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Teléfonos públicos: Molinos sin Quijotes

 

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—Sí, querida... Sí, querida... Si, querida...
El hombre se revolvía, impotente, dentro de su impermeable gris, y sentía que ráfagas de vergüenza enrojecían su rostro. Pegado al auricular de un teléfono público, era el destinatario de las protestas que disparaban, detrás de él, otras cinco personas que aguardaban turno. Esa misma tarde, en el London City Bar, uno de los cafés más transitados de Buenos Aires, otros cuatro hombres y siete mujeres fomentaron la irritación ajena, incurriendo en el más frecuente de los delitos sociales: la imprudencia.
En dos horas, un redactor de Primera Plana anotó once llamadas que insumieron, cada una, más de ocho minutos. Un parsimonioso comerciante en lanas documentó a su jefe el monto de sus ventas de la semana y reseñó una interminable lista de reclamos. Apenas colgó, volvió a discar: "Un minutito más", advirtió a la señora cargada de paquetes que lo sucedía en la fila. La señora resopló, nada resignada, alentando una sed de venganza que comenzó a saciar no bien se apoderó del aparato. El detalle de sus penurias en la tienda y la ratificación de lo caro que está todo abarcaron nueve minutos y medio; diez veces más de lo que tardó un nervioso jovencito, agazapado sobre el tubo, para concertar una cita trascendental: "¡Hola! ¿Mirtha? Soy yo. Sí, todo listo, ¿Cómo? No, no puedo hablar. Sí, a las once. Donde siempre, Chau."
La experiencia se repitió a la largo de la semana pasada, en tres cines de la calle Lavalle, en ocho confiterías y en dos estaciones de servicio del barrio de Flores. El recuento permitió conjeturar que sobre 108 llamadas, por lo menos en 62 se abordaron temas baladíes, "¿Cómo está Fulano? ¿Sigue mejor del resfrío?", resultó, una inquietud mayoritaria, seguida de cerca por una pregunta prototípica: "¡Hola!, ¿vieja? ¿Me llamó alguien?" En los cines de Lavalle predominaran las referencias sobre horarios de exhibición, y en los bares del centro las noticias sobre negocios, secas, cortantes, las más misteriosas de todas.
De los 106 llamados, 68 fueron realizados por mujeres. Emplearon un promedio de cuatro minutos y medio para hacer los 68 llamados, contra tres minutos 15 segundos de los hombres. Sin embargo, los hombres (siete de los 38) demostraron una alarmante proclividad a desembrollar sus entuertos sentimentales a través de los teléfonos públicos; "¡Deja que te explique! ¡Deja que te explique!", clamaba un muchachón en la galería Nueva Calle. En tanto dos señores que aguardaban su turno, impacientes, pugnaban por soplarle qué era lo que debía hacer: "¡Colgale la galleta, pibe!", "Mano de hierro. No le expliques nada."

La sanidad y el dibujo
La parloteante clientela de que gozan los 6.400 teléfonos públicos instalados en el Gran Buenos Aires, brinda a la Empresa Nacional de Teléfonos (ENTel) un ingreso diario de 700 mil pesos; una recaudación que no alcanza a cubrir los costos del servicio, a reemplazar un material obsoleto, imposible de reaccionar ante las fatigas impuestas desde su instalación, en 1950. Adquiridos a la Hall Co, (Inglaterra) y Siemens (Alemania), costaron al Estado 33.350 pesos cada uno, cifra que habrá que triplicar para suplantarlos por nuevas unidades y, a su vez, desterrar un cartelito —No funciona— al que parecen habituados los argentinos.
Un atenuante: muchas veces los aparatos no funcionan por el trato brutal que le dispensan los usuarios. La oficina de Teléfonos Públicos, dependiente de ENTel, exhibió a Primera Plana una nómina de 524 comprobaciones de gestas vandálicas perpetradas a lo largo de junio último, que involucraba además el detalle de accesorios sustraídos y el derrotero de las picardías imaginadas ("Siempre nuevas, imposibles de evitar") con el propósito de eludir la tarifa o servirse de ella para urdir un negocio clandestino, "Cuando un teléfono no devuelve la moneda —explicó un especialista de las máquinas alcancías—, es casi seguro que algún vivillo ha taponado el conducto de salida. Al cabo de algunas horas pasará a destaponarlo y recoger su cosecha."
La desvalorización del peso más que las pesquisas, sirvió para desalentar a los aprovechados, una falange de desconocidos de siempre que acaso vuelva a activarse hacia comienzos del 66, cuando ENTel ponga en vigencia un decreto del Poder Ejecutivo, librado hace cuatro meses, autorizando la tarifa de 5 pesos. La aplicación se ve demorada por detalles técnicos: la escasa difusión de las monedas de 5 pesos, su forma dodecagonal y la posibilidad de nuevos aumentos decidió la confección, en Fabricaciones Militares, de 25 millones de cospeles, que serán adjudicados en consignación y en partidas de mil, a los tenedores de los teléfonos. Otro problema es éste: a menudo los consignatarios deberán rendir cuenta por cospeles adquiridos en otra parte, pero utilizados en su aparato. "Yo he vendido trescientos, ¡a mí no me importa si en la alcancía hay quinientos!", es un argumento que, intuyen los técnicos, se alzará como una barricada. A los idóneos de ENTel se les ha ocurrido, hasta ahora, una sola réplica: incrementar al 20 por ciento de lo recaudado (actualmente el 10 por ciento) la comisión dispuesta para los tenedores de teléfonos públicos.
La rectificación de los aparatos, la inclusión de registros contadores (que medirán el rendimiento de cada teléfono) y la incorporación de equipos Buda-Vox (húngaros), comenzará a realizarse a partir de diciembre, a razón de 150 aparatos diarios.
No está prevista, en cambio, la instalación de nuevas cabinas acrílicas, en plena vía pública. "Habría que apostar un gendarme al lado de cada una", subrayó un experto de ENTel. Tres de esas cabinas (en total, diez) habilitadas en la Costanera, continúan tolerando apurados dibujos inspirados en un solo tema: la anatomía. Otras tres cabinas (aislantes, en Primera Junta) debieron ser desmontadas para evitar que sus usuarios continuaran asignándole una función sanitaria.
La semana pasada, mientras un tintineante aluvión de monedas de un peso desembocaba en las básculas de la oficina de Teléfonos Públicos ("No podemos contar 700 mil monedas por día. Sabemos que mil monedas pesan exactamente 6 kilos 550 gramos"), los directivos de ENTel pergeñaban el próximo paso, todavía distante: la instauración del sistema medido, a tres minutos por llamada-cospel, "Pero antes habrá que emprender una campaña de educación social."
Puede suponerse que cuando el precio de la tarifa se quintuplique, paralelamente se excitará la iracundia o, por lo menos, el corrosivo humor de los usuarios. Dos anticipos:
• En una estación de servicio del bajo Flores, lindera al Barrio Presidente Rivadavia, un señora sufrió una luxación de antebrazo después de haberla emprendido a trompis contra un teléfono público. "¿Arreglaron, ya a este maldito?", preguntó al encargado, a los pocos días, enyesada y todavía virulenta.
• Sobre la caja de un teléfono público, instalado en un café de la calle Medrano, apareció este anuncio: "Si no funciona déle un golpe en el lugar marcado pon una X." Debajo, en efecto, había sido cincelada una X. "Cosa de los estudiantes —dedujo un mozo—. ¡Pero viera el ruido que metía la gente!"
PRIMERA PLANA
3 de agosto de 1965