Elecciones en River
Lo que el viento no se llevó

Pie de fotos
El Maipo y su noche al rojo
Labruna, para todo servicio
Daniel Onega, de contragolpe
Julián William Kent

 

 

 

 

 

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"Todo se hizo con buena voluntad y por cariño a River."
Lo dicen desde Julián Kent, el nuevo presidente, hasta un simple adherente a la agrupación Cruzada Renovadora. El caso es que esta fracción, formada por la unión de varias para lograr la derrota del oficialismo, consiguió su objetivo. Todo esto ocurrió el sábado 9 del actual, pero no fue tan fácil. Desde un mes antes, Buenos Aires se vio cubierta de 'poster-panels', afiches, pinturas y toda la gama de recursos conocidos en publicidad. Todos los cañones de esa artillería tenían un blanco no nombrado, pero por todos conocido: Antonio Vespucio Liberti. Se proponía
para su reemplazo a un hombre de enorme cara ovalada, ojos tristes, y al que sólo faltaba una aureola sobre su cabeza para ser la contrafigura del absorbente e imperativo ex titular.
"Gastamos solamente tres millones en la campaña, que fueron aportados por las agrupaciones que formaron la Cruzada", aseguró Rodolfo Regirozzi (55), nuevo vocal titular de River y con posibilidades de ocupar algún cargo de mayor importancia. Según él, los 120.000 afiches con la leyenda "¡Diga basta!"; aquellos 8.000, en los que ofrecía a Kent como un futbolístico doctor Barnard, trasplantándole un nuevo corazón,a River; los que se colocaron en las estaciones de subte (1.500) y hasta los spots televisivos que se transmitieron un día y medio antes de las elecciones, fueron amortizados por la generosidad de gente que deseaba un cambio en River.
Acceder a una buena candidatura en el club no es cosa gratuita. A pesar de fa seca negativa de Kent y Regirozzi, son muchos los informes que aseguran que el vicepresidente 1º electo, Rafael Aragón Valera (56), deslizó cinco millones para algunos gastos. En la fracción obediente a Liberti, en cambio, no existen tantos pruritos y nadie se preocupó en desmentir, por ejemplo, que a Tulio Botto le costó cuatrocientos mil pesos la esperanza de ser el nuevo presidente,
Pero Botto debilitó inútilmente su cuenta bancaria; para evitarlo hubiera bastado con imaginar la catástrofe que se acercaba: nunca en River votaron tantos socios. Como empujados por una rabia especial, 12.488 personas dijeron, con una boleta, lo que querían para su club. A las 18, hora de cierre de los comicios, unas tres mil regresaron a sus domicilios rumiando frustración: las puertas del estadio de Núñez se habían cerrado; adentro quedaban aún inmensas filas de votantes. El escrutinio dio 9.109 votos para Kent, 2.472 para Botto y 1.890 para Delfino, cabeza de otra agrupación —25 de Mayo— que impugnó, infructuosamente, las elecciones, acusando al oficialismo de falsear los padrones.
La Cruzada Renovadora se hará cargo de la dirección del club. El paquete contiene algunos regalos, entre ellos un pasivo exigible de 163 millones, aprobado por la última asamblea. River es una institución en picada. El fútbol fue siempre su principal actividad y en este rubro ocurrieron los mayores desatinos: desde 1960 hasta comienzos de este año se gastaron 263 millones de pesos en compras de jugadores. Todo para nada. Hace diez años que su equipo de primera no puede salir campeón. Durante este período se intentó de todo, menos lo sensato, para lograrlo. La desesperación llegó a tal punto que el 29-11-65, en La Plata, Liberti le recriminó a Mariano Mangano, presidente de Estudiantes, por no haber ordenado entregar el partido de fútbol que ambos clubes jugaron, recordándole que River lo había hecho antes, para evitar el descenso de Estudiantes y catalizar el pase de Urriola-beytía a Núñez.
El método más transitado fue comprar indiscriminadamente jugadores, y ofrecerles remuneraciones insólitas para conseguir que ganaran los partidos. Lo que se logró fue la formación de un grupo de angustiados; cuando la presión llegaba al máximo, a fines de campeonato, aparecían en la cancha como once hombres que hubieran cruzado un desierto con su respectivo camello a cuestas. Ángel Labruna, el último de los técnicos contratados, ya lo notó: "Me encontré con un grupo de hombres asustados. Creían que estaban en una vidriera, con un cartel que decía 'Saldos de liquidación'. Además se sorprendieron cuando les dije que quería oírlos hablar. Estaban acostumbrados a escuchar solamente".
Los jugadores no son demasiado vergonzosos. Algo de parte tienen en los fracasos futbolísticos de River, por supuesto, pero parecen ignorarlo cuando llega el momento de renovar sus contratos. Esto fue tema de mucha atención para Kent, quien estima que el club debe garantizar un porvenir a sus hombres, pero no a costa de su bancarrota. También el retorno a la política de atención a las divisiones inferiores es propósito de las nuevas autoridades. Regirozzi aseguró: "No vamos a ser los verdugos de Labruna, si trabaja correctamente". No obstante, es saludable el aire que comienza a correr en Núñez. River fue la única escuela de fútbol del profesionalismo argentino y, luego de renegar de ella, hay intenciones de desandar el camino equivocado. Los procedimientos no son muy claros, todavía. Kent expresó su admiración simultánea por Peucelle y Cesarini, dos técnicos que no necesitan una pelota de por medio para darse de patadas conceptualmente. La última palabra, en este aspecto, quizá la de Plinio Garibaldi, el más firme candidato para la presidencia de la subcomisión de fútbol.
No sólo en fútbol piensa la Cruzada Renovadora. River, como club deportivo, es buen argumento para las lamentaciones de sus socios. Los vestuarios son insuficientes; en invierno, las duchas con agua fría son un placer equívoco que pocos aprecian, y las construcciones o mejoras son exquisiteces que ya muchos dejaron de ambicionar. Estas tareas y soluciones ya fueron prometidas, pero no antes de la actuación de un cuerpo de auditores, ajeno a River, que dará una idea precisa del estado económico y financiero.
Kent y sus acólitos fueron en pos de este problema. Por amor a River, o a sí mismos: la conciencia de cada uno de ellos sabrá la respuesta exacta. Buscaron esta responsabilidad con un concepto norteamericano de la propaganda. La proclamación de la fórmula se realizó el 4 de marzo en el teatro Maipo, previo desembolso de 60.000 pesos por el alquiler de la sala. Una suma de todos modos módica si se la compara con la empleada en la adquisición de nuevos jugadores, mil veces mayor.
La inyección de vitalidad (los comentaristas prefieren llamarlo "cuota de temperamento") que aportaron las tres adquisiciones, parece un hecho irrebatible: López, Recio y el exhibicionista Carlos Rodríguez fortalecieron efectivamente la defensa del equipo de primera, hasta el punto de que el desplazado Juan Carlos Guzmán tuvo que admitir; "Me toca jugar en la reserva, pero me la aguanto. Los muchachos de la defensa andan bien y todos no podemos entrar".
Pero lo que ahora no funciona es la delantera, que se tenía por el sector fuerte del equipo. Es una decadencia que ya se insinuó el año pasado cuando el puntero derecho uruguayo Luis Cubilla comentó: "No se preocupen. Cualquier día de éstos levantamos los punteros y entramos a ganar fácil". Sólo que no fue Cubilla sino el novel Montiveros quien, entonces, ofreció la solución de su juego incisivo y desbordante.
Iniciada la temporada de 1968, Cubilla consiguió que se lo restituyera a la plaza de titular del equipo, aprovechando la debilidad de Ángel Labruna por los jugadores más bien veteranos, cercanos a su propia generación, algo que también se advirtió cuando quiso resucitar a Carrizo.
Los punteros estuvieron lejos de brillar frente a Tigre, pero las piedras no cayeron sobre ellos sino, como es costumbre, sobre los hermanos Ermindo y Daniel Onega, éste último víctima de una insólita agresión por parte de una corpulenta asociada del club que, sin duda, utiliza con frecuencia el gimnasio. Oneguita, como le dicen los paternales relatores de fútbol, no pudo contener la nerviosidad y repelió la agresión con otro sonoro mamporro, que le valió una visita a la seccional de policía.
No obstante, el miércoles, en el bosque de Palermo, el director técnico Ángel Labruna trataba de fingir una serenidad solamente exterior. Con tres puntos conquistados sobre cuatro posibles, ya se veía obligado a desmentir los rumores sobre su posible renuncia. ¡Qué pasaría cuando se perdiera el primer partido! Tal vez para aventar estos fantasmas, tal vez para quedar bien con los dirigentes ahorrándoles el sueldo de un chofer, el propio Labruna empuñó el volante del colectivo que transportó al conflictuado cargamento humano del club a Palermo ida y vuelta.
Antes de comenzar la temporada se habló de un "nuevo River", La expresión comenzó a ponerse en duda no bien el equipo afrontó su primer compromiso serio. La herencia deportiva de las nuevas autoridades sigue siendo un plantel desgastado anímicamente y, lo que es peor, una hinchada que no admite nuevas postergaciones.

JULIÁN WILLIAM KENT
No parece un dirigente. Es demasiado suave, su voz no se altera, se apasiona pero difícilmente se enoja, y tiene una virtud insólita para un oficio crujiente, y para el que muchas veces sería preferible ser tan insensible como un tonel y tan sordo como una damajuana: no es rencoroso. Julián William Kent (escribano, 50 años, casado, dos hijos: Guillermo, 19, estudiante de Derecho, y María del Pilar, 18, estudiante de Ingeniería) supo, poco después de las 20 del sábado 9 que ya no podría deleitarse, con su cuerpo sin tensiones, escuchando cualquier tipo de música ("me gusta toda") y que, necesariamente, debería interrumpir sus frecuentes incursiones por los cines céntricos, como un no acosado espectador. Aquella hora, curiosamente, lo invadió de orgullo y, a la vez, lo trasladó al vórtice de un volcán. De su equilibrio depende que pueda transitar su amenazante cono sin chamuscarse hasta el 9 de marzo de 1972, en que vencerá su mandato como titular de un River PLate desencantado, adormecido y con su espíritu agonizante. A menos, desde luego, que ese volcán entre definitivamente en combustión antes de esa fecha.
Tiene una muletilla: "Modestamente". La repite casi de continuo. Parecería disgustarle que alguien pudiera definirlo como un presuntuoso. Pero no hay peligro: Kent irradia la fiel imagen del hombre bueno. Quizá, para encarrilar a River, ésa no sea la condición imprescindible. No da la impresión del líder. No es espectacular, no gesticula meridionalmente, tiene buen humor y, además, una aspiración ahora difícilmente concretable: "Yo sonreiría las veinticuatro horas del día". No ignora lo que le espera. Es ordenado, prolijo, semicalvo, de bigote cuidado y, además, no fuma. "Modestamente —confía—, yo no sé nada de fútbol". No hace falta. "Soy un hombre tranquilo y me gusta actuar por persuasión y no por imposición. Soy un hombre común y tengo fama de ser bueno." La sombra ya fugitiva de Antonio Vespucio Liberti rozó el diálogo, pero Kent prefirió abstenerse de convertirse en un implacable verdugo de su monolítico, aunque ahora derrotado enemigo: "Más que votar a Kent —desliza—, los socios de River votaron contra una dirección absolutista y paternalista, porque allí todos hacían lo que ese buen señor les indicaba".
Julián William Kent, arquero en su adolescencia (Banco Nación y Colegio Nacional Rivadavia), está aferrado a un fútbol estético. "Modestamente, creo que hubo muy pocos equipos como la máquina, y pienso que River debe volver urgentemente al semillero. No soy político ni demagogo, pero entiendo que el dirigente debe ser solidario y humano con el futbolista. Al jugador hay que decirle A y darle A, y no engañarlo nunca. No hay que ponerse frente a él en un plano superior, sino aproximarse a su nivel. Al equipo no lo vamos a formar nosotros. Yo he mamado el fútbol de La máquina; este fútbol no lo siento. Pienso que éste es un fútbol inflado. Le falta valentía, coraje. Hay que cambiar la política en materia de contratos. El profesional tiene que ganar una prima decorosa que le asegure bienestar. Hay que pagarle el rendimiento. El club no puede entregarse a ciegas al jugador. En River se han pagado premios duplicados mientras iba primero. Se perdía el campeonato, el jugador cobraba, y River, ¿qué recibía? Dentro de poco se van a llevar el cemento del estadio. Quiero que el jugador sepa que cuando se desmande va a ser castigado. River necesita despertar e irradiar una imagen de seriedad."
Simpatizante de Defensores de Belgrano y Excursionistas, enamorado de todos los deportes menos del rugby ("no lo entiendo"), Kent, socio 3.139 de River Plate, ocupó, desde la inauguración del estadio de Núñez, la platea Nº 7, fila 2, sector Q. Desde allí sufrió durante los últimos diez años, porque a su club se le escapaba una meta obsesiva: el campeonato. Ahora, tal vez, vuelva a torturarse espiritualmente más de un domingo, pero desde otro sitial: el palco de honor. Eso, claro, no le aliviará su carga emocional; por el contrario, se la acentuará. "Tengo una situación desahogada —informa—, trabajo bien en mi estudio, pero no tengo coche. Quiero que todo se haga bien. Respetaremos al técnico, porque no es un títere. De fútbol no debo hablar, pero me gustaría que Gatti cambiase de indumentaria. No me gusta el ridículo. Lo primero que vamos a hacer es un plan de obras. Hay mucho que hacer, pero no me asusta ser presidente." Kent, aun cuando no lo diga, sabe que tiene sólo dos alternativas: volver al cine antes o después del 9 de marzo de 1.972. 
PRIMERA PLANA
19/03/1968

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