Revista Siete Días Ilustrados
01.10.1973 |
El 4 de julio de 1970 Rucci
tomó el timón de la CGT; en el extremo izquierdo se ve
al textil Casildo Herrera, pope de las 62
Un multitudinario cortejo acompañó hasta la Chacarita los restos
del dirigente gremial abatido en el porteño barrio de Flores. Al
tiempo que se multiplicaban las manifestaciones de repudio al brutal
atentado, algunos hallazgos policiales parecían orientar la
investigación del crimen.
La carta —con membrete de la Unión Obrera Metalúrgica, filial
Rosario—estaba dirigida a José Ignacio Rucci. En su interior,
dibujado con bolígrafo azul aparecía un ataúd y el rostro del
secretario general de la CGT. La misiva incluía, además, un extraño
mensaje: "Día Cero, hora X". El anónimo contenía también la imagen
de varias coronas. La misiva —que según versiones periodísticas
estaba firmada por organizaciones extremistas—parecía una broma
macabra. Sin embargo, fue una premonición: una hora después que el
cartero depositó la correspondencia en la sede de la CGT, Rucci caía
abatido en una emboscada guerrillera.
Cuando las primeras, confusas noticias del atentado llegaron a
conocimiento de las fuerzas de seguridad, se organizó un gigantesco
operativo rastrillo que, hasta el cierre de esta, edición, no habría
arrojado resultados. Es que los autores de la muerte de Rucci —como
quienes eliminaron a Augusto Timoteo Vandor y José Alonso—,
estudiaron detenidamente los pasos de su víctima y, consumada la
barbarie, ingresaron en un impenetrable cono de sombras.
EL ATENTADO
Presumiblemente para evitar lo que ocurrió, Rucci —reiteradamente
amenazado— eludía pernoctar siempre en el mismo domicilio. Quizás
por eso, la noche del lunes 24 durmió en casa de un familiar,
Avellaneda 2953, del tranquilo barrio de Flores, en Buenos Aires.
Ignoraba que un día antes dos desconocidos iniciaron tratativas para
ocupar la casa vecina, desocupada desde hacía varias semanas. A las
9 de la mañana, acompañados por Magdalena Villa de Coldres —empleada
de la inmobiliaria que tenía en alquiler el edificio de Avellaneda
2951—, dos desconocidos ingresaron allí. Luego de maniatar a la
mujer (informada de antemano que pensaban instalar allí una escuela
técnica de radio y televisión), esperaron que el dirigente gremial
saliera a la calle.
Mientras tanto, otros agresores se apostaron en la terraza de la
Escuela Maimonides, en Avellaneda 2970. A las 12.20, cuando el líder
cegetista se disponía a tripular su Torino rojo, acompañado por
miembros de su custodia personal, cayó bajo el impacto de una lluvia
de balas. La posición de su cadáver, y las heridas mortales que
presentaba —2 orificios en el pecho y 4 en la espalda— señaló que
sus victimarios tiraron sobre él desde los techos de la escuela y
desde el ventanal del primer piso de la casa deshabitada. Un corte
en el letrero de la empresa inmobiliaria, instalado en el frente de
esa finca, hace presumir que los dispares que dieron en la espalda
de Rucci partieron desde allí.
Junto con Rucci cayeron también, dos miembros de su guardia
personal: Abraham Tito Muñoz, su chofer, y Ramón Rocha, uno de sus
guardaespaldas. El primero quedó gravemente herido en el hospital
Álvarez; el segundo, pese a todo, pudo narrar los hechos: "Salíamos
de la casa de José cuando fuimos atacados —declararía esa tarde al
vespertino Crónica—; el automóvil estaba estacionado y cuando José
iba a abrir una puerta para subir, partieron ráfagas de
ametralladoras desde el balcón de un edificio vecino". Otros
testimonios agregaron nuevos detalles, que permitieron reconstruir
el atentado: instantes antes del tiroteo, una camioneta pasó
rápidamente frente a la casa de donde saldría Rucci. Las confusas
versiones de los testigos presenciales no coinciden, en este caso,
si de ella también partieron disparos contra el coche del secretario
general de la CGT.
En las primeras horas de la tarde del martes 25, cuando la noticia
de la muerte de Rucci alteró el jubiloso clima político del país y
desencadenó un paro de repudio por 30 horas, 18 mil efectivos
policiales establecieron un rígido operativo cerrojo. En las
proximidades del lugar de los hechos —Emilio Lamarca y Venancio
Flores—, el hallazgo de dos automóviles abandonados (en cuyo
interior pudo hallarse abundante cantidad de munición de guerra)
permitía establecer algunas hipótesis para orientar la
investigación.
UNA TRAYECTORIA AGITADA
Aplaudido o denostado, José Ignacio Rucci era, quizás, el mejor
representante de un estilo dentro del sindicalismo argentino. Había
nacido en la localidad de Alcorta, en la provincia de Santa Fe, el
15 de marzo de 1925, pero su adolescencia transcurrió en Rosario,
donde cursó hasta tercer año del colegio nacional; después trabajó
en una fábrica de sifones, cumplió tareas supernumerarias en el
frigorífico Swift y vendió chocolatines y bombones en varias salas
cinematográficas. A los 17 años viajó a Buenos Aires en la parte
trasera de un camión y comenzó un largo peregrinar: sucesivamente
fue canillita, trabajó en una pizzería de Flores y ofició de cajero
en una confitería de Belgrano. En 1945 ingresó al gremio
metalúrgico: actuó como obrero y delegado de fábrica en la Hispano
Argentina, donde se fabricaba la pistola Ballester Molina, también
en Ubertini, planta de artículos electromecánicos ubicada en el
barrio de Constitución, y en Catita, enclavada en el barrio de
Barracas. "Debo tener algún fluido mágico —recordaría tiempo más
tarde— porque todos los lugares por donde pasé, cerraron". En Catita
conoció a Nélida Coca Vaglio, miembro de la comisión interna, con la
que se casó seis años más tarde. En 1947 actuó como miembro
paritario de la UOM y en 1953, cumpliendo funciones sindicales,
visitó al personal de Philips. "Allí —memoraría— había un muchacho
rubio, de ojos muy claros, delegado y caudillo de los compañeros de
esa empresa. Lo encasillé como oficial ajustador y se llamaba
Augusto Timoteo Vandor; él recién empezaba, yo era el más antiguo en
el sindicato". Otro recuerdo: "Durante la Libertadora conocí la
cárcel. Eustaquio Tolosa y yo fuimos los últimos en salir de
Caseros: un año nos tragamos. No fue la única vez; cuando se alzó la
muchachada del Frigorífico Nacional nos volvieron a prender. Mi
primer hijo (años después tuvo una nena) cumplía un año y lo tuve
que ver en Coordinación Federal, de lejos. Mi mujer lloraba".
También estuvo preso en el Sur. En 1956, al crearse las 62
Organizaciones Gremiales peronistas, integró su primera mesa
directiva. En 1965 viajó a San Nicolás, se hospedó en un cuarto del
hotel Tony y se hizo cargo de la regional de la UOM. El 4 de julio
de 1970 su nombre saltó a la primera plana: ese día, después de 48
horas de áspera sesión, el Congreso normalizador de la CGT designó a
José Ignacio Rucci secretario general de la central obrera. Allí
comenzó a orquestarse una política que le valió aplausos de los
sectores moderados del sindicalismo y la plena confianza de Juan
Perón. Más de una vez Rucci reiteró, públicamente, haber recibido
amenazas de muerte.
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Ocultos tras el cartel de venta de la casa vecina, los
agresores, parapetados allí, dispararon sobre Rucci.
Raúl Lastiri |
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