TV: Por qué se cansa el público

 

 

 

 

 

 

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En Buenos Aires, es un monstruo de cuatro cabezas, ve una parte de lo que ocurre, inventa otras que nunca ocurrieron, las digiere con jugos publicitarios, y las lanza, desde las 9 de la mañana hasta las 2 del día siguiente, sobre más de dos millones de habitantes que se sujetan voluntariamente a 1.200.000 receptores. Cuando se extienda sobre toda la Argentina, el monstruo tiene veintitrés cabezas que se disputan la atención de 1.500.000 aparatos. Pero con los recientes permisos de habilitación, las estaciones de TV habrán de poblar de hecho todo el país, para darle entretenimiento, algo de drama, noticias y una pizca da cultura.
Diez años antes, sólo algunos optimistas pudieron predecir que un espectáculo exitoso de televisión sería visto simultáneamente por un público calculado en un cuarto de millón. Una obra teatral muy aplaudida suele congregar, en una noche, a apenas un milésimo de aquella audiencia; un film puede atraer a cinco mil espectadores en un mismo día, y únicamente se sostiene como negocio por la permanencia en cartel, lujo que a la TV le está prohibido, En las estadísticas perduran todos los errores de cálculo, porque es posible averiguar las entradas vendidas en un cine y no es posible, en cambio, verificar con certeza cuántos receptores atienden a un Canal de TV en un momento dado.
Pero hay normas de medir la fuerza del monstruo. En 1965 se acrecentaron las inversiones del comercio y de la industria en publicidad televisada (más de 10 millones de pesos en 1958 y de 240 millones en 1962). Las investigaciones de IPSA (una de las dos empresas que calculan los ratings de audiencia) conducen a marcar, en junio de 1965, de las 20.30 a las 23, un promedio de 514.290 receptores encendidos en la Capital. Aún con el descuento de que esa cantidad haya sido excepcional, elegida en un mes de invierno y en las horas de mayor público, pueda estimarse que ante un programa de mediana repercusión hay 100.000 espectadores: mucho más de lo que un exitoso conjunto teatral o musical consigue, mucho más de lo que obtiene un importante partido de fútbol.
Sin embargo, hasta donde los ratings son efectivos, una leve retracción del público fue el síntoma visible de la temporada 1965. Esa retracción no constituye un rechazo al medio; los entendidos la llaman "estabilización", la etapa que sigue al período eufórico de la saturación, aquella en que el público tienda a definirse y supera el estadio del deslumbramiento, del hábito poco selectivo, del asombro inicial. En todos los grandes centros de la TV, esa evolución ha sido similar.
Conviene recordar que, en la Argentina, la competencia entre las estaciones data de cinco años atrás (los Canales 9 y 13 se abrieron en 1960; el 11, en 1961). Desde el 17 de octubre de 1951, fecha oficial de inauguración de las trasmisiones televisadas, y por ende del Canal 7, hasta entonces, una sola emisora mantuvo la hegemonía nacional; sin embargo, aunque pareció explorar todos los campos posibles, se limitó a practicar tímidos ensayos, a dormir sobre los laureles de su segura supremacía.
La apertura de las nuevas plantas derrumbó de un golpe al Canal 7, cerró la época bullanguera y un tanto bohemia de la televisión argentina. El Canal 7 tardó más de tres años en recuperarse de la derrota, mellado por la falta de elencos directivos o por la abundancia de elencos directivos, una situación que se corresponde con su status de organismo oficial (lo es desde 1955, al caer el régimen peronista). Los Canales 9 y 13 se disputaron la audiencia a partir de 1960; la veteranía cubana de quienes diagramaban —y diagraman— las emisiones del 13 sirvió para que esta emisora ascendiera al tope de popularidad, un puesto del que todavía no fue desplazada. El Canal 9 comenzó a perderse en una selva de costos altos y bajo ingenio; el 13 aprovechó el clásico descanso televisivo del verano 1961 para desencadenar su ofensiva renovadora, desde los cartones publicitarios a la contratación de directores.
Mientras el 9 atrajo las luminarias del cine, el teatro y la radio, el 13 creó sus propias luminarias en el estudio y hasta se permitió dar cabida a programas "experimentales". En esa lucha, las seriales se adueñaron de la televisión en 1961 hasta desbordar, en muchos casos, a los programas 'en vivo'. De allí en adelante, mientras se superaban los tramos técnicos (a fines de 1962 empezaron a doblarse en la Argentina un par de seriales; poco después, el videotape revolucionó las programaciones), las estrategias coincidieron en teñir, temporada tras temporada, con un color particular, la trayectoria de la televisión argentina.
Si 1961 fue el año de las seriales, 1962 lo fue de los programas cómicos, construidos para un actor, de Juan Verdaguer a Pepe Biondi, de Luis Sandrini a José Marrone. En 1963, en cambio, los ciclos musicales para la juventud coparon el mercado; 1964 señaló a los programas-río como el objetivo hacia el que convergió la batalla de los cuatro Canales, incluido el 11, ya lanzado a la competencia mayor, a la conquista del segundo lugar que el 9, con su decadencia, dejaba vacante.
Obviamente, el hecho de que un género o una moda triunfen sobre otro en una temporada, no entraña nunca la muerte de los demás. Salvo, quizá, en los rubros periodismo y teleteatro, puntales del génesis de la TV argentina. Las seriales norteamericanas vencieron a los teleteatros, inermes para contrarrestar las perfecciones de que en USA es una industria inexpugnable. Esa forma, heredada de la radio, se guareció en sus tradicionales reductos vespertinos, en las "tiras" semanales dedicadas a explotar las demagogias más sentimentales. En cuanto al periodismo —que continúa sin encontrar su equivalente televisivo y se vale de largas charlas o reportajes insustanciales—, antigua pieza decorativa, cultural, se limitó a servir de relleno o a agonizar.
Curiosamente, el dato nuevo que caracterizó a la programación de 1965 fue la resurrección de los teleteatros. En cuatro emisiones de Canal 9 y en tres del 13, asomaron de lunes a jueves; seis de ellos, a las 22, el restante a las 21. Como si la televisión reiniciara su historia, la remontara a los tiempos heroicos del edificio de Ayacucho y Posadas.
La explicación es simple: todos los caminos han sido recorridos, sólo puede variar ahora la manera de transitarlos. Aquí comienza la retracción del público, el obvio agotamiento, que se compaginó en los últimos dos años con un repunte en los ingresos de los cines y los teatros. Sin embargo, parece difícil que la TV encuentre una salida original para el callejón en que está ahora; como en los Estados Unidos —el reino de este medio—, se trata de resistir dentro del callejón.
A los progresos científicos y técnicos habrá de añadirse un replanteo de cada género, dificultado en la Argentina por la limitación de costos y la previa escasez de recursos. La vuelta de tuerca termina por convertirse en la única solución; o la momentánea esfumación de uno o más géneros y su archivo hasta tanto puedan retornar a la pantalla como una sorpresa. De, ahí que en 1966 quizá el periodismo juegue un papel de mayor envergadura: es el campo virgen, y experiencias norteamericanas y europeas prueban hasta qué punto reditúa beneficios.
Bastó que en 1963 surgiera El reporter Esso (Canal 11) para que sus deficientes colegas del 7 y del 9 buscaran mejorar sus ediciones y para que el Canal 13, reacio a la información, inaugurara un noticiero propio. En cuanto a 1966, desde enero saldrá al aire Telenoche (Canal 13); sus 12 millones mensuales de presupuesto indican no sólo el mayor que haya tenido jamás una emisión periodística (a sideral distancia de programas pasados y presentes) sino también, uno de los más considerables del medio.
Una razón elocuente del cansancio del público proviene, por ejemplo, de las repeticiones de seriales. Patrimonio del Canal 9, que institucionalizó el sistema, fue imitado por el Canal 7 (Los intocables) y a él se plegaron el 13 (Ruta '66) y el 11 (Los defensores). De todos modos, es el 9 el que más insiste: ahora tiene un ciclo diario de trasnoche, Éxitos en serie, en el cual se mezclan, de pronto, capítulos aislados de La ciudad desnuda, Encrucijada, Enigma, Jefatura 87, La hora 11. Últimamente suele verse demasiado a Mike Hammer; aunque no se filma en USA desde hace cinco años, nunca dejó de proyectarse aquí.
Un caso típico ha sido el de Studio Uno (Canal 11): si sus primeras emisiones asombraron, la quinta —aun conservando un apreciable nivel— comenzó a mostrar una reiteración de su rígido mecanismo. A mediados de 1965, en lugar de lanzarse a la aventura de un programa nuevo, el Canal 13 apeló a un ciclo de considerable fortuna, Yo soy porteño, una lograda evocación del Buenos Aires de ayer. Lo trasladó al horario central, estiró su duración de 30 a 60 minutos, reforzó sus atracciones con más música y danza, Beba Bidart y parte de su anterior elenco (Pepe Soriano, Jorge Sobral). El ciclo perdió con el cambio, porque mostró las fallas del libretista Gius como narrador de TV: su talento para la minucia, su sentido de las situaciones aisladas, acabaron por diluirse,
Pero hay un caso tan típico como inexplicable: el de Pepe Biondi. También durante 1965 su emisión semanal se mantuvo al tope de los programas con mayor audiencia, a pesar de que los libretistas que la escriben —atados a un humor sin espontaneidad, o sea el polo opuesto de lo que Biondi puede dar— hicieron lo posible, y lo consiguieron, por derrumbarla y desnaturalizarla. A sus colegas, sin embargo, no les fue tan bien: Marrone y Sandrini descendieron en la tabla de popularidad; Verdaguer se refugió en la animación de un show.

De todo un poco
En los Estados Unidos, un rating bajo es una sentencia de muerte para el programa elaborado con más atención y cuidados. Contadas excepciones aparte, los bajos ratings corresponden a emisiones aplaudidas por la crítica. Un mes atrás, la revista Newsweek analizó las peripecias de Trials of O' Brien, una magnífica serie de tinte policial en la cual Peter Falk encarna a un abogado común. Las estadísticas Nielsen fijaron a Trials en el 92º lugar, lo que obligaba a sus productores a eliminarlo. "Culturalmente, se alimenta al país con un montón de basura y la TV usa la cuchara más grande", se lamentó el deshauciado Falk. El gigantismo norteamericano despreciaba, como escaso, a un público estimado en más de 15 millones de espectadores.
En la Argentina, donde la crítica de TV carece de rigor, existe esa oposición entre el juicio de los expertos y el gusto del público. Se ha manifestado claramente en el ciclo cómico Telecataplum: buena parte de la audiencia exigente elogió el refinamiento de algunas de sus bromas, que incluyeron la ironía casual y, especialmente, la sátira (cuadros familiares, clubes de barrio, parodias de teleteatros, pastiches sobre la historia del teatro). Pero Telecataplum no llegó a figurar nunca en los 30 primeros puestos del rating general, un hecho que el responsable de otro programa del mismo género (Aldo Cammarota, de Telecómicos) hizo constar en una circular a los medios de difusión. En estas circunstancias pueden entenderse muy bien que los realizadores de Telecataplum sean instigados a pasar de lo fino a lo grueso en su invención.
La oposición mantuvo su vigencia con las novedades de 1965. El ciclo con mayores ratings, La nena (34,9 por ciento en plena temporada), es una deplorable comedía interpretada por Osvaldo Miranda y Marilina Ross. Le sigue La revista de Dringue (27,5), que su protagonista debió defender de la rutina, aunque empleando lugares comunes. Los locos Adams (19,7) no pasaron de la medianía, sí bien constituyeron una insolitez: el ingreso del humor negro, compartido con otra serial, Los monstruos.
Las tres caras de Malvina, que obtuvo 17,6 por ciento, fue además de un grave traspié del libretista Gius, uno de los programas más burdos del año, cuyas aspiraciones psicológicas se contentaron con fatigosas observaciones superficiales. Más aceptables fueron las posiciones obtenidas por las seriales La caldera del diablo (16,5) y Los bribones (11). No obstante, los dos ciclos más valiosos, El detective millonario (12), y Crisis (9,2) ocuparon las últimas colocaciones. Menos fortuna aún tuvo Tiempo de historia (2,5), un admirable documental.
Los ratings generales de plena temporada ofrecen un panorama más claro del favor público, al mismo tiempo que marcan una declinación de espectadores. Los diez programas con mayor audiencia fueron encabezados por el dominio de la sonrisa: Viendo a Biondi, Telecómicos, La Nena, Felipe y El flequillo de Balá, todos de producción nacional. El sexto estuvo reservado a los novelones lacrimosos de Nene Cascallar: El amor tiene cara de mujer; los demás, a Disneylandia (infantil, norteamericano), y las comedias Las chicas (argentina), Dick Van Dyke (USA) y La familia Falcón (argentina). Sólo figuran, como se ve, 2 seriales extranjeras.
Con respecto a 1964, se advierten estas modificaciones: Cándido Pérez, La revista dislocada, Sábados continuados (Canal 9), Casino Philips y Los trabajos de Marrone abandonaron el pelotón de los diez primeros. Telecómicos pasó del 8º al 2º puesto; Disneylandia, del 10º al 7º; La familia Falcón, del 5º al 10º, Dick Van Dyke se mantuvo en el mismo sitio.
Una excepción a las preferencias citadas, que apoyan al entretenimiento cómico y la ficción más o menos divertida, fue El fugitivo, notable serial de un inocente perseguido por la justicia. En algunos días de octubre pasado alcanzó un rating de 38,3, superando los 35,2 de Viendo a Biondi y encaramándose a un primer puesto, del que sus patrocinadores hicieron rápido eco periodístico. Eh cifras de noviembre, la situación volvió a variar, con un cuarto lugar para El fugitivo, que antes de su inesperado encumbramiento se hallaba en el Nº 15, Claro que aun con este relativo descenso, la serial puede jactarse de un suceso al que no llegaron sus similares.
Noviembre brindó un cierto vuelco en los ratings-promedio de la temporada, ya que Biondi pasó a la segunda colocación, y Felipe se mudó de la 4ª a la primera. El primer lugar lo conquistó Casino Philips (saltando del 17º); es que esta vieja emisión del Canal 13 cambió de animador. Una vez más se aprovechó el congelamiento
temporal de una figura, Juan Carlos Mareco (Pinocho), radicado en España luego de su sensacional apogeo y su brusca caída en Buenos Aires, para especular con s regreso y las posibilidades que entrañaba; por el momento, parece que el operativo rindió beneficios.
Los "programas extraordinarios" (o especiales), a través de los cuales la TV busca quebrar la monotonía y propinar mazazos de prestigio sobre la audiencia, exponen curiosas contradicciones. El "hit" de 1964 fue un Hamlet interpretado por Alfredo Alcón y dirigido por David Stivel, que emitió el Canal 13; su rating señaló 52,8, En 1965, sólo la mitad de esa cifra obtuvo Sylvie Vartan, la cantante francesa, en sus apariciones del Canal 13. Pese a todo, con su 24,2 derrotó a su opositora italiana Rita Pavone, qua actuó en el 9. Aunque las dos juntas apenas sobrepasaron el rating de Libertad Lamarque en 1964, que totalizó 43,2.
George Maharis compitió sin desventajas (19,3) con Trini López, que en 1964 anotó 19,1. Pero Frank Sinatra hijo, en 1965, desbordó famas antiguas que brillaron en 1964: él obtuvo 16,1 contra 15,1 del prestigioso Ed Sullivan Show, 14,1 de fray José María Guadalupe (el ex actor José Mojica), y 14,2 de la proyección de films de Carlos Gardel. I Musici, el celestial conjunto de cuerdas, cosechó 7,3 contra escasos 2,5 de Friedrich Gulda en 1964; y el Corso Oficial orquestado en 1965 por el intendente Francisco Rabanal exhibió su 4 por ciento frente al 1,7 obtenido por un grupo de charlas de Alvaro Alsogaray en 1964.

Lo que vendrá
Lo que se espera para 1966 es una adivinanza sobre la que los canales aportaron información escasa ante las consultas de Primera Plana:
• Canal 7 promete continuar series que considera exitosas (Los intocables, El Santo, Mi marciano favorito), promete otras nuevas (El día de Valentín, Mi bella genia, El inspector Gideon), reserva títulos de propuestas, anuncia un ciclo de Teatro Argentino y confirma un plan de extensión cultural mediante cesión de programas al interior, a Uruguay, a España, a Venezuela.
• Canal 9 carece de un funcionario que tenga tiempo para dar datos a la prensa.
• Canal 13 mantendrá una fuerte programación de cómicos (Biondi, Telecómicos, Marrone, Felipe), no prevé la contratación de vedettes internacionales, reforzará su programa Telescuela y anuncia cuatro series nuevas: Jim West, Los espías, Convoy, Los héroes de Hogan.
• Canal 11 aporta detalles más copiosos. Construirá un nuevo estudio para incrementar sus programas vivos. Ampliará horarios de trasmisión desde abril. Mantendrá sus conciertos dominicales, ahora con actuación directa de músicos argentinos. Cederá espacios gratuitos a difusión cultural de EUDEBA, Fondo Nacional de las Artes, Museo Nacional de Bellas Artes, Sociedad Argentina de Escritores, Universidad de Buenos Aires y otras entidades. Incorporará series: Un hombre de U.N.C.L.E. (espionaje), Super Agente 0087 (parodia), Corte Marcial (guerra). Agregará programas en vivo, como Quinto año nacional (escrito por Abel Santa Cruz), La familia (por elementos de Telecataplum) y un show musical conducido por Pepe Iglesias. En abril comenzará a trasmitir El Justo, protagonizada por Alberto Closas, sobre libro de Alfonso Paso, que está descripta como la primera coproducción de TV entre España y Argentina. Mantendrá sus principales programas de 1965 y añadirá uno de índole deportiva. Según el director artístico, Darío Castel, la ambición de Teleonce no será la de batir records sino la de mantener una "programación equilibrada", que cubra toda la gama, de lo cómico a lo cultural.
A estos anuncios de los cuatro canales de Buenos Aires corresponde incorporar los que formuló Tevedos, de La Plata, pues esta emisora entablará su batalla a nivel de la Capital Federal.
En el negocio cinematográfico de todo el mundo, la pregunta solía ser hasta cuando durará la preferencia del público por la TV. Después de quince años de angustias, que desmembraron a Hollywood y modificaron radicalmente las líneas industriales del cine, esa pregunta está ya contestada: la TV vino para quedarse, aunque su supervivencia desate una guerra de ideas y de dinero más desaforada que la de ningún medio de difusión, del mismo a la prensa comercial (en USA, al número de receptores en funcionamiento es mayor que la tirada diaria de todos sus periódicos).
Las trasmisiones vía satélites, la expansión del color, la instalación de emisoras en los puntos más impensados del globo, son pasos acelerados de un dominio creciente. En América, la República Argentina figura entre los primeros países que se dieron servicios regulares de TV y hasta existe opinión formada sobre su superioridad técnico-artística. Con todos sus contratiempos, también vino para quedarse.
21 de diciembre de 1965
PRIMERA PLANA

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