Revista Extra
noviembre de 1970 |
ARTURO Jauretche no necesita ser
presentado. Basta con enunciar cuatro de las cualidades que lo
definen rotundamente: político agudo, escritor incisivo, observador
sagaz y luchador infatigable. Es uno de esos hombres a los que el
país "les duele en carne propia", y por eso, también, es un
apasionado de la pelea. Lo obsesiona, por ejemplo, determinar
claramente las características del país real; marcar el divorcio de
algunos sectores intelectuales con la verdadera imagen nacional, o,
de alguna manera, desmontar las "usinas de prestigio" y los falsos
mitos que detecta en la vida cotidiana.
La ironía plagada de picardía criolla que Jauretche esgrime como un
látigo penetra profundamente en la realidad y marca a fuego
actitudes, personalidades y mentiras. En "El medio pelo en la
sociedad argentina", describió incomparablemente, a través del
ensayo sociológico, a todo un sector, una categoría de argentinos
que navegan en la indefinición.
Muchas veces se lo escuchó apostrofar a sus oponentes en la polémica
con una frase tajante: "¡No sean zonzos!" Hasta llegó a publicar un
manual en el que recopilaba y analizaba las "zonceras argentinas"
más notorias. EXTRA le propuso a Jauretche que volviera sobre el
tema y ahora, en 1970, nos hablará de los "argentinos zonzos" y sus
características más visibles. Sus respuestas al cuestionario podrán
molestar a muchos, pero —como él mismo aclara— lo que ocurre es que
"si uno levanta un espejo no tiene la culpa de que puedan ser feas
las caras que se reflejan en él".
—Doctor Jauretche, ¿cuál fue el primer zonzo notorio que usted
conoció?
—Yo mismo... porque creía en todas las zonceras...
—Es decir que, para comenzar, usted admite una primitiva zoncera
propia...
—En el manual de zonceras yo recuerdo aquella frase humorística, tan
corriente entre nosotros, de "mama, haceme grande que zonzo me vengo
solo". Evidentemente, esto conduce a hacer de un "zonzo grande" un
"gran zonzo", porque nadie se vuelve zonzo porque sí.
—¿Entonces no se es un "zonzo político" al nacer?
—¡No! Está todo organizado para que los argentinos "se vengan
zonzos". Yo ya expliqué en "Los profetas del odio y la yapa" cómo
está constituido todo el aparato del azonzamiento nacional.
—Usted pinta la situación desde un punto de vista demasiado rotundo.
¿No cree que existen posibilidades de eludir el hecho de
convertirse, fatalmente, en un zonzo?
—Es muy difícil —por lo menos lo era— escapar a la conformación
mental que el aparato provoca en los argentinos. Por eso, ahora, se
hace más fácil entender lo que dije al principio de que yo era un
"zonzo grande". Eso es lógico, porque mi mamá se encargó de hacerme
grande y el aparato me modeló intelectualmente.
YO ERA UN LIBERAL
—¿Usted se dio cuenta de repente de su zoncera, o fue a través de un
proceso lento?
—Esto es muy difícil de precisar. Lo primero que ocurrió es que
adquirí cierta comprensión política. Yo había sido en mi
adolescencia y hasta la edad de la "colimba", un convencido a pie y
juntillas de la ideología liberal y extranjerizante. Después empecé
a entender los fenómenos económicos del país; eso lo logré mirando
desde el país hacia la teoría y no, como había hecho antes, desde la
teoría hacia el país. En ese momento, justito, me empecé a iluminar
sobre las zonceras que habían facilitado nuestra colonización
cultural.
Esto no pasó hasta que me apeé de las pretensiones intelectuales de
todo joven estudiante y empecé a ver el mundo desde el ángulo más
simple del sentido común, del buen sentido.
—¿Podría darnos un ejemplo de zoncera?
—Sí. Una de las más repetidas es ésa de "la imagen que el país da en
él exterior". ¿Cuál es el espejo en el que esa imagen se refleja? El
"espejo" es el "Times", "Financial Times" o "Chicago Tribune", para
unos gustos, o los diarios de Moscú o China, para otros.
Lógicamente, la imagen del país que les gusta es la que a ellos les
conviene. Por ejemplo: Faruk le debió gustar mucho más al "Times"
que Nasser y, lógicamente, el obeso rey de Egipto debió dar mejor
"imagen exterior" que el coronel que lo sucedió.
Con esto que le digo está claro que la primera condición para no ser
zonzo es decirle "qué me importa" a la opinión de afuera y, además,
no pensar como intelectual, sino como hombre.
LAS ELITES CULTURALES
—Usted marca una división, una especie de divorcio, entre los
sectores pensantes y los populares...
—A nadie se le escapará esta particularidad de la política
argentina, y es que los llamados "cultos" siempre han estado en
oposición a las mayorías populares. ¿Es una casualidad que hayan
estado contra Rosas, Yrigoyen y Perón?
—¿Entonces, pueblo y cultura son incompatibles?
—Este sería el único país del mundo donde el fenómeno se produce,
por lo menos si nos comparamos con los países llamados "rectores",
en los que la "élite cultural" se reparte entre las fuerzas
históricas en pugna. No... no se da esa oposición, sino que lo que
ocurre es que tenemos dos culturas: la que se elabora en la vida por
el contacto con la realidad, carente de pedantería y de ciencia
infusa, que es la del pueblo, y la de los que han superado "la otra
cultura". Esta última es la cultura "de pega", administrada por el
aparato de la colonización pedagógica, que trabaja desde la escuela,
la enseñanza secundaria, la universidad y los medios de difusión.
Todo está organizado para impedir la realización de una cultura
nacional y propia.
Sin ir más lejos, ahí están las Academias. Los diarios de hace unos
días nos informan de la consagración de los primeros cuatro
académicos de ingeniería (Butti, Allende Posse, Migone y Castello)
Basta mencionar estos nombres para identificarlos con un sector que
funciona por intereses y líneas ideológicas que han representado y
representan a "cierta cultura".
Es inútil buscar en esas Academias a figura alguna que haya
coincidido, en política, con los sectores populares y, en teoría,
con los planteos nacionales.
—¿Se "fabrican" prestigios?
—Sí. El aparato que "hace" el prestigio excluye a los últimos que
acabo de nombrar, los esteriliza y los mantiene en el anónimo, para
que no lleguen a niveles importantes y decisivos. Cuando usted
comprueba eso, inmediatamente se da cuenta de que ese aparato se ha
conformado históricamente y ha confundido la historia. Esto también
habla de la necesidad de revisar la historia nacional.
En nuestra época no había caminos abiertos para descubrir cómo se
construye la "zoncera cultural". A mí, esta necesidad de revisar la
historia se me apareció cuando ya estaba muy poco verde y más que
pintón. En 1935, en un poema gauchesco, hecho después de una
revolución en la que participé ("Paso de los Libres", que se va a
reeditar en uno o dos meses)., expreso casi todos los puntos de
partida de mi pensamiento actual. Pero todavía se me mete por allí
algún elogio a Caseros. Iba rompiendo las maneas de la colonización
cultural, pero todavía no las conocía todas y aún desconfío de que
todavía no esté atado por alguna.
LA CASCARA PARTIDA
—¿Sigue aumentando ahora el número de "zonzos culturales"?
—Los que ahora están en otra situación. La contradicción entre el
país real y su cáscara cultural es ya demasiado visible, y la
cáscara se está agrietando. —¿Hay zonceras nuevas? —Una vez nos
visitó un sociólogo cuando se fue, le preguntaron qué era lo más
interesante que había encontrado en Buenos Aires y dijo, más o
menos, esto: "He visto un pueblo en una angustiosa introspección".
Se refería al agrietamiento de la cáscara, que ya está podrida y no
puede hacer más zonceras con éxito.
Esta es mi respuesta a su pregunta, pero siempre existe el peligro
si no se mueven las bases del problema. El error consiste en querer
"pensar el país" con modelitos importados y querer aplicarlos aquí.
—Eso de "la democracia representativa a través de los partidos
políticos tradicionales", ¿es una zoncera?
—No. No lo creo; más bien los que están acabados son los partidos
tradicionales. Esta es una zoncera a medias, diremos que
circunstancial.
Eso de que los partidos tradicionales están acabadas se sabe desde
1945. Figúrese que un desconocido les juntó la cabeza a todos los
partidos, y eso ocurrió simplemente porque ese desconocido se puso
al frente de la Argentina real y los otros no hicieron más que
apretarse en torno de una Argentina perimida.
Este asunto de los partidos políticos u otra forma de
representatividad es la continuación de otra zoncera, que consiste
en creer que lo importante no es la sustancia sino la forma. Antes
de Caseros ya había dicho Varela que "no había que tomar la medida
de la cabeza sino adaptar la cabeza al sombrero". Los que hacen
cuestión de formas institucionales y políticas, olvidándose del ser
nacional, simplemente se quieren poner un sombrerito importado.
LOS ZONZOS SE ACABAN
—¿Podría describir al argentino zonzo?
—El típico zonzo argentino de hoy —con la excepción de algunas
"señoras gordas" y sus respectivos consortes— se está acabando y más
bien anda por la Chacarita, la Recoleta o el cementerio de Flores.
Quedan algunos —generalmente lectores de "La Prensa"— que alternan
esas lecturas con el salicilato y la jalea real.
—¿No quedan más zonzos jóvenes?
—No existen zonzos jóvenes. Los jóvenes que comulgan con la zoncera
no lo hacen por zonzos, precisamente. Por lo contrario, lo hacen de
pícaros. Son zonzos espontáneos que quieren hacer la carrera de los
honores y saben bien que hay que "acomodarse" a las exigencias de
las superestructuras.
Jauretche sigue hablando. El tema es, para él, inagotable. Recuerda
sus épocas de "cuando era zonzo", piensa en la revolución de la
nueva mentalidad y promete "seguir pegándoles" a todos. Sí, a esos
mismos a los que alguna vez, desde la tribuna, les gritó: "¡No sean
zonzos!".
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