Arturo Frondizi
Descansa trabajando
por MARIO E. MARRAZZO
fotos: CESAR ALVAREZ


Doña Elena Faggionato y Elena se asoman por un momento al atareado domingo del presidente, distrayendo sus preocupaciones

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pie de fotos
- Uno de los brevísimos momentos de tranquilidad hogareña, el doctor Frondizi hojea una revista junto a "sus dos Elenas"
-La señora esposa de Frondizi ejecuta al piano una pieza melódica del repertorio popular.
-La cabecera de la mesa engaña un poco, pues el ambiente familiar es alterado por la política, siempre apremiada...

 

 

Entre los árboles de la quinta de Olivos, el pálido sol de agosto comienza a filtrar sus rayos anémicos, inaugurando un domingo. Nos ha llevado hasta allí el propósito de mostrar a nuestros lectores cómo transcurre un día de descanso del presidente de la Nación, en la intimidad hogareña, lejos de los apabullantes problemas gubernamentales. Pero...
En la casa blanca que se levanta sobre una loma, los relojes marcan las ocho, y un timbrazo estridente —no sin cierta insolencia— índica que el teléfono no se ha inventado en vano. Las calles recién se desperezan de la noche del sábado. El repiquetear de los cascos del cansino caballito lechero resuena por las calles vecinas, despertándolas por un momento. La casa de la loma, empero, muestra ya actividad.
—¿Despertó el doctor? 
Ahí está la consulta. Las ocho y diez, y el primer magistrado debe abocarse al estudio del problema inicial. Un té bebido, un gabán de entrecasa, y a su despacho. 
En el escritorio, papeles, montañas de papeles. Todos importantes, urgentes. Ahí están las siglas que en su danza de letras forman el complejo crucigrama de un gobierno. Sobre el papel blanco, los signos negros de YPF, CGT, DINIE, fórmulas —se diría— cabalísticas, o negros nubarrones en cielo despejado.
Son las 9.30. La familia Frondizi está de pie. Esposa e hija —sus dos Elenas— van a ver al presidente. Este deja su lugar de trabajo y sube a vestirse del todo. Rápidamente. A lo cuartel. El teléfono, con nuevos timbrazos, anuncia más cuestiones oficiales, en fin: nuevos problemas.
Ahora es un ministro que comunica su inminente arribo. Minutos más, y otra vez en el despacho. Tras las puertas cerradas reina absoluto silencio.
Las 11. Sale el presidente; despide al visitante con una última recomendación:
—Apúreme la decisión. Tenemos que tener todo listo para mañana.
Un alto en la tarea. Parecería comenzar, recién ahora, la jornada dominical del padre y el esposo. En un ambiente privado, la señora Frondizi ejecuta en el piano una melodía popular. La hija, sentada sobre una alfombra, lee. Y el jefe del Estado hojea, casi distraídamente, una revista. Pero el cuadro familiar dura poco. Más visitantes; nuevas consultas e invitaciones a la política. E invitados a almorzar.
(También el cronista de MUNDO ARGENTINO perturba el domingo presidencial.)
Con el término del almuerzo, hay una breve tregua. Nosotros nos quedamos. Queremos asistir a todo el día de descanso del presidente, y recién estamos a la mitad de la jornada.
Las cinco de la tarde. Con la llegada a la residencia de un automóvil, se reanuda el trajín. A. F. bebe otra taza de té, casi de un sorbo. El visitante se inquieta. ¿Un problema obrero? ¿Una dificultad política? ¡Vaya a saberlo!
Nuevamente la oscura puerta que da al vestíbulo principal conserva, celosamente, el secreto de lo conversado. La entrevista se prolonga. Y llegan las ocho, cuando termina la conferencia.
Por la casa, ya brillante de luces, las dos Elenas se miran y aguardan. Sale el presidente, acompañando hasta la puerta al visitante, y respira hondo. Otra vez un poco de música. Ahora procede de una radio. Pero la paz del descanso es turbada nuevamente. El noticioso indica que mañana, lunes, "...el presidente recibirá..." 
Las 21.30. Hora de cenar. Casi todo está preparado para que la reunión sea —por fin— en familia. Pero no es posible. Llega un rezagado: otra consulta que se prolonga ante la mesa puesta. Suenan las once de la noche. Todos —nosotros también— estamos cansados. Deja Olivos la última visita. Las luces comienzan a apagarse y nos disponemos a partir.
Se acabó la tarea (pensamos). Pero no es así. Tras un visillo blanco, en el ventanal del estudio, un rayo de luz revela la actividad continua. 
Arriba, los dormitorios no dejan traslucir claridad. Abajo, en su estudio, un presidente está trabajando y la medianoche lo sorprende ensimismado.
Así termina un domingo de descanso en la vida del presidente de la Nación. 
No lo envidiamos.
Revista Mundo Argentino
03/09/1958