María Elena Walsh
Con voluntad de acompañar el crecimiento

 

 

 

 

 

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María Elena Walsh es una vieja conocida. No necesita presentarse. Y hasta puede resultar previsible encontrarla entre estas páginas. Es también previsible anotar aquí que -como todo creador- ha contribuido a su manera en el desarrollo cultural de su país. Y hasta es lógica esta previsibilidad para hablar de alguien que siempre estuvo allí. Pero "la costumbre —decía Girondo— nos teje una telaraña en las pupilas". Porque de pronto venimos a descubrir que a María Elena Walsh, ayudar a crecer le pareció insuficiente. Y decidió no dejarnos solos nunca.
—Le propongo que sigamos un orden cronológico, y vayamos lo más atrás posible. Cuando usted comenzó a hacer canciones para chicos, ¿tenía una idea previa de lo que debía ser una "cultura para la infancia "?
—No... Pero tenía una idea fija, descubría en inglés un uso del idioma, de la poesía, y de los elementos folklóricos, que me costaba mucho encontrar en español. Traté entonces de buscar el equivalente, utilizando el verso y la palabra como partes de un juego, despojándolos, en lo posible, de todo contenido didáctico paralizante.
—¿Qué era aquello que "descubría en inglés"?
—La poesía popular, fuente de toda sabiduría. Y por supuesto, Lewis Caroll: papá.
—Usted tiene un sesgo de Lewis Caroll la posibilidad de dejar de lado las Verdades Universales para "salir a jugar" con el absurdo. Pero ¿cuáles son los elementos —además de éste— sobre los que se construye una cultura-para-la-infancia? 
—Creo que sobre ciertos esquemas que desconocemos, porque pertenecen a una gran libertad mental. Partamos de las necesidades de una base laica, y de la eliminación de ese horror que existe ante la cultura y los elementos estéticos. No sé... Tal vez se les tema porque pueden ser detonantes de excesiva libertad mental en el destinatario...
—Sigamos con los fundamentos: Andre Gide decía que con hermosos sentimientos se hace mala literatura. ¿Esto es válido en el plano de la literatura infantil?
—La literatura infantil está especialmente plagada de buenos sentimientos. Y es evidente que no se hace con ellos.
—¿Con qué se hace?
—Con una cultura que permita acercarse a un público tan específico, sin intentar manipularlo. Y dirás que este es un buen sentimiento... Pero no basta, porque casi toda la literatura infantil es bien intencionada... ¿O no quiere niños buenos?
—Sin embargo, últimamente han surgido intentos exitosos en cuanto a público —como los de Hugo Miden y Pipo Pescador— que no responden a la concepción tradicional del "niño bueno". —¿Cómo los ve usted?
—Como vos decís: los veo "intentos". Y creo que son intentos muy valiosos por un lado, pero muy defectuosos por el otro. Y lo digo con todo respeto. Ya no se trata de los tres "rascas" que no tienen para comer y se ponen a hacer teatro para chicos. Pero lo que se muestra como afectivo es falso.
—¿Por qué?
—Porque el amor, por ejemplo, no se plantea en serio en ningún momento. Y ojo: es muy serio. Y para un chico de tres años mucho más que para nosotros. Tal vez se trate de un problema de autor.
—¿No es una idea algo ingenua? Además de la falta de verosimilitud afectiva, parecería haber ciertos "vicios" más generalizados...
—Sí, es cierto. Y uno de ellos es el de suprimir la violencia. Pero ojo: la naturaleza es muy violenta, la lucha por la vida es cruel, y el pez grande se come al chico. Vivimos en un mundo con vigilantes y ladrones, donde teóricamente los últimos son malos y van presos. Cambiar esos esquemas sólo es posible con mucho humor. Pero yo he observado en la literatura que se está haciendo ahora, que da lo mismo sí pasa algo o no: todos somos buenitos. Y mientras nosotros hacemos eso, los chicos están fascinados por series televisivas de gran violencia, que de todas maneras, les parecen mucho más reales. Porque aunque se trate de personajes fantásticos, los sienten pertenecer al mundo en que viven: En él hay padres que se gritan, ellos mismos se pegan en el colegio, y no tienen más que salir a la calle y ver cómo nos manejamos: El mundo es violento.
—... Y ante él escondemos la cabeza. ¿Cuál es la finalidad de esta "negación "?
—Existe la fantasía de poder criar generaciones de pacifistas. Es una fantasía loca, pero legítima. Aunque así sea, un pacifista conciente, en todo caso, no es un estúpido. Para criar pacifistas necesitamos gente que tenga noción de su propia capacidad de violencia, y no tontitos inofensivos...

'Te regalo la primera Primavera"
—Existe una generación que se formó con las cosas de María Elena Walsh: cantó, fue al teatro, y de alguna manera salió al mundo...¿ Usted encuentra hoy a esa generación?
—Últimamente, en especial, tal vez fueron las notas en Clarín las que me recuperaron ante una juventud que me había arrinconado junto con su infancia.
—Pensaba en el Dr. Spock, que en EEUU fue acusado de "criar" una generación de hippies. ¿Qué clase de generación "crió" usted?
—Es que se vuelve muy difícil generalizar, porque incluye una variedad tan grande... Creo que ha habido en el mundo un movimiento destinado a frenar a jóvenes y mujeres: esas dos fuerzas misteriosas e incontrolables que la humanidad tuvo bajo control toda la vida. Los jóvenes de esta generación son más lúcidos, creo. Tienen más conciencia de sus limitaciones: ya no se fabrican tantos mitos y mentiras. Y eso es duro. Y doloroso.
—¿En qué contribuyó usted a esa lucidez?
—Supongo que no me recuerdan con rencor, pero creo que están muy quemados de la gente grande, y de los pseudo-Iíderes que han tenido. De repente descubren que yo nunca les vendí un buzón, y que no se los voy a vender ya. En ese sentido soy una especie de punto de referencia en cuanto a honradez intelectual. Pero no me lo propuse: Uno sólo puede estar en un estado de compañía. Porque si se propone enganchar a la juventud, debe fabricar algo. Y yo no he fabricado nada. Y no tengo nada en venta.
—Desde lo transmitido entonces, fue una buena "madre". Sí es así, supongo que tendrá expectativas con respecto a sus "crios"...
—Es que yo, así como no quise ser maestra en lo que hacía, tampoco quiero ser madre. Sin embargo, me preocupan ciertos chicos —los que yo considero mis hijos— que están como sin saber qué hacer con sus vidas. Son hijos de la típica clase media ilustrada argentina, a quienes se les dio todo: desde los estímulos hasta el departamento. Y hoy andan desorientados y abúlicos... Eso me da mucho dolor.
—Repito entonces mi pregunta: ¿Qué espera usted de sus "hijos"?
—Que sobrevivan. Y que vivan de acuerdo con lo que sienten. Y que sientan, por lo menos una vez en la vida, algo tan profundamente como puedan: y que lo defiendan. No importa si es el amor, el estudio, o incluso unas ganas locas de hacer plata. Sin ánimo de ser madre, lo que uno pretende es cierto grado de pasión. Pero ojo: que esto a veces se confunde y hay quien sale pidiendo héroes. ¿Por qué héroes? ¿Por qué no son héroes los grandes? Lo que necesitamos es gente. Seres humanos necesitamos. Y que vivan lo más armónicamente posible. Y que mantengan una cierta rebeldía por ese culto a las formas adocenadas del pelo corto y las niñas excesivamente femeninas.

"Pero tú sigues siempre a mi lado..."
—Existen ciertos puntos básicos que "se sabe" deben enseñarse a los niños. Sin embargo, cuando de adultos se trata —que "ya saben "—, el tema no resulta claro. ¿Qué quisiera usted que los adultos aprendan?
—Aquello de "ama al prójimo como a ti mismo...", me parece tan genial, que habría que enseñarlo y desarrollarlo sin intelectualismos. Así como es. Todo lo demás, como dice el Evangelio, viene por añadidura. Pero supongo que está mal enseñado, y bastante combatido de manera indirecta.
—Hay muchos planos para la contradicción entre lo que manifiestamente se expresa y lo que implícitamente se pide. ¿Cuál le preocupa más?
—Hay muchos, es cierto: bajo una presión así vivimos las mujeres sin saberlo.
—Es lógico. El lugar que tradicionalmente se les reconocía —el del amor— hoy también les es negado desde los distintos medios...
—...Y cuando buscan el lugar de la profesión reciben los chistes y las insinuaciones. A veces lo que importa es ser hombre y a esta regla las mujeres se someten, porque pagan la soledad muy cara...
—No sólo las mujeres. Además existen excepciones. Conozco alguien que logró llenar las expectativas de grandes y chicos por más de 20 años. ¿Qué le permitió llegar tanto a unos como a otros?
—Bueno: a través de los vericuetos del psicoanálisis, yo llegué a una conclusión: detrás de todo lo que doy hay un enorme deseo de reconciliar, junto a la necesidad de no acomodarme a . ciertas normas. Se trata —sin omnipotencia, y quizá de una manera pedestre— de que yo pueda producir esa reconciliación en distintos grupos humanos.
—¿Cuál es el medio? ¿La posición crítica o una fe a prueba de todo?
—En el fondo, al menos, una confianza en grupos humanos que llevan el mundo adelante mientras otros lo destruyen... Aunque nada nos autoriza a ser tan optimistas.
—Ese es el espíritu. ¿Pero cuál es el medio de acción?
—Hay que unir las dos puntas: una gran agresividad, que es espíritu de justicia, y el deseo de que esto se produzca dentro de la armonía de la reconciliación. Fijate: hace unos años hice un recital en Córdoba, en una época en que todo estaba muy candente. En el estadio había miles de personas trepadas a las gradas, y un ambiente tan peligroso, que un petardito nomás, hubiera producido una masacre. El público gritaba cosas políticas, era terriblemente difícil de manejar, y mis músicos estaban aterrados. Yo podría haber conseguido que salieran a incendiar medía Córdoba. Pero pasó algo, muy criticado en su momento: la gente salió a la calle cantando Manuelita... Uno -es impresionante- tiene un gran poder en el escenario, y el deber de saber usarlo. Yo me di cuenta de que mi función no era producir una catástrofe, sino como siempre, reconciliar. Y tal vez sea esa la función del artista.
—¿Y ahora, María Elena? ¿Dónde está todo eso?
—No sé: "Quiero escribir, pero me sale espuma".
Entrevistó: ALEJANDRA TORONCHIK
Fotos: GRACIELA CALLIGARIS
revista hurra
12/1980

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