Plástica
Líbero Badii

 

 

 

 

 

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"He crecido al lado de un campanile que era un paralelepípedo muy bello, y he jugado a la pelota y a las bolitas, en los días de lluvia, bajo una loggia que construyó Giorgio Vasari", musita Libero Primo Badii, a la sombra de El tiempo, su escultura en bronce que sirve de pórtico a la muestra retrospectiva que inauguró en Di Tella hace una semana. El campanile y la loggia están en Arezzo, la ciudad toscana donde nació el 2 de febrero de 1916, hijo de Ruggero ("un marmolero, como todos sus antepasados desde muchas generaciones") y de Luisa Verdelli. Su padre era socialista y de ahí el nombre del primogénito, a quien tres años más tarde le sobrevendría un único hermano, Lenio. Hay un doloroso recuerdo de infancia: la banda de fascistas que irrumpió en la casa de los Badii para registrar los muebles y destrozar todo, incluso la marmolería, y el pequeño Libero que se aferraba a la madre preguntándole el porqué, y recibió esta respuesta: "Cuando seas grande lo comprenderás".
Por eso fue, explica Badii —mientras un cigarrillo completamente consumido y que hasta entonces ha quedado, hecho cenizas pero íntegro, colgando de su belfo, se le empieza a desmoronar sobre la corbata—, que la familia se vino a la Argentina en 1927, a instancias de un hermano de Ruggero que ya estaba instalado aquí con una marmolería. "Desde entonces viví siempre en el partido de Vicente López —evoca el escultor—: recomencé mis estudios primarios en el cuarto grado de una escuela en Florida, la número 12, y al terminar el sexto me puse a trabajar como aprendiz en el taller de mi padre, quien principalmente hacía esculturas para cementerios."
La exposición del Di Tella es la mayor presentada por Badii a partir de la de 1962 en el Museo Nacional de Bellas Artes. Abarca bronces, dibujos, collages, litografías, bocetos (y el Autorretrato de 1954, en aluminio y mármol); desde 1951 hasta los obsesionantes Muñecos, gigantes de madera coloreada que asombran en la última sala (uno de ellos, La Linda, tiene 4 metros 30 de altura). Resumen de una aventura vital y creadora que jamás hizo concesiones al lugar común ni a la comodidad, el título, Libero Badii y el espacio, proporciona la clave de esta obra inmensa, que narra una andanza metafísica apoyada en el hombre ("En mi vida tengo sólo la imagen del hombre. Cuánto esfuerzo para comunicarlo") y lanzada hacia la exploración espacial: "La vida, filosóficamente hablando —pontifica el artista, tragándose algunas eses—, es un punto en el espacio. ¿En qué consiste mi obra? En llenar con cosas un cubo vacío".

Un cubo lleno de cosas
Esta noción cúbica del espacio es la renacentista, y Badii lo admite sin sonrojos. Es un clásico, y Jorge Romero Brest lo destaca en la introducción al catálogo cuando lo ve "luchando con el tiempo en vez de dejarse llevar por él". Pero nada está más vivo que el poder generador de formas de Badii, y por eso se ubica al margen y más allá de cualquier tendencia o moda: su vida y su obra se homologan en una dirección, y para demostrarlo confeccionó, con destino a la exposición de 1962, un curioso gráfico desplegable, dividido en tantas casillas como años hay desde 1916 hasta aquél: á través de las casillas corren dos líneas paralelas, biográfica la de arriba, laboral la de abajo. Quien se asome al gráfico, no podrá menos de encontrarlo curiosamente demostrativo de una certeza: no hay un hecho en la existencia de Badii que no se corresponda con una etapa creadora, hasta llegar a su posición de preeminencia entre los escultores argentinos (se naturalizó en 1946).
Y así fue, porque tras los iniciales estudios académicos (cursos nocturnos en la Escuela de Artes Decorativas, "la de la calle Alsina", de la que egresó como profesor de dibujo), Libero Primo ganó mil pesos en la lotería. En 1940 no era una suma desdeñable: el muchacho renunció al taller paterno —Ruggero aceptó su decisión sin oponerse, e íntimamente complacido— y se embarcó en la carrera artística. El primer paso era perfeccionar los conocimientos, e ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes, donde pasó cuatro años hasta obtener el título de profesor de escultura y una beca, concedida por la Academia de Bellas Artes, para viajar por América del Sur.
Ese viaje le reveló a Badii la encrucijada dramática de la que surgiría, pausadamente pero con apasionada intensidad, toda su obra, El hombre nacido en Arezzo, una de las flores de la guirnalda del Renacimiento —la ciudad en la que Piero della Francesca erigió ese monumento de la pintura que son sus frescos, solemnes y rotundos, de la Historia de la Vera Cruz—, fue arrancado en la infancia de un mundo donde todo parece ordenado para siempre, y trasladado al llano rioplatense, "donde las calles rectas y planas, y con un giro de 90 grados, vuelven más melancólico al individuo". Frente a las reliquias del Cuzco y de Machu-Picchu, las nociones clásicas acumuladas en la niñez, en el taller paterno y en las escuelas porteñas, se tambalean. La formidable mole pétrea de la fortaleza incaica de Sacsahuaman se convierte en el símbolo de esa contradicción, es una imagen que hostiga a Badii y que reaparecerá poco después, a miles de kilómetros de distancia, en otro momento crucial.

Viernes Santo en París
Pulcro y pausado, el escultor Carlos de la Cárcova recuerda con afecto a su ex alumno y colaborador, Libero Badii, quien le regaló el carrito con el que su abuela iba a buscar el agua a la fuente de la aldea, (allá en Toscana. Con de la Cárcova, que había sido uno de sus profesores en la Escuela Superior (otros fueron Donato Proietto, Alberto Lagos), y con José Fioravanti, colaboró Badii en varios trabajos —el Monumento a la Bandera, en Rosario, y el de Franklin Roosevelt en los jardines de Palermo— durante los dos años siguientes al regreso de la exploración indo-americana. Por fin, en 1948, vuelve a Europa, y en el viaje tropieza con un antiguo condiscípulo, el escultor Esdras Gianella: ambos arriban a París en el Viernes Santo de aquel año, y se detienen a contemplar, desde un muelle vecino, el encendido de las luces que realzan a la catedral de Notre-Dame, una operación que en ese día se efectuaba por primera vez desde el comienzo de la guerra.
"No me preguntes por qué —narra Badii, despaciosamente, dilapidado ya el cilindro de ceniza sobre su ropa, colgado todavía el filtro del labio inferior—, pero en ese momento, cuando la iglesia gótica quedó iluminada ante mis ojos, otra imagen, la de la fortaleza peruana de Sacsahuaman, vino a superponerse a Notre-Dame. De ahí parte toda mi obra, de esa lucha entre dos civilizaciones, entre dos formas de vida." El escultor supone que sus últimas piezas podrían lograr la síntesis, y señala a El punto (una esfera arrugada, carcomida, que se sostiene sobre un larguísimo tallo, en la sala mayor de Di Tella) como el ápice definitorio de su exploración espacial y vital.

Si tenés 20, gastá 10
La calle Rameseyer se oculta, en Olivos, tras la arboleda de un parque y un puente del ferrocarril. A la altura del 3300 levantó Badii —con sus propios brazos y los de algunos albañiles— su casa, edificada cuando (muerto ya su padre, en 1949; Lenio quedó al frente de la marmolería) emprendió, con la misma concienzuda planificación de su obra, la construcción de una familia. Alicia Margot Daulte, una hija de suizos, profesora de inglés y francés, lo supo secundar admirablemente: no sólo le ha dado siete hijos —la mayor, de 17 años, es Ana; el menor, de 5, es Ricardo; entre ambos se escalonan Ofelia, Aída, Marta, Rogelio y Adriana— sino que comprendió la suprema decisión de su marido, dedicarse exclusivamente a la creación, y lo apoyó sin descanso en el duro lapso que el artista llama "la barrera del sonido".
"Para mí, esa barrera, que todo hombre debe atravesar, existió entre 1950 y 1955. Fueron años difíciles, los del ser o no ser. Había deudas y venían los hijos. Mi compañera fue y es admirable." La convicción de su talento no abandonó nunca a Badii, y las dificultades fueron superándose: "Ahora no estoy mal, soy un hombre ordenado para todo, mi lema es: si tenés 20, gasta 10". La casa, por el crecimiento de la gente y de las esculturas, ha sido ampliada cuatro veces: él mismo fabricó el entrepiso desde el cual se contemplan las obras, asomándose a lo que Líbero llama el Almataller, desde una de cuyas estanterías otea la primera cabeza que modeló, la de Beethoven, cuando tenía quince años.
Como lo hace para todas sus exposiciones, Badii pergeñó una maqueta de las salas del Di Tella, a fin de saber de antemano el sitio exacto donde debía ir cada pieza. El ordenamiento es infalible: muestra primero los bronces, "donde el espacio está adentro de la escultura; el espectador percibe la tersura del material, la nitidez clásica de los planos, y se ve detenido por las muescas que lo hacen penetrar en la masa, darle interioridad"; después vienen las obras —siempre bronces, El centauro, Ave fénix, La quimera— en las cuales "el espacio ha explotado y se proyecta hacía afuera, expresado por estos rayos de metal que terminan en esferas". Más allá, los famosos retratos-imágenes (Sisy Robirosa, Leoncio Fernández, el Autorretrato) que parten de una exacta reproducción de la cabeza y, en sucesivas etapas, van adelgazándose y transformándose en abstracciones, en verdaderas radiografías del espíritu, Badii es un ávido lector de poesía ("detesto las novelas"), que le enseña "cierto ritmo lineal, lo mismo que la música". Para este esoterista (temeroso de declarar "no creo en la unidad sino en el número dos, porque se necesitan dos para crear algo"), todo en el universo se relaciona de una manera misteriosa, a veces invisible, pero muy concreta: la misión del artista sería la de revelar esos lazos. Sus autores favoritos son José Hernández, Macedonio Fernández y Antonio Porchia. Al primero le rindió homenaje en una pila de siete cubos superpuestos de mármol, que despertaron las iras de los tradicionalistas; al segundo también le declaró su admiración ("no llegué a conocerlo") en una "escultura-símbolo" que provocó otras tormentas, en 1966 ("Son motivos plásticos, una línea recta y una curva entrelazada por la esfera, símbolo de libertad, todo en una forma que se eleva como la aguja de una torre"); y el sentencioso Porchia mereció una doble reverencia, un "Estudio carnal" y un retrato-imagen.
¿Y qué significan entonces, a esta altura del camino, los sorprendentes muñecos policromos de la última sala, convocados bajo el inquietante rótulo de Conocimiento siniestro? "Este no es el momento de explicar de qué se trata —masculla Badii, manteniendo en equilibrio en la boca otro cigarrillo espectral—, pero es algo muy importante en mi vida." Cansado del fatigoso trajinar con bronces, confiesa, eligió la madera, más dúctil y que le permite pintar. "La Naturaleza me ha negado el don del color —sonríe—, pero yo he querido hacer la prueba, de todos modos." Fue en 1966, al admirar la gigantesca exposición de Picasso en París, que Líbero sintió "tanta libertad expresiva: el resultado son Los muñecos", donde continúa la experiencia espacial puesto que las sogas que entrelazan a las figuras, "obligan al espectador a cambiar constantemente de punto de vista y de lugar". "Es una liberación, una vuelta a la infancia —concluye— me divertí enormemente al hacerlos."
La obsesión de la libertad ha llevado al escultor a rechazar cátedras, a no concurrir, desde 1960, a ningún Salón oficial (en 1959 ganó el Premio Palanza), a admitir contados discípulos particulares ("han salido buenos, ¿eh?: Daga, María Simón, la señora de Barujel"). En 1955, un grupo de alumnos de la Escuela de Bellas Artes le propuso, tras, el golpe del 16 de setiembre, que asumiera la cátedra de escultura; entre los más entusiastas estaba Julio Le Parc. Badii no aceptó y el año pasado se encontró en Di Tella con su ahora triunfante colega: "Hubieras llegado a director de la escuela", le sugirió el ganador de Venecia. Líbero no le contestó nada y sonrió, como siempre, con su aire bonachón y cansino. Un cansancio aparente, desmentido en el trabajo: "A las siete de la mañana ya estoy en el taller, y le doy 10, 12 horas, lo que el cuerpo aguante". A los 52 años, ese cuerpo no parece dispuesto a claudicar en mucho tiempo.
PRIMERA PLANA
23 de abril de 1968

Vamos al revistero
Líbero Badii
Líbero Badii por Sábat