Mano a mano con un creador

LEOPOLDO MARECHAL, UNO DE LOS MAYORES POETAS DE AMÉRICA, NOVELISTA CONSAGRADO INTERNACIONALMENTE A TRAVÉS DE "ADÁN BUENOSAYRES" Y "EL BANQUETE DE SEVERO ARCANGELO", ES, ADEMÁS, UN PENSADOR Y UN METAFÍSICO CUYO CONOCIMIENTO PUEDE DERIVAR EN UNA TRASCENDENTE LECCIÓN DE VIDA. "GENTE" CHARLO CON EL Y CON ELBIA ROSBACO —SU MUJER—, Y DE ESA CHARLA SURGIERON TEMAS QUE TIENEN QUE VER CON LA PAREJA, LA CREACIÓN, EL AMOR, EL ARTE. MARECHAL SINTETIZA "MEGAFON O LA GUERRA", SU PRÓXIMA NOVELA. ELBIA EDITARA UN LIBRO DE CUENTOS.
por Mario Mactas
fotos Fernández Burgos

 

 

 

 

 

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Desde luego, como Adán Buenosayres, Marechal extiende al despertar la mano hacia cualquiera de esas pipas pulidas por la caricia constante, la puebla con tabaco húmedo —el Oppavoc del pueblo sioux que Adán amaba cada día—, no la abandona.
Hacia la mitad del año cumplirá setenta anos de edad y veinte de casado con Elbia Rosbaco, poeta, cuentista, ojos inmensos, cuarenta y cuatro kilos. Desde su unión, viven en el departamento con mucho sol cuyas ventanas se abren sobre Rivadavia al 2300.
—La base de la sociedad es la pareja, no la familia. Porque los hijos pueden venir o no. Hay dos términos llamados a integrarse en la unidad de lo que podía ser el andrógino primitivo, un ser al mismo tiempo hombre y mujer. "Macho y hembra lo creó", dice la Biblia y de algo muy similar habla Platón en "El Banquete". Después sobrevendrá esa especie de separación quirúrgica, aquello de la costilla.
La pipa se vaciará cuando Leopoldo Marechal la golpee suavemente contra el borde de un cacharro de cerámica negra. Elbita —"Elbiamor", "Elbiamante", de pronto, en algún poema de Leopoldo—, estará allí, en inevitable movimiento, trayendo vasos, haciendo una broma, distribuyendo afecto.
—Sin embargo no parece esta época la indicada para la teoría de la pareja como base de la composición social.
—No, porque es una época de exaltación desmedida del ego. La unión de un hombre y una mujer se torna entonces una competencia despiadada. Uno trata de imponerse al otro a cualquier precio.
—La armonía absoluta es muy difícil.
—Claro que sí. En una primera etapa es inevitable la guerra. Pero hay pocas cosas comparables a los frutos de la paz. La guerra es siempre benéfica.
—¿En cualquier terreno?
—Si, en cualquiera. Existen las guerras justas. Claro que la guerra no tiene que ser necesariamente cruenta. En mi próxima novela hay una guerra, precisamente. Una lucha que señala culpables y modifica conciencias.
El olor del tabaco se apodera de las paredes, de nosotros. Marechal sonríe, recostado en un sillón frente al cielo de una ciudad que conoce y traduce como pocos. En su poesía, en "Adán Buenosayres", en "El Banquete de Severo Arcángelo", seguramente en "Megafón o la guerra", su próxima obra. En cada una de sus páginas repletas de amor a la patria, de un humor que filtra, que oculta la melancolía, que abre las puertas a la metafísica.
—La metafísica. La ciencia, del Primer Principio, sin limitaciones, sin contradicciones. Soy más metafísico que religioso, porque la religión supone siempre una ortodoxia rígida que suele chocar con la universalidad de la verdad.
—Nosotros, por ejemplo —Elbia tiene la voz frágil; casi un pájaro tierno— no hicimos un casamiento religioso. Somos religiosos en casa y no creemos en la necesidad de exteriorizarlo.
—¿Cómo se conocieron Marechal y Elbia?
—En un teatro. Yo siempre había sentido la nostalgia de algo pero no alcanzaba a vislumbrar de qué se trataba. Recién lo supe cuando vi a Leopoldo. Aquello me pasaba desde muy chica. Única mujer entre tres hermanos varones, muy mimada, me ponía a llorar sin motivo aparente. Una mujer negra, maravillosa, que trabajaba en mi casa paterna me miraba sin entender. "¿Por qué llorás?" "No lo sé, no me acuerdo." Después, lo supe.
—Es aquello de lo que hablábamos antes. La pareja. Un hombre sin su mujer es una realidad a medias, la mujer lo mismo. Con nosotros fue como si nos hubiéramos conocido en otra vida, aunque no creo en tas teorías reencarnacionistas. Sería una repetición inútil, y la naturaleza no repite nada. No hay siquiera dos hojas idénticas, dos piedras iguales. Nosotros, por supuesto, tampoco somos iguales. Simplemente entendemos al otro en tanto que otro. Eso se consigue cuando —en la vida en pareja— cada uno es persona, no individuo.
—¿Cuál es la diferencia? —El individuo se relaciona con todo lo material del hombre.
—Pero en su caso, tradicionalmente en el caso de los creadores en general, se supone que existe siempre cierto egoísmo, cierta angustia por el crecimiento o el nacimiento de la obra que lo vuelve hermético, preocupado por sí mismo. El ejercicio del escritor difícilmente pueda dejar de ser una lucha solitaria.
—Sí, pero no conviene olvidar que nosotros somos una integridad, aquel andrógino primitivo. Somos como somos cada uno, porque existe el otro, la mitad necesaria.
A lo largo de dieciocho años fue escrito "Adán Buenosayres". Iniciado en París, en 1930, y editado en 1948. 
—Sólo tres mil ejemplares. 
No descansa la pipa perfumada. Leopoldo Marechal la huele, la muerde, mastica el humo.
—En el 30 era maestro y redactor de "El Mundo". Juntando los sueldos de dos años hice mi segundo viaje a Europa y allí inicié el "Adán". El primero había sido en 1926, en pleno florecimiento del movimiento martinfierrista. Borges, Güiraldes, Bernárdez, Girondo, Jacobo Fijman, ese maravilloso poeta y metafísico que está hoy en un hospicio y con el que últimamente se ha hecho un terrible comercio infectado de mal gusto. Claro, él es el Samuel Tesler de "Adán Buenosayres", el mismo que retorna en "Megafón".
—"Adán" debió esperar muchos años para ser una novela leída por muchos.
—Sí, pero en aquel tiempo, los que debían leerlo, lo leyeron.
—¿Y el periodismo? ¿Por qué fue abandonado?
—Porque era demasiado lindo y demasiado absorbente. Los amigos eran maravillosos: Arlt, Nalé Roxlo. Temí que de esa manera la literatura no fuera posible, y yo necesitaba la literatura. Durante veinte años, Leopoldo Marechal fue maestro en la escueta Juan B. Peña de la calle Telles. Al producirse la revolución del 43 aceptó su designación como presidente del Consejo General de Educación de Santa Fe. Más tarde; la Dirección de Cultura. Después, la Dirección de Enseñanza Superior y Artística.
—Yo adhería a la doctrina política, pero no era un político sino alguien interesado muy profundamente en la educación. Con el correr del tiempo, aquello me trajo enemistades y silencio, aún de aquellos que seguían publicando y protestaban de una manera muy tenue, tal vez debajo de la cama.
—Hace poco tiempo usted firmó una solicitada en la que se pedía la repatriación de los restos de Rosas.
—Sí. Porque pienso que no deben alzarse banderas actuales ni con Rosas, ni con Sarmiento, ni con ninguno de los que contribuyeron a construir el país, este país que se elevó con soldados, con agricultores, con metalúrgicos, con criollos, con judíos, rusos o polacos o alemanes, con todos. ¿Qué puede pasar si se traen los restos de Juan Manuel de Rosas? Tal vez un par de horas de disturbios. Se los colocará en la Recoleta y todo habrá terminado, habrá llegado ta hora de poner los ojos en el porvenir de la Argentina, del mundo.
—¿Cómo ve usted ese porvenir?
—No lo sé claramente. Temo que se avecinen horas terribles. Nos estamos acostumbrando demasiado a no sufrir con los horrores. Los genocidios no conmueven a nadie. Tendríamos que despertar y no sé cómo lo lograremos.
—Ese principio inmutable, Dios, no puede modificar las cosas.
—Eso no tiene nada que ver. El hace, la luz, crea. Lo que los hombres hagan....
Al anochecer, después de haber recorrido dos o tres cuadras del Once, su barrio, saludando amigos, comprando el diario, aspirando fuerte el aire del verano sin que la pipa deje sus dientes, Elbia y Leopoldo Marechal regresarán a su casa, reanudarán el ritual sin fisuras de quererse. Dentro de muy poco, quizás antes de "Megafón", Elbia publicará "Los tiempos Mágicos", un libro de cuentos. En 1970, el escritor calmo que sonríe siempre y la mujer transparente que es su compañera, continuarán sin duda desarrollando su silenciosa potencia creadora. Juntos, con la sensibilidad abierta a todas las circunstancias del hombre.


"MEGAFÓN O LA GUERRA" (síntesis de mi próxima novela)
Megafón es el apodo y no el nombre del protagonista. Se lo llama el "Autodidacto de Villa Crespo", en razón de su origen y experiencias; y también el "Oscuro de Flores", porque en ese barrio instaló el cuartel general de sus operativos bélicos. Casi desde su infancia, Megafón ha padecido y estudiado en carne propia los desequilibrios que padece nuestra ciudad y la nación entera; y habiendo identificado a los "responsables" planifica una guerra contra ellos que se dará en una serie de escaramuzas u "operaciones de comandos". No se trata de operativos "cruentos" (la guerra no tiene que ser necesariamente cruenta), sino de asaltos estratégicos a las conciencias de los "responsables", que son sorprendidos en sus reductos, asediados y sometidos a "biopsias" mediante las cuales se los presenta en sus "conos de luz" y, sobre todo, en sus "conos de sombra". Los recursos logísticos de las operaciones van desde la crueldad necesaria del bisturí hasta el humorismo tremendista y los bálsamos de lo poético. Mi novela no es un trabajo panfletario ni una obra de "tesis" (he sentido siempre algún horror por esas aplicaciones del arte a lo contingente político e idéológico): cuando necesito lanzar un panfleto, escribo un panfleto; cuando necesito exponer una tesis, escribo un ensayo; la "confusión de los géneros" parecería darse como una característica no recomendable de las literaturas contemporáneas. En esta, mi tercer novela, como en las otras, he querido plasmar "una obra de arte", vale decir, poner en función de arte las materias que necesito tratar. Naturalmente, dada la naturaleza de sus personajes y de los gestos que han de cumplir, en el Megafón he utilizado el "simbolismo de la guerra", asi como en Adán Buenosayres utilicé el "simbolismo del viaje", los dos con afectuosos recuerdos a Homero. Porque en Megafón se dan, no una, sino dos batallas paralelas: una física o terrestre, contra los responsables de los desequilibrios o injusticias a que ya me referí; y otra, metafísica o celeste, que Megafón y sus pintorescos guerreros cumplen al llevar a cabo la encuesta o búsqueda de Lucia Febrero, la Novia Olvidada o la Mujer sin Cabeza. En mi sainete "La batalla de José Luna", estrenado ya en Buenos Aires, adelanté algo de este mito porteño, que inventé yo mismo en la necesidad amorosa de regalarle una leyenda a mi ciudad. Lucía Febrero, en su esencia, no es otra que la "mujer simbólica" tratada y amada por los poetas metafísicos: es la Beatriz de Dante, la Laura de Petrarca, la Sulamita de Salomón o la Venus Celeste de los griegos, que también yo introduje en Adán Buenosayres y en la figura de Solveig Amundsen. Esa enigmática mujer es, en el fondo, la Amorosa Madonna Intelligenza o el "intelecto de amor", y es evidente que si la humanidad la recobrara solucionaría "por el amor" todos sus problemas contemporáneos. Eso explica el hecho que Megafón, en su guerra, dé tanta importancia a la búsqueda real de Lucía Febrero, a la que por fin encuentra en la cámara central del Caracol de Venus, un lenocinio universal de lujo que cierto griego, llamado Tifoneades, levantó en la confluencia de los ríos Lujan y Sarmiento. Megafón alcanza esa victoria final, pero es asesinado por lo gorilas de Tifoneades en la misma cámara céntrica del Caracol de Venus.
LEOPOLDO MARECHAL

Revista Gente y la actualidad
1970

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