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crónicas del siglo pasado

 


Arquitectura

En las entrañas del elefante blanco

El segundo rascacielos que tuvo la ciudad encierra detalles poco conocidos: las bóvedas exhiben extrañas inscripciones en latín, la torre posee un potente faro de 300 mil bujías y en sus 22 pisos se cuentan 3 mil inquilinos, 500 teléfonos y 430 oficinas

 


Revistero

 


 

 

"Está torcido; se va a caer, se va a caer", era el comentario popular allá por 1922, cuando la inauguración —recuerda uno de los ocupantes del Palacio Barolo—, La gente tenía miedo de caminar por esta vereda y cruzaba a la de enfrente ... Pero ya ve: hace más de cincuenta años, y aquí estamos ...". Cargado de oropeles, con un estilo que los especialistas definen como gótico-románico pero que un humorista tildó de "remordimiento italiano", el edificio se yergue todavía majestuoso, en la Avenida de Mayo al 1300, como símbolo de un fastuoso pasado.
Diseñado por el ingeniero milanés Mario Palanti, graduado en la Academia de Brera y autor también del famoso Palacio Salvo de Montevideo, el Barolo fue en su momento el segundo rascacielos con que contó Buenos Aires (el pionero había sido la Galería General Güemes, en la calle Florida) y el edificio más alto, no ya de la Argentina sino de toda América latina. Las obras de construcción, en las que el millonario italiano Luis Barolo invirtió cuatro millones y medio de pesos viejos y por las que se pagaron, en concepto de jornales, 100 mil días de trabajo, comenzaron en 1919. Tres años más tarde, el Palacio Barolo alcanzaba 22 pisos (todos de diferente forma) y cien metros de altura, contados desde el nivel de la calle hasta el extremo de la torre, para cuya erección hubo que conseguir un permiso especial de la Municipalidad, y que fue bendecida por el nuncio apostólico monseñor Giovanni Beda Cardinale el 7 de junio de 1923. Esa torre albergaba el célebre faro giratorio con un poder de 300 mil bujías que lo hacía visible desde el Uruguay y por el cual se supo el resultado del match que disputaron el argentino Luis Ángel Firpo y el norteamericano Jack Dempsey: si su luz era roja, significaba que el Toro salvaje de las pampas habla perdido; si era verde, que había ganado.
Para muchos, el Palacio Barolo es el edificio "fantasma" de Buenos Aires: sus planos, que el autor se llevó consigo a su país, no figuran en los catastros municipales. Motivo de estudio para los alumnos de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, el edificio de Palanti, al decir de los autores de 'La arquitectura del liberalismo en la Argentina', "posee algo de Giuseppe Verdi, algo de Gabriele D'Annunzio y algo también de Benvenuto Cellini, y debe ser entendido por asimilación a determinada manera de ser, esencialmente italiana, exuberante y tempestuosa", Esas inclinaciones grandilocuentes se vieron confirmadas más tarde por la entusiasta adhesión del ingeniero Palanti a la Italia fascista de Benito Mussolini, donde se radicó y tuvo relevante actuación.
Según los especialistas, el edificio parece ser un caso raro de diseño Integral, ya que desde las fallebas y las manijas de las puertas hasta los once ascensores fueron especialmente proyectados por Palanti. Y no sólo proyectados sino importados: todos los materiales, desde las puertas y los caños hasta el granito de las paredes y columnas y el mármol de Carrara para los 1.410 peldaños que componen los 236 metros de escalera, fueron traídos desde Italia.
Además, el Palacio Barolo está considerado una obra precursora del "criterio de destinos múltiples", es decir de la hoy llamada propiedad horizontal. Pero, como señala Vicente Santiago, un jubilado docente que desde hace tres años brinda su dedicación exclusiva a las tareas de administración del edificio: "el Barolo no es una vulgar propiedad horizontal; es un elefante blanco que alberga abogados, escribanos, inmobiliarias, clubes náuticos y fotográficos, asociaciones provinciales, revistas, centros turísticos ...". Lista que incluye también, según confió a Siete Días un empleado que prefirió guardar el anonimato, a un practicionista ("Una vez me explicó que tiene algo que ver con la parapsicología, pero no quiso decir nada más").
Nilda Blanco, encargada de las cobranzas del Palacio, aventura algunas cifras; "Trabajan aquí unas tres mil personas; hay alrededor de 500 teléfonos; funcionan dos montacargas y cuatro ascensores, además del que va del piso 14 a la torre y que es manual. Hay 431 oficinas, o sea el equivalente de 261 unidades de propiedad horizontal, y cinco baños por piso con un total de 120". Por su parte, dos de los ascensoristas del edificio, Sergio Spadaccia y Roberto Orrequia, coinciden en afirmar que suben y bajan unas 200 veces por día. En ocho horas de trabajo, llegan a trasportar un promedio de 400 personas cada uno, no llevando nunca más de 10 pasajeros para evitar el desgaste de los antiguos y eficientes ascensores, únicos en su forma alargada y ovalada al fondo.
Por último, el encargado de la correspondencia, Bienvenido Enrique González, informa: "Aquí se reciben unas 500 cartas por día, más los expresos, certificadas y telegramas. En el trabajo de clasificación se demora aproximadamente una hora y media, y eso que yo tengo mucha práctica porque hace 15 años que estoy aquí".
"En 1946 —continúa más tarde el administrador Santiago, responsable de este pequeño gran mundo— se alquilaban oficinas por ocho pesos mensuales, con limpieza incluida, y además se los proveía de ventiladores en verano y estufas en invierno. La verdad es que este edificio las pasó de todos los colores: remates, juicios, herencias, épocas de mala vida. Pero hoy todo ha cambiado." Con idéntico optimismo, Santiago confía en que para este año o el próximo la torre y el faro del Barolo funcionen como en sus mejores tiempos, constituyendo un importante atractivo turístico y dándole a Buenos Aires un mirador público que permita su visión panorámica
Sin duda, lo más característico del edificio es el llamado Pasaje Barolo, precursor de las galerías comerciales modernas, que perfora la cuadra con salida a Hipólito Yrigoyen. Sus espacios generosos, sus imaginativas bóvedas, sus inscripciones en latín, muchas de ellas referidas a la propia obra ("La forma es la unidad de toda belleza", "Nadie sabe más que el autor sobre su propia obra", "Para que lleve su nombre en presencia de las gentes", o aquella atribuida a Virgilio, "Así vosotras, abejas, hacéis la miel no para vosotras mismas") y sobre todo el viejo kiosco, verdadera reliquia romántica de los "años locos", testimonio de los tiempos en que Madame Rasini estrenaba en el teatro Opera de la calle Corrientes, la revista 'Pour vous plaire', mientras Enrique Muiño y Elías Allippi planeaban su gira por España y el campeón Luis Ángel Firpo regresaba a Buenos Aires a bordo del vapor Southern Cross y Orfilia Rico le dedicaba una función de gala.
Un sabor añejo, alimento de la "moda nostalgia", que las palomas del Congreso y de la plaza Lorea, visitantes habituales del Pasaje, se encargarán luego de esparcir a lo largo de la Avenida de Mayo.
Germinal Nogués

APOSTILLAS AL PIE DEL PALACIO
• Muy poco se sabe sobre la personalidad del hombre que financió esta gigantesca obra. Al parecer, Luis Barolo llegó a la Argentina en 1890, donde se casó con doña Luisa Molteni, y fue socio del Club Atlético Estudiantes y del Buenos Aires Lawn Tennis. Murió a los 53 años, el 14 de junio de 1922, poco antes de la inauguración oficial del Palacio que lleva su nombre. Fue velado en su casa de la calle Perú 1363 y, previa misa de cuerpo presente en la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, fue sepultado en el entonces Cementerio del Norte, hoy de la Recoleta. En los numerosos avisos fúnebres aparecidos en los diarios, se reiteraba una frase: "Se ruega no enviar coronas". Uno de esos diarios comentó en la noticia necrológica respectiva: "Dedicado al comercio de importación de tejidos, el éxito iba paulatinamente coronando sus esfuerzos; instaló unos telares de tejidos de punto y enseguida la primera hilandería de lana peinada del país. Convertida ya su industria en una de las más importantes, no quiso que ella dependiera del extranjero y estableció los primeros cultivos de algodón en el Chaco, con cuyos productos su fábrica de casimires adquirió difusión extraordinaria".
• La sucesión de don Luis Barolo adquirió gran notoriedad como consecuencia de una larga serie de complicaciones judiciales que aún no han finalizado. Sus sucesores fueron don Francisco Piccaluga y su señora esposa Rosa Bianchi, quienes al morir dejaron a sus herederos un haber de varios millones de pesos.
• En el Palacio Barolo funcionó el Círculo de Bellas Artes, creado el 27 de abril de 1935 y en cuya primera comisión directiva figuraban los nombres del músico Constantino Gaito, el periodista Juan José de Soiza Reilly, el escritor Alberto Vacarezza y el arquitecto Alejandro Christophersen, hijo del cónsul noruego en Cádiz, ciudad donde nació. El círculo de Bellas Artes organizaba en el Palacio Barolo importantes muestras de pintura y escultura que dieron lustre artístico a la Avenida de Mayo.
• Hoy ocupan el edificio, entre otros, cuatro asociaciones, dos centros, una cámara, un consultorio odontológico, cuatro agencias de investigaciones, un despachante de aduanas, un instituto, 4 médicos, 25 abogados, 7 contadores, 3 escribanos y un ingeniero. Las principales entidades son: Asociación de Cronistas y Redactores de Turf, Asociación de Residentes Chaqueños, Asociación de Dibujantes, Asociación Argentina de Cooperativas y Mutual de Seguros, Centro de Investigaciones Turísticas, Centro Ruso Blanco, Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria, Club Náutico Belgrano, Club Argentino de Planeadores Albatros (del cual es miembro activo Rolf Hossinger, varias veces campeón mundial de volovelismo y actualmente piloto de Aerolíneas Argentinas), Revista de Minería, Yacht Club de Buenos Aires, Instituto Verificador de Circulaciones (que constata la efectiva circulación de las publicaciones a él adheridas) y Foto Club Buenos Aires (que desde hace doce años edita allí su revista Cuarto Oscuro). 
• Algunas cifras adicionales. El edificio tiene una superficie de 1.460 metros cuadrados. En su construcción se emplearon 4.300 metros cúbicos de cemento armado, 8.300 de mampostería, 1.400 de material para pavimentación, 70 mil barricas de portland, 650 mil kilos de hierro y más de 1.500.000 ladrillos, además de otro millón y medio de ladrillos huecos. La extensión de los zócalos alcanza los once kilómetros.
Germinal Nogués
revista siete días ilustrados
1975