Oposición: Para López no hay verano

 

 

 

 

 

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—¿Insistirá en dedicarse a la política?
—Por supuesto que sí: es una actitud definitiva.
La respuesta del general Adolfo Cándido López no sorprendió a la mayoría de los observadores que el viernes último lo esperaban en el aeroparque metropolitano, a donde el militar llegó detenido. Es que si casi todo parece dudoso en la aventura iniciada un mes atrás por López, algo es cierto: su empeño en arribar a la meta que se propuso, la creación de un frente opositor; su rigurosa elección del tiempo y los medios idóneos para capitalizar la atención pública.
Aquella obstinación y estos cálculos —que, de repetirse, podrían costarle la baja—, movieron a López a utilizar la provincia de Salta, la tierra de su mujer, como base para una campaña proselitista que comenzó el 6 de enero. "Ya tengo delineado mi programa", anticipó entonces el general en un reportaje telefónico del vespertino Córdoba. Tales palabras auguraban el lanzamiento de un nuevo evangelio político, capaz, según el propio López, de forjar "el verdadero reencuentro argentino y sacarnos cuanto antes de este desconcierto". Por supuesto, la lucha "se hará junto a los políticos, los únicos idóneos para conseguir la transformación del país".
Pero los halagos que repartió el oficial, el día de los Reyes Magos, entre los jerarcas políticos —minados por la discordia, ávidos de caudillaje—, prosiguieron el miércoles 10; entonces habló para sus camaradas del Ejército, se dirigió al peronismo, los nacionalistas, el sindicalismo, el clero. "Se puede llegar a la normalización institucional sin necesidad de comicios —sostuvo en las columnas que le brindó el diario El Norte, de Salta—. Hay que idear un sistema lo suficientemente flexible como para lograrlo."
Ocurre que López conoce la irreversible decisión castrense de no desandar el camino recorrido a partir del 28 de junio de 1966: sus expresiones del miércoles 10 buscaron, claro está, tranquilizar a sus compañeros de armas, sumarlos a la cruzada. Él intenta negociar un convenio con las agrupaciones populares y el Ejército, para instalar un nuevo Gobierno, ya que "la democracia puede estar en el poder, sin colocar el mando en las masas". A pesar de todo, "creo que en estos momentos el país necesita una nueva marcha, pero con letra diferente". El titulo de la antigua: "Los muchachos Peronistas".
"No aceptaremos siquiera ser una colonia próspera sin dificultades económicas; por eso, la verdadera revolución está en camino: será incruenta porque ha de imponerse por inmensa mayoría que aplastará toda oposición, con su fuerza paquidérmica. La Argentina —glosó el general las antiguas consignas de Perón, el nacionalismo y la intransigencia radical— debe salir al encuentro de Asia y África, donde puede llegar con su capacidad e imaginación, y no con los cañones piratas del viejo Imperio Británico."
En 1957, López comandó en Salta un regimiento de caballería y ganó prestigio de buen jinete, deportista y conversador ameno; como en otras guarniciones, la tropa y los suboficiales lo transformaron en un ídolo, acaso por su trato severo pero campechano, quizá por su tez morena que lo acerca a las provincias y le valió su sobrenombre: El Tape. Que López parloteara otra vez en Salta, la semana anterior, no era ocioso porque mientras tanto, en la Capital Federal, sus acólitos intentaban organizar una asamblea a la que asistieran los líderes de las fracciones "mayoritarias" y en la cual el jefe explicara su plataforma.
Debió realizarse en estos días, pero aunque López no hubiese sido objeto de castigo, hasta el jueves 11, ningún partido, como tal aseguraba su presencia en el acto; los radicales, por ejemplo, estaban divididos: mientras Ricardo Balbín negaba apoyo a "ese general peronista", Arturo Illia mantenía cerca de él a su delfín, Conrado Storani. Pruebas: el 10 de enero, en la revista Inédito (órgano oficioso del Comité Nacional de la UCRP) escribía su director, Mario Monteverde: "El país no necesita un militar salvador que se meta a político; precisa, sí, oficiales que se rectifiquen, que reconozcan y corrijan su error. El resto lo hará el libre juego de la democracia; pensar lo contrario es no creer en ella, es pretender reemplazar el autoritarismo de hoy por otro quizá más suave. Y la salida no está en eso: está en tener fe en el pueblo y permitirle que se pronuncie".
Quizá los más entusiastas divulgadores de López fueron, en cambio; los nacionalistas adictos a Marcelo Sánchez Sorondo; ellos sostienen que es oportuno ensamblar a los núcleos antiliberales en un movimiento de ''diversidad representativa en unidad de tendencia", una alianza similar a la que promueve López. Los jeques peronistas, de su parte, miraban las volteretas del general con una larga sonrisa: es que, pese a los elogios emanados de Madrid (ver recuadro), buena parte de ellos atiende más, al Ministerio del Interior. Sólo el peronismo ortodoxo, liderado por Bernardo Alberte, presta respaldo a López; con todo, espera incorporarlo a sus filas antes que someterse al ex comandante de Institutos. "Nuestro movimiento está abierto a todo el que desee colaborar", había indicado Perón a la agencia española EFE.
Por el momento, tal cosa es una utopía; deliberadamente, en Salta, López salmodió consignas vagas, imprecisas: deseaba, sin duda, abarcar la mayor porción de militantes políticos, y no sectarizarse. Si usó el pies de enero para emitir su programa fue porque quiso ganar así las columnas de la prensa, huérfanas en verano de noticias eolíticas: no en vano su especialidad es la guerra psicológica.
De poco le valió, sin embargo: en la noche del jueves 11 recibió la visita del coronel Isidro de la Vega, jefe del regimiento que López comandara hace una década. "Vengo, señor —le dijo de la Vega—, a rogarle que se traslade a Buenos Aires, donde el general Alsogaray desea pedirle explicaciones." Eso hizo López el viernes: tomó por la mañana el avión T-124, que el Comando puso a su servicio. Mucho antes de que el aparato aterrizara —y de que el militar diera cuenta de su proceder—, Alsogaray ordenó al coronel Torcuato Gordillo que abandonara "para un huésped" el dormitorio que suele ocupar en el séptimo piso del edificio de la Plaza Colón, en Buenos Aires. "Che, preparale bien la pieza que acaso López termine en la Presidencia", se chancearon con Gordillo sus cantaradas: ya era notorio, antes del mediodía del viernes, que cualquiera fuese su descargo, López sería confinado por 15 días.

Naufragios y comentarios
El arresto del general Adolfo Cándido López modificó las vinculaciones que existen entre el oficialismo y sus adversarios, entre las Fuerzas Armadas y el Gobierno; lógicamente, esa condena desató una polémica sobre estos asuntos. Algunas conclusiones provisionales:
• Si hasta el momento el Gobierno sólo hostilizó las asambleas políticas demasiado bullangueras, si limitó su violencia a detener los golpes obreros más peligrosos para su estabilidad y si, en cambio, apeló a maniobras clásicas —de captación, de disuasión— con el objeto de impedir una alianza opositora, la medida del viernes importa cambiar el esquema. Significa que, en adelante, el Estado no escatimará la fuerza en tren de obstaculizar la coalición de sus enemigos. "Es que el régimen se ha debilitado y ya no puede darse el lujo de tolerar que la oposición adquiera volumen", dijo a Primera Plana, el sábado 12, un ideólogo de la proscripta Unión Cívica Radical del Pueblo. "El Presidente no quiere —ni debe—
exponer la suerte de la revolución y sus planes, al aventurerismo de caudillos desplazados que se apiñarían en torno de López, nada más que para perturbarlos", opinó un vocero del gabinete esa misma tarde. Con todo, los observadores no descartan que el Gobierno pueda lograr, con el arresto del militar, un efecto contrario al deseado: su consagración como jefe de los opositores, precisamente. "Observé, en los últimos días, que las grandes figuras políticas y gremiales vacilaban en apoyar al general López —señaló a Primera Plana un corresponsal europeo—. Hasta ahora, la promoción civil de López corrió por cuenta suya y de unos pocos amigos; en el futuro, posiblemente ningún líder ahorrará elogios a un militar de quien la Casa Rosada pretende hacer un mártir. En cuanto a la difusión de su figura entre las masas opositoras, previsiblemente crecerá, puesto que los argentinos se inclinan a mirar con simpatía a los perseguidos."
• No parece arriesgado pronosticar que, en adelante, ningún miembro de las Fuerzas Armadas podrá reeditar la experiencia de Juan Carlos Onganía en el período 1965-1966: la de un oficial influyente, jubilado por avatares de la política, con buenas relaciones civiles, que emprende el camino de la acción pública. "Es que la confianza del Ejército en los asesores de Onganía se deteriora visiblemente —afirmó a un cronista de Primera Plana un coronel nacionalista—, y las proclamas de López ganan adeptos cada día; se trató, por supuesto, de dar un ejemplo con el ex comandante, de Institutos: el general Alsogaray pretende evitar así la repetición del «estado deliberante», que agitó a la fuerza en 1962. Pero si el gabinete no rescata su antigua fisonomía «nacional», el éxito de la medicina parece dudoso, y acaso contraproducente."
Oficiales colorados en retiro, indican que el confinamiento de López se apoyó en pretextos reglamentarios "más propios de leguleyos que de soldados". "El general ya pidió el retiro y entregó el mando: sólo le falta concluir con el papeleo jubilatorio; el arresto sanciona sus disidencias políticas, es una cuestión de Gobierno que al resolverse por la vía del Ejército subalterniza a la institución."
Este segundo castigo aplicado al general López en el término de un mes (el primero, por diez días, cayó sobre él en la tercera semana de diciembre) puede, con todo, responder a la letra de los reglamentos militares; públicamente se ha convertido, no obstante, en tema de debate en los medios civiles; en casi todos ellos se estima que el Gobierno avanza hacia la dictadura. Nada índica, sin embargo, que en términos generales el peligro llegue a tanto; de todos modos, a fines de diciembre, Juan Carlos Onganía sostuvo en su mensaje que la República marcha hacia tu total pacificación.
Si hasta alabó el Presidente a los opositores que "ayudan con su patriotismo y su desprendimiento a que el proceso revolucionario sea el que nosotros quisimos, el de todos los argentinos". "La revolución —afirmó Onganía— ha trasladado la polémica al plano de los grandes problemas nacionales." Pero la semana pasada, en Salta, el General López no pudo sumarse a esa polémica. 

LA CARTA DE PERÓN
"No he escrito carta alguna al general López —dijo Juan Domingo Perón, el martes 9, al corresponsal de Primera Plana en Madrid—. Creo, sin embargo, que es un militar patriota y responsable." El ex Presidente añadió que, en los últimos meses, emisarios suyos mantuvieron contactos periódicos con López. Pero, a fines de la semana pasada, el Secretariado Justicialista recibió un mensaje de Perón a sus huestes, en el cual ensalza la cruzada de López. Su texto completo:
"Una de las más famosas leyes de Licurgo señalaba que no había delito más infamante para un ciudadano que, cuando se jugaba la suerte de la República, no estuviera en uno de los bandos en lucha. Quiera o no la dictadura, nuestro país está dividido en dos bandos bien definidos: uno que pretende establecer una dictadura militar sin término y otro que anhela la restitución de la soberanía perdida por el Pueblo en 1955. Casi sin excepción, todas las fuerzas políticas están por la tendencia democrática, en tanto las Fuerzas Armadas, tal vez seguidas por una ínfima minoría, se inclinan por la dictadura. El Pueblo, con sabiduría y con prudencia, espera.
Desde que las Fuerzas Armadas han tomado partido político, cada uno de sus componentes tiene derecho a pensar en el bien de sus instituciones armadas. Los que anhelan restablecer la organización y el orden perdidos olvidan que, desde 1955, las instituciones armadas, a través de los «gobiernos» de opción, han sido corresponsables de cuanto ha venido sucediendo; como asimismo que el Pueblo argentino ha sido un «invitado de piedra» en el festín de desorden y desorganizador que ha acompañado a la depredador que se ha sufrido. Y los que pretenden seguir el ejemplo español olvidan que les falta allí un millón de muertos y les sobra un millón de «vivos».
¿Qué puede tener de extraño que un general, con sentido de responsabilidad no quiera seguir prestándose a que tal estado de cosas siga imperando? ¿Es que acaso los militares que se alinean en el otro bando tienen más derecho de hacerlo? Cuando se invoca la representación y se toma el nombre de las Fuerzas Armadas para usurpar el Gobierno que, de acuerdo con la Constitución nacional, sólo puede ser elegido por el Pueblo, se debe correr también el riesgo de enfrentarse con las condiciones emergentes de tan anormal situación. Los medios con que ha de hacérselo se escalonan desde la violencia hasta la razón y cuando, como en este caso, la razón falta y se echa a andar a la violencia, es fácil predecir sus consecuencias: la GUERRA CIVIL.
El general don Adolfo Cándido López, pensando en el país, no ha hecho otra cosa que colocarse en la razón, y no en la violencia, para evitar males mayores. Por eso, ha dicho con toda claridad «que ha llegado a la convicción de que es imposible conducir un país, y mucho menos en un momento difícil de su vida, sin hacer política en toda la extensión de la palabra», lo que se justifica por sí desde que la política es el instrumento indispensable del hombre de Estado, especialmente «hacer la política de la manera que debe hacérsela en un país civilizado con la participación del Pueblo», lo que en buen romance, se llama DEMOCRACIA.
Frente a ello, su resolución es impecable: «He tomado la firme resolución de incorporarme al grupo de hombres que creen en el Pueblo argentino y que están dispuestos a captar su sentimiento nacional, darle forma concreta, no traicionarlo, llevarlo adelante y hacer un Gran Movimiento Nacional, dentro del cual pueda haber compatibilidad de ideas distintas». Es lo que está pasando en todo el mundo civilizado y la conducta que siguen todos los nombres que anhelan soluciones incruentas. La intención de dejar a los Pueblos sin ninguna representación, no es nueva ni es original; porque todas las dictaduras lo intentan, pero la Historia demuestra elocuentemente que, cuando ello se produce, las consecuencias suelen ser funestas.
Es indudable que en el bando popular existen dos tendencias claras sobre las formas de ejecución: la incruenta y la cruenta. La primera reúne a los que creen que todavía se está en tiempo de evitar la lucha violenta mediante la formación de un gran movimiento nacional que termine por imponer la opinión; y la segunda, que piensa que esa oportunidad ya ha pasado y que el problema argentino sólo se puede solucionar mediante la insurrección y la guerra civil si es preciso. «Solamente la incomprensión y el miedo pueden dar a las declaraciones del general López un sentido violento.» Sus palabras son las de un ciudadano patriota y sensato; y de un militar «responsable» de sus actos y consciente del grado que inviste. Tampoco hay indisciplina desde que, en su nueva situación de «retiro», no está sometido a obligaciones que le nieguen su condición de ciudadano argentino con los derechos y garantías que la constitución nacional le acuerda como tal.
El absurdo intento dictatorial de erradicar la política y someter a todos a un control de conciencia, les está llevando al miedo que les hace ver fantasmas por todas partes: la dictadura militar caerá porque nada estable se puede fundar en la ignominia y porque los que proceden mal, sucumben víctimas de su propio mal procedimiento." 

revista primera plana
16-01-1968

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