Navidad: Las grandes maniobras

—¿Está lista la jaula?
—Sí, señor. Acabamos de llenarla.
—¿Cuánto es todo?
—Ciento dieciocho mil pesos.
—Está bien. Navidad hay una sola.

 

 

 

 

 

 

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Detrás del hierro forjado y pintado de blanco no había pájaros; la jaula, en cambio, rebosaba de bebidas y confituras extranjeras. Pero su comprador —el presidente de una sociedad anónima— no parecía necesitar de pájaros: se mostraba alegre, confiado, bondadoso. Según explicó, había sido una suerte de euforia la que lo impulsó a elegir "esa jaula formidable", en lugar de la tradicional canasta, para ofrecer a su familia en Nochebuena. Una euforia similar hará que millones de panes dulces sean devorados para las fiestas de fin de año, regados por otros millones de litros de sidra y champaña. Tal rito gastronómico, aunque imponente, será tan sólo uno de los estruendos que agitarán a los argentinos durante el anual e inevitable, pero fugaz, triunfo del espíritu de Navidad.
Días pasados, decenas de miradas se escurrieron hacia las alturas o se deslizaron hacia esplendentes escaparates en busca de una respuesta satisfactoria, cuando Primera Plana enfrentó a hombres y mujeres con la imagen que ellos tenían de la Navidad. Entre cincuenta, una quinta parte señaló como religioso el contenido íntimo de la fecha y aseguró que harían lo posible para cumplir con el precepto de asistir a misa; otros imbricaron no muy precisamente a la Navidad con "la tradición", "la unión de la familia", y los más con la irrefrenable necesidad de ser felices por lo menos una vez al año "y con todo". Lo cierto es que hoy también los argentinos emparentan y asimilan, casi sin transición visible, la Navidad con el Año Nuevo. Delante de ellos se agiganta un anfiteatro comercial en cuyos múltiples escenarios puede elegirse, sin demasiado trabajo, lo necesario para apuntalar —humildemente o no, pero siempre con gozo— la mística de las fiestas.
Tal vez quienes sólo comen y beben durante los feriados que se inician con la conmemoración del nacimiento de Cristo, evocan subconscientemente más al Dios-Hombre que multiplicó panes y peces y convirtió el agua en vino en las Bodas de Canaan, que al Jesús de "no sólo de pan vive el hombre". Según los sacerdotes católicos consultados la semana pasada, "la Navidad, tal como ahora se festeja, es una desvirtuación de lo que debería ser de acuerdo con su significado original". "No hay nada de reprochable —admitió un teólogo— en que la gente intente una celebración agradable. No importa demasiado la fecha en sí. Lo que sí importa es el compromiso que se adopta frente a cada llamado a la fe cristiana."
Opiniones más indulgentes estimaron que "cualquier forma en que se celebre la Nochebuena, aun con inclinación hacia lo pagano, es signo de cristianismo en la gente, ya que en el fondo se reúnen para recordar a Cristo". En este nivel se coincide en que uno de los dones principalísimos de las fiestas reside en su plena invitación a la cohesión familiar, tal como lo predicó Jesús. "No hay que ver tanto paganismo en los festejos de los argentinos —amonestó un párroco de la zona sur de Buenos Aires—, porque la religiosidad de este pueblo se torna evidente cada Nochebuena: las Iglesias se llenan de hombres, mujeres y niños que acuden a adorar al Niño Dios." Y aquí surge la polémica: otros analistas están convencidos de que el aura religiosa es, cada vez más, un aditamento aleatorio en las jornadas navideñas.
Para el doctor David Liberman, presidente de la Sociedad Psicoanalítica Argentina, ciertas actitudes y comportamientos de la gente en estos días acusan reminiscencias de muchas festividades paganas, a pesar de que "el acontecimiento que se celebra, el clima psicológico que emana de la representación del nacimiento de Jesús y del ambiente que lo rodea, tienen matices de dulzura, amenguados por la avidez y agresión que suelen aparecer en Navidad". El anhelo de paz y de unión familiar que fluye candorosamente en los últimos días del año quedó también instalado en el diván por la curiosidad psicoanalítica. "El grupo familiar —señaló Liberman— remueve todos sus conflictos cuando se reúne en Nochebuena, unido por el ideal de resolver los antagonismos que durante el resto del año permanecieron encapsulados dentro de cada uno de los individuos. Pero esta movilización de amores y odios reprimidos, algunas veces no logra alcanzar una solución adecuada; de allí que en ocasiones las reuniones familiares de Nochebuena dejen un saldo de resentimiento. Con esto quiero señalar que las amables orgías, las catarsis, el levantamiento de represiones, en lugar de consolidar la unión mesiánica buscada, a veces fracasan."
A este afilado juicio se contrapusieron afirmaciones de no pocos jefes de familia católicos. Según ellos, hasta los núcleos familiares más divididos pueden rescatar horizontes de comprensión si se dejan ganar por el contexto de "fe, esperanza y caridad que ilumina el mensaje de la Navidad de Jesús". Al ascender por estas líricas laderas, uno de los encuestados arriesgó: "Quizá sea un milagro, pero tanto aquí como en cualquier lugar del mundo, surge para Navidad una corriente de amor entre los hombres, cuya existencia no puede negarse sin mentir a sabiendas. Así, aun los seres más indiferentes y duros de corazón parecen conmoverse y dulcificarse".

Los odres navideños
¿Cuánto costará este milagro? ¿Cuánto gastarán los argentinos en sus brindis de Navidad y Año Nuevo? El cómputo de los especialistas determina que esta vez los ríos de sidra y champaña serán más caudalosos que los precedentes. Según los ejecutivos de la Cámara de Fabricantes de Sidra, en la última semana del año será escanciada más de la mitad de los treinta millones de botellas que se consumen cada doce meses en el país. A su vez, los directivos vitivinícolas estiman que alrededor del cincuenta por ciento de los 700.000 cajones de champaña vendidos anualmente, se derramarán en las gargantas argentinas, al despertar 1966.
"¡Pan dulce, no! Sólo pan de salud podemos vender a 180 pesos el kilo", rugió el gerente de la Confitería del Molino al ser inquirido sobre los avatares del clásico postre. Mientras las quejas ernpresarias se apelotonaban ante los escritorios de la Secretaria de Comercio —que enclaustró el precio del pan dulce por considerarlo una necesidad popular—, llovían en las máquinas amasadoras las almendras, avellanas, piñones, pasas de uva, frutas abrillantadas, vainilla, agua de azahar, esencia de limón, huevos y harina; o sea, lo estrictamente imprescindible para crear el pan dulce al que los porteños estaban acostumbrados. El ser o no ser de los industriales pasteleros se resumía la semana pasada en esta pregunta: ¿Cómo hacer, si el verdadero pan dulce duplica en su costo el precio de 180 pesos fijado por el Poder Ejecutivo? "Venderemos vulgares panes de salud a quienes quieran engañarse, y el verdadero panettone a aquellos capaces de comprender que las almendras cuestan 1.150 pesos el kilo; las avellanas, 1.200; las pasas de uva, 1.300 el cajón; los piñones, 1.400, y que hay obreros pasteleros que ganan 75.000 pesos por mes." Otro estruendo ha de ser el de los pavos, plato central y favorito en los hogares que aceptan la tradición europea. Pero quizá muchas familias deban frenar su gula ante la agresividad de las cotizaciones. Un pavo a la York con un peso global de siete kilos, incluido el relleno, significa una inversión de algo más de cinco mil pesos. Sin embargo, ninguna mesa, por mejor provista, alcanzará a conformar. En torno a ella deberán acumularse los regalos para los comensales y hasta para los ausentes; otra tradición rigurosa. Decenas de comercios de la calle Florida y la avenida Santa Fe, en Buenos Aires, irradian un nuevo magnetismo; ahora la magia de la Navidad parece haberse centralizado en la invención de envases y envoltorios. Así ya nadie podrá avergonzarse de regalar una baratija, bajó presuntuosos moños de celofán. Sobre todo, los industriales perfumeros y cosmetólogos se han desvivido para redimir de su intrínseca humildad a los productos de más bajo costo.
Época de ofrendas y comilonas para los más, los antropólogos no dejan de advertir en ella claras reminiscencias bárbaras. "En los comienzos del cristianismo —dijo a Primera Plana la experta Mabel Rivera de Bianchi, licenciada en Antropología—, el nacimiento de Cristo no se celebraba en ninguna fecha determinada. Recién cuando dejó de practicarse en forma oculta, hacia el año 138, se instituyó una fecha fija, la del 25 de diciembre, aceptada oficialmente a partir del siglo IV. Curiosamente, una fecha que coincidía con el solsticio de invierno. Durante este solsticio había siempre celebraciones, porque el sol calienta poco y los agricultores invocaban el pleno retorno de la luz para que se cumpliera el ciclo vegetal. Esta etapa de tiempo cualificado —período de festejos especiales al que se atribuyen propiedades mágicas— coincide bastante con el que abarca la Epifanía cristiana."
Pero las muchedumbres que se preparan ya para las inminentes celebraciones no demuestran preocupación por estos recovecos, sean religiosos, psico-analíticos o antropológicos. Más bien están prontas a irrumpir en un corto, y, sin embargo, pleno intermezzo de relajamiento de tensiones, en cuyas puertas siguen inscriptas las viejas palabras, la prédica más vieja de todas; "Paz sobre la tierra a los hombres de buena voluntad". 
21 de diciembre de 1965
PRIMERA PLANA
(costo de la revista $60)

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