Hombres
Rebelión en paños menores


 

 

 

 

 

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Revolución en paños menores
Si el hombre ha tomado ingerencia en los asuntos del costado más íntimo da su guardarropa, es porque ya no se trata de reponer la misma ropa interior en desuso. "Ya no —especificó un vendedor de Giesso, la semana pasada—; desde hace un año, no es cuestión de reemplazar una camiseta por otra igual. Es posible que estemos en los umbrales de la revolución de la ropa interior masculina." Una catarata de nuevos diseños y la incorporación del tejido de punto, en reemplazo de las telas tradicionales (lino y fustán), y de las máquinas circulares en vez de las viejas lanzaderas, preanuncian un sismo que, por lo pronto, decidió al hombre a arrostrar una responsabilidad que antes, casi siempre, delegaba en la madre o la esposa.
El miércoles último, una pareja cincuentenaria se plantó frente al mostrador de bonetería de Gath & Chaves, en Buenos Aires, y observó juiciosamente el despliegue de colores y flamantes modelos de calzoncillos que propició el vendedor. Bastó que ésta desglosara de una vitrina una camiseta de rayón milanés, a franjas blancas y grises, para que el matrimonio chocara en una filosa divergencia; la zanjó el marido, canoso, pulcro, con una leve sonrisa: "Yo elijo, querida, porque soy yo quien lo va a usar, ¿estamos?" Mandó que le envolvieran media docena de calzoncillos a franjas y otra media de camisetas sin mangas haciendo juego.
Sin embargo, hay tradicionalistas, y por eso la revolución está todavía en pañales. Carlos Cerdeira y César de Castro, co-jefes de Bonetería de Gath & Chaves, no osarían afirmar que ya son mayoría los hombres que adquieren sus propias prendas interiores, pero sí que es evidente que los índices de compradores crecen paulatinamente y que los adquirentes obedecen, cada vez más, a muy precisas consignas.
Durante nueve días, Primera Plana interrogó a vendedores y fabricantes, conversó con clientes y espió las actitudes de unos y otros en las grandes tiendas del centro. Las respuestas variaron notoriamente, pero dieron la razón a Alberto Benchimol, director gerente de la línea de calzoncillos, slips y camisetas Wolsey, tal vez la más comprometida con la nueva moda. Sin excepciones, ocho compradoras solteros optaron, en Amieyro Sport, en la misma mañana, por proveerse de ropa interior de colores fulgurantes y por los diseños más sofisticados; esto es, forma anatómica, tejido tricot y elástico. Los jóvenes y quienes aspiran a seguir pareciéndolo, han impuesto el tejido de punto, los slips de tiro corto y con sostén, con o sin abertura, y las camisetas de fishnet o punto de abeja. "La gente mayor, más tradicional —reseñó Benchimol—, sigue fiel a las camisetas de morley, a los calzoncillos de poplin, batista o voile, sin sostén y con piernas."
Esa minoría tendría que ser conquistada, opinaron varios vendedores de la calle Esmeralda, para decretar la definitiva caducidad de una tendencia que campeó a lo largo de cien años, sin sufrir más alternativas que el retroceso del calzoncillo largo, amordazado en la pantorrilla y, en general, el relegamiento de las prendas de riguroso abrigo.
"Yo no creo que deba hablarse de coquetería masculina. Se trata, apenas, de un intento de acercarse a la belleza y, claro está, de rejuvenecerse", advierte Jorge Traverso, gerente de Alvarez Sanz S. A., productora de las prendas Crisol. Horacio Manteola, jefe de ventas de Crisol, contribuye a fundamentar la tesis: "Los padres de ahora son menos viejos que los de hace veinte o treinta años. Procuran acercarse en todo a los hábitos de sus hijos, inclusive en sus atuendos". No hay dudas, por lo menos, de que la invasión comenzó seduciendo a los más jóvenes, y que el precursor fue Carlos Sinigagliesi, fundador del anatómico Ca-Si, un invento argentino enseñoreado ahora en todo el mundo.
Desde 1937 fabricante de fajas elásticas, la escasez de hilado de goma empujó a Sinigagliesi a bocetar, en 1942, una nueva prenda que lo pusiera a resguardo de las cortapisas para la obtención de la materia prima: la provisión del hilado fue asegurada cuando el anatómico consiguió la visa de artículo sanitario y comenzó a ser recetado por médicos para enfermos de varicocele y hernias, y convalecientes posoperatorios. Hugo Campanelli, actual presidente de Ca-Si, dedujo que el éxito del anatómico (un millón y medio de unidades de venta por año, en la Argentina, y 3 millones y medio en la sucursal de Turín, Italia) responde a la "necesidad del hombre moderno, sometido a posiciones antinaturales, por razones de trabajo, de proteger su cintura y su abdomen". Dioclazio Sinigagliesi, hijo del fundador y presidente de la Cámara Argentina de Punto, convino en que el anatómico "crea un vicio saludable": ahora manufacturado con algodón, fibra poliamida e hilado de látex, "ajusta sin oprimir y defiende la región inguinal", un atributo extendido a las mujeres (Casi-Fem) y a los niños (Casi-To).
A partir de los adolescentes, deportistas y enfermos, los anatómicos introdujeron una cuña en la rutina de la ropa interior; hicieron pensar a otros fabricantes que no era del todo descabellado concebir nuevas audacias: slips todavía más breves y la abolición del color blanco, cuya albura decae, invariablemente, a los pocos meses. "El color ha sido aceptado por los jóvenes y de a poco se está congraciando con la gente mayor. Como siempre, la juventud es la fuerza de choque de la vestimenta", sentencia Miguel Petrucelli, jefe de bonetería de Harrods; un axioma que orienta la producción de la línea Jockey, concebida de acuerdo con los moldes norteamericanos: "Lo que empiezan a usar los jóvenes, termina siendo moda", aseveró Rubens Ambrosio, director de Aguiluchos, la firma que patrocina a Jockey.
Hace tres años, Wolsey inauguró esos resplandores: camisetas de morley en tonos pálidos (celeste, gris y verde), sin mangas o con mangas cortas, procesadas con algodón peruano, cuya fibra es tan larga, suave y resistente como la del algodón egipcio. Reputado el mejor del mundo, el algodón egipcio es utilizado para fabricar las prendas Wolsey, de Leicester, Inglaterra, una industria fundada hace 210 años y que hace menos de diez meses adjudicó la primera licencia inglesa a un país de América latina, para artículos de vestir. Desde entonces, la invasión se volvió masiva.

El auge del color
Extrañamente, en las proveedurías de casi todos los obrajes paraguayos, multitud de obreros disponen de un inacabable muestrario de ropa interior floreada, a cuadros, en rechinantes colores. La opción es todavía más extraña: disponen de prendas argentinas o chinas, una competencia que los industriales textiles de Pekín ensayaron con suerte, aprovechando las trabas de exportación —que inciden directamente en los precios— dispuestas desde Buenos Aires. Otra paradoja despunta en los centros rurales del litoral y norte argentinos. "Miles de chacareros compiten en elegancia con los jóvenes de la ciudad. Han desechado definitivamente la ropa interior de color blanco", observó Luis Donadío, un veterano viajante de comercio, adscripto al rubro textil. Un rápido rastreo le permitió dar con la causa: habitualmente tratadas con hipoclorito de sodio, las ropas blancas no resisten las fatigas de la exudación, se ponen amarillas y se deterioran más rápido que las procesadas con tinturas firmes.
"Así, pues, no hay nada nuevo bajo el sol", convino el ingeniero Miguel Pol Ibarra, director gerente de la fábrica que produce la marca Pullman, En todo caso, las innovaciones que mejor pronóstico le merecen son las referentes a la calidad de las telas: hace tres semanas, el propietario de una tienda de la avenida Santa Fe le telefoneó para felicitarlo por la textura lograda en camisetas de algodón fino, hilado en Suiza. Había agotado su stock en unos pocos días, a pesar de que su costo —2.500 pesos— se remonta muy por encima del precio convencional.
Al margen de la calidad, otros motivos desencadenan la preferencia por los colores y los diseños de avanzada. Según Pol Ibarra, "ahora los hombres frecuentan más asiduamente los clubes deportivos, y a ninguno le gusta que en el vestuario se rían de sus calzoncillos". Primera Plana descubrió otra vertiente: una chica de 16 años se aventuró en la sección Ropa Interior, de Glenmore, de la calle Florida, y exigió calzoncillos de tiro corto, en cuadrillé celeste y blanco, con cintura azul ultramar, para su hermano. "Los colores conviertan a la ropa interior en un regalo económico y atrayente", dijo. Allí mismo, una mujer de 38 años contuvo apenas la risa antes de confesar: "¡Por supuesto que me gusta que mi marido esté elegante, máxime en paños menores!".
En diez comercios del radio céntrico coincidieron en que las camisetas de algodón y fibra sintética, sin mangas, se vendían tres veces más que las de mangas cortas y diez veces más que las de invierno, de lana. Por otra parte, la campaña por desterrarla del uso cotidiano —so pena de ser catalogado de mersa, según el humorista Landrú—, parece estar condenada al fracaso. "En Italia es chic que la camiseta se vea debajo de la camisa", observó Alberto Benchimol, adjudicatario de la licencia Wolsey en la Argentina; tanto, que los play-boys de Roma prohíjan la línea noruega, semejante a la red de pesca, que Marlon Brando exhibió en el film Dos seductores.
La más lineal búsqueda de las motivaciones que llevan al comprador a elegir tal modelo y no otro, quedaría incompleta sin hurgar en cuestiones tan resbaladizas como el cuidado del status y el afán de imitar prototipos chic. "Antes, las prendas de color eran las de descarte, las más baratas; no tenían cabida en los negocios elegantes", reseñó Jorge Traverso, de Crisol. "Ahora, las clases altas son las primeras consumidoras de este tipo de prendas", admitió José Farache, segundo jefe de Ropa Interior de Harrods. El testimonio de un vendedor fue todavía más elocuente: "Un profesional o un empresario debe velar por su imagen, inclusive frente al personal de servicio. No puede ser que use prendas que, por ejemplo, al mandadero de la tintorería le parezcan ridículas".

Leopardos de alcoba
Si las fábricas de ropa interior se proyectan presurosamente hacia la cima de la producción textil argentina, se debe, en principio, a que cada vez más hombres desisten de los viejos modelos y se enrolan en la nueva corriente. Fábricas como Pravia, antes dedicadas casi por entero a la lencería fina, advirtieron hace menos de un año el boom perpetrado en el guardarropa íntimo masculino y se lanzaron a crear nuevos diseños: camisetas con cuello en V, con collaretas de hilado de nylon, para evitar deformaciones, más largas atrás que adelante —como las Jockey— para impedir que se zafen del calzoncillo o se agrumen y produzcan abultamientos. Pravia concibió una línea de calzoncillos que está a mitad de camino entre el anatómico y el slip, sin piernas y de tiro corto, en consonancia con el rito de los pantalones, que ahora arrancan por debajo de la cintura.
El presidente de la empresa, Augusto Pravia, explica que "desde la fundación del establecimiento, en 1937, hemos prestado preferente atención a los tejidos interlock, a utilizar materias primas nacionales y sólo en pequeñas proporciones hilados de fibra importada" y a guardar una espartana fidelidad por su slogan tutelar: "La elegancia de verdad comienza en la intimidad". Abocada a la producción de ropa liviana "para toda estación", Pravia emite 92.000 docenas de prendas por año, y la expansión parece ser un hecho irreversible. Esa expansión comenzó ya a ser paladeada por otras empresas: además de Ca-Si, que consumó la supremacía del anatómico en Italia, Francia y España, Pullman arroja al mercado 180.000 docenas de prendas por año y Crisol casi 7.000 docenas de camisetas mensuales. De acuerdo con los moldes norteamericanos, 32 fábricas de todo el mundo confeccionan la línea Jockey.
A la cabeza de la revolución, Wolsey enarbola flamígeros estandartes: desde que la efigie del Cardenal Thomas Wolsey (1471-1530, Lord Canciller de Enrique VIII) fue reemplazada en los displays por la del Hombre del Pullover Rojo, hace cinco años, un hálito renovador decidió a los diseñadores de Leicester a transformarse en precursores de una secreta sofisticación. Su colección de slips de banlon —rojos, negros e imitando la piel del leopardo—, con cintura ancha o angosta, proponen la más violenta ruptura del orden tradicional.
Otros jerarcas de las nuevas tendencias recurrieron al espionaje para escrutar la reacción de potenciales clientes. Un experto que estuvo apostado frente a las vidrieras de una boutique para hombres de la avenida Alvear, informó a su jefe, al cabo de una semana, que "los jóvenes se mostraron entusiasmados ante los diseños más extravagantes, y sólo excepcionalmente mostraron alguna inhibición; las prendas de color y cuadrillé gozaron de preferencias y se vendieron tres slips bikinis por cada calzoncillo con piernas". Más tímida, la gente mayor recurrió a subterfugios: un funcionario de la Embajada de Francia, de unos 45 años, pidió tres slips negros y tres de piel de leopardo, "para regalar a unos amigos". El empleado le preguntó qué medida y el hombre se sonrojó y socarroneó: "Todos mis amigos tienen mi misma medida". 

PRIMERA PLANA
9 de noviembre de 1965
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