Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

La música va al oeste
Revista Periscopio
01.09.1970

"Los paseos, fuentes, luces, cristales y espacios verdes exteriores son un preludio de lo que interiormente es el auditorio. Alfombras verdes y mullidas, cómodas butacas color cuero, luces empotradas en el techo, y el artista principal, el órgano de gran concierto especialmente diseñado para la sala, son los detalles sobresalientes de la majestuosa caja cuyas paredes están totalmente cubiertas de madera." El Diario de Cuyo, de San Juan, se deleitó el 22 de julio pasado describiendo la gema de la provincia: un macizo arquitectónico único en el país, a tal punto que ni Buenos Aires lo posee.
El ex Ministro de Economía de la provincia y miembro del Consejo de Reconstrucción de la Capital, ingeniero Juan Victoria, fue el alma máter de esta larga y dolorosa gestación. La ley número 14952, sancionada por el Congreso Nacional el 11 de noviembre de 1959, avivó sus euforias. El funcionario quiso que San Juan contase con un Salón Auditórium de copete. Algo de que carecía la provincia andina. Todo el país —incluyendo la Capital Federal— no cuenta con una sala de conciertos especialmente construida para esos fines. Un mal que puede no ser grave para la apacible vida musical sanjuanina, pero que es gravísimo para una vida tan febril como la que soporta Buenos Aires. "Bueno sería —comentó una de las invitadas especiales a la inauguración, el pasado martes 21 de julio— que el ingeniero Victoria pasara un tiempo por la Subsecretaría de Cultura; estoy segura de que tendríamos los auditorios que nos hacen falta en tantas partes."
"La sala puede ser utilizada por todos los músicos del país", aclaró el animoso funcionario que en la noche inaugural recogió los plácemes de todos los Rectores de las Universidades Nacionales argentinas y una sólida delegación del Fondo Nacional de las Artes. Miembros del Gobierno y la Iglesia local también saborearon ese manjar que hoy constituye el motivo de mayor orgullo de la provincia.
El Auditorio cuenta además con adyacencias destinadas a una Escuela de Música, donde se organizarán cursos especiales para posgraduados. El plan se gesta ahora en combinación con todas las Universidades del país. "Descentralizar la cultura de la Capital y proyectarla hacia el interior", sería la consigna que apuntó un alto funcionario sanjuanino. El costo del edificio ha sido, hasta el momento, de 500 millones de patacones viejos. Le falta agregar unos 100 más para adquirir un piano de concierto, un clave, un órgano pequeño de estudio, muebles y elementos de habilitación para la Escuela. El proyecto de la obra es de la arquitecta Carmen Renard, con quien colaboraron especialistas del Consejo de Reconstrucción, y en el delicado aspecto acústico intervino el ingeniero Federico M. Álvarez, de la Universidad de Buenos Aires, uno de los protagonistas de la construcción del Teatro Municipal San Martín y la rehabilitación del Cervantes.

EL ORGANO
Por ahora, la vedette del flamante Auditórium es el órgano de 3.565 tubos que se mandó construir especialmente en la Casa Walcker de Ludwigsburg, Alemania Occidental. Costó, libre de impuestos, 28 millones de pesos antiguos y su instalación por el organero Carlos Hense tardó 4 meses. Posee 3 teclados y 44 registros accionados electrónicamente. No sólo es el más moderno instalado en el país; también es el más poderoso y el único que presenta la curiosidad de poseer memoria electrónica. El ejecutante puede organizar previamente hasta 5 posibilidades de registración diferente que, con sólo oprimir sendos botones, el instrumento los hace actuar por su cuenta sin necesidad de otros engorros. Algo que jamás pudo haber soñado Juan Sebastián Bach, imponderable pater familiae del "rey", que debió conformarse con unos fuelles accionados a mano, y unos pocos registros manuales de escasa variación tímbrica.
Desde que la electricidad se aplicó al funcionamiento del órgano, para insuflar aire a modo de ventilador (una tarea que antes asumían uno o varios asistentes, ya que el organista debe tocar con sus dos manos y sus dos pies, a veces simultáneamente), el instrumento fue pasando por cuatro etapas de transformación: la de transmisión mecánica (unas pequeñas varillas metálicas unen el contacto de la tecla con el tubo respectivo), la de transmisión neumática (esa varilla es reemplazada por corrientes de aire), la de transmisión electromagnética (aquí la electricidad sustituye los anteriores elementos y acciona mediante su fluido) y la de transmisión exclusivamente eléctrica, el modo más perfeccionado dé todos los que se conocen, el que se ha aplicado al órgano vedette de San Juan.
Pero la técnica perfeccionó estos adelantos, llegando a sustituir incluso la tubería misma, con los órganos electrónicos Hammond. La calidad que se obtiene con los tubos siempre resulta más tentadora porque emite una sonoridad natural. Pero las tuberías proponen espacios grandes, como las iglesias, por ejemplo, no siempre, al menos en la Argentina, adecuadas acústicamente a estos ejercicios sonoros. El Hammond, en cambio, reduce todo a una consola y dos baffles de difusión, transportables e igualmente potentes. Cuando los ingleses asisten a una ceremonia en la Abadía de Westminster creen oír un fabuloso órgano de tubería, por su esplendor, su precisión y su calidez. No todos saben, en cambio, que estas maravillas las logra un Hammond con 8 canales de transmisión escondidos entre sus góticas arcadas.

EL PROTAGONISTA
El orgullo sanjuanino —legítimo por cierto— exigía que, en el acto inaugural del Auditórium, debutara el órgano más importante que tiene el país. Para ello invitó a Luis Ángel Machado, profesor de la Universidad Nacional de Rosario y organista profesional, para que en la primera parte de la liturgia exhibiera su potencial: la Toccata Adagio y Fuga en Do Mayor de Bach y dos piezas de Olivier Messiaen bastaron para que todos se estremecieran con el bautismo. Luego actuó la Orquesta de la Universidad de Cuyo, con su director titular, Jorge Fontenla.
En su flamante departamento de Migueletes al 600, a un paso del Hospital Militar, Machado no oculta sus entusiasmos. Sin abandonar sus legendarias clases en Rosario, donde se lo considera como un maestro indispensable e insustituible, acaba de radicarse en Buenos Aires "porque no puedo vivir alejado de tanta actividad cultural como la que ofrece a diario la Capital." Pero, rosarino al fin, viaja semanalmente para atender aquellas demandas. Aquí se lo conoce poco. Debutó como organista entre nous en el 64: un recital que ofreció con el órgano de Santo Domingo (hasta entonces el más completo del país: 1.680 tubos y transmisión electromagnética). Discípulo de Teodoro Fuchs y Juan Carlos Paz (éste le dedicó su última obra: Galaxia 64 para órgano), Machado posee un seductor órgano Hammond con el que desparrama una laboriosa tarea como intérprete en diversos sectores del país.
Y paralelamente, "cuando puedo", se dedica a la composición.
Su tarea más inminente se concentra, ahora, en la preparación y actuación en la IV Conferencia Interamericana de Educación Musical, que se llevará a cabo, precisamente, en Rosario esta semana. Otra galaxia febril, pero esta vez propia, de la que no es ajeno Alcides (sólo 9 meses de edad), un registro inesperado que se incorporó al mundo sonoro de su papá. Embelesado, éste lo escucha desafinar a gusto: una dispensa de la que quisieran gozar sus alumnos. El maestro es inflexible cuando se trata de hacer música en serio.

ALTRI TEMPI
"El organista tocará el órgano todos los días de fiesta y sus vísperas y siempre que sea necesario y por el cabildo le fuere ordenado y toque al órgano todas las veces que el prelado entrare en la iglesia, conforme el ceremonial", rezaba el acta de erección de la Catedral de Buenos Aires en 1622, cuando su primer Obispo, don Pedro Carranza, hizo traer el primer instrumento con que contó el templo metropolitano. Otro más había en la sede colonial: el de la Compañía de Jesús. A estos inicios podría atribuirse el nacimiento del culto organístico en la Argentina. Si bien los sacerdotes católicos siempre fueron educados a fondo en el dominio de la música, el imponderable don interpretativo no siempre pronunció su última palabra. El mismo que tuvo Juan Vizcaíno de Agüero, un organista criollo, nacido en Talavera de Madrid del Tucumán, que en 1628 arribó a Buenos Aires desde Córdoba para actuar en la flamante Catedral porteña. Su discípulo Juan de Cáceres y Ulloa heredó sus condiciones y su sueldo: cien pesos anuales de entonces.
En el interior del país los archivos registran pasos más antiguos; el lazo con el Alto Perú era más corto y consistente. Ya en 1585 la iglesia de Santiago del Estero tenía un órgano, y en Humahuaca el investigador Francisco Curt Lange halló los rastros de otro en un documento que data de 1679. La dificultad de estos buceos, que tanto inquietan al investigador alemán se debe "a las alternativas económicas, la indolencia, la incomprensión y el relajamiento en el servicio musical eclesiástico". Se refiere naturalmente a la época de la colonia.
Luego es el padre Guillermo Furlong quien detecta otras huellas: las del francés Luis Joben. "un eximio constructor de órganos y probablemente un buen organista", que proyectó un nuevo instrumento para la Catedral de Buenos Aires y construyó, en 1805, el de la Catedral de Córdoba, tarea que el Deán Funes pagó con 3.800 pesos de plata, regalándole además el órgano viejo. Tal vez, ese instrumento motivó un aviso publicado por La Gazeta de Buenos Ayres el 3 de mayo de 1821: "Del Café de los Catalanes cuadra y media para las monjas, frente a lo de Olasabal y al lado de lo de Riera, en una carpintería se vende un órgano de todo gusto; el que lo quiera comprar se verá con el amo que vive en el mismo destino y se llama Luis Yoben".
Hasta la llegada a Buenos Aires del belga Julio Perceval en 1926, puede considerarse que la práctica del órgano en la Argentina estuvo limitada al funcionalismo de la liturgia católica. También Perceval fue organista de la Catedral. pero desde el órgano del Colegio Nacional Buenos Aires comenzó a canalizar otros ritos: profesor del instituto, organizó conciertos y desentrañó el repertorio, sin olvidarse de lo popular. En 1930 grabó su primer disco para el sello Odeón: La Cumparsita y Caminito arrullaron su bautismo como
flamante ciudadano argentino. De él partió la escuela organística del país: una pléyade que hoy ha impuesto una dinámica frecuentación con ese instrumento al margen de los servicios religiosos. La acción se ha visto favorecida con la importación de órganos nuevos, muchos de ellos electrónicos que permiten su fácil desplazamiento a zonas donde no se cuenta con paquidermos de tubería.
Si el siglo XIX, salvo excepciones aisladas (Brahms, Lizst, Franck), no se interesó mayormente por las posibilidades del órgano (embobado tal vez por las alquimias de la orquesta, el piano y la voz humana), en el XX el órgano ha regresado por sus fueros, con tanto o mayor dinamismo que en la época barroca. Los compositores contemporáneos hurgaron sus vetas sonoras exprimiéndole combinaciones inéditas y la música beat depositó en sus resoplidos la confianza de sentirse al amparo de un instrumento que prácticamente lo puede todo. Órgano al fin.
RODOLFO ARIZAGA

 

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Auditorio de San Juan
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