Music hall: milagro en Buenos Aires

María Elena Walsh

 

 

 

 

 

 

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¿Puede ser la misma muchacha (que algunos encuentran, huraña y hasta antipática), casi siempre sin pintar, con traje sastre y tacones bajos, ésta que desde el 4 de abril, esbelta y envainada en sofisticado palazzo-pajama de tela metálica, reinventa cada noche en el Regina, ante un público delirante, los regocijos y las melancolías del music-hall? Basta que abra la boca para saber que sí, que es la María Elena Walsh de la voz agridulce y los ojos claros, adormilados pero bien abiertos, la María Elena "desabrida, limpia y chúcara", como ella se autodefine, empeñada ahora en fundar en la Argentina, y en consolidarlo, un género poco o nada cultivado en el país: el recital de canciones, a la manera del Olimpia de París o del Palladium londinense.
Y va a lograr su propósito, porque al fin de cuentas ella es también la fundadora en Buenos Aires del auténtico teatro para niños (Canciones para mirar, 1962) y porque las recaudaciones de 'Juguemos en el mundo' en las dos últimas semanas —dejando de lado a los inevitables El Nacional y Maipo— atestiguan que María Elena, sola y cantando con tres acompañantes, arrastra más espectadores que muchos divos notorios. El martes —día habitualmente nefasto para todas las boleterías— de la semana pasada, el Regina recaudó 100.200 pesos (escasamente superados por los 103 mil del Odeón, donde un trío televisivo, Raúl Rossi, Myriam de Urquijo y Oscar Ferrigno, interpreta El precio, de Arthur Miller), por encima del Astral (Mirtha Legrand en Secretísimo... shhh!, 85-100 pesos), el San Telmo La fiaca, 81.700 pesos), el Blanca Podestá (Jorge Barreiro y Eduardo Rudy, suspirados ídolos de las amas de casa, en Mi querida parentela, 78 mil), el Avenida (zarzuelas, 46 mil), el Cómico (Malvina Pastorino, Duilio Marzio e Ignacio Quirós en Pepsie, 34 mil) y El Globo (Marcos Zucker, Cipe Lincovsky y Enrique Fava en Cómo querés que te Oiga con la canilla abierta, 17 mil).

Juglar o astronauta
"Esto me sorprende, no sé —murmura la escéptica. Walsh y devora 'el primer pucho de la noche', en el camarín, un minuto después de haber cesado en la sala, a regañadientes, las ovaciones y los pedidos de bis—. Vacilé mucho antes de hacer este one-woman show, con el que soñaba desde hace tiempo; pensé que no daría para más de una semana, y ahora van a ser tres, y estoy contenta pero desconcertada;" El tiempo que hace que soñaba María Elena con este "recital para ejecutivos" se estira hacia atrás, hasta su primer recuerdo de infancia, en Ramos Mejía, donde nació el 1º de febrero de 1930. "En mis más secretas fantasías de chica —evoca— me veía cantando y bailando en un escenario, como en aquellas maravillosas comedias musicales que admiraba en el cine, las de Ginger Rogers y Fred Astaire, por ejemplo."
Su padre, Enrique Walsh, era un alto empleado de los ferrocarriles, "un anglo-argentino enamorado de Dickens y fabuloso músico autodidacto". Su madre, Lucía Elena Monsalvo, descendía de andaluces. El matrimonio tuvo antes otra hija, Susana, sombra fiel y devota
de María Elena, "y tengo hermanastros mucho mayores que nosotras, de las primeras nupcias de mi padre". En la tranquila población de la línea del Oeste, la trovadora crecía, alumna aplicada, amiga atenta de los árboles y las gallinas, y del pastito que brotaba entre los ladrillos de las antiguas veredas, las mismas que recuerda, nostálgicamente, en una de sus canciones, Entonces. Cursó el primario en un colegio del Estado y el secundario en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, de la que egresó como profesora de dibujo y pintura: "Tenía una vocación artística difusa y en ese momento me atraía la plástica".
Con el pelo corto y el flequillo ("lo usaba de chica, durante un tiempo de mi adolescencia me peiné de otro modo y después volví definitivamente a él"), embutida en una túnica corta y pantalones largos de lame color acero, que arrojan un centelleo opaco, María Elena parece un juglar o un astronauta. "Nadie me inventó esta ropa —se ríe, y vuelve a la niñez—: pasé por una boutique de la calle Florida, me pareció ideal para el espectáculo, no había tiempo para mandarme hacer nada especial y me la compré, eso es todo. Me siento muy cómoda." No podía haber encontrado mejor atuendo, adaptado a la perfección a su estilo sobrio, sin ademanes extremados; en el escenario se mueve poco, a lo sumo marca levemente el compás con los pulgares que rebotan sin ruido sobre los dedos medios, mientras flexiona apenas las rodillas. Tan sólo se permite un accesorio, cuando informa al público: "Este pañuelito les anuncia que ahora viene un aria para soprano". Y, pañuelito en ristre, acomete ese regocijo que se llama Mono moto loco, un pastiche mozartiano de tan increíble perfección estilística, de tan sutil caricatura, que al propio Mozart se le deben de alborotar de alegría los rizos de la peluca, al escucharlo desde sus Campos
Elíseos.

Souvenir de la Argentina 
María Elena "ingresó en la Escuela de Bellas Artes, y empezó simultáneamente a escribir poesía. Una de sus compañeras, Elba Fábregas, publicaba en El Hogar y fue ella quien llevó las composiciones de la Walsh a Augusto González Castro, encargado de las efusiones líricas en la revista. Así apareció, en el número dedicado a la Primavera de 1945, Elegía, ilustrado por Fábregas, y de inmediato se advirtió que alguien había llegado. La adolescente autora recibió "el estímulo de gente mayor importante, algo que no olvidaré nunca" y fue ensalzada por Cayetano Córdova Iturburu (padre de una de sus mejores amigas, Carmen La Negra Córdova, hoy arquitecta), José Luis Lanuza, Eduardo González Lanuza, Eduardo Mallea, Silvina Ocampo, quienes la llevaron y trajeron, mostrándola como el mayor descubrimiento poético argentino de aquellos años. Su primer libro, Otoño imperdonable, es de 1947.
Cuando Juan Ramón Jiménez pasó por Buenos Aires, en 1948, él y su mujer, Zenobia Camprubí, se llevaron como souvenir a una muchachita de frente despejada, cara mofletuda y ojos soñolientos: María Elena Walsh, a quien destinaron a estudiar en la Universidad de Maryland, en cuyo ámbito tenían su casa. "Pasé cinco meses en los Estados Unidos —resopla la juglaresa—, me anoté en una cantidad de cursos a los que nunca concurrí y, sin embargo, me sirvió para leer infinidad de poesía en la Biblioteca del Congreso, en Washington. Así descubrí a Emily Dickinson, a Amy Lowell."
Al volver a la Argentina, "me sentí totalmente perdida, no sabía qué hacer". Mientras enseñaba inglés en el Colegio Ward y en otro instituto de Ramos Mejía, María Elena seguía siendo "una osa, encerrada en mí misma, traumatizada al máximo, complejudísima: mi padre había muerto en 1947, y la situación política me angustiaba terriblemente". Por ese tiempo, tuvo un novio, el vate Ángel Bonoraini, con quien perpetró, a dúo, un libro de poemas, Baladas con ángel (1951), pero el idilio se rompió. Sus grandes amigos ("Nunca fui popular entre la gente de mi edad, era tímida y arisca"), La Negra Cordova y José María Pepe Fernández (legendario personaje, residente en París, a quien está dedicada la Zamba para Pepe, además de un poema de hace dos décadas, Temerosas palabras a un ser puro), le aconsejaron la única salida: irse. A fines de 1952, con un par de pantalones, un sweater y una bolsa de marinero al hombro, la Walsh se marchó a París ("era muy joven y muy inconsciente, suponía que viviría de dar clases de español, qué sé yo") ya mitad de camino tropezó con una conocida, la folklorista tucumana Leda Valladares. Así nació el dúo Leda y María, y así comenzó a perfilarse la María Elena que hoy se ha convertido en la mayor atracción de boletería de Buenos Aires.
Si la Walsh es realmente tan tímida y hosca como declara, ¿cómo se explica su influjo sobre el espectador, el magnetismo que en escena brota de sus ojos, de su voz ("ya sé que es lisa, blanca, monótona si quieren"), esa simpatía que contagia a todo el auditorio y crea —algo insólito en la Argentina— una verdadera comunión afectiva? "Me he formado en la dura escuela de las boites, en París —informa, mientras sorbe con formalidad un café—, y además hace un año y medio que me analizo". Esta es tan sólo una parte de la explicación: la otra, quiza la más importante, está en la inusitada calidez de sus letras, que le hacen cosquillas a la cultura ("Era gordito y con peluca, /indispensable como el pan / y cascarrabias a menudo / el señor Juan Sebastián"; "Llegó a Monfort Lamaury / un gato de cascabel. / Abrió la puerta cancel / y preguntó: ¿vive aquí, vive aquí / el señor Ravel?"), se vuelven humor nostálgico (esa obra maestra que es el Vals del diccionario: "Tantas cosas ya se han ido /al cielo del olvido / pero tú sigues siempre a mi lado / pequeño Larousse ilustrado"), protesta apasionada ("Me estoy poniendo los guantes blancos / y el levitón ministerial / y ya me voy a firmar decretos / para que todo siga igual"), zumba corrosiva ("Ay qué vivos / son los ejecutivos, / qué vivos que son, / del sillón al avión, / del avión al salón, / del harén al edén, / siempre tienen razón / y además tienen la sartén, / la sartén por el mango y el mango también") ; y en la melodía pegadiza, sencilla como un jingle.

De dónde son las cantantes
La experiencia del music-hall parisiense es lo que le ha dado a María Elena ese oficio ("rechazo los trucos, pero creo en el oficio") que le permite meterse al público en el bolsillo. Leda y María, alojadas "en el hotel más croto que encontramos, el Saint Jacques, en la calle de ese nombre", cantaban folklore argentino y español en reuniones de amigos, quienes les recomendaron que comercializaran sus excelencias vocales, condimentadas además por resonancias exóticas para los oídos europeos. El debut fue "en un boliche escandinavo del que más vale no acordarse", y fueron practicando la escalada del triunfo: de L'Ecluse pasaron al Crazy Horse Saloon ("ahí sí que te quiero ver, con ese público de fieras"), a la Fontaine des Quatre Saisons.
Fueron cuatro años de éxito: el dúo ganaba lo suficiente para vivir con comodidad, grababa discos, impuso el carnavalito en París, actuaba en radio y televisión, "éramos conocidas y queridas: yo iba a hacer las compras al mercado y me trataban como una reina, Mademoiselle est artiste, comentaban los marchantes". Por fin asomó la diadema de la gloria: cuando dieron una prueba en la catedral del music-hall, el mítico Olimpia, "barrimos con todo" y se convino en que Leda y María acompañarían nada menos que a Edith Piaf en su show. Pero la Piaf, aunque gustaba de lo sudamericano, no quería tener mujeres cerca —"las vedettes eligen allí a los números que trabajarán con ellas''— y prefirió a un conjunto paraguayo. Como ya había ocurrido el golpe de 1955, las cantantes no se pusieron la diadema: decidieron volver a sus lares, y arribaron en 1956.
La recopilación folklórica llevó entonces a Leda y María 'Entre valles y quebradas', como se llamó su primera grabación argentina, en dos partes, editada por Disc-Jockey. En París, María Elena había comenzado un libro de poesías para chicos, Tutu Marambá (se publicó en 1960) y su amiga María Herminia Avellaneda la entusiasmó para confeccionar, con ese mismo espíritu, un programa de televisión, Doña Disparate y Bambuco, que durante seis meses enseñó, por el Canal 7 de Buenos Aires, a divertir a chicos y grandes.
"Por ahí a María Herminia le robaron el espacio", explica María Elena, y empezaron sus desentendimientos con la televisión, a la que daría, como libretista, programas que fueron sistemáticamente levantados, tal vez porque no cultivaban el lugar común ni la tilinguería. Pero ella piensa de otro modo: "La culpa debe de haber sido mía, por no haber sabido dar la nota popular con la debida calidad". Si bien lo popular nunca ha estado fuera de sus previsiones: en 1960, Pinky fue protagonista (aunque Osvaldo Pacheco, en el papel del abuelo, se robaba la función) de Buenos días, Pinky, un programa del mediodía que duró, siempre en Canal 7, tres meses ("hubo problemas con el anunciador, supongo"); y el propio Palito Ortega le ha puesto música a dos letras de la Walsh, en 1965, El Jacaranda y La ranita perdida.

De todo corazón
Pero de sus programas, el que más le ha importado a María Elena es De todo corazón, que en Canal 13 protagonizaba Fernando Siro: desde hace dos años, "mi status económico ha mejorado notoriamente —(y la travesura le enciende los ojos azules)—: puedo vivir de los derechos de mis libros, cosa que pocos consiguen aquí". No sólo de los libros (el ya citado Tutu Marambá, El reino del revés y El zoo loco, 1964; Dailan Kifki y Cuentos de Gulubú, 1966; y dos antologías, Versos para cebollitas, 1966, y —a punto de aparecer— Versos folklóricos para cebollitas): María Elena Walsh es una de las personas que más discos venden en la Argentina. Pupila del sello CBS, sus primeras grabaciones (Canciones para mirar y Canciones para mí) siguen reeditándose y vendiéndose a un promedio de 10 mil placas por año; la última, Juguemos en el mundo , agotó 7 mil en los primeros cuatro días de venta, a fines de marzo.
La puesta de 'Canciones para mirar' en la Sala Casacuberta del San Martín, fue una derivación de las andanzas de Doña Disparate y Bambuco en la televisión; a su vez, estos dos últimos personajes, encarnados por Lidia Lamaison y Osvaldo Pacheco, recalaron allí mismo en 1963, y permanecieron, como la pieza anterior, toda la temporada en cartel. Avezada a las lides teatrales, tras las interminables ovaciones que saludan el show del Regina, María Elena está reactualizando un antiguo proyecto: una comedía musical. Para componer no tiene un método exclusivo: "A veces hago primero la letra, a veces la música, a veces el tema brota del rasgueo de la guitarra, simplemente". Y, sin embargo (los ojos se le llenan de puntitos dorados), ''nunca estudié música ni canto, mejor dicho, nunca pude, empecé de chica y fue un desastre". Algunos apresurados deducen, por la insistencia de la Walsh en referirse en sus letras y poemas, al tiempo, al exceso de ruido y de velocidad, e irónicamente a los ejecutivos, que está en contra del mundo moderno, que es una romántica incurablemente pasatista. "Nada De eso, sólo estoy contra lo moderno cuando es inhumano: la gente de mi generación fue educada con otra medida cronológica." Pero la nostalgia ronda su obra: el mayor éxito, tal vez, del recital del Regina, el tango El 45, empieza así: "Té acordes hermana qué tiempos aquellos / la vida nos daba la misma lección. / En la primavera del 45 / tenías 15 años lo mismo que yo". Pero no puede evitar la travesura: "Te acordás de la Plaza de Mayo / cuando el que te dije salía al balcón".

Ataques de trabajo
Habría que remontarse quizás a fines de la década del 30 y comienzos de la del 40, cuando una Blackie hoy irreconocible daba recitales de negro spirituals, para encontrar un equivalente aproximado de este 'Juguemos en el mundo'. Pero las canciones no eran de ella, y eso vuelve más insólita aún la experiencia de la Walsh que no deja de asombrarse ante la clamorosa reacción de las oleadas de gente que se arrebatan las entradas para sus recitales.
En un tercer piso de Laprida y Melo, María Elena se desayuna cada día con fruta, café con leche, jugo de naranja y "nada sólido, una galletita a lo sumo". Si está "con un ataque de trabajo" es capaz de levantarse a las seis o siete de la mañana y hundirse entre papeles, lápices, cuerdas de guitarra y magnetófonos hasta las siete de la tarde. Si no, "me levanto a cualquier hora y a lo mejor me pongo a caminar sin rumbo, el día entero" (se niega a comprar automóvil). "El ideal de mi vida es esa gente metódica que escribe todos los días de 8 a 12; pero yo no puedo.''
La nueva reina de Buenos Aires piensa llevar su "recital para ejecutivos" al interior, y, "por supuesto, seguir escribiendo canciones". Se alisa el flequillo con la mano y confiesa gustar de la buena ropa sport, "esa que parece que va a durar diez años". Y al mirar su reluciente atavío escénico, revela, casi sin querer: "¡Cómo me gustaría ser coqueta!"
16 de abril de 1968
PRIMERA PLANA

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