Operativo Retorno
Perón: por qué no pudo llegar
Revelaciones exclusivas de Siete Días sobre el "Operativo" que hace tres años erizó a los medios.


 

 

 

 

 

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Después de tres años, SIETE DÍAS pudo trasponer un espeso velo de silencio para brindar, en primicia exclusiva, el relato del operativo más ambicioso, y también más frustrante encarado por el peronismo en la Argentina. Las peripecias íntimas de aquel intento, detalladas en el presente informe, habían sido celosamente guardadas por sus protagonistas en lo más hermético de los secretos.
—Champaña —ordenó Juan Domingo Perón al advertir desde la ventanilla lo que parecía una enardecida multitud que concurría a recibirlo. Fue Delia Parodi la encargada de sacar al anciano exiliado de su sueño: —¡Son soldados y rodean el avión! —gritó, ante el inútil estampido de la tercera botella de champaña francés que acababa de descorchar la camarera.
—Hemos sido descubiertos —refunfuñó el magnate Jorge Antonio en su asiento. "Traición", fue la
palabra repetida a voz rabiosa, en el compartimiento de primera clase de ese Douglas DC8 detenido sobre la pista del aeropuerto de El Galeao, en Río de Janeiro.
Unas horas antes, en la madruga da del 2 de diciembre de 1964, cuando el fresco de la noche empezaba a desplazar el calor que había achicharrado a los porteños durante el día, medio millón de hombres jóvenes iniciaban un desplazamiento subrepticio: trasponían umbrales silenciosos en barrios apartados, mientras manos atentas y expertas cancelaban las puertas. El "gran día" acababa de despuntar. La tensa vigilia abarcaba también el otro lado del Plata: entre las sombras que envuelven al aeropuerto de Carrasco, cuarenta hombres de llamativos portafolios que contenían una metralleta en su interior, tomaban estratégica ubicación conducidos por Rogelio Coria, el lacónico dirigente de la construcción.
A la misma hora —las cuatro de la mañana—, la campanilla destemplada del teléfono deshacía el sueño del presidente Illia en la residencia de Olivos.
—Señor presidente, nuestro embajador en Madrid acaba de informar que Juan Domingo Perón se halla en vuelo hacia la Argentina en un avión de Iberia. "Póngame al habla con Zavala Ortiz y con Palmero", alcanzó a musitar el entonces primer mandatario. Nadie que tuviese algo que ver con los altos niveles de gobierno, incluidos el Ejército y la policía, pudo pegar los ojos.
—Brindo —decía Perón, en ese mismo instante, a 9.800 metros sobre el nivel del mar— por el retorno a la patria y por que este viaje aliente el reencuentro definitivo de todos los argentinos.
UN LÍDER ENVASADO
Lo que !a mayoría de los argentinos ignoraba es que desde los primeros minutos de ese 2 de diciembre, a miles de kilómetros de distancia, seis personajes desvelados combatían el frío madrileño tratando de introducir a un voluminoso anciano en el baúl de un automóvil. Hacía varias semanas que Juan Perón se había sumergido en un extraño ejercicio: acumular aire en sus pulmones para contenerlo luego en el interior de un hermético cajón. La ejercitación fue juzgada exitosa por los seis integrantes de la comisión "Pro Retorno" (Delia Parodi, Andrés Framini, Jorge Antonio, Alberto Iturbe, Carlos Lezcano y Augusto Vandor). Así culminaban casi dos meses de arduas idas y venidas para descubrir el medio más propicio que permitiera sacar al exiliado de la residencia "17 de Octubre", sin que nadie lo advirtiera.
Los trabajos comenzaron cuando Remorino le informó a Perón que había contratado los servicios de un aviador de la OAS, el ejército clandestino de los franceses de extrema derecha que defendía a los colonos
en Argelia. Al exiliado no sólo no le gustó la idea sino que resolvió prescindir de su ex canciller y reemplazarlo por el magnate del movimiento: el enigmático Jorge Antonio. A mediados de noviembre éste informó que contaba con un avión que saldría desde una isla del Mediterráneo para dirigirse en vuelo sin escalas hasta el Paraguay. Pocos días antes del señalado para el "retorno", un barco, contratado también por el supermillonario Antonio, depositaría en algún sitio de las costas argentinas armas y pertrechos en abundancia. No trascurrió mucho tiempo para que todo se develara como pura imaginería del mejor estilo oriental, y se terminara adoptando el método menos novelesco de reservar todos los pasajes de primera clase en un vuelo regular de Iberia.
Finalmente, Perón abandonó su residencia oculto en el baúl del automóvil de Jorge Antonio. Pocos kilómetros antes de llegar a Barajas, trasbordó a un furgón de la compañía aérea que aguardaba a un costado de la carretera. Cuando faltaban sólo cinco minutos para el despegue, el furgón llegó a la puerta de auxilio del avión. Una vez allí, Perón ascendió la escalerilla confundido con la tripulación. Los retornistas y el propio Perón se llenaron de asombro al advertir que el aeropuerto estaba prácticamente desbordado por una nube de reporteros gráficos y cameramen de televisión, para registrar el momento de la partida.
Con todo, cierta desazón cundió entre los periodistas, porque el exiliado había logrado ascender al avión sin que su famoso perfil fuera advertido. Pero se iniciaba, igualmente, el principio del fin: la noticia ya empezaba a desplomarse sobre los teletipos.
ALI BABA Y SUS 40 GRA00S
—"Sólo descenderé detenido", insistía Perón, mientras sus seis acólitos forcejeaban nerviosamente con los oficiales de la Fuerza Aérea brasileña. Hasta que el ministro del interior de Castello Branco anunció la decisión de arrastrar el avión a un hangar de la zona militar de El Galeao, haciendo saber a Perón que quedaba detenido, junto con todos sus compañeros de viaje.
Durante doce horas —desde las 10 de la mañana hasta las 22— los siete argentinos vivieron recluidos en el hall del Casino de oficiales, donde los 40 grados del calor bochornoso de Río no dejaban de ser implacables. La baja presión padecida por Delia Parodi no impidió que ésta amenazara con una sevillana a un soldado que le había propinado un empellón al "líder". —"Cuidado, nene, que ese chiche se dispara solo"—, advirtió Antonio cuando el soldado manoteó su ametralladora.
—"De los reaccionarios de este gobierno no quiero ni un vaso de agua" —replicó Perón cuando un oficial brasileño los invitó a tomar un refrigerio. El coronel Castello Branco en persona, jefe de la guarnición y
hermano del presidente, se hizo presente entonces ante el indignado grupo.
—"Vea, m'hijo—le hizo saber Perón con su mejor sonrisa— no se haga problema. Yo estoy acostumbrado a todo este macaneo del imperialismo que quiere manosearme." Desde ese momento, sin probar bocado, ni líquido alguno, y sin saber cómo concluiría todo, los retornistas se dedicaron a escuchar los cuentos y las inacabables anécdotas que el "líder" les refería y a mirar la pequeña pantalla de televisión, que no paraba de trasmitir las imágenes de su fracasada aventura.
Pero, por encima del clima de "moral bien alta" y de dignidad mantenida a pie firme, que imbuía el hall del casino de oficiales, una imagen se fue agrandando con el correr del calor y de las horas: la ausencia de reacción popular en la Argentina. Una queja pudo escucharse entonces de labios del propio Perón, minutos antes de ser embarcados en el avión que los devolvería a España: "Más que una traición, hubo temor —les dijo a sus correligionarios—. Faltó coraje y envergadura para esta empresa". De todo el operativo, sólo quedaron el bolso de Framini con sus efectos personales completos, olvidado en el hall, las inútiles armas que cada uno recuperó puntualmente y la figura de un atlético Perón corriendo a toda velocidad por la pista iluminada de El Galeao, para eludir al periodismo.
Mientras tanto Buenos Aires vivía una jornada rutinaria en la que el medio millar de jóvenes que se había congregado a la espera de la ansiada "orden", consumía su última decepción. Cuando el avión levantaba vuelo desde el aeropuerto de Río, el Reporter Esso hacía llegar a los hogares argentinos las imágenes de la ciudad de siempre, con su ritmo inalterable; la misma que veía las últimas secuencias de una película que estaba haciendo furor en, Buenos Aires: "Morir en Madrid". 
revista siete días ilustrados
05/12/1967
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