La noche
Los adeptos del dios que baila

 

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

El día D - 16 de septiembre de 1955
Entre Ríos, una provincia no es una isla
El periodismo. ¿la culpa es de los periodistas?
El retorno
El boom del cine argentino
Los mitos de Lugones y Macedonio
El peso de la verticalidad
Recuerdos del sindicalismo: José Negri
Quienes van a gobernar ahora? (julio 1974)

 

 


pie de fotos
-Mau-Mau, algo que escomo un living, pero que cuesta veinte millones
-Donde la noche revela su secreto

 

 

El repiqueteo tembloroso del rosario parecía la continuación de esa figura magra, un poco encorvada, cubierta devotamente con una mantilla de encaje. La madrugada apenas iniciada la vio llegar al codo de la calle Arroyo —entre Suipacha y Esmeralda— empuñando firmemente su Misal Cotidiano, Pero no fue mucho más allá: a pocos metros de la capilla de las Franciscanas, donde la anciana consumía diariamente sus misas, una alta pared dé ladrillos blanqueados le llamó la atención. Pregustando ya una variación para sus liturgias, se acercó al grupo de obreros que alzaban el muro y preguntó, con un ligero jadeo: "¿Cómo se llamará la nueva capilla?"
La respuesta que obtuvo la desconcertó; dos sílabas reiteradas y cortantes que, por más que hurgaba en su memoria, no conseguía ubicar dentro del santoral. "¿Mau-Mau? —repitió, y una repentina iluminación pareció traspasarla—. ¿Será alguno de los Santos Mártires de Uganda?"
El capataz del grupo de obreros no vaciló en destruir de un solo golpe las ensoñaciones de la beata señora: "Vamos, abuelita —la desalentó—, acá los únicos mártires van a ser los que paguen: esta noche inauguran aquí una boite de rompe y raja."
A tres meses de esa madrugada, quizás la cándida devota se haya repuesto del impacto. Pero la predicción del capataz, por el contrario, no ha hecho otra cosa que crecer. Desde la noche de la inauguración, una pasarela de exotismo ha inundado el señorial recodo: estolas de visón, en competencia con pantalones plateados de lamé, e inclusive con pulóveres negros, premeditadamente descuidados, forman, cada fin de semana, una columna que arranca desde la nostálgica fuente donde desemboca Arroyo, y confluyen sobre la puerta que vigila el ídolo. Beneficiaría insospechada de ese desborde, la playa de estacionamiento que se encuentra calle por medio de la boite, apila todo tipo de vehículos con abundancia de chapas diplomáticas y oficiales. Producto de la inspiración del escultor Cerruti, los 500 kilos del ídolo pseudoafricano —condenado a una vigilia permanente en la fachada del local— observan la incesante afluencia de las fortunas y los prestigios de Buenos Aires, que hormiguean a sus pies.

El origen del ruido
"Nos trajeron un problema de orden arquitectónico-decorativo, y tratamos de darle una solución en la que entrara tanto lo estructural como lo escenográfico." El plural que Félix René Bruzzoni utiliza, para compartir la responsabilidad del proyecto, incluye a Juan José (Juanjo) Saavedra, su socio en el estudio ARC, de donde brotaron los audaces diseños que dan carácter a la boite. "Los dueños del terreno —continúa Bruzzoni—, en el que había una vieja construcción que hubo que demoler totalmente, llegaron hasta nosotros con ideas muy precisas: querían un inmenso living-room, con toda la calidez del 'cuarto en que se vive', pero no tenían más que ocho millones de pesos como presupuesto."
Esa cantidad no era, por supuesto, suficiente para construir "el mejor y más original club nocturno de Buenos Aires": Alberto y José Latalista (hermanos mellizos, de asombroso parecido entre sí) y el "casi arquitecto" José Luis Fernández Bobadilla (34 años), copropietarios del lugar, decidieron sumergirse en los audaces planes del estudio ARC, que duplicaban largamente sus capitales. No les faltaba habilidad para intentar la aventura: también asociados, habían transitado la experiencia de Costa Norte, otro lugar de moda en los ambientes nocturnos hasta hace poco tiempo.
Cuando los costos estuvieron calculados, el presupuesto alcanzaba los 20 millones de pesos: "Por lo menos pongan dos arcos —suspiró uno de los gemelos, al enterarse—, así sirve como cancha de fútbol." Algo más que los dos arcos reuniría, en definitiva, el penumbroso local, aunque no tuviesen tan utilitaria función: un ingenioso artesonado de vigas falsas permitió bajar la primitiva altura del local (unos 10 metros) hasta un nivel más íntimo y casi misterioso. En la cavidad central de la desusada amplitud de la boite, una pista de 6 metros de diámetro ofrece refugio a los bailarines. También en ese aspecto, los propietarios de Mau-Mau han querido saturarla de originalidad: para conseguirla, a los violentos meneos del surf y el shake suelen oponer tandas de valses vieneses, que son la delicia de respetables industriales y fogosos políticos.

Los ídolos
Haciendo un alarde de su sentido de las relaciones públicas, Bruzzoni justifica también los tonos ocres de la decoración, a través de razones funcionales: "Los colores —aclara— han sido pensados en función de los vestidos de las mujeres. Ellas pondrán el cromatismo: nosotros sólo hacemos el acompañamiento, como el contrabajo en el jazz."
Acaso, con parecidos argumentos, se podría justificar la desproporción entre las minúsculas mesas y los asientos diminutos, achicados más aún por el vasto espacio que los separa del techo. Sea como fuere, una cosa parece irrefutable: la suma de esas audacias y esas desproporciones produjo un impacto en el gusto de los ejecutivos. La Presidencia de la Nación, las embajadas, los grandes grupos económicos —Fiat ha reservado un día completo para un agasajo—, arrojan continuamente sus pedidos de reserva de mesa sobre el excéntrico club.
Esa preferencia ha llegado, inclusive, a conmover al vetusto Patronato de la Infancia, que organizó allí un desfile de modas de beneficio. Quizá más sorprendido aún que las negras y turgentes estatuas que forman su séquito, la reproducción de Mau-Mau que domina el fondo del local habrá tenido entonces su noche melancólica. Pero le duró poco: al día siguiente, la larga fila de sus fieles volvía a contonearse ante su altar, con una exultación que no amenaza decrecer, por el momento. 
PRIMERA PLANA
20 de julio de 1965