Operando con ira


Miguel Ángel Bellizi con Primera Plana: Próceres, escollos y fe

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El señor Miravaller salió de Bahía Blanca el 14 de enero, con una pequeña valija. Iba a Estados Unidos y no en viaje de placer. Sus familiares, en realidad, lo despidieron "con el corazón en la boca". El lo llevaba en el sitio correspondiente, pero en muy malas condiciones.
El primer día de febrero, exultante, feliz, el señor Miravaller caminaba despreocupadamente por las calles de Buenos Aires, ya de regreso, sano. En su viaje a USA lo había precedido la carta de recomendación de un médico argentino, dirigida á uno de los más prestigiosos cirujanos cardiovasculares del mundo. En ella se recalcaba que los medios del paciente eran exiguos. El argentino era el doctor Miguel Enrique Bellizzi; el surgeon, Dentón Cooley, que nada cobró por la operación.
la anécdota fue narrada a Primera Plana por el propio Bellizzi (38 años, casado, cirujano cardiovascular) que acaba de regresar de un viaje de tres meses. Tres meses en los que fatigó los quirófanos del Saint Luk's Hospital —junto a Cooley— a lo largo de casi 148 reemplazos de válvulas. Su viaje tenía una doble finalidad. Por un lado, la de retomar el contacto con Cooley; por otro, probar in situ las nuevas válvulas de Cutter que —según declaró— superan a todas las usadas hasta hoy.
Las válvulas de Cutter cuestan 250 dólares cada una y hace falta tener —en cada operación— un mínimo de cuatro mitrales y cinco aórticas. Sólo en abril se las empezó a usar y se han colocado ya más de cien. Incluso en varias oportunidades se le han retirado al paciente las que tenía para ponerle la Cutter, a la que se asigna ilimitada duración.
Esgrimiendo una válvula en cada mano, Bellizzi recalcó que lo más importante de Cooley es su ambición de simplificar. En las operaciones en que utiliza circulación extracorpórea (5 por día), por ejemplo, no recurre a la sangre. Prefiere hacerlas con suero. Esto abarata notablemente la intervención y — sobre todo— la acorta.
Por más esterilizado que se halle el aparato de extracorpórea, es algo ajeno al organismo. Y ésa es una sola de las "intoxicaciones" que soporta el operado. Hay que agregar el propio stress del acto quirúrgico, la anestesia, y sumarle el hecho de que la edad promedio del enfermo del corazón es de cincuenta años.
Utilizar suero le deparó a Denton Cooley una nutrida e imprevista clientela: el culto de los Testigos de Jehová no acepta ningún tipo de transfusión de sangre. Entonces, cuando el corazón de un Testigo anda mal, es inevitable que su alma lo lleve a la mesa operatoria de Cooley, donde tiene la seguridad de que no será transfundido. Al respecto, Bellizzi descubrió —al operar a tres Testigos de Jehová— un curioso procedimiento. Antes de la operación firman una hoja donde prohíben la transfusión absolutamente. En la misma carilla, eximen de responsabilidades el cirujano.
No sólo lo pintoresco impactó a Bellizzi en su doble periplo yanqui (estuvo en el 58 becado por la Universidad de Buenos Aires, y este año a cargo de Cooley), también las condiciones del trabajo, que no son —afirma— alienadamente especializadas. "Al contrario, es más usual encontrar la super-especialización en nuestro país, donde hay menos sitios para trabajar y mucho lugar bloqueado por viejos próceres que se niegan a dejar el bisturí en manos más jóvenes."
Al respecto, Bellizzi gusta exhibir el ejemplo de un gran cirujano de arterias, junto al que hizo su aprendizaje de becario: Michael De Bakey, de Houston, Texas, uno de cuyos últimos pacientes fue el duque de Edimburgo. De Bakey (que acuñó una frase ya famosa entre los cirujanos de su especialidad; "Las arterias no respetan los límites anatómicos de las especialidades quirúrgicas") es, obviamente, un gran cirujano general. Su reputación indiscutible, sin embargo, no representa una traba que plante en el camino de los que llegan. Nimbado de seguridad, busca, por el contrario, ayudarlos. A Bellizzi lo "forzó", casi, a quedarse más tiempo del que la beca le brindaba. Le dijo textualmente: "Mike, si usted se va ahora, podrá contar lo que vio; si se queda un año más, podrá operar como nosotros." Y Mike se quedó.
De regreso en la Argentina, encontró trabajo, pero con trabas, trabas que tienen nombres propios que nadie quiere revelar: "Les digo que son los próceres —susurró Bellizzi a Primera Plana—. Nombrarlos una vez me valió (como a todos los que lo hicieron) cercenar mis aspiraciones de docente o académico. Y no sólo eso. Cuando volví de Texas estuve en el Hospital de Clínicas sin poder operar. Enterado De Bakey, le mandó una carta —en la que me recomendaba— al entonces Rector Olivera; otra al Hospital de Clínicas. La del Rector no tuvo respuesta, la del Clínicas me costó la cesantía."
Bellizzi tiene ganas de hablar, aunque advierte que si calla algo, es únicamente para no dar una imagen de resentimiento que realmente no vive. "Nada más que desaliento —afirma—. Inclusive, cuando creía que iba a tener la oportunidad de devolver a la Universidad los 4.000 dólares que invirtió en mi beca, no pasó nada. Me citaron de una Comisión que iba a designarme asesor de becarios que regresan o algo así. Yo soy calabrés, saben, y cuando estuve frente a la comisión les dije que lo que le aconsejaría al que vuelve... es que regrese a USA. Fue el escándalo, me preguntaron si hablaba así porque no trabajaba y les dije que no, que tenía trabajo. ¿Y no le pagan?, arriesgaron. Sí que me pagan. ¿Y entonces? Que no puedo operar —estallé—, porque hay una sola persona que decide quién opera, y casualmente nunca me toca a mí."
Las acusaciones de Bellizzi no se detienen. Sin exaltarse, comenta que fue necesario que pasara a la Guardia para poder intervenir pacientes. "De la comisión, por supuesto, no volvieron a llamarme", se lamenta. A pesar de que le habían jurado que iban a arreglar su situación.
"¡Pero si hay cosas siniestras! —concluye Bellizzi—. Imagínense que una vez tuve un problema porque solucioné quirúrgicamente (odio la cirugía mutiladora) el caso de un paciente al que me habían ordenado que amputara."
"Uno termina por fatigarse de tanta desubicación, pero en fin —suspira—, ahora estoy trabajando a todo vapor, tratando de meter las nuevas válvulas e inclusive poner de moda las intervenciones extracorpóreas con suero. Parte del equipo lo traje de allá, otra parte me la hizo Battisti, de Córdoba, fabricante de fabulosos instrumentos cardiovasculares, al que quiero convencer para que fabrique válvulas de Cutter."
Si no plena la sonrisa del joven cirujano es casi feliz cuando habla de lo que es su vida, lo que más conoce y frecuenta. "A pesar de que quería ser pintor —comenta señalando un cuadro suyo—, pero esto del bisturí es también un arte, una fabulosa artesanía, ¿no es cierto?"
Una artesanía en la que, según Denton Cooley, "el mejor aparato es cortar bien, coser bien, mirar bien". 
PRIMERA PLANA
27 de julio de 1965