Rey, quizás renueve la idea de que la empresa nacional se frustró —una vez más— por la ceguera de los liberales. En otras palabras: dentro de unos meses podría florecer la intención de evitar la salida electoral, deseo que comparten tanto los civiles como los militares defraudados por la orientación política del tercer ciclo, sobre todo porque de ahora en adelante el jefe del Estado tendrá que desechar la imagen de líder revolucionario para ir ganando —sin prisa y sin pausa— la silueta del restaurador de la democracia. Así, al disociarse del esquema revolucionario los fracasos de Onganía y Levingston, el concepto podría recuperar coherencia y, sin duda, adeptos.
Acechan, además, otros peligros. El primero: la caótica situación del movimiento obrero, donde los dirigentes moderados y acuerdistas están sometidos a la formidable presión de las bases, de manera especial en el interior. El movimiento podría derivar en la formación de núcleos disidentes de la CGT capitalina. El segundo: la crisis del sistema productivo y el disloque financiero. El tercero: la desconfianza del pueblo en la estructura política abatida en 1966. El último: las experiencias de Chile, Perú, Bolivia y Uruguay.
Con todo, en la madrugada del martes 23 —cuando Levingston ya se encaminaba, derrotado, a Olivos— reverdeció la esperanza del amplio acuerdo político, una opción parecida a la que asomó el 9 de octubre de 1945 y que no advirtieron los desorientados enemigos de Juan Perón. Hace 25 años, los dirigentes veteranos les dieron la espalda a los militares y venció el peronismo. Hoy, y no por casualidad, el sector moderado del peronismo es el aliado natural de los conservadores, de los socialistas, de los radicales y de los desarrollistas. Frente a ellos está la izquierda, un caleidoscopio que también integra el peronismo rebelde, dispuesta a ofrecerse al poder militar, pero no sin condiciones.
LA HORA DE LANUSSE, Nadie podía asegurar, entre el sábado 20 y el lunes 22, que los altos mandos de las Fuerzas Armadas estaban decididos a destituir a Levingston; por el contrario, tanto Gnavi como Lanusse insistían en la necesidad de persuadir al mandatario para que acelerase la definición institucional. Más aún: Lanusse no admitía la sugerencia de tumbar a Levingston, y a quien quisiera escucharlo solía argumentarle que la contingencia era grave en la medida en que pocos eran los que proponían soluciones orgánicas y muchos los que reclamaban golpes de Estado.
Pero en la tarde del lunes 22, cuando los comandantes se reunieron con Levingston para acordar una solución aceptable a la crisis revolucionaria, el presidente culminó sus desaciertos con un error táctico imperdonable para un militar experto en inteligencia: la detención del comandante en jefe del Ejército, a quien estaban subordinados los mandos. Ese día, casualmente, se cumplían veinte años del arresto del capitán Alejandro Lanusse, involucrado junto a Benjamín Menéndez, Julio Alsogaray, Manuel Reimundes, Tomás Sánchez de Bustamante y Luis Premoli en la conjura contra Juan Perón.
Al quedar Levingston superado, el poder tornó a la Junta de Comandantes. Entre el martes y el miércoles, al conocerse la decisión gubernativa de rarificar en sus cargos a todos los ministros con excepción de los titulares; de Bienestar Social y de Interior, Amadeo Frúgoli y Arturo Cordón Aguirre, cundió cierta desazón en el entaurage de La Hora del Pueblo. El malestar creció al anunciarse que Francisco Manrique volvía a Bienestar Social y que Rubens San Sebastián reemplazaba a Juan Luco en la Secretaría de Trabajo; es que uno y otro, en diferentes etapas, se habían definido contra los caudillos del acuerdo radical-peronista.
La borrasca, sin embargo, se disipó el jueves 25. Ese día, luego de varias reuniones en las que participaron Jorge Daniel Paladino, Ricardo Balbín, Horacio Thedy, Francisco Solano Lima, Fernando Morduchowicz, Manuel Rawson Paz y altos oficiales de las Fuerzas Armadas, se acordó que Arturo Mor Roig, ex presidente de la Cámara de Diputados durante el gobierno de Arturo Illia, aceptase el Ministerio del Interior ante el ofrecimiento de la junta militar.
La propuesta al dirigente del radicalismo populista, concretada el miércoles 24, promovió largas deliberaciones entre los líderes de La Hora del Pueblo. Los radicales tenían sus dudas sobre una reacción favorable del peronismo y, quizá por eso, quedaron sorprendidos cuando Paladino admitió que el nombramiento de Mor Roig significaba "un hecho positivo hacia los propósitos que se persiguen". Claro que el delegado de Juan Perón pisaba sobre terreno firme: previamente, Balbín le había ratificado que Mor Roig seguía siendo un hombre "fiel a la mesa directiva de la UCRP".
También entre el lunes y el miércoles, los delegados del poder militar desvanecieron otra inquietud de los políticos: saber si el poder iba a ser compartido por los tres comandantes, sin apelar a un primer ministro, o si la junta —previa reforma del estatuto revolucionario— encomendaría la presidencia a Lanusse, opción que se concretó el jueves último de acuerdo con los pronósticos. Otras dudas que ensombrecían la alianza entre los políticos y los militares se despejaron, al parecer el viernes 26, horas antes de que asumiera Mor Roig la cartera de Interior; así, habría quedado establecido que Lanusse —dentro de algunas semanas— ordene una reestructuración del gabinete, la que podría comenzar con la designación de Alfredo Gómez Morales como titular de Economía y Trabajo en reemplazo de Aldo Ferrer. Los cambios también llegarían a
comprometer la estabilidad del ministro de Educación, José Luis Cantini, y la del abogado Jaime Perriaux, ministro de Justicia.
Pero esas medidas, en caso de concretarse, no serán las más trascendentes. Es que Lanusse, ya en plena aceleración hacia la salida electoral, piensa impulsar un proceso verdaderamente revolucionario, como para demostrarles a Onganía y a Levingston que él sabe y puede hacerlo, Las eventuales providencias: amplia amnistía para dirigentes políticos y gremiales, libertad para las coaliciones políticas, incluso las de izquierda que no planteen la subversión; derogación de la legislación represiva y un paquete de decretos de las áreas de Economía y Bienestar Social para atemperar las tensiones y recuperar las expectativas de la población.
LA CAJA DE PANDORA. Entre tanto, ¿qué se propone Mor Roig? Una semana antes de que el ministro del Interior aceptara el ofrecimiento de la junta militar participó a Panorama de sus opiniones. La síntesis: 1) El plazo de 18 meses que reclama La Hora del Pueblo para que se concrete la salida electoral es prudente; en consecuencia, los militares pueden aceptarlo. 2) Una salida electoral, sin correr el consiguiente riesgo político, supone una quimera, cualquiera sea el resultado que se procure. Si se decide convocar a una asamblea constituyente, ésta puede declararse soberana; si la alternativa es el colegio electoral, el peligro está en la capacidad de sus integrantes para cumplir el compromiso previo. Con todo, el colegio electoral ofrece más garantías, porque si lo que se busca es brindar una imagen de unidad nacional, puede ocurrir que una asamblea constituyente reedite el proceso de 1957. En consecuencia, la constituyente puede derivar en el caos, y no como un cataclismo físico sino como el desencuentro de los sectores nacionales. 3) Tiene que derogarse la proscripción de los partidos políticos para legitimar la actuación de sus representantes en un futuro gobierno de coalición. 4) Es necesario agrupar a las fuerzas políticas anarquizadas en tres grandes partidos nacionales. 5) Reformar la Constitución para adecuarla a las necesidades de la realidad argentina.
Estos cinco puntos básicos que expuso el ministro del Interior concuerdan, en líneas generales, con el informe para el anteproyecto del Plan Político que, a fines de noviembre pasado, elevó la Jefatura V del Estado Mayor General del Ejército al ministro Arturo Cordón Aguirre; pero lo que importa, como lo dijo Lanusse hace meses, no es la opinión unilateral de los militares sino que las propuestas y las soluciones lleguen de los dirigentes políticos representativos.
Mientras la suave marea acaricia las puertas de los comités, el gobierno renueva su elenco. Los que se fueron: Alieto Guadagni, secretario de Recursos Hídricos; Rodolfo Baltiérrez, secretario de Difusión y Turismo; Tomás Caballero, intendente municipal; Luis Perlinger, director de Turismo, y Carlos Pérez Companc, presidente del Banco de Desarrollo. Los que pueden irse: Oreste C. Ales, secretario de la SEPAC; Juan José Etala, secretario de Seguridad Social; Ibérico Saint Jean, secretario de la SIDE. Los reemplazantes: Jorge Simonelli a Recursos Hídricos, Saturnino Montero Ruiz a la Intendencia, general Hugo Mario Miatello a la SIDE. El último ciclo de la experiencia militar está en marcha.



Los anuncios de la Junta de Comandantes en Jefe de las tres armas reverdeció la confianza de los políticos; veteranos y noveles se apresuraron a retomar contactos, algunos ya olvidados, y a medir cada paso con la cautela de un cazador. Pocos se animaron a expresar definiciones sobre la nueva etapa del poder militar.
Panorama destacó un equipo de colaboradores, coordinado por Marcos Diskin, para pulsar opiniones y formular interrogantes ante los caudillos de las principales tendencias; por lo menos de aquellas que podrían acudir a la convocatoria de unidad nacional formulada por el presidente Alejandro Agustín Lanusse. De la docena de líderes consultados, apenas siete aceptaron el desafío del pronóstico. Acaso, el silencio de los otros sea signo de prudencia. Estas fueron las respuestas:

ROGELIO FRIGERIO (Desarrollismo).
Todo está previsto y, sin embargo, como nunca el país se ha quedado perplejo ante esta constelación de retornos. En junio del año anterior, el general Onganía fue desalojado del poder porque no cumplía los fines revolucionarios, Se trataba, pues, de consumar la revolución. En marzo se repite la historia: Levingston no llevaba adelante la revolución y se lo cambia. Pero se deja intacto el proceso contrarrevolucionario. El aumento de salarios programado puede aliviar transitoriamente las tensiones sociales, pero como no modifica la política económica de coyuntura que traba el dispositivo productivo y de inversión, marchamos indefectiblemente hacia un nuevo ciclo de inflación con recesión. La empresa nacional sigue ahogada por un cruel régimen impositivo y fiscal. Por otra parte, se despliega ya la política que se llama del acuerdo, una suerte de reparto de posiciones que nunca podrá penetrar ni un ápice más a fondo de la capa de dirigentes perimidos. La misma política, con los mismos nombres —hasta en el sector internacional— agotará muy pronto una experiencia que nace bajo tan malos signos. Servirá, eso sí, para completar el esclarecimiento de los sectores sociales y nuclearios férreamente.
JORGE DANIEL PALADINO (Justicialismo). —Se ha creado una nueva espectativa que será favorable en la medida en que el nuevo gobierno le hable al pueblo con absoluta franqueza sobre cuáles son sus planes. Pero esto tiene que ser hecho inmediatamente; de no ser así, y como es muy poco el margen de tiempo con que el gobierno cuenta para intentar el apoyo del pueblo, no logrará el apoyo deseado aunque posteriormente quiera trabajar con buenas intenciones. El gobierno nuevo tiene que decirle ya al pueblo que tal año y tal día podrá elegir libremente sus legítimas y constitucionales autoridades. Esto va a influir en el aspecto económico-social, porque no es lo mismo aceptar un plan de gobierno para un breve plazo que para un plazo largo o indeterminado. En cuanto a nosotros, los peronistas, reiteramos con absoluta claridad: la única forma de realizar un gobierno al servicio de la nación y del pueblo es partiendo del fervoroso y decidido apoyo de todos los argentinos. Y esto no se va a lograr mientras al pueblo no se le devuelva el legítimo derecho a elegir los hombres que deben gobernarlo. Mientras en la plaza de Mayo no haya más que palomas no se podrá afirmar que hay gobierno.
ENRIQUE VANOLI (Radicalismo del Pueblo)
—Entiendo que las Fuerzas Armadas han comprendido que la única solución para los graves problemas argentinos es la participación del pueblo en la elección de sus gobernantes. Es el único camino que tiene la Argentina. El pueblo, a pesar de los años de campañas de desprestigio de la política y de los políticos, ha comprendido que sólo por esta vía se determinan sus destinos y el de la Nación. El llamado a la unidad nacional expresado por los comandantes en jefe puede llevarse adelante en la medida en que el proceso sea claro, sin ocultamientos y con una meta final de comicios; que es la que nos iguala a todos, tal como Argentina lo requiere desde hace muchos años y el radicalismo pretendió realizar en su breve período de gobierno. Como ya no existe margen para nuevos experimentos, sean de comunitarismo o de supuestas profundizaciones, quiero creer que esta nueva etapa es la definitiva. No cabe duda de que la confirmación de la mayoría de los ministros del gobierno no ayuda al proceso, y espero que la medida sea simplemente provisoria. Sin querer personificar, porque los problemas del país son muchos, me preocupa fundamentalmente que la educación sea depositada en manos de hombres con mentalidad de 1980 y no en las de quienes se quedaron en la otra, punta del siglo.
AMÉRICO Ghioldi (Socialdemócrata)
—Hay que concederle una cuota de confianza a esta tercera etapa de la revolución. El episodio de la madrugada del martes significa que la conducción de las Fuerzas Armadas rectificó nuevamente las desviaciones en que primero incurrió Onganía y después Levingston. Con la declaración de las Fuerzas Armadas, de hecho se deja de lado la idea de profundizar la revolución para enunciar el objetivo central y fundamental de volver a la democracia y a sus instituciones. Yo creo que si ése es el objetivo de las fuerzas Armadas —y no tengo por qué dudarlo— hay que reconocer de inmediato, previo a todo plan político, la vida política libre y la constitución de los partidos, sean los que ya conoció el país o los que quieran crearse. A mi juicio, resultan indispensables dos medidas inmediatas: 1) La restitución de las chapas que fueron sacadas del edificio del Congreso Nacional, con lo que se reivindicaría la idea del Parlamento; 2) Declarar que es lícita la actuación pública de los partidos políticos. Al mismo tiempo considero que la evolución futura de los acontecimientos no sólo es responsabilidad de las Fuerzas Armadas; los partidos políticos tendrán que acertar en un mínimo de entendimiento. Claro está que no debe ser un entendimiento fraccionario sino de volumen nacional. Por fin, la perspectiva de una salida condicionada no debe figurar en la agenda actual de debate.
LEOPOLDO BRAVO (Independiente)
—El proceso de la revolución fue contradictorio hasta la fecha. La toma del poder por la Junta de Comandantes significa un hecho concreto, que es la toma del poder por las Fuerzas Armadas, con lo cual ya no queda margen para desviar responsabilidades para hombres; en adelante, lo que ocurra en el país será responsabilidad de las Fuerzas Armadas como institución. La convocatoria que hizo el teniente general Lanusse, en nombre de las Fuerzas Armadas, es algo que como ciudadano y como integrante de La Hora del Pueblo digo que no debemos desaprovechar antojadizamente. Para mi gusto, debieran producirse ya hechos concretos, a través de los cuales se demuestre que esta nueva instancia abre un camino hacia la concordia y, consecuentemente, hacia la democracia. El retorno a las confrontaciones electorales resulta una necesidad impostergable porque el instrumento de los partidos políticos es el único medio para ejercer el poder.
HÉCTOR SANDLER (UDELPA).
—La puja es entre aquellos que han pensado que el cambio tenía que operarse a nivel económico-social para que se brindara una nueva solución política al país, y los que piensan que sólo importa la solución política, entendiendo que ésta brindará por sí misma los cambios económico-sociales que el país reclama. La realidad ha mostrado que la primera tesis es utópica y se llega a punto cero; la realidad demostrará, que la segunda tesis es, simplemente, la reiteración de un proceso ya vivido. Creemos que, como sostenía Pedro Eugenio Aramburu, el cambio debe ser total y simultáneo. Si así no se hiciere, las alternativas que vivirá el país por un tiempo son la ficción y el fracaso y, por debajo de ellas, subsistirá el verdadero proceso cuya manifestación más elocuente son las reiteradas reacciones populares, como el caso de Córdoba y el terrorismo. En este momento, ante el fracaso de querer corregir el país en lo económico-social y a expensas de la política, el temor ha invadido la conciencia de los responsables; y es posible que se quiera volver atrás en el sentido de buscar una pura solución política a expensas de los candentes problemas económicos y sociales existentes. Esto no es solución.
PABLO GONZÁLEZ BERGEZ (Conservadorismo). 
—Este puede ser —debe ser, porque la situación no da para más— el cambio esperado y anhelado. Confío en que sea por lo menos el comienzo de este cambio. Es decir, la apertura de la etapa final del gobierno de facto para devolver el poder al pueblo en el menor tiempo, compatible con la sensatez, el abandono de las fantasías y las imaginerías, presuntamente revolucionarias, para retornar a la razón. Se han perdido años; se ha hecho mucho daño al país. Esta debe ser una época de recuperación acelerada. El nombramiento del doctor Mor Roig en el Ministerio del Interior hay que decir que es un hecho auspicioso; no sólo por sus calidades personales sino porque es la reivindicación del político cabal, esa especie tan vilipendiada y tan irreemplazable. Pero también decir que con eso no basta y que junto con esa designación acertada se han hecho otras designaciones y confirmaciones verdaderamente deplorables, que enturbian, el panorama. Quiero creer que esos errores van a corregirse y que se crearán las condiciones para que renazca la confianza, requisito síne qua non para la reconstrucción institucional.
PANORAMA, MARZO 30, 1971

Vamos al revistero


asume Lanusse

Mor Roig y la junta de comandantes

Frigerio, Paladino, Vanoli

Ghioldi, Bravo, Sandler, Bergez