Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


El asesinato de Aramburu
Revista Periscopio
21.07.1970

"El Ministerio del Interior lamenta tener que informar que se ha verificado que el cuerpo hallado en jurisdicción de la provincia de Buenos Aires, es el del señor teniente general don Pedro Eugenio Aramburu."
Las 6.40 del 17 de julio. Un viernes grisáceo, tormentoso, húmedo, trata de amanecer sobre la ciudad, cuando el sencillo parte es leído en la Casa de Gobierno, ante los periodistas. Las menores esperanzas, si aún las había, se extinguen definitivamente; el país se entera, una vez más, que el vandalismo y la cobardía —porque es cobardía matar a un hombre inerme— acrecen la ofensiva desatada hace tres años, en los suburbios de un régimen cuyo desdén por el pueblo facilitó el auge de esta nauseabunda delincuencia.
"La Nación —arengaba el Presidente Levingston, a las 12, en su mensaje de 400 palabras— ha sido herida por la ceguera, el fanatismo y la crueldad [...]. La sangre que ha corrido nos salpica a todos con su carga de reproche." Ese era, sin duda, el sentimiento general, por encima de las banderías y las diferencias; el mismo sentimiento que se despertó, a lo largo de una historia de luchas encarnizadas, cada vez que la violencia extravió el sentido humano, cada vez que se fusilaba a Dorrego, se abatía a Maza, se lanceaba a Peñaloza, se apuñalaba a Urquiza; cada vez que caían Bordabehere, Lencinas, Ingalinella, Ross, Satanowsky, Valiese, García, Pampillón, Cabral, Vandor.
"La persecución de los culpables continuará hasta sus últimas consecuencias", aseguró el Presidente. Una lluvia fina martirizaba las calles; cesó después de las 13, en momentos en que se instalaba la capilla ardiente en la iglesia Esclavas del Sagrado Corazón, Montevideo al 1300, apenas unas tres cuadras de la casa de Aramburu, ese departamento de donde fuera secuestrado el 29 de mayo. Veinticuatro horas antes, en un villorrio bonaerense, bomberos y policías terminaban de excavar en el sótano de una casa: a dos metros de profundidad yacían los restos del ex mandatario.
Empezaron su lúgubre tarea a las 6 del jueves, allí, en la chacra La Celma, localidad de Timote (500 habitantes; 379 kilómetros al Oeste de la Capital Federal, cerca de Carlos Tejedor, junto al límite con La Pampa). Pero llegaron a la zona a eso de las 2, después que La Plata alertara a las fuerzas de Carlos Tejedor y la Unidad Regional de Pehuajó. Nadie los esperaba, salvo el cuidador, Blas Vasco Acébal, 64; en una de las seis habitaciones de la abandonada casa —la única limpia— descubren el acceso a un sótano, oculto bajo un lecho.
En el sótano, un cajón con armas (tres fusiles, cinco Mauser, dos pistolas, un Winchester) y municiones; al correrlo, advierten tierra removida, y deciden hurgarle las entrañas. Aparece una capa de cal, luego un saco, finalmente un cuerpo: viste camisa, pantalón, ropa interior, zapatos, corbata anudada (con traba); las manos atadas a la espalda con soga fina, los ojos vendados, una mordaza en la boca. Un anillo de oro en el anular, con esta leyenda: S. H. a E. A. 1932.
El Jefe de la Policía Federal, general Jorge Esteban Cáceres Monié —ausente, por enfermedad, de su despacho el martes y el miércoles—, desembarca en la zona con el titular de la Policía de Buenos Aires, coronel Antonio Navas. A las 21.30, en una ambulancia de Pehuajó (chapa 96), el cadáver emprende la marcha hacia el Este; en la Capital, la noticia del hallazgo circula desde la media tarde: alrededor de las cuatro, Levingston había prevenido a Carlos Eugenio Aramburu.
Dan las 2 del viernes cuando la ambulancia entra al Regimiento Granaderos a Caballo —no a la Morgue Judicial, curiosamente—; en menos de 30 minutos aparecen el Juez de Instrucción, Raúl Jacinto de los Santos, oficiales del Ejército, amigos de Aramburu, médicos forenses —con el decano a la cabeza, Walter Saborido—, peritos dentales, especialistas en Medicina Legal y Escopometría.
A las 5.20 emiten su fallo: es Aramburu. Cáceres Monié traslada el informe al Ministro del Interior —que ha pasado la noche en la Casa Rosada—; el brigadier McLoughlin telefonea al Presidente, y a las 6 comunica la novedad al padre Iñaki de Aspiazu, a quien citara a su oficina. Los diarios de la tarde señalan que el cadáver presentaba tres orificios de bala en la cabeza, y una honda herida a la altura del corazón. Ningún familiar del ex mandatario, que se sepa, estuvo en Granaderos; Carlos Eugenio sí se presenta hacia las 11.30 en el Hospital Militar, donde se ejecutó la autopsia.
El Gobierno decreta día de Duelo Nacional el sábado, y ordena que se rindan los honores de Presidente muerto en el ejercicio del cargo; Levingston ofrece el Salón Blanco de la Casa de Gobierno para velar los restos; la viuda, Sara Herrera, opta por cumplir una promesa: velar a su marido en la iglesia de Montevideo al 1300.
El Comandante en Jefe del Ejército, que vacacionaba en Bariloche, adelantó su regreso a Buenos Aires: fue uno de los que transportaron a pulso el ataúd, desde un furgón hasta la capilla ardiente. Más tarde acompaña al hijo de Aramburu a buscar el sable corvo del ex Presidente; como no se encuentra la gorra, Lanusse deposita la suya sobre el féretro.
A partir de las cuatro, una invasión de coronas florales y de público se derrama en las vecindades de la iglesia y frente a ella, en la plaza Vicente López. El desfile de dignatarios —Levingston y su esposa se contaron entre los primeros—, de figuras políticas, de simples ciudadanos, resultó incesante. , Muchos de ellos, entrevistados por la televisión —la mejor cobertura fue del Canal 9—, coincidían en un argumento: el repudio al crimen, tanto o más que la personalidad de Aramburu, era el motivo por el cual la muchedumbre se arremolinaba.
Sólo dos incidentes quebraron el silencioso recogimiento: unos gritos hostiles y un conato de agresión física al general Mario Fonseca, ex Jefe de la Policía Federal, en la tarde del viernes; un tumulto, a las 0.10 del sábado, cuando Arturo Frondizi pretendió ingresar al templo. "¡Que se vaya, que se vaya!", exclamaron unas voces airadas; luego de unos forcejeos, Frondizi decidió retirarse: "Estos son los que no comprenden que el general Aramburu quería la paz", dijo.
A las 10.30, cuando se ofició la misa de cuerpo presente, la lluvia seguía, aliada de un cielo hosco. Levingston y su esposa se añadieron a los feligreses; flanqueado por los hermanos Alsogaray, también estaba allí Arturo Illia. El Cardenal Primado rezó un responso. A las 11.23, un toque de clarín anunció que el féretro iniciaba su último viaje; el Presidente se sumó al cortejo; centenares de paraguas formaron un techo de luto a las calles del Barrio Norte. La Marcha Fúnebre de Chopin esparció sus sobrios acordes.
Dieciocho carrozas con 205 coronas precedían la cureña; más adelante iban cuatro jeeps con cadetes de los tres Institutos, dos vehículos con infantes de Marina, y los Granaderos a Caballo. Desde los balcones, con banderas enlutadas, caían flores al paso del ataúd. Ya en la Recoleta, monseñor Juan Carlos Aramburu rezó otro responso; tres oradores se sucedieron en la tribuna: Isaac Rojas, Bernardino Labayru, y Lanusse (a quien encomendaron el elogio fúnebre el Gobierno y las Fuerzas Armadas). El ex Diputado Héctor Sandler intentó hablar: Levingston lo instó a que depusiera su actitud.
"El peso de la justicia habrá de caer inexorablemente sobre los autores materiales del hecho, sobre sus instigadores y cómplices— sostuvo Lanusse—. Mi general: cumplisteis con vuestro deber, podéis descansar en paz."
Tras las revelaciones policiales y las desmedidas conjeturas periodísticas del 8-11 de julio, no cabía sino aguardar una semana de asombros. Desde el lunes se vislumbró una conferencia de prensa del general Cáceres Monié; el. viernes, finalmente, fue anunciada para la tarde del sábado 18, aunque terminó desplazada al lunes 20.
Este silencio acreció los enigmas, fortaleció la invención de los diarios, ensanchó las dudas; los ojos del país se concentraron aún más en el Juez de los Santos, enfrentado con la más difícil y trascendental causa de su carrera. Pero el magistrado, que deberá elevar el sumario a la Sala en lo Penal de la Cámara Federal —para que ventile el proceso, según la Ley 18670—, no ha dicho nada, como corresponde.
El domingo 12 era desmentida una versión sobre la presencia en Salta de dos de los prófugos indicados por la Policía: Fernando Luis Abal Medina y Mario Eduardo Firmenich. Se difundía la versión del traslado a Buenos Aires, para su interrogatorio, de ocho detenidos de Córdoba (Lidya Piotti de Salguero, a cuyo esposo se busca; José Antonio Fierro, Raúl Héctor Guzzo Conté Grand y su mujer, Carlos Alberto Soratti Martínez, Luis Alberto Lozada Caeiro, Cristina Liprandi de Vélez, Mirta Cucco); las autoridades nunca confirmaron estas presencias. El domingo, además, se conocía el intento de secuestro del escribano Juan Carlos Fernández Lecce, secretario del Juzgado platense a cargo del doctor Rómulo E. Dalmaroni: allí se tramita la causa sobre desaparición de Felipe Vallese (arrestado en julio de 1963 por la Brigada de San Martín, aún no fue hallado su cadáver).
El lunes trascendían dos procedimientos. Uno, en la quinta de los padres de Carlos Alberto Maguid, en González Catán: sin éxito. El segundo, en una finca de Bernardo de Irigoyen 2123, Munro, alquilada —según se anunció— por Abal Medina y Firmenich; secuestraron armas y el libro de guardia del destacamento policial de San Ignacio, asaltado en noviembre último. El Arzobispado asumió, ese día, una actitud sensata que no tuvo imitadores; en un comunicado acerca de la detención del presbítero Alberto Fernando Carbone (fue aprehendido el 8 de julio) solicitaba "no se deteriore la imagen del citado sacerdote" hasta tanto se expida la Justicia.
El martes, cuando La Nación advertía que las actuaciones "no pueden avanzar más por ahora en cuanto a establecer lo que se llama «la presencia física del ex Presidente»", estalló una bomba: el 8 de julio, siete amigos de Aramburu habían firmado un acta por la cual se comprometían a entregar 50 millones de pesos viejos (ya ofrecidos en avisos por indicios firmes acerca del ex Presidente) a cambio de Aramburu vivo.
¿Qué había sucedido? El abogado Hugo Malamud fue requerido por un cliente, que "me negó en forma terminante pertenecer al grupo de los secuestradores y que obtuvo la referida pista en forma accidental"; esa persona le encomendó gestionar el pago de la recompensa, pues él garantizaba la posibilidad de rescatar al general.
Los firmantes concedían un plazo de 72 horas; venció la noche del 11 de julio, sin que el desconocido volviera a tomar contacto con Malamud. El episodio, sorprendente, reanimó las esperanzas de los familiares y admiradores de Aramburu. Pero el miércoles transcurrió sin novedades: de los Santos indagó a los cuatro detenidos alojados en el Departamento de Policía (Carlos Alberto Maguid, Nora Nélida Arrostito de Maguid, Ana María Portnoy de Silveira, Carbone). A esa altura, el expediente constaba ya de siete cuerpos de unos cien folios cada uno. En Córdoba, el Juez Marcelo Tomás Barrera desempeñaba idéntica labor; según los "trascendidos", el médico Guzzo negó haber atendido a Lidya Piotti; ésta alegó su inocencia en las guerrillas; Barrera ordenó la libertad de Claudio Ehrenfeld, pero el P.E. lo retuvo a su disposición.
Y el jueves, mientras la Policía reclamaba la ayuda de la ciudadanía para capturar a los estudiantes Carlos Gustavo Ramus, 22, y Carlos Raúl Capuano Martínez, 21 (sobrino de Mario Martínez Casas, adalid del caballerismo), el pueblo de Timote se agitaba y conmovía con el hallazgo de La Celma. ¿Cómo llegaron a la chacra los detectives? Según los diarios, la búsqueda de Firmenich —que comerciaba con ganado, si bien su hermano informó que desde hace un tiempo trabaja de taxista— condujo hasta la ciudad de Vera, en Santa Fe, donde él y Abal Medina habrían efectuado unos negocios. Para uno de ellos, en que intervino el Banco de la Nación, Firmenich presentó como avalista a Ramus. Ahora bien: La Celma es propiedad de Amalia Iribarne de Ramus, madre de Carlos Gustavo y de una hija que sería la novia de Firmenich.
José Zurdo, 48, socio del hotel España de Timote, e Hipólito Paterno, 52, dueño de Casa Zabala (un almacén de ramos generales), fueron llamados como testigos cuando la Policía resolvió excavar. "Nos llevaron al sótano enseguida —contó Zurdo a Jorge Abásolo, enviado de Periscopio—. Ahí vi las armas. El comisario de Bragado nos decía: «Pisen aquí. ¿No les parece que abajo está hueco?» Cuando nos vinieron a buscar, eran como las seis, los agentes nos dijeron: «Vengan, vengan, que parece que se podrá encontrar un cadáver»."
El olor obligó a los bomberos a calzarse máscaras; los testigos pidieron permiso para regresar a sus negocios. El médico policial, Julio A. Raiz, 45, llegó para enseñar cómo extraer los restos sin dañarlos. Sólo lo observó exteriormente: cree que la muerte databa de 30 a 40 días. Una vez retirado el cuerpo, León Porras, 34, empleado de las pompas fúnebres de Timote, aportó un cajón "de tapa ciega", por encargo de la Policía; él y Chiquín Odone, un vigilante, colocaron los restos en el ataúd. Alberto González, militante de UDELPA ("Soy amigo personal del general"), afirmó que el cadáver era el del ex Presidente.
Germán Etchegaray, 42, que lleva once años afincado en la zona, desde entonces conoce a Ramus; lechero próspero, expresa que "él entendía de campos y ganado, pero Firmenich no; hace dos años me lo presentó como su socio". Humberto Mussio, 30, empleado del surtido y taller de Timote (una localidad de nueve manzanas), también habla de Ramus: "Era un buen pibe. Siempre se ofrecía a llevarme en su camioneta, una IKA T-80, amarilla. En los carnavales se divertía mucho con la gente del pueblo. Firmenich era medio pavo. Una vez le hicieron tocar un cable electrizado, y el chiste nos duró una semana". Ramus cerró su última operación en la zona el 22 de junio: vendió 95 vacas en un millón y medio de pesos viejos.

LA ARDIENTE OSCURIDAD
"El Jefe de Policía tiene la mejor buena voluntad para esclarecer el hecho, pero nosotros queremos que se establezca la Comisión Investigadora." La frase es del capitán Aldo Molinari, fervoroso partidario de Aramburu, y no hacía sino repetir un anhelo que los amigos del ex Presidente confesaron un mes atrás. Su tesis: la Policía quizá se vea trabada si, en el curso de sus averiguaciones, se enredasen figuras públicas;
una Comisión, formada por todos los sectores, con facultades extraordinarias, salvaría ese escollo.
La Prensa, en un editorial del martes 14, manifestaba "la imperiosa necesidad de ampliar una investigación", porque "es preciso conocer los móviles y, sobre todo, los ocultos resortes que hayan podido inspirar el vandálico delito [... ] Si las autoridades nacionales realmente desean esclarecer todas las incógnitas, no deben oponer trabas a que la ciudadanía ejerza el derecho inalienable de conocer a fondo los hechos". Citaba, como antecedente, la célebre Comisión Warren, que indagó el asesinato de John F. Kennedy.
Ese organismo actuó durante diez meses, dirigido por el titular de la Corte Suprema; su fallo es notorio: Lee Harvey Oswald (ultimado 48 horas después de Kennedy) era el victimario. No menos de diez volúmenes han mostrado, desde entonces, las tremendas fallas de la encuesta; el Jefe de Policía de Dallas y el propio Lyndon Johnson, creador de la Comisión, no ocultaron su incertidumbre. Es que, seguramente, la 'raison d'État' impidió al honesto y brillante Warren cruzar el límite: en estos casos, quienes se desprestigian no sólo son los criminales, sino la Nación entera.
De las declaraciones de Molinari y otros camaradas ideológicos, parece deducirse que ellos también intuyen una raison d'État. ¿Cómo objetar su pensamiento? El crimen es tan monstruoso, tan inconcebible, que no deben agotarse medios para esclarecerlo "hasta sus últimas consecuencias", según palabras del general Levingston. Sin embargo, el Presidente alaba la efectividad de la Policía; el martes recibió al ingeniero Emilio Olmos y otros dos líderes conservadores de Córdoba, quienes reiteraron la urgencia de fundar la Comisión. "El Presidente nos dijo que no la cree oportuna, por ahora", informó Olmos. El Partido Socialista Democrático volvía a la carga el jueves, recordando sugestivamente el asesinato de Matteoti bajo el fascismo: la Comisión investigará "no sólo para detener y castigar a los autores materiales, sino también a sus instigadores y cómplices, sean quienes fueren..."
El viernes, Molinari iba más lejos: "No se deben tener en cuenta solamente las detenciones efectuadas hasta el momento. Esto [el secuestro y la eliminación de Aramburu] no responde a sectores internacionales, sino más bien a sectores nacionales, que se querían perpetuar en el poder". ¿Podía aclarar el concepto? "Sin duda yo no me quería perpetuar, sino el señor Juan Carlos Onganía, que se quería quedar treinta años". La acusación no pudo ser más directa. El doctor Manuel Rawson Paz, a la 1.02 del sábado, explicaba al Canal 9: "La sangre de Aramburu salpica a Onganía y a Imaz. Ellos anunciaron días trágicos para la Argentina y dejaron sin custodia a Aramburu". La tarde del viernes, gritos hostiles recibieron al general Fonseca, y el sábado vociferaban frente a la casa de Imaz.
El liberalismo sospecha del Gobierno anterior, y presiona sobre el actual; desde el 17 de julio en adelante, se sumarán a su queja otros sectores, asqueados y conmovidos por la bárbara suerte que corrió Aramburu. La Vanguardia de julio 7 exhumaba la edición Nº 9 de un semanario, Tiempo Social, cuya tapa exhibe una foto de Aramburu, con esta leyenda: "Caín — Quiere volver a sembrar el odio entre los argentinos". El número, fechado 20 de febrero, contiene tres avisos oficiales y elogios a Onganía; además, pretende que se avecina un "golpe palaciego al estilo del 13 de noviembre de 1955'', para sustituir a Onganía con el ex Presidente.
En los círculos liberales se escuchan fuertes críticas a la investigación policial; se trata, en esencia, de dudas o extrañas coincidencias. En principio se ignora la ideología de los acusados (ver páginas 22/23) ; el único elemento probatorio cuya existencia ha sido divulgada, es el negativo de la foto del llavero de Aramburu, capturado en el hogar de Maguid. Emilio Ángel Maza, a quien la Policía sindica como uno de los dos secuestradores, murió sin prestar declaración, y no fue reconocido sino con reservas (la viuda del ex Presidente hizo enmendar el acta en la que aparecía sosteniendo haber reconocido plenamente a Maza). "Es el Oswald argentino", sentenció un jurista del grupo.
Los identikits de los dos secuestradores, que la Policía difundiera el 30 de mayo, no.se parecen ni a Maza ni a Abal Medina, a quien las autoridades de la investigación consideran jefe del operativo y co-raptor. Doña Sara Herrera no advirtió el acento cordobés de Maza, y describió a las dos personas a quienes franqueara la puerta de su casa como "mayores, de unos 35 años": Maza tenía 25 y Abal 23. Según los aramburistas, tampoco reparó en las insignias, aunque los diarios sostienen que Maza llevaba uniforme de capitán y Abal de mayor. Los periodistas han exagerado su poder de imaginación, pero no volvieron a interesarse por los 5 prófugos a quienes la Policía acusara del secuestro de Waldemar Sánchez; por Carlos Della Nave, cuyo padre denunció torturas; o por el fallido secuestro de Iouri Pivovarov, diplomático ruso, del que participó un oficial de aquella fuerza de seguridad. En la madrugada del domingo, Radio Rivadavia informaba, extraoficialmente. de la detención de Firmenich y Abal Medina. Habría ocurrido en Itá-Ibaté, provincia de Corrientes, mientras viajaban, acompañados de amigas, en un Valiant rojo.


(Páginas 22 y 23)
Entre los puntos oscuros de esta historia hay uno que merece primor dial atención: la ideología o militancia política de sus autores. Los diarios insisten en que cubre una extensa gama, desde la izquierda extrema hasta la ultra derecha; es posible, pero quizá no se trate de una alianza, sino de la sencilla, eterna infiltración de una fuerza por la otra.
En cuanto a la Policía, única fuente oficial, no abunda en calificaciones, salvo las de tipo moral ("inadaptados", "salvajes"). A lo sumo, en los casos de Fernando Luis Abal Medina y Esther Arrostito, ha señalado que recibieron "adiestramiento comunista especial en Cuba'", sin detallar qué entiende por este método de raro nombre.
El 1º de julio, en La Calera, los esquemas temblaron: unos vigilantes fueron obligados a cantar Los muchachos peronistas y ciertas paredes albergaron la leyenda "Perón o muerte"; varios "guerrilleros" descienden de la burguesía provincial; y, como si esto fuese poco, la mayoría profesa con fervor el catolicismo. Daba la impresión de que se reiteraban los animadores del cordobazo: estudiantes, intelectuales, gremialistas ajenos a la burocracia, sacerdotes y religiosos. En síntesis, esas huestes sin tendencia uniforme ni caudillos, adversarias del Sistema, a quienes se bautizó entonces La Nueva Oposición.
Una semana más tarde, la Policía ligaba a aquellos "Montoneros" con los secuestradores y asesinos de Aramburu. En fin de cuentas, ¿no clamaban los raptores su devoción por Evita y su interés en vengar los 27 fusilamientos de 1956? Pero cuesta creer que devotos católicos, aún inficionados de marxismo y admiración por el exilado madrileño, maten a sangre fría a un dirigente como Aramburu, que no los molestaba. Y si sólo pretendían atizar el fuego antiperonista contra los caciques locales, erraban: nadie ignora que los delegados del ex Presidente son inofensivos; la culpa entera recaería en su bienamado Líder.
Sin duda, no podían equivocarse tanto. A menudo se esgrime la tesis verdadera de que la izquierda no aspira sino a suscitar el caos: a río revuelto, ganancia de pescador. Tal vez sea justo incluir a cierta derecha en semejante táctica.
Desde luego, son casi todos adolescentes; no obstante, ya en Cuba o en esta tierra, fueron adoctrinados en materia de confusión y de intriga. Acaso olvidaron una enseñanza: no existe fuerza armada —regular o sediciosa— que en tiempo de lucha se encuentre libre de espías.
Abal Medina, 23, viajó a Cuba en la segunda mitad de 1967; su invitación fue gestionada por Juan García Elorrio, director de Cristianismo y Revolución, ex seminarista, ex Secretario General de la Municipalidad de Marcos Paz (la ciudad donde nació Onganía). El 1º de mayo de ese año, García Elorrio intentó leer una oración en la Catedral, donde el Arzobispo Caggiano celebraba una misa dedicada a los trabajadores. Pese a la intervención del Cardenal, cayó detenido junto con otros disidentes: uno de ellos, Abal Medina. Hay indicios de que, al regresar de La Habana, empieza a distanciarse de García Elorrio y vuelve a circular en los grupos católicos: en 1968 se vincula con quienes editan Verbo y, más tarde, organizan una distribuidora de publicaciones de ignota y sólida capacidad financiera, con olor a España.
Esa empresa, que canaliza literatura adversa a las nuevas corrientes de la Iglesia, también editó libros: La guerra de guerrillas, del general Grivas, acerca de la insurgencia nacionalista en Chipre; La Iglesia clandestina, de Carlos Sacheri (hijo del general Oscar Sacheri), que denuncia "el fenómeno subversivo del catolicismo" y menciona al padre Carbone (pág. 104) como jefe de la "estructura clandestina" del Movimiento del Tercer Mundo. Uno de los miembros de esta secta derechista asegura que también estaba vinculado a ella Luis Alberto Lozada Caeiro, asaltante de La Calera.
El hermano mayor de Lozada, Alejandro, 34, ex seminarista jesuita y ex alumno del Liceo Militar General Paz, fue funcionario de la Presidencia hasta 4 meses antes de la destitución de Onganía (a quien llama "el patroncito" en su libro Anda a cantarle a Gardel, 190 carillas que intenta publicar y donde, entre arranques esquizoides, echa pestes contra el liberalismo). El hermano mayor de Abal Medina, Juan Manuel, era secretario de redacción de Azul y Blanco; las Juventudes de la Acción Católica desmentían el jueves que Fernando Luis fuese "marxista ni comunista".
Ignacio Vélez Carreras, 24, excelente tirador, también se formó en el Liceo General Paz, donde comulgaba todos los días. De ese instituto, en fin, salió Emilio Ángel Maza, 25, en 1962; ayudante de cátedra en la Facultad de Medicina de Córdoba, estuvo casi un año en Europa (1967-68), otro tanto en Buenos Aires, en el Hogar San Pablo, y en enero último se instaló en su ciudad. Para sus amigos, "era un místico; sufrió un cambió ideológico que lo acercó a los curas del Tercer Mundo". Antes, fue fundador, en Córdoba, de la Guardia Restauradora.
Abal Medina habría residido un año en Europa (1968), sin que su familia supiera de dónde sacaba fondos; es amigo íntimo de Mario Eduardo Firmenich, 22, a quien el padre Carlos Mugica, tercermundista ardoroso, ha llamado "cristiano ejemplar, de ferviente comunión diaria". Líder de la Juventud Estudiantil Católica (JEC), firme, candidato a su presidencia, sin duda figuraba entre los discípulos del sacerdote Alberto Fernando Carbone, 46, asesor de la JEC, cuyo "celo apostólico" exaltó el jueves el Movimiento Familiar Cristiano, una entidad a la que prestaba su consejo. Ordenado en 1953 ante el Cardenal Copello —después de abandonar los estudios de Ingeniería—, no se escuchaban sino elogios a su espíritu caritativo, servicial. Experto en Teología^ convulsionaron su vida las obras de Matthias Josef Scheeben, un pensador alemán —Carbone nació en Berlín— del siglo XIX, que "buscó la relación de los misterios cristianos con el compromiso del hombre", según él.
Carbone funda el Movimiento del Tercer Mundo en 1968, con cinco colegas (Ramondetti, Vernazza, Bresci, Rodríguez, Mugica); desde entonces, bregará sin pausa por "un socialismo original que no esté atado a fórmulas de países socialistas existentes y tenga en cuenta el sentir popular". ¿Fue engañado el padre Carbone? El 8 de julio, al producirse el viraje en la investigación sobre el secuestro de Aramburu, los diarios mencionaron la participación de un "sacerdote argelino": tal vez pensaban en Jorge Grasset, simpatizante de la OAS antigaullista; la semana pasada, un periodista francés de origen ruso, André Rouquine (a) André Laplume, aseguraba que el padre Raoul Guillet, colaboracionista nazi, amigo de la OAS, había huido al Perú tras el rapto de Aramburu.
Izquierda y derecha son palabras demasiado viejas para describir la cambiante realidad contemporánea: tampoco cuadra hablar de revolucionarios; es otra locución equívoca, que podría sustituirse por la de aprendices políticos, enfermos de romanticismo. No es raro, hoy, hallar en todos los países del mundo grupos de esta clase, infestados por los servicios de Inteligencia y conducidos, entre bambalinas, por otros políticos, realistas —ellos sí— y suficientemente cobardes para dictar sus órdenes criminales desde las sombras.

 

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