Raidistas

 

 

 

 

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

El primer deportista argentino
Argentina, el partido que está en juego. Perón - Balbín

Acné juvenil y revolución (estudiantes secundarios 1973)
Balbín - Alfonsín ¿Qué quieren los radicales?
1º de mayo la plaza era un solo grito
Un grito de corazón
¿Qué le dice la vida a Juan José Lujambio?
Reportaje al Riachuelo Crónicas del río color de petróleo
Paraná, un río cuenta su historia
Hugo del Carril Confesiones de un militante

17 años después Perón vuelve a partir

Corriendo hacia ninguna parte
El jueves 29 de febrero la nadadora Enriqueta C. Duarte de Sanz cambió el agua por el aire y arribó al aeropuerto de Bariloche. La esperaban los festejos con que la ciudad celebró el quinto aniversario de una proeza suya: el cruce, en la parte más ancha, del lago Nahuel Huapi. Ese mismo día, a las ocho y media de la mañana, un colega de la raidista se embadurnaba el cuerpo con lanolina y, tras prevenir que con su intento iba a reverenciar la memoria del mitológico Pedro Candiotti, se sumergía en Puerto Nuevo desde un ancladero previamente objetado por funcionarios de Obras Sanitarias.
De esa forma, Antonio Abertondo retornó a las páginas de los diarios, acostumbrados ya a recoger las hazañas y las frustraciones del veterano. Desde el incómodo viaje a brazadas con que enlazó el Tigre y Puerto Nuevo, hasta su publicitado doble cruce del Canal de la Mancha, el nadador ganó una respetable cantidad de kilos (ahora pesa cien) y perdió casi todos los dientes. Nada de eso lo detuvo. Apenas si exigió una cosa antes de zambullirse; "Hay que pagar para verme"; nadie pudo criticarlo: como cuadra en estos casos, el peripatético intento tenía su flanco caritativo. Se realizó a entero beneficio del Secretariado de Ayuda Cristiana a las Cárceles.
El agua parece ser un elemento que cataliza esfuerzos. Mirco Tapavica, centroeuropeo, jura haber atravesado once mil kilómetros, a bordo de un bote, para unir Buenos Aires con Miami. Quizá para enfrentar la desconfianza de sus vecinos, que el portero de Avenida del Libertador y Pasaje Seeber sintetiza ("es un fanfarrón: no pasó de las costas uruguayas"), el fornido Mirco explicó, a fines de enero, una estrategia destinada a "degollar al Cabo de Hornos".
Supuesto conde—título que habrían recibido sus antepasados en 1520, de Luis I de Hungría—, Tapavica exhibió un kayak (canoa de goma y lona), bautizado Fe, Amor y Perseverancia. Para probar tanta teoría, el 4 de febrero, enfundado en una remera chillona, se despidió del Secretario de Gobierno Tulio Guzmán, en Ushuaia, y destiló demagogia sobre el público: "Este raid lo dedico a la Argentina". Tras la original dedicatoria no tuvo más remedio que zarpar; al rato regresaba, cómodamente instalado en el buque chileno Fuentalba, al que tuvo que recurrir cuando rompió el timón metálico del bote. Luego de remendarlo, y apelando a reservas de empecinamiento, Tapavica consiguió que lo trasladaran de nuevo a Bahía Lort, en donde había sido rescatado.
Reinició entonces la aventura, para coronarla, ya en Cabo de Hornos, jugando a espolvorear tierra porteña, a dejar banderines de Chile y la Argentina, y un encendido mensaje: "A todos los navegantes aventureros", lo tituló con cierta exageración. El faro numerado 784, chileno, le sirvió —a su vez— para reencontrarse con el Fuentalba; el amabilísimo capitán chileno no tuvo ningún empacho en aventar las dudas de los escépticos, otorgando a Mirco un certificado de Operaciones en Alta Mar, cuyo punto 3 asevera: "El señor Tapavica realizó la vuelta al Cabo sin escolta".

El tronco mal educado
Víctimas también de esa extraña fiebre que se especializa en argentinos (sugestivamente en el verano, cuando la escasez de noticias les asegura una repercusión desmesurada), dos hermanos, Enrique Carlos (18 años) y Jorge Antonio Maiquez (16), se lanzaron con su bote al río Paraná, a la altura de Paso de la Patria, en la provincia de Corrientes, el 27 de enero. Tardaron veintiséis días en lograr sus propósitos: arribar al transitado Puerto Nuevo, dejando atrás 1.380 kilómetros de "ese río que parece un mar".
Después de secarse enumeraron otras intenciones del esfuerzo: "Lo hicimos para templar las propias fuerzas, superar el miedo y las dificultades, conocer a fondo el río atrayente y la toponimia costanera". Tanta didáctica no les impidió aclarar también un costado técnico: "Remamos 10 ó 12 horas por día, para luego acampar en la costa". Si bien la naturaleza fue algo mal educada (una tormenta en Goya; un tronco que perforó la canoa, a la altura de Campana), la fraternal intentona fue estimulada por los habitantes del litoral. Los hermanos lo reconocieron en su estilo vernáculo: "Siempre encontramos un rancho amigo y una mano tendida". Como era previsible, ya observan otra ruta: la del río Uruguay. 
Lo más curioso es que los persistentes pueden chocar con cualquier cosa, menos con la falta de público. Siempre hay alguien dispuesto a gritar o batir palmas. Se demostró el día en que los Maiquez fueron aplaudidos en Puerto Nuevo: al mismo tiempo, frente al monolito 0 de la Plaza del Congreso, en Buenos Aires, los esfuerzos del jinete Jorge Molina Salas y caballo eran retribuidos por la presencia de hombres y caballos (lo escoltó un trecho el Escuadrón Azul de la Policía Federal).
Su pur-sang de 4 años, Sureño, llevó — como es obvio— el peso del viaje (Buenos Aires, Santiago de Chile, Buenos Aires), que insumió 58 días, 22 horas y quince minutos. Para redondear todas las metáforas, Molina Salas, después de establecer el record, cabalgó por Florida hasta la Plaza San Martín y homenajeó al prócer. Finalmente, y en el Club Hípico Argentino, caballo y jinete fueron engalanados con un par de coronas de laureles.
El correcaminos aprovechó la momentánea popularidad para autodefinirse gaucho y rememorar la juventud perdida. "En 1946 llegué a Río de Janeiro junto con Oberá y Libertad, mis dos yeguas". Pero no se queja de Sureño: "Lo eduqué tan bien que basta que yo silbe para que orine, un modo de eliminar toxinas". Claro que, entre silbido y silbido, Molina Salas debió acometer penosas caminatas, indispensables para que el caballo llegara vivo hasta Congreso.
El último jadeo de los Maiquez y de Molina Salas coincidió con el fracaso de otro par de pletóricos: Luis Rocha y Agenor Almada, nadadores que debieron desistir de sus respectivas proezas, disuadidos por una violenta sudestada, que los venció cuando se acercaban a Buenos Aires. Fue un presagio; a las 10 de la noche del 3 de marzo, Antonio Abertondo cerraba, por ahora, el ciclo de estos modernos cruzados de la publicidad, abandonando sus propósitos de batir el record de permanencia en el agua.
Resulta difícil discernir qué mueve a los transeúntes del cansancio, a menos que sea un absoluto desprecio por todo vehículo convencional; menos preocupados por teorizar, es claro que todos ellos alistan ya cronómetros, lanolina, botes, caballos y velocípedos para embestir al próxima verano. Lo hacen con una certeza: tampoco entonces faltarán espectadores.
PRIMERA PLANA
12 de mano de 1968

Vamos al revistero