El retorno de Adán Buenosayres
Leopoldo Marechal


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Sorprende encontrarlo tan parecido, físicamente, a otros escritores de su generación. Quizá —llega a pensarse— porque la moda del tiempo en que ellos eran jóvenes consistía en llevar el pelo muy aplastado hacia atrás; y por eso, tal vez, Eduardo Mallea y Jorge Luis Borges tienen esta misma frente despejada de Leopoldo Marechal. Aunque la teoría no explica por qué también se asemeja en ellos la parte inferior de la cara, la pronunciada curva bajo la nariz, la boca algo huidiza y como incrustada entre surcos profundos; y las cejas enarcadas sobre unos párpados espesos.
Aquí, en fin, está Marechal, nacido en Buenos Aires en 1900, y convertido en una susurrada leyenda que, a veces, conduce a una interrogación cruel: "¿Cómo? ¿Todavía vive?" Vive, sí, en Rivadavia al 2300, con su segunda mujer, la poeta Juana Elba Rosbaco —por él rebautizada Elbiamor—, entre libros y papeles: esos papeles que, hasta hace una semana, incluían los originales de su segunda novela, El banquete de Severo Arcángelo, entregados hoy a la Editorial Sudamericana. 
La misma casa editora que, hace diecisiete años, le publicó Adán Buenosayres, casi unánimemente reconocida como la mejor novela escrita en la Argentina. Entonces, en 1948, las 744 páginas dé Adán (a veces comparada con el Ulises, de Joyce, en su intención y estilo) costaban 18 pesos; en 1965, los 600 ejemplares sobrevivientes de esa primera edición —que abarcaba 3 mil— se venden a 700 pesos, y algunos libreros ni siquiera cortan la esquina de la solapa donde se lee el precio original.
También entonces, el acercamiento del autor al peronismo provocó el silencio y el desdén de sus colegas. Adán fue apenas recibida por dos comentarios: un brulote del polígrafo Eduardo González Lanuza, en la revista Sur, y un estudio —"el único serio en aquel momento", acota Marechal— de Julio Cortázar, en Realidad. "Pero esa proscripción literaria —informa Marechal, con su afición por la retórica— no me desalentó en lo más mínimo; al contrario, me resultó muy fructífera: porque me dediqué a escribir doce obras teatrales, y poesías, y a releer los clásicos."

El módulo prolijo
El clasicismo es, para Marechal, no sólo una categoría estética, sino todo un estilo de vida. A la entrada de su modesto departamento, a dos cuadras de Plaza Once, una figura femenina, de mármol, impone su planta helénica, reiterada en las máscaras que adornan la biblioteca-escritorio-sala de estar.
Allí devana sus horas este retirado del magisterio, cuya vida responde a un módulo prolijo: "Me levanto hacia el mediodía y no almuerzo, sólo tomo mate. Desde las dos de la tarde, hasta la noche, escribo; después de comer, y hasta las cuatro de la mañana, Elbiamor lee, en voz alta."
El timbre de Marechal se alza, inesperadamente, en inflexiones irónicas: "A veces miro televisión, porque es una catarsis; pero en el verdadero sentido griego de la palabra, una purga." En cambio, hace ya una década que no pisa un cine o un teatro: "Sí, comprendo que es una vida volcada hacia adentro. Pero es que cuesta renunciar a la soledad y, sobre todo, a una soledad poblada, como la mía. Sin embargo, recibo a los amigos y a todo el que quiera venir a verme, siempre que me llame por teléfono antes", expresó en su larga charla con Primera Plana.
Por tercera vez, Marechal enciende su pipa curva, y remonta el curso del tiempo. "Nací en Almagro, pero en seguida nos mudamos a Villa Crespo, el barrio donde vivieron los personajes de Adán Buenosayres," A los once años "descubrí lo que era escribir y redacté 'El pirata rojo', un cuento de aventuras inspirado en mi querido maestro, Emilio Salgari". A los catorce años, las pipas comenzaron a humear en sus labios ("tengo una cantidad de pipas, pero no es una colección; son dos cosas distintas") y los versos a brotarle con una asiduidad que, por fin, se volcó en un libro, 'Los Aguiluchos'.
Eran los tiempos del grupo Martín Fierro ("no sé de dónde saca la gente eso de la rivalidad con los de Boedo; muchos de nosotros pertenecíamos a los dos movimientos"), y los íntimos amigos de Marechal se llamaban Eduardo Mallea y Francisco Luis Bernárdez. Sólo en este momento, la melancolía se insinúa en la confidencia: "Éramos inseparables, con Eduardo y Paco, pero las circunstancias nos distanciaron."
Esas circunstancias tienen un nombre: peronismo. El viejo Partido Socialista contó con la simpatía —ya que no con la afiliación— de Marechal, quien, como otros integrantes de Martín Fierro, desfiló alguna vez, con un clavel rojo en la solapa, ante la Casa del Pueblo. Después, el poeta se conectó con un grupo de nacionalistas ("que no eran como los de ahora"), pero advirtió que "nunca saldrían del limbo teórico; y al poder se lo conquista con la idea y la acción, no con slogans". Cuando apareció Perón, "aquella teoría pareció, por fin, volverse realidad; el peronismo —afirma— es la única revolución popular que se hizo en la Argentina, y no me arrepiento de haberlo apoyado, aunque nunca milité activamente en él".

La catedral de palabras
Sobre el pelo corto de la silenciosa Elbiamor, un último rayo de sol centellea como los áureos lomos de los libros que ciñen la habitación. Cadenciosamente, con súbitos chispazos intencionados, la voz de Marechal sigue hilvanando recuerdos que ya son historia. Hacia 1928, disuelta la camaradería de Martín Fierro, con otro libro de poemas publicado el año anterior (Días como flechas), Marechal ingresa a la redacción del flamante matutino El Mundo. A uno y otro lado de su escritorio, tableteaban sus máquinas dos viejos amigos del poeta: Conrado Nalé Roxlo y Roberto Arlt. "Pero no se crea que charlábamos; había mucho que hacer." De tanto en tanto, la voz gruesa de Arlt se alzaba por sobre el martilleo mecánico: "Decime, Leopoldo, ¿exégesis se escribe con ge o con jota?" Dos años duró aquella sujeción de Marechal al periodismo, después de los cuales "nunca más volví a ver a Arlt".
Pero, nueve años más tarde, una carta escrita a máquina, sin ningún acento, y signada con un garabato erizado de ganchos y curvas, llegó a manos de Marechal. Decía: "Buenos Aires, octubre 30 de 1939. Querido Leopoldo: Te escribe Roberto Arlt. He leído en La Nación tu poema El Centauro. Me produjo una impresión extraordinaria. La misma que recibí en Europa al entrar por primera vez a una catedral de piedra. Poéticamente sos lo más grande que tenemos en habla castellana. Desde los tiempos de Rubén Darío no se escribe nada semejante en dolida severidad. He recortado tu poema y lo he guardado en un cajón de mi mesa de noche. Lo leeré cada vez que mi deseo de producir en prosa algo tan bello como lo tuyo se me debilite. Te envidio tu alegría y tu emoción. Que te vaya bien. Roberto Arlt."
En París, en 1930, empezó Marechal a acumular los laberintos de Adán Buenosayres, a la manera de un ejercicio relajador después de combatir varias horas diarias con la poesía. "Yo me siento poeta, escribir la novela no era lo más importante; fue un trabajo postergado muchas veces." Por eso, la segunda novela, después de diecisiete años, no sólo es una sorpresa para los demás, sino también para el autor: "Pensé que había agotado el interés por el genero y que no volvería a repetir la experiencia."
Sin embargo, el nacimiento de 'El banquete de Severo Arcángelo' (cuyo prólogo se reproduce aquí, como primicia exclusiva) se parece a una expiación: "Dejé a Adán Buenosayres sin salida, en el último círculo infernal: era una maldad que había que reparar de alguna manera, porque toda experiencia en el infierno ha de tener principio y fin; si no, no vale de nada." El banquete sería, entonces, la redención de un personaje; y, además, el cumplimiento de un anhelo de infancia: escribir una novela de aventuras. ¿Qué es, en síntesis, la nueva novela de Marechal? El humo denso de la pipa no oculta del todo una inesperada luz de travesura en los ojos del escritor: "Nada más que los preparativos de un banquete que se hará en San Isidro, contados por la persona encargada de organizarlo. Pero, al final, no se sabrá bien si es una orgía o una empresa metafísica."
Porque la travesura tiene su lugar en este mundo de moroso clasicismo donde se ha refugiado Marechal. En Adán, los personajes no disimulaban su realidad: allí estaban Borges, Scalabrini Ortiz, Xul Solar y Norah Lange y su familia, bajo el disfraz del apellido Amundsen. Pero nada de esto sucede en El banquete, donde no hay claves. Y ya que se habla de Borges, un juicio implacable zumba en el aire quieto: "Nunca me interesó." Para Marechal, "lo más importante que se ha publicado aquí en los últimos tiempos, es 'Sobre héroes y tumbas', de Ernesto Sábato, y Rayuela, de Julio Cortázar".
Y vuelve a reclinarse en el silencio, como en un lugar predilecto. Pero hasta ese silencio están comenzando a llegar las voces del mundo: la aparición de El banquete coincidirá con una reedición popular de Adán Buenosayres; en 1965, en la Facultad de Filosofía y Letras se han presentado cinco tesis sobre la primera novela de este alejado.

PRIMERA PLANA
13 de julio de 1965

Un texto inédito de Marechal
Con el título de "Dedicatoria Prólogo a Elbiamor", esta página inicia la segunda novela de Leopoldo Marechal, El banquete de Severo Arcángelo.
Elbiamor: desde mi niñez vine soñando con escribir una historia de aventuras. Por aquellos días navegué yo en la tapa de un antiguo baúl: navegaba idealmente, quise decir en la inmovilidad, esperando que un desbordamiento del arroyo Maldonado pusiera mi navío a flote y lo lanzara, por fin, a las turbulencias del mar libre. Y en tal espera, escribí, a los diez años, mi narración ideal, El Pirata Rojo, a la manera de Salgari, mi entonces querido y envidiado maestro. Después, y en eso otra navegación que va del niño al hombre, se me trabucaron los planes y la vida; y todo entró para mí en un tirabuzón del suceder, entre lírico, dramático y cómico, del cual mi Adán Buenosayres dio buena información en su hora. Lo que yo había soñado en mi niñez era una historia de niños para niños; y lo que había logrado yo en Adán Buenosayres era sólo una historia de hombres para hombres. No obstante, mi sueño infantil quedó en pie, y lo realizo ahora en El Banquete de Severo Arcángelo. Es una novela de aventuras, o de "suspenso", cómo se dice hoy: se dirige, no a los niños en tránsito hacia el hombre, por autoconstrucción natural, sino a los hombres en tránsito hacia el niño, por autodestrucción simplificadora. Elbiamor, al escribirlo, y por añadidura, di con la manera de reparar una injusticia que me atormentaba: en Adán Buenosayres dejé a mi héroe como inmovilizado en el último círculo de un Infierno sin salida, y promover un descenso infernal, sin darle al héroe que lo cumple las vías de un "ascenso" correlativo, es incurrir en una maldad sin gloria en la que no cayó ni Homero ni Virgilio ni Dante Alighieri. El Banquete de Severo Arcángelo propone una salida; y a mi entender no fue otro el intento del Metalúrgico de Avellaneda. Elbiamor, tal es la obra que te dedico: haga Dios que se cumplan sus buenos propósitos.
(Copyright by Editorial Sudamericana.)