Antimemorias
Los que rodean a Onganía

 

 

 

 

 

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Cierta vez —relata Saint-Simon en sus memorias—preguntaron a Luis XIV cuál era su opinión sobre Jean de Montmorency, un gentilhombre de nobleza más añeja que la del propio Borbón: "No lo conozco —simuló el rey—, porque no hace la corte". Propulsor del castillo de Versalles e inventor del besamanos, Luis trocó la rígida cortesía española por la cortesanía: un régimen de servicio personal fuera de uso ya en las monarquías contemporáneas aunque celosamente conservado por las repúblicas, cuyos jefes suelen restañar así sus orígenes democráticos.
Sin duda, los últimos gobiernas argentinos heredaron el sistema; ahora, la corte se disfraza con la máscara de los "equipos de trabajo"; atrás están las épocas en que Julio A. Roca paseaba la calle Florida, de civil, una vez concluido su despacho; o en que Miguel Juárez Celman tomaba consejo de sus amigos en la casona familiar, de Lavalle y San Martín, mientras dos cuadras más allá el ex Presidente Bartolomé Mitre colocaba en la plana los tipos de imprenta. Lejos quedaron, en fin, las jornadas de 1910, cuando Roque Sáenz Peña decidió nada menos que la institución del voto secreto, asesorado tan sólo por Indalecio Gómez y Ramón J. Cárcano.
Tal vez la complicación del estado moderno brinde pretextos para el retorno del oropel; que Onganía haya resucitado la carroza como medio de transporte en ciertas ocasiones no es, sin embargo, casual: quizás estos signos externos basten para recrear "los tiempos de la República", los de la Argentina mimada por el Mundo. Pero acaso el nuevo estilo en los actos oficiales deba atribuirse a la pomposa concepción militar.
Por eso, el administrador del ceremonial, en la Casa Rosada, es el coronel (re) Ricardo Gutiérrez Arana: él dispone las audiencias extraordinarias del Presidente (ya que las entrevistas con los Ministros son sincronizadas por una agenda que se repite cada tres semanas) y establece condiciones para la circulación de los extraños por el edificio. La más conocida: ningún civil puede ingresar sin saco y corbata; la ordenanza afectó especialmente a los mensajeros de las agencias noticiosas, uno de los cuales —Andrés David, de United Press— es el creador de una solución que pronto cundió: se trata de un moño de papel crépe negro adosado al cuello de una chaqueta-camisa, y del que es posible desprenderse tan pronto se respiran, en la acera de Balcarce 50, los aires de la informalidad. Alto, delgado, pulquérrimo, Gutiérrez Arana es, sin embargo, una vinculación que los funcionarios menores codician: a él le corresponde distribuir las invitaciones a las veladas de gala del Teatro Colón, un escenario donde esos empleados cultivan el rastacuerismo.
El Presidente llega a la Casa Rosada todas las mañanas alrededor de las siete, acompañado por un edecán de turno (Los edecanes son tres: Alfredo Saint Jean, un teniente coronel del arma de Caballería oriundo de Chascomús (Buenos Aires), quien ya sirvió junto a Onganía entre 1962 y 1965, cuando el general desempeñaba el Comando en Jefe del Ejército; el vicecomodoro (aviador) Hugo Moitre y el capitán de fragata Mario Eduardo Olmos. Estos se turnan a diario para asistir al Presidente desde que se levanta hasta que se recoge en Olivos; en la práctica, tienen la misión de introducir a los visitantes en el despacho del primer magistrado.): ambos ingresan por la puerta lateral de la calle Rivadavia y suben al gran despacho del primer piso, ubicado en el ángulo nordeste; allí —junto a un escritorio de estilo francés y sillón de baquela color tabaco, con el escudo nacional sobredorado—, los espera ya Ricardo Dold (34 años), secretario privado y yerno del mandatario, puesto que es el marido de Sara Elsa Onganía. La pareja tiene nueve hijos, uno de los cuales mereció hace escasos meses, en el Colegio Lasalle de la Capital, un premio por su aplicación al estudio. El recinto presidencial se completa con una vasta mesa ovalada y un biombo que resguarda la puerta lateral (ver sector A en plano de pagina 17).
Onganía tiene una forma particular de trabajar: se desplaza casi continuamente por tres oficinas; las audiencias a personajes principales son atendidas por él en el gran bureau ya descripto, pero las públicas con mucho auditorio las encauza hacia el Salón de Invierno (ver sector B). En cambio, si debe estudiar, un problema, el Jefe del Estado se recluye en un pequeño saloncito lateral (ver sector C), donde se afincó Hipólito Yrigoyen en sus dos mandatos. Tal habitación —contigua al dormitorio y a la sala de baños presidencial— no da a la calle y, acaso por tal motivo, facilite una mayor concentración. En esa penumbra, Yrigoyen recibía a sus acólitos, domados por la amansadora (una espera mínima obligatoria de 4 horas, que el caudillo radical institucionalizó): así, los candidatos políticos entraban a una habitación donde se veían deslumbrados por una potente lámpara situada delante del escritorio. Como es natural, no podían ver a su interlocutor, sentado en el fondo de la habitación: sólo escuchaban una voz intimidatoria que parecía llegar desde el más allá.
Con razón, a Yrigoyen se lo llamó "el hombre del misterio", un calificativo inaplicable a Onganía, quien sólo utiliza la salita para meditar; su rutina es mucho más normal; toma entre ocho y diez cafés por día, que le sirven Eduardo Lansetti y Miguel Coria, dos ordenanzas. De una cigarrera de plata cuadrada, de unos 10 centímetros de lado, el Presidente extrae, a ratos, sus cigarrillos Jockey Club: fuma entre 25 y 30 por jornada.
Eso sí, los almuerzos son muy formales : el Presidente se sienta a la mesa, sin falta, con la última campanada de las 14; ocupa el salón comedor (ver sector D) y lo acompañan, casi siempre, el Jefe de la Casa Militar, contraalmirante Asdrúbal Fortunato, el secretario general de la Presidencia, Héctor Repetto —un colega de Onganía a, quien éste convirtió en titular de Ejército en 1962—, y el contador Federico Frischknecht, a cargo de Difusión y Turismo. A veces, ciertos dilectos amigos del mandatario —como el general de división Alejandro Lanusse— se suman a la litúrgica reunión del mediodía. ¿Qué come el magistrado? Por lo general, carne asada y frutas, seguidas de uña copa de vino tinto, sin agua ni otro aditamento.. El almuerzo epiloga con una taza de té: es cuando Onganía enciende un cigarro de hoja clara y se marcha a su alcoba (ver sector E), donde duerme hasta las 16, o 16.30, pero nunca más de una hora. Hacia las 17, el mandatario retoma sus audiencias, hasta las 21.30: entonces se traslada a Olivos. Jamás cenó en la Casa Rosada.
El personal que atiende los almuerzos cambia constantemente, pero un mozo es casi inamovible: se llama Bautista Zanatta, gana 19.900 pesos y llegó a permanecer tres días seguidos en el palacio, "illo témpore", cuando los planteos militares conmovían a los gobiernos anteriores. El mayordomo del Presidente se llama Ignacio Godoy, tiene 59 años de edad, de los cuales 37 transcurrieron en el palacio.
Pero el hombre mágico de la Casa Rosada es Manuel García, el Intendente, un ex encargado del casino del Colegio Militar, con 12 años de antigüedad en su cargo actual: desde 1956 llega puntualmente todas las mañanas a la plaza de Mayo en un automóvil rojo; es él quien abre las puertas de la Presidencia. García maneja unos 100 ordenanzas encargados de la limpieza, el
mantenimiento y los abastos del primer piso: en toda la Casa hay 879 empleados, una frondosidad burocrática que es posible evaluar si se tiene en cuenta que las nóminas arrojaban sólo 150 plazas durante la Administración Castillo. "Nunca hubo mayor desorden", suele comentar García, molesto, al recordar la era radical. "Los almuerzos eran copiosos y se prolongaban en largas sobremesas."
Es que a él le toca disponer el menú del Presidente; también el de Repetto (quien prefiere el vino blanco en sus comidas), uno de los más importantes personajes de la mansión: ocurre que el Secretario General tutea a Onganía y tiene, como él, un dormitorio en la planta principal (sector F), dos símbolos de "status" difíciles de superar. Físicamente, los colaboradores más cercanos al magistrado son los edecanes (sector G), Repetto, Dold (sector H) y Carlos Vidueiro, el Subsecretario de la Presidencia (sector I), quienes señorean con exclusividad en el área principal. Temporalmente, quienes más ocupan las horas de Onganía son Repetto (nunca menos de noventa minutos por día), el Ministro de Economía —quien lo informa un par de veces por semana durante ochenta minutos, como promedio—, Guillermo Borda, de Interior (entrevistas de una hora), Frischknecht, que lo visita reglamentariamente los martes y los jueves, pero que también lo distrae con sus ocurrencias durante los almuerzos, y el contraalmirante Fortunato.
Cuando conferencia, Onganía lo hace invariablemente vestido de oscuro, y con chaleco, aun en el verano. También las corbatas son de tonos discretos, y las medias y zapatos, casi invariablemente, negros.
Sobre el escritorio presidencial, en el gran despacho, yacen cinco teléfonos; existe también un intercomunicador con 11 botones, que señala la escala jerárquica de los funcionarios, en el esquema mental de Onganía: ellos son: Repetto, Vidueiro, Dold, Edecán, Fortunato, Roth, Rizzieri Rabboni (Subsecretario Administrativo), Frischknecht, Gutiérrez Arana y un botón en rojo, Enrique Nores Bodéreau (Director de Prensa). Entre las conferencias el Presidente camina lentamente por su oficina central: suele atravesar el Salón de Invierno como para vencer mediante el paseo la atonía muscular, y luego regresa, no sin acodarse, a veces por largo rato, en los ventanales que dan al Paseo Colón.
Es conocida la imagen de Federico Frischknecht —ex Decano de la facultad porteña de Ciencias Económicas, nervioso, autoritario, especialista en saltos ornamentales y padre de una frase famosa que lo enemistó con Julio Alsogaray, ver Nº 241— reside con el resto de los, funcionarios presidenciales, fuera del área principal; ocupa, sobre la plaza de Mayo, un salón (sector J) aderezado originariamente para comedor, de Roque Sáenz Peña. Más querido por el periodismo resulta Nores Bodereau, un joven abogado cordobés que aspiró desde chico la tirita de imprenta, puesto que su padre, Rogelio Nores Martínez, es del directorio del diario Los Principios. Nores Bodereau —dedicado "full time" a su labor; gana 81.300 pesos— resuelve algunos problemas difíciles con la asesoría de Luis Mussi, un veterano en la Casa, a quién los humoristas ya suponen inventariado junto con los arcones chinos y las jarras de porcelana que ornan los corredores del edificio. Durante las ceremonias (la más común: la presentación de cartas credenciales por parte de los embajadores foráneos qué llegan en calesa, custodiados por un escuadrón de Granaderos), esos corredores se engalanan con alfombras rojas; la sala juradera es el Salón Blanco (sector K), donde faltan los bustos de Perón, Frondizi, Guido e Illia: cuando un Ministro asume su cargo aparece en escena Jorge Garrido, de, 64 años, escribano perpetuo de Gobierno, quien, prácticamente, representa la continuidad del Estado.
Esas fechas desesperan a los encargados de la seguridad presidencial, incapaces entonces de frenar la avalancha de familiares —especialmente mujeres—, ansiosos de congratular al Ministro recién ungido. De las espaldas del magistrado son responsables, en principio, los escuadrones de Granaderos, que se turnan semanalmente para darle escolta y resguardar, además, la Casa: dos soldados del cuerpo montan guardia "de imaginaria" frente al despacho central; otro par se apuesta en Balcarce 50, y un tercero lo hace en la explanada de acceso, sobre la calle Rivadavia. El sistema es dirigido por el teniente coronel de infantería Fernando Díaz, a quien se imputó distracción en noviembre del año pasado, cuando una bomba de estruendo conmovió a la Catedral, muy cerca de Onganía, el día de Acción de Gracias.
Pero Onganía tiene junto a sí un equipo selecto de tiradores: pertenece a la Policía; son 36 hombres al mando del subcomisario Víctor Hugo Freaza, que rondan por el edificio durante las audiencias y siguen discretamente al magistrado en sus giras y en los actos públicos. A veces, esos policías se mimetizan: excelentes volantes, ocupan el puesto de choferes, o se mezclan con los curiosos. Se distinguen entre ellos por un botón azul oscuro con una franja celeste que lo cruza, donde campea un gallo dorado. La brigada controla el acceso al solar; todas las semanas practica tiro al blanco en los "stands" de Palermo, con tácticas de combate importadas del FBI americano por el comisario Aníbal Rey, un ex jefe de la custodia. Por la noche, cuando el Presidente se retira, Copan los sitios clave centinelas del regimiento de Granaderos, que asestan sus fusiles automáticos junto a las puertas de la Casa.
Tanto los militares como los policías dependen del contraalmirante Fortunato, quien, de todos modos, cumple otras actividades: un mes atrás informó escrupulosamente a Onganía de los lugares donde cada Ministro o Secretario tomó sus vacaciones, el nombre de los acompañantes y el lapso de reposo. El único Presidente que denunció el clima tradicional de. la Casa de Gobierno fue Juan D. Perón. "Vivo entre una Corte de alcahuetes y adulones", dijo en 1953. También es cierto que él contribuyó a crear el ambiente: su mejor servicio de informaciones fueron los ordenanzas.
Ligeramente calvo, de estatura mediana, él coronel retirado Vidueiro (50 años, casado, 2 hijos) tiene en sus manos el estudio de la racionalización administrativa. Aunque Vidueiro, como Repetto, pertenece al bando "nacionalista" del Gobierno —proclive a cambiar la línea económica y abrir el oficialismo a los sindicatos—, los voceros de Adalbert Kfieger Vasena se empeñan en sostener que la demora del plan de economías se debe al Subsecretario Legal y técnico, Roberto Roth. Tanta es la influencia atribuida a Roth en el Gobierno que hasta se menciona una misión que le habría conferido Onganía hace una semana: la de ofrecer el Ministerio de Economía al "alendista" Jorge Wehbe, para sustituir a Krieger Vasena. Aunque otras fuentes sostienen que las tareas del Subsecretario —a quien auxilian 15 técnicos, entre ellos, ex frondicistas y radicales, en su mayoría católicos— son menos trascendentes. Ese clan actúa en bloque, unido por una edad común; de 30 a 35 años.
A fin de 1967, le habría cabido a Roth la misión de señalar el discurso que Onganía pronunció el 29 de diciembre: donde era preciso que el magistrado mirase a la cámara televisora, el Subsecretario colocó un signo que en matemáticas: denota infinito, y al fin de los párrafos, donde convenía que el Presidente hiciera una pausa, Roth dibujó un pequeño vaso: el agua que Onganía debió apurar. Huelga decir que el Presidente situó los hiatos dónde mejor le convino. Una tesis parece cierta: si Roth no es el nuevo Rasputín, tampoco es Sancho en Barataria; acaso le quepa la difícil labor de frenar los proyectos al pie de los cuales el Presidente, por diplomacia, no puede estampar una negativa rotunda.
Otras figuras curiosas en la sede del Gobierno son Nicolás Marsilio, mal llamado Barquinazo, por su cojera, y el lustrabotas Luiz Mazzei. Barquinazo, de 49 años, atiende, desde 1938, un quiosco de cigarrillos y loterías en la planta baja del caserón. "En los años que llevo aquí —dijo a Primera Plana— jamás entendí la política; a mí hábleme de Huracán." La presencia de Mazzei es más reciente: data de 1956, la fecha en que heredó el puesto de su tío Salvatore. Italiano de 54 años, Mazzei limpia todas las mañanas el calzado de Borda, Pearson, luego el de Díaz Colodrero, Frischknecht, y enseguida el de quien b requiera. Él atendió personalmente a Aramburu, Frondizi y Guido; Illia y Onganía, al menos coinciden en hacerse abrillantar los zapatos en sus domicilios. Conocedor del trato con los poderosos, Mazzei nunca cobra su trabajo: "Déme lo que quiera", ruega a los dignatarios. ¿Cuál de ellos fue el más generoso? "El ex Ministro del Interior Carlos Alconada Aramburu —responde Mazzei—: cuando la «lustrada» valía veinte «guitas», él me daba dos pesos."
Sin duda —luego de Rizzieri Rabboni, Subsecretario Administrativo de la Presidencia (42 años, casado, 2 hijos) y encargado de pagar los sueldos—, le toca a Martín Salinas, por su relación con las altas esferas, el puesto número 2 en la escala de influencias menores: Salinas conduce el recamado ascensor que todos los días eleva al Jefe del estado y a sus Ministros desde la planta baja al primer piso; gana 32.000 pesos y tiene 32 años de permanencia en la Casa. La Casa, por su parte, nació en el ala sur del viejo fuerte, durante el mandato, de Sarmiento, como oficina de correos. En la Presidencia Roca, el arquitecto Francisco Tamburini elevó el ala norte y luego la arcada central. Parte del bloque sur fue derribado en 1938, para ampliar la calle Victoria: de ese modo, el edificio, mirado de frente, es asimétrico, pues la superficie de la sección norte es superior al resto de la construcción.
Como sea, el vetusto alcázar ha cobrado, desde 1966, una nueva fisonomía: gran parte de sus dactilógrafas, reclutadas antes en los comités radicales, fueron desplazadas, y en su lugar el Gobierno Onganía importó una pléyade de restallantes jovencitas que hacen las delicias del personal militar. Confidencias recogidas en ambas vertientes señalan a las empleadas del Ministerio del Interior como las más desprejuiciadas, y a los suboficiales de Aeronáutica como los máximos donjuanes. Es la corte, otra vez, pero sin las duquesas pastoras.
Que ellas falten índica el paso del tiempo, y, con todo, la permanencia de los viejos moldes versallescos. Otro signo de la época: la Casa recibe ahora una capa de pintura plástica, que hará innecesarios los retoques anuales, puesto que durará, indeleble, por lo menos 10 años. Diez años, casualmente, es el plazo fijado por el oficialismo a su propia tarea: cabe preguntar si la modernización argentina será profunda o sólo consistirá en una capa de pintura para tapar las viejas lacras.
20/02/1968
Primera Plana

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