Jockey Club
El proyecto y las vísperas


entre el proyecto de Bustillo y la torre de Álvarez, otro incendio

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pie de fotos
-Bustillo, ahora con oposición
-Diana busca su tercer hogar

 

 

"El ingeniero Alfredo Agote Robertson exige una retractación o una reparación por las armas." La voz del doctor Mariano J. Drago tenía una modulación exacta; sus gestos, poblados de cortesía, parecían disputar un torneo de caballerosidad. Sin embargo, se estaba discutiendo una ofensa, un guante arrojado a la cara del ingeniero Agote Robertson por el presidente del Jockey Club, Horacio Bustillo, al redactar un folleto donde lo acusaba de agraviar a las autoridades de esa institución.
Sentados en mullidos sillones, cuatro hombres intentaban, hace unos días, impedir un duelo. El doctor Héctor G. Doblas y el teniente coronel Jorge Castro Madero apadrinaban a Bustillo y los doctores Drago y Ricardo Quirno Lavalle representaban a Agote Robertson. Detrás de un vaso de whisky, Castro Madero ensayó un descargo: "No hubo intención de ofender."
El folleto fue repasado y subrayado hasta que sus tapas amarillas quedaron ajadas, y todo concluyó en un acta que establecía "la satisfacción de los padrinos de Agote Robertson por la caballeresca manifestación de los padrinos de Bustillo y por la hidalguía de su proceder, dándose por terminado el incidente". Drago y Castro Madero estamparon sus firmas y estrecharon sus manos. Quirno Lavalle y Doblas los imitaron, cruzaron sus saludos y se fueron. No habría duelo.
Dos días después, el matutino La Nación daba cuenta en una solicitada de esa acta, pero muy pocos lectores entendían su significado. El incidente había nacido en el despacho de Bustillo, cuando la comisión directiva del Jockey resolvió enviar a los socios aquel opúsculo, explicando la designación de los arquitectos Alejandro Bustillo (su hermano) y Pablo E. Moreno para proyectar un nuevo edificio social. Allí se acusaba al socio Agote Robertson de "realizar proselitismo e incurrir en expresiones agraviantes para autoridades e institución".
Al recibirlo, Agote estalló de indignación y designó a sus padrinos. Su presunta falta consistía en publicar anuncios pidiendo firmas para solicitar una asamblea que "discutiese libremente la ubicación y demás aspectos de la nueva sede". Pretextando no reproducir algunos términos irrespetuosos, también se mencionaba, sin transcripción, una protesta de Agote a Bustillo por otras resoluciones. Pero el incidente no era la culminación de un largo proceso, iniciado en el Jockey desde la primera presidencia de Bustillo, en 1960, y agudizado a fines de 1964; a esa altura, luego de premiarse un proyecto de edificio presentado por el arquitecto Mario Roberto Álvarez, se encomendó otro —más modesto— al hermano del presidente.

El incendio
En medio de esa atmósfera tormentosa, los socios recordaron una noche de hace 12 años —la del 15 de abril—, cuando el Jockey Club de Buenos Aires ardía en la calle Florida, con sus Goya apenas protegidos por tímidos chorros de agua, mientras la Diana esculpida por Falguière rodaba escaleras abajo, hasta estrellarse en el vestíbulo. Decenas de ellos se habían congregado esa madrugada, enmudecidos, para observar el interminable incendio.
Horacio Bustillo volvió a explicar, el día del aniversario, las ventajas del proyecto de su hermano: los planos reposaban sobre grandes atriles, en un suntuoso rincón del club dominado por un retrato del duque de Wellington (pintado por George Romney y adquirido en 7 millones de pesos hace tres años).
Junto a los bocetos se escucharon toda clase de opiniones: "Claro, esto sí. Aquí hay un estilo", dijo uno de los socios. "Por favor, parece un hospital", fue la primera respuesta. Las palabras eran soltadas con despaciosa exactitud, en un tono casi imperceptible, para no turbar el clima de laxitud que el Jockey condensa en sus salones al caer la tarde.
Lo que nadie discutía era la decisión de levantar una nueva sede para huir del complicado edificio de Cerrito 1353, adquirido provisoriamente. Tras el incendio, un viejo local de Suipacha al 500, que servía de administración y contaduría, albergó a la comisión directiva, que entonces presidía Urbano de Iriondo, hasta que un decreto disolvió el club, retirándosele la personería jurídica, y una ley posterior expropió sus bienes. Otras instituciones abrieron sus puertas a los socios: el Club Francés, el Club Italiano, la Peña de Armas y el Círculo de Armas suplieron la ausencia de las pedanas, los gimnasios, las piscinas y los salones de juego del viejo edificio de Florida.
Derrocado Perón, una entusiasta asamblea de 1.400 socios (la más numerosa de su historia) se congregó en la Bolsa de Comercio, a fines de 1956, para designar una Comisión de Recuperación con carácter provisional,
—Hemos designado a tu padre presidente del club. ¿Qué te parece?
—Una barbaridad. Papá no puede presidir nada, porque sus años y su principio de derrame no se lo permiten.
Malhumorado, Alejandro J. Anchorena recriminaba a Horacio Bustillo por la elección de Joaquín S. Anchorena. Sin embargo, la comisión se constituyó y sus sesiones se hicieron obligadamente en casa del presidente. Un año después, el gobierno de Aramburu devolvía la personería y los bienes. La comisión convocó entonces a asamblea para elegir autoridades definitivas, y con una sola excepción, la de Vicente R. Casares, fueron confirmados los miembros Joaquín S. Anchorena, Lorenzo Amaya, Félix Alzaga Unzué, Horacio Bustillo y Alberto Palacios Costa. La elección agregó los nombres de Eduardo Ocantos Acosta, Jorge Castro Madero, Luis J. Jacobé, Carlos M. de Alvear, Heriberto Duggan, José A. Martínez de Hoz, Jorge Ravagnan, Alfredo E. Méndez, Alfredo J. Vercelli, Aníbal Cichero Pitre, Nicolás Coronado, Federico Elortondo, Alfonso de Laferrère, Jorge C. Ledesma, Eduardo H. Maglione y Arturo Peña. Ellos pusieron el club otra vez en marcha y compraron el edificio de la calle Cerrito.
Gobernaron hasta 1960, cuando se renovó la mitad de la comisión. Bustillo había advertido la gravedad de Anchorena y aceptó reemplazarlo como candidato a presidente. Ganó las elecciones por amplio margen frente al único opositor, Miguel Ángel Cárcano. En 1962, fue reelegido por lista única, y en 1964, pocas horas antes del comicio, un grupo de disidentes presentó otra lista, también encabezada por Bustillo. Su objetivo era mechar miembros opositores en la comisión, para socavar lo que consideraban una poco beneficiosa perpetuidad. Fracasaron. Pero una crisis interna resquebrajó el bloque de la comisión directiva a los pocos meses. Bustillo pidió al presidente de la comisión de carreras, Federico Elortondo, la remoción de algunos miembros y éste se negó. De la conversación resultó la renuncia de Elortondo y el alejamiento de sus colaboradores en actitud solidaria. El secretario del Jockey, Salvador Mingrone, confirmó a PRIMERA PLANA que esos miembros son elegidos por votación "pero el presidente puede pedir su remoción porque es el Yrigoyen del club."
Semanas después, otra baja debilitó a la comisión: Alejandro J. Anchorena abandonó la secretaría general ante la inquietud de Bustillo: "No puedo perder a un Anchorena", reprochó el presidente. "Me pierde porque quiere", contestó el renunciante.
Una carta a La Nación informó escuetamente sobre las disidencias de Anchorena con el criterio de la comisión. El ex secretario explicó evasivamente que "sólo se trata de haber votado en contra durante las últimas sesiones." Pero hay otra distancia: Anchorena tiene 43 años y Bustillo casi ochenta.
Las discusiones engendradas por el concurso de anteproyectos deterioraron a tal extremo a la actual comisión, que tras la renuncia de Anchorena y la publicación de solicitadas, un fastidioso repiquetear de teléfonos sacudió a los empleados del club. "No, el presidente no ha renunciado. Sigue en su puesto", se les explicaba a los socios. Bustillo negó luego a PRIMERA PLANA la existencia de conflictos internos:
—Nada de eso es cierto. Gastamos más de cinco millones en el concurso que ganó Álvarez, pero una asamblea resolvió luego que hay razones económicas para no llevar adelante ese proyecto. Nuestro compromiso quedó cancelado con el pago del premio.
En setiembre de 1962, el Jockey había invitado a participar del certamen a los seis estudios de arquitectura más cotizados del país. Se incluyó el nombre de Alejandro Bustillo, pero éste declinó su intervención con una respuesta cortante: "No me someto a concursos." El jurado otorgó por unanimidad su veredicto en favor de Álvarez. Tres asambleas sucesivas discutieron las propuestas de financiación de esa vertiginosa mole de cristal apoyada en un plano recubierto por estilizadas galerías.
Hacían falta 2.588 millones de pesos para edificarla, porque el proyecto se ajustaba estrictamente a las bases, el sector rentable, formado por dos galerías comerciales y dos torres con oficinas para vender o alquilar, más una playa de estacionamiento propia: y el sector club, con 6 comedores, bares, gimnasios, pedanas, piscinas, solarium, salas de juego, biblioteca y salones de conferencias y exposiciones.
Pero un informe técnico analizó las propuestas financieras presentadas y recomendó indirectamente la construcción de un edificio en el terreno vacío de la calle Florida, a un costo de 320 millones de pesos, dedicado exclusivamente a dependencias del club. Este análisis fue rápidamente editado y distribuido entre los siete mil socios. Luego se invitó a los arquitectos Alejandro Bustillo y Pablo Moreno a preparar otro proyecto, de acuerdo con el nuevo presupuesto.
La decisión originó agrias discusiones y un intercambio de notas entre el Jockey y la Sociedad Central de Arquitectos, entidad que había supervisado el concurso y que solicitaba rever la medida. "Hubiera sido una solución ideal —dijo uno de sus miembros— porque el club quedaba protegido en ese edificio. Nadie pensaría jamás en destruir el Rockefeller Center, porque en un piso funciona una entidad enemiga..."
Quienes resisten la medida de la comisión, apoyan ahora sus reclamos en la supuesta falta de ética del presidente al derivar el proyecto hacia su hermano. Alejandro Bustillo, arguyen, tiene razones para no someterse a concursos, ya que sus grandes obras le fueron encomendadas gracias a "la vocación nepotista de su familia". El hotel Llao-Llao fue construido cuando su hermano Exequiel presidía la dirección de Parques Nacionales; y el Casino de Mar del Plata cuando su otro hermano, José María, ejercía en la provincia de Buenos Aires el ministerio de Obras Públicas.
En mayo próximo, los socios del Jockey decidirán si el nuevo edificio tendrá el "estilo argentino" que se atribuye el arquitecto Bustillo, o si volverán a soñar con las torres forradas de cristales. Mientras tanto, la Diana de Falguière, reconstituida en su quebrado mármol rosa, sin brazos, sin arco, seguirá presenciando desde su pedestal simbólico en un salón de la calle Cerrito las reyertas corteses que nacen a sus costados para decidir en cuál de los dos edificios será alojada.
27 de abril de 1965
PRIMERA PLANA