La actitud del artista
por Julio Le Parc

En junio de 1966, el mendocino Julio Alcides Le Parc accedió repentinamente al prestigio internacional: la XXXIII Bienal de Venecia —sin duda el certamen plástico de mayor importancia en el mundo— lo consagró con su máximo premio, y lo convirtió en una especie de embajador de todo el arte argentino de vanguardia.
Un año más tarde, Le Parc demostró, en las salas del Instituto Di Tella, que la recompensa había sido merecida: las experiencias cinéticas se convirtieron en sus manos en un pasaporte a la vitalidad. No sólo eso: seguramente ninguna muestra del último lustro fue tan rica en significados, tan estimulante para sus colegas, tan arrasadoramente
popular. Sin embargo, el nuevo código de relaciones entre obra y espectador, que Le Parc inauguró en Buenos Aires, no fue para él una culminación sino el puente hacia el descubrimiento del destino de las artes plásticas en la sociedad contemporánea.
Obsesionado por la búsqueda de una conducta que trascienda la investigación estética, Le Parc acaba de escribir, en París, una carta abierta que vale como un manifiesto: es la que se anticipa aquí, y será publicada simultáneamente, como folleto, en México, Caracas y La Habana.
Curiosamente, el valor testimonial de estas páginas se enriquece con una coincidencia: sin haberlas leído, la vanguardia argentina podría firmarlas en estos momentos —Experiencias 1968 es una prueba— en que ha decidido abominar del arte en beneficio de la búsqueda de una moral.



Después de una residencia de cuatro meses en algunas ciudades de América del Sur (Buenos Aires, Montevideo, Mendoza, San Pablo, Valencia, Caracas), y habiendo asistido al "Simposium de Intelectuales y Artistas de América", que se realizó en noviembre de 1967 en Puerto Azul (Venezuela); habiendo tenido por otra parte en innumerables ocasiones la posibilidad de dialogar con gente muy diversa, sentí, en cuanto retorné a París, la necesidad de aclarar y reafirmar ciertos aspectos de mi posición.
En París, he hecho partícipes de mis inquietudes a varias personas, entre ellas a mis amigos de Robho, que me han pedido un editorial para su próximo número. Tales son pues las circunstancias de esta redacción, que he desarrollado bien o mal, desde noviembre (cuatro meses). Digo eso a título crítico y autocrítico. Pues pienso que es necesario actuar. Actuar en cada ocasión. Actuar para crear otras situaciones donde se pueda desenvolver una acción más concertada, más orquestada. Actuar incluso a riesgo de equivocarse.
Durante mi viaje he realizado cuatro exposiciones representativas de mi búsqueda con una gran participación del público (Buenos Aires: 180.000 visitantes en 16 días). Yo no quería que el clima de feria de diversión, de espontaneidad que podía notarse entre los visitantes (la mayor parte no especializados) de mis exposiciones, fuera asimilado a la actitud del visitante habitual de museos y exposiciones. No quería tampoco ver desarrollarse un mito alrededor de mi trabajo y de mí mismo. En cada ocasión puse en evidencia una intención de cambio en el cual esas búsquedas fueran el soporte ocasional.
EL PAPEL DEL INTELECTUAL Y DEL ARTISTA EN LA SOCIEDAD
Poner en evidencia en el interior de cada medio las contradicciones existentes.
Desarrollar una acción a fin de que sea la misma gente quien produzca los cambios.
La casi totalidad de lo que se conoce como "cultura" contribuye a la prolongación de un sistema fundado sobre relaciones de dominantes y dominados.
La persistencia de esas relaciones es garantida por el mantenimiento de la dependencia y de la pasividad entre la gente.
La sociedad, asimilando las nuevas actitudes, lima todas las aristas y cambia en hábitos o en modos todo lo que habría podido tener un comienzo de agresividad, cara a cara a las estructuras existentes.
Ahora bien, hoy se hace mucho más evidente la necesidad de replantear el papel del artista en la sociedad. Es necesario adquirir una lucidez más grande y multiplicar las iniciativas en la difícil posición del que, empapado en una realidad social dada, y comprendiendo su situación, intente tomar partido de las posibilidades que se le ofrecen para producir los cambios.
Cuando la gente comience a mirar por sus propios ojos, cuando constate que los esquemas mentales que la aprisionan están muy lejos de su realidad cotidiana, las contradicciones estarán maduras para una acción de destrucción de esos esquemas.
Ciertamente el peso enorme de la tradición artística y de los condicionamientos, que ella ejerce, nos hace dudar. Y muchas veces volvemos la mirada hacia el pasado, donde se encuentran los estereotipos históricos y los valores establecidos que intentan prolongarse.
Pueden verse fácilmente en la sociedad dos grupos bien diferenciados. De un lado una minoría que determina totalmente lo que hace a la vida de esa sociedad (política, economía, normas sociales, cultura, etcétera); del otro lado una masa enorme que sigue las determinaciones de la minoría. Esa minoría actúa en pos de que las cosas se prolonguen y que, cambiando las apariencias, las relaciones permanezcan idénticas.
Si uno se coloca en esa perspectiva, se constatan en la producción intelectual y artística dos actitudes bien diferenciadas: a) todo lo que —voluntariamente o no— ayude a mantener la estructura de las relaciones existentes, a conservar las características de la situación actual; b) esparcidas un poco por todas partes, las iniciativas deliberadas o no que intentan minar las relaciones, destruir los esquemas mentales y los comportamientos sobre los cuales se apoya la minoría para dominar.
Son esas iniciativas las que habría que desarrollar y organizar.
Se trata de servirse de una capacidad profesional, adquirida en el dominio del arte, de la literatura, del cine, de la arquitectura, etcétera, y —en lugar de seguir simplemente el camino ya trazado, el que consolida las estructuras sociales— poner en cuestión las prerrogativas o privilegios propios a nuestra situación.
Se trata de despertar la capacidad potencial que tiene la gente de participar, de decidir por sí misma —y de llevarlos a ponerse en relación con otra gente para desarrollar una acción común, a fin de que jueguen un papel real en todo lo que hace a sus vidas.
Se trata de hacer tomar conciencia de que el trabajo, que se hace en nombre de la cultura o del arte, es solamente destinado a una élite. Que el esquema a través del cual esta producción entra en contacto con la gente es el mismo sobre el que se apoya el sistema de dominación.
Las determinaciones unilaterales en el campo artístico, son idénticas a las determinaciones unilaterales en el campo social.
La producción artística convencional es exigente con respecto al espectador. Porque ella sobreentiende las condiciones especiales para que el arte pueda ser apreciado; un cierto conocimiento de la historia del arte, una información particular, una sensibilidad artística, etcétera. Quienes responden a esas exigencias pertenecen evidentemente a una minoría de una clase bien determinada.
Así se colabora con toda una mitología social que condiciona el comportamiento de la gente. Se reencuentra el mito de la cosa única que va al encuentro de la cosa común, el mito del que hace cosas especiales que va al encuentro del que hace cosas comunes; el mito del éxito —o peor todavía—: el mito de la posibilidad del éxito.
Todo lo que justifica una situación de privilegio, una excepción, lleva en sí mismo la justificación de un gran número de situaciones no privilegiadas.
Es así que nace y se propaga, por ejemplo, el mito del hombre excepcional (político, artista, multimillonario, religioso, revolucionario, dictador, etcétera) que implica su contrario: el hombre que no es nada, el miserable, el fracasado, el ignorante. Ese mito y algunos otros son los espejismos que mantienen la situación. Cada individuo en un momento u otro, es incitado a adherirse. Pues el "éxito" forma parte de la escala de valores que sostiene las estructuras sociales.
Dentro de nuestros propios medios, podemos cuestionar la estructura social y sus prolongaciones, en el interior de cada especialidad. Podemos coordinar las intenciones y crear perturbaciones en el sistema.
De una forma u otra, participamos en la situación social. El problema de la dependencia y de la pasividad de la gente no es un problema local, sino general, aun con la variación de sus aspectos. Llega a ser más agudo en los centros donde la tradición y la cultura tiene mayor peso, y donde la organización social es más evolucionada.
Los jóvenes plásticos condicionados (por la enseñanza, por la impregnación de ideales que obedecen a esquemas preestablecidos, por el deslumbramiento del éxito, etcétera) pueden ser estimulados por ciertas evidencias y orientar sus trabajos en un sentido diferente.
Pueden:
—Cesar de ser los cómplices inconscientes, involuntarios de los regímenes-sociales, donde la relación es de dominados y dominantes.
—Llegar a ser motores y despertar la capacidad adormecida de la gente, a fin de que ellos mismos decidan su destino.
—Orientar sus potencias de agresividad contra las estructuras existentes.
En lugar de buscar innovaciones en el interior del arte, cambiar, en la medida de lo posible, los mecanismos de base que condicionan la comunicación.
Recuperar la capacidad de creación de los que están en actividad ahora (cómplices generalmente involuntarios de una situación social que mantiene la dependencia y la pasividad entre la gente); intentar fundar una acción práctica para transgredir los valores y romper los esquemas; desencadenar una toma de conciencia colectiva y preparar, con claridad, empresas que pondrán en evidencia el potencial de acción que la gente lleva en sí.
Organizar una especie de guerrilla cultural contra el estado actual de cosas, subrayar las contradicciones, crear situaciones donde la gente reencuentre su capacidad de producir cambios.
Combatir toda tendencia a lo estable, a lo durable, a lo definitivo; todo lo que acreciente el estado de dependencia, de apatía, de pasividad; liberarlos de los hábitos, de los criterios establecidos, de los mitos y de otros esquemas mentales nacidos de un condicionamiento cómplice con las estructuras del poder. Sistemas de vida que aun cambiando los regímenes políticos continuarán manteniéndose si no los cuestionamos.
El interés no reside de hoy en adelante tampoco en la obra de arte (con sus cualidades de expresión, de contenido, etcétera) sino en la impugnación del sistema cultural. Lo que cuenta no es más el arte, es la actitud del artista.
París, 1968.
Copyright Primera Plana, 1968.

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