Gremios: La división de la CGT

 

 

 

 

 

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La madrugada del viernes último, Augusto Timoteo Vandor consagraba las armas que el Gobierno utilizará para impedir la formación de una central obrera autónoma: a esa hora, invocando los argumentos oficiales, sus emisarios en la junta provisional de la CGT impugnaron el Congreso de la entidad, reunido con el objeto de elegir nuevas autoridades.
Consecuencias: un día más tarde, libres de la tutela de El Lobo, los asambleístas ungieron un flamante Secretariado que encabeza el gráfico Raimundo Ongaro —fiel a Juan D. Perón y opositor a la Casa Rosada—, mientras el vandorismo, de hecho, formaba otra CGT. Nuevamente, la clase obrera argentina se encuentra dividida. Desde luego Economía y Trabajo no reconocerá a la asociación dirigida por Ongaro. En cuanto a Vandor, si bien pudo mantenerse lejos de la controversia, prefirió elegir: entre una CGT legítima a los ojos de sus afiliados, y otra que se organizará de acuerdo con los reglamentos oficiales y cuando lo desee el Estado, el líder optó por la última.
Que así haya ocurrido, y que en la cruzada acompañen a Vandor el sastre José Alonso y el mercantil Armando March, puede halagar al Gobierno: es un índice de su estabilidad, puesto que los grandes jefes sindicales nunca apuntalaron un sistema en disolución. Sin embargo, el giro de tales figuras —que hasta la semana pasada aparentaban neutralidad— hacia el "gremialismo de participación", tal vez señale el ocaso de sus influencias y la necesidad que experimentan de cobijarse bajo el manto presidencial. Al menos, esta vez no consiguieron dominar, como antaño, el Congreso: ya sea porque Perón lo ordenó así, o debido a la situación social vigente, es cierto que ha nacido una CGT díscola.
Justo es decir que tanto el Secretario de Trabajo, Rubens San Sebastián, como Vandor y los suyos, hicieron lo posible por evitarlo. El lunes 25 de marzo se congregaron en Azopardo 802 (Buenos Aires) 90 titulares de 66 sindicatos. El problema en discusión: ¿debían incorporarse al Congreso las entidades intervenidas por el Estado, o carentes de personería gremial? (Unión Ferroviaria, Prensa, Portuarios, Azucareros, Telefónicos y Químicos.)
Los voceros de la Secretaría de Trabajo sugirieron que no: prometían devolver, en un plazo incierto, la normalidad a esos seis gremios, castigados tras el Plan de Acción de 1967; e instaban a postergar el Congreso hasta entonces, pues, de lo contrario —repetían—, el Poder Ejecutivo no reconocería a los directivos que allí se escogieran. Es que el oficialismo necesita tiempo para consolidar su plan económico. Mientras no exista una actualización de salarios —suponía San Sebastián—, toda unión nacional de trabajadores será propicia a la rebelión. De todos modos, aquel lunes los 90 delegados temieron más a su colega Lorenzo Pepe (ferroviario) que al desconocimiento estatal de las futuras autoridades: él les reprochó que pensaran en diferir por tercera vez el cónclave o excluir de él a las organizaciones avasalladas. "Compañeros —amenazó Pepe—, ustedes serán responsables ante la clase obrera." Sus interlocutores . decidieron "efectuar el Congreso indefectiblemente en la fecha señalada y según el mecanismo previsto en la Carta Orgánica". Esa noche, San Sebastián hizo un esfuerzo desesperado para inducir la postergación: en presencia de Onganía arrancó al presidente de EFA, Juan Carlos de Marchi; al Secretario de Transportes, Armando Ressia; y al interventor en UF, Carlos Miranda Naón, la promesa de confeccionar un plan para que el gremio ferroviario recobre su autonomía en comicios libres. Así, Trabajo intentó probar su futura voluntad normalizadora.
El martes 26, el Colegio Electoral metalúrgico reelegía a Vandor como Secretario General por dos años más: El Lobo cosechó 165 de los 171 sufragios posibles. Entonces, libre ya de problemas internos, pudo dedicarse al inminente Congreso: en el local de los molineros conversó por la noche con Alonso, Tomás Uncal (mercantil), Juan Racchini (aguas gaseosas), Maximiano Castillo (vidrio), y con el huésped, Vicente Roque. Vandor recordó que si
bien nadie podía negar acceso a los representantes de asociaciones castigadas, el artículo 10 de la Carta cegetista sólo autoriza el voto en los Congresos a aquellas que hayan saldado sus deudas con la central. Como es obvio, las entidades intervenidas no cotizan: era inverosímil que Pepe y los suyos tuviesen los millones suficientes como para abonar las cuotas atrasadas. Además, el artículo 16 del reglamento establece que el quórum se forma con el 51 por ciento de los delegados en condiciones de participar del Congrego.
Naturalmente, Vandor ensayaba un camino intermedio: para no desairar a los siete gremios clandestinos, buscó sumarlos a la deliberación, pero restándoles el derecho a votar y a integrar el quórum; de este modo satisfaría también al Gobierno. Un día más tarde —el miércoles, en vísperas de la asamblea— se repitió el coloquio en el mismo lugar; a él se sumaron March y Ángel Bono (maquinistas ferroviarios). Fue cuando Vandor y March perfeccionaron la táctica que aplicarían horas después; se decidió tolerar el ingreso al pleno de todos los delegados, aun si lo hacían en nombre de sindicatos proscriptos.
No obstante, era preciso negociar con estos últimos: se les pediría, por última vez, que se abstuviesen de votar; de lo contrario se haría valer el texto de los artículos 10 y 16 del estatuto cegetista. En tal forma, aunque existiesen ciertos vicios legales, la asamblea sería capaz de llegar a la elección de un Secretariado lo suficientemente representativo de las asociaciones mayores, como para que el Gobierno no se detuviese en aquellos defectos; en cambio, se le aseguraría a San Sebastián una conducción dócil.
Para el caso supuesto de que los acólitos de Pepe no se resignasen a prescindir del derecho al sufragio —acotó Alonso—, siempre quedaría el expediente de imponer el paso del concilio a un cuarto intermedio. Pero ¿cómo aseguraba Alonso que los coligados tuviesen mayoría para imponerse a los opositores?, preguntó Vandor. El miércoles, él computaba 254 sufragios para los suyos y concedía cerca de 230 a los opositores al Gobierno. Ahora bien —razonó Vandor—: el Congreso tiene 771 miembros teóricos, y muchos de ellos pertenecen a diminutos gremios del interior, no alineados; ¿cómo asegurarse el triunfo?
Sin duda, era imperativo obtener garantías de Pepe; a ello se dedicó Alonso al alba del jueves y, según versiones, las obtuvo: el bloque impugnado no votaría. También esa madrugada, el vandorismo sufrió un desgajamiento importante: ocho sindicatos con 55 representantes —los colaboracionistas, adictos confesos a Onganía y discípulos de Juan J. Taccone— optaban por no presentarse a la reunión. Consideraban, de acuerdo con San Sebastián, que era demasiado riesgoso confiar en las promesas de Pepe: "El Congreso puede descontrolarse y los opositores, apoyados en una mayoría circunstancial, lograrían obligarnos a convalidar la elección de autoridades que luego no aceptará la Casa Rosada", dijeron.
Una prueba de que los "elefantes blancos" creyeron en la palabra de Pepe fue la presencia de Alonso, el jueves por la mañana, frente a la sede del Congreso, el cine Alba, situado en los bajos del local de la Unión Tranviarios Automotor. También los metalúrgicos estaban dispuestos a ingresar: si bien la UOM está en mora con la CGT, Vandor hizo depositar las 42 credenciales correspondientes en la mesa del Congreso, a la espera de que la Comisión de Poderes les diera entrada.
A las 11 y 15 del jueves se abrieron las puertas del cine, y en una perfecta operación militar, los 64 delegados ferroviarios a las órdenes de Pepe, Antonio Scipione y Víctor Vázquez forzaron el acceso, seguidos de los 10 telefónicos al mando de Julio Guillán: todos ellos rebasaron los controles establecidos para verificar las credenciales. En la calle, en la barra, los adictos a la línea opositora voceaban; "Hacha, tiza, / el Congreso se realiza".
Alonso y los suyos dejaron el recinto, pero el Congreso mereció el inopinado apoyo de un vandorista notorio: Saturnino Soto, jefe de los empleados públicos a quienes persigue el fantasma de la racionalización. March corrió a entrevistarse con San Sebastián, mientras la asamblea pasaba a un cuarto intermedio hasta las 21.
¿Por qué Vandor y los suyos no pidieron ayuda a los sacristanes de Taccone y coparon el Congreso desde el principio? Es que las fuerzas resultaban demasiado parejas y El Lobo no se resignaría a perder; para colmo de males, el domingo 24, con el propósito de ayudar a la campaña de acción psicológica dirigida por San Sebastián para inducir la prórroga del Congreso, Juan Carlos Loholaberry había enfrentado al peronista Andrés Framini en el Congreso textil: Lohola arrebató a Framini la dirección del gremio e hizo diferir la elección de los 34 representantes. Esos 34 votos hubieran sido decisivos para Vandor.
¿Qué fortificó de tal modo a los epígonos de Pepe? En principio, las instrucciones de Perón que Ongaro acarreó desde Madrid el 5 de marzo último: ordenaban crear a toda costa una central obrera para la resistencia al oficialismo. Luego influyó la condena de Eustaquio Tolosa, a quien el Juez Miguel Inchausti encontró el pasado jueves 21 culpable de propiciar sanciones contra Argentina. El 22 el general Julio Alsogaray refirmaba su fe antiperonista en el homenaje a Eduardo Lonardi, y el martes 26, Adalbert Krieger Vasena ratificaba que no habrá, por ahora, aumentos de salarios. Todos estos signos se combinaron para desalentar actitudes colaboracionistas.
En la tarde del jueves, Vandor debió resignarse a socavar el Congreso incitando a las delegaciones dudosas a retirarse del cine: consiguió extraer a los barraqueros, a los obreros de frigoríficos, vareadores, recibidores de granos, gastronómicos y bancarios.
Eran las 14 cuando la impaciencia opositora desbordó: los epígonos de Pepe, reforzados por el peronismo ortodoxo y algunas organizaciones dominadas por radicales, socialistas y comunistas, reclamaron el comienzo de las discusiones. Tras vacilar, el Consejo de los 15 asumió su función constituyente: José Notaro (vandorista) leyó, a modo de advertencia, los dichosos artículos 10 y 16 que impiden el voto a los sindicatos morosos. Una silbatina acogió sus palabras; luego, Notaro anunció la presencia de 457 delegados —es decir: se precisarían en tal caso 239 para integrar el número reglamentario—, de los cuales, según él, sólo estaban en condiciones unos 219. Notaro pretendió que faltaba quorum.
Pero deliberadamente había excluido en el pase de lista a los hombres de las entidades disueltas: Guillán le recordó que el artículo 80 del código cegetista exime de pagar las cuotas a los gremios que tengan motivos justificados para hacerlo. Opinó que las intervenciones estatales son suficientes para relevar del pago.
Con todo, el Congreso pudo sesionar al fin con quorum real merced al ingreso de los municipales de la Capital Federal, que en el acto depositaron un par de mensualidades: esos 20 delegados elevaron a 239 el número de representantes en condiciones. De inmediato, en un intento por ganar tiempo, los vandoristas de la Comisión de los 15 exigieron un cuarto intermedio para verificar las credenciales; el cuerpo sólo les dio diez minutos, al cabo de los cuales —vencidos por la evidencia— los directivos provisorios de la CGT accedieron a reconocer la presencia de las entidades impugnadas "ad referendum" de la Comisión de Poderes, que fue electa.
Al finalizar la votación surgió una Comisión de Poderes netamente opositora; también, el Congreso entró en la ilegalidad: al conceder el voto a ferroviarios, periodistas o químicos, y al sentar en la Comisión al telefónico ítalo Papandrea, el sínodo ingresó en el área condenada por San Sebastián. Evidentemente, Pepe renegó de su pacto con Alonso; de allí en adelante los hechos se precipitaron.
Pero Vandor hizo más: al amanecer del viernes citó en la UOM al Consejo de los 15 y lo conminó a impugnar la asamblea; nueve miembros aceptaron la dolorosa misión y acusaron a sus camaradas congresales de "usurpadores" y "agentes de provocación". "No convalidaremos con nuestra presencia el Congreso", dijeron.
De estas palabras se tomó San Sebastián, el viernes por la mañana, para afirmar que "ni el Gobierno ni la Secretaría de Trabajo reconocerán actitudes que no se ajusten a la Ley". Sin embargo, en la medianoche del viernes el Congreso designó a Ongaro —un linotipista de 42 años, padre de dos hijos y eximio pianista— como Secretario General de la CGT; su primer acto: citar a un pleno de dirigentes para articular un nuevo Plan de Acción contra la política oficial.
Por su parte, el vandorismo convocó al Comité Central Confederal, que esta semana decidirá renovar el Consejo provisorio; acaso entonces pueda establecerse con claridad cuántas organizaciones acompañan a cada fracción. En principio, junto a Ongaro figuran todos los gremios menores; al lado de Vandor están los grandes sindicatos, de fuerte poder económico.
¿Tenía El Lobo necesidad de impugnar al Congreso para mantener su hegemonía entre estos últimos? ¿No le hubiese convenido más callar y esperar otra oportunidad, luego de haber fracasado en el Congreso? Tal vez él piense que ahora Onganía deberá viajar a Parque de los Patricios —donde está la sede metalúrgica— si desea integrar a los obreros en el Gobierno; el apoyo tiene precio: ventajas económicas y salariales.
Que más allá de las palabras, Onganía se proponga ganar fuerzas obreras es algo confuso aún; más cierto parece que San Sebastián tendrá que integrar con vandoristas la delegación argentina a la conferencia de la OIT, lista para sesionar en Ginebra dentro de dos meses.
2 de abril de 1968
Primera Plana

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