Revista Periscopio
09.06.1970 |
"Me gusta mucho ser ordenada; no fumo, me acuesto a las diez de la
noche y me levanto a las cinco y media de la mañana. Me gusta
también conversar, comunicarme con la gente; si noto algo malo o
algo que no me gusta, lo digo. También sé discutir. Soy un poco
cascarrabias, pero enseguida se me pasa. Además, estoy convencida de
que no hay nada que no pueda hacer teniendo voluntad, como tampoco
creo que no haya alguien que no esté nervioso antes de largar. A mí,
esa nerviosidad se me refleja en el estómago con unos dolores
punzantes. El día en que mejoré mis records argentino y sudamericano
de los 1.500 metros, hace dos domingos, estaba muy inquieta; hasta
vomité."
Nilda Iris Fernández —perita mercantil, profesora de inglés y
empleada en la secretaría privada del Ministerio de Bienestar
Social—, nacida en el barrio de Floresta el 21 de agosto de 1946, se
desnuda espiritualmente. No vacila y habla con una envolvente
suavidad. Es la figura más relevante del atletismo femenino, pero no
lo demuestra. Por el contrario, es la repetida imagen de aquella
criatura de seis años que, con su bicicleta, hacía sobresaltar a los
descuidados paseantes de la calle Tapalqué: "De chica —confirma— era
terrible; me llamaban «la Ardilla»; enloquecía a todo el mundo".
La historia deportiva de Nilda Iris Fernández comenzó como comienzan
las cosas verdaderamente importantes: con sencillez. Una tarde del
verano de 1964, en su club, San Lorenzo de Almagro, al que concurría
para hacer un poco de vóleibol, tenis y natación, vio a una amiga
arrojando una jabalina. La curiosidad de saber para qué servía ese
artefacto le dio su primer contacto con el atletismo. "Al principio
—rememora— iba a la pista y corría junto a mis amigos. Corría
informalmente, sin ton ni son, pero me gustaba muchísimo. Un día, el
nuevo profesor de atletismo, Gilberto Miori, quien luego sería mi
entrenador, padre deportivo y gran compañero, nos reunió en la pista
y nos indujo a comprender que el atletismo era sacrificio y que no
pensáramos en seductoras recompensas, sino en la satisfacción de
aprender siempre un poco más."
Sus primeros pasos los marcó en los 100, 200 y 400 metros,
distancias que
no coincidían con su temperamento, pero fueron base esencial de su
formación integral. "Cuando veía correr a los fondistas, me
extasiaba. Los movimientos del trote largo son plásticos, armónicos
y rítmicos. Por contraste, el accionar en las carreras cortas es
arrítmico y violento. En los 100 metros no se puede pensar y, en
cambio, a mi me gusta pensar, cerebrar la carrera; mi cabeza es un
reloj, y mis piernas, el intermitente péndulo."
Iris Fernández —no le gusta su primer nombre, Nilda— nació a la
consideración de ese mundo del esfuerzo —el atletismo— con un
estallido resonante. Fue en mayo de 1967; tenía entonces 20 años y
corría por primera vez en la categoría federados, cuando enhebró su
victoria en los 800 metros con 2m23s4, lo que significó un nuevo
record argentino para dicha distancia, marca mejorada por ella el 31
de agosto de 1968 en 8s5/10: 2m14s9. Ese mismo año estableció en los
1.500 metros el primado sudamericano, con 4m44s7, y el 31 de mayo,
con 4m40s7. Sus desmesurados ojos verdes brillan aún más cuando
afirma: "Pronto alcanzaré los 4m30s".
Su estatura (1m53) y su peso (50 kilos) la convierten en una figura
fina y grácil; no revela, realmente, la potencia que derrama sobre
la opaca carbonilla de las pistas. Es una porteña muy femenina y, al
caminar enfundada en su pollera midi y su austero sweater verde,
cuesta menos imaginarla ordenando la correspondencia del Ministro
Carlos Alberto Consigli que en su esfuerzo tenso y continuo por
doblegar al cronómetro.
Esta artesana de una tarea casi relojeril se entrena dos horas todos
los días. Cotidianamente repite un obstinado tiro: ablandar sus
músculos para luego endurecerlos en un sprint final. "Los que somos
semifondistas —aclara— no podemos abandonar la preparación un solo
día. Los que actúan en distancias cortas se pueden dar el lujo de
suspender su trabajo uno o dos días a la semana o tomarse vacaciones
en verano. Yo hace mucho tiempo que no veraneo. Por eso, para
practicar atletismo, hay que quererlo; yo amo a este deporte, ¿Qué
significa para mí correr? Evidentemente, una evasión, una descarga
de mi carácter emocional; ya le dije que soy muy apasionada."
Mueve sus pequeñas manos incansablemente, como apuntalando su
palabra convincente. Por cierto, que no lo necesita. Mira
profundamente, casi con tibieza. No es la misma mirada de aquel
domingo 31 de mayo al enfrentar sola en la pista una única
responsabilidad: la de mejorar su marca de los 1.500. Entonces, sus
ojos parecían desafiantes, duros, glaciales.
Evidentemente, no precisaba compañías. Tampoco en las tribunas había
mucha gente para alentarla. Correr sola, desde luego, no es lo más
indicado para estimular superaciones, porque la lucha, desde luego,
se desvanece. Iris tenía entonces sólo un enemigo: el reloj. "Yo
sabía —afirma sin vanidad, sólo con una obstinada convicción— que lo
podía vencer." Y lo venció. Parecía como si en su cabeza girase una
aguja. Su meta es la que le inculcó Miori: seguir sacrificándose por
un deporte que no atrae multitudes, pero que a Iris la hace sentir
totalmente renovada, volcando en los andariveles las tensiones
inevitables de todos los días.
Iris Fernández es una verdadera triunfadora; ve transcurrir su vida
apaciblemente. No tiene novio. Lo confiesa sin rubores e
inmediatamente desliza: "En realidad, no estoy desesperada por
encontrar a mi pareja; pero cuando la encuentre y me enamore quiero
que me comprenda, que entienda lo que hago y para qué. No pretendo
que esté hecha a mi imagen y semejanza, pero deseo que sepa que el
atletismo es para mí una pasión irreversible'".
Más sobre Iris Fernández en
http://www.elmundoamateur.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=2773:iris-fernandez-la-rubiecita-del-atletismo-popular&catid=69:ultimas-noticias&Itemid=133
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Iris Fernández: Apassionatta. |
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