Automovilismo
Un auto prestado

"El Monito"

"Se lo prestamos; córralo, por favor." "No, no puede ser. ¿Y si se rompe?" "No le va a pasar nada; córralo." Casi parecía una orden. Los cinco hermanos González, de profesión chapistas, fundadores de la peña 'La chatarra fundida', no tenían dudas. De un engrasado rincón de su taller de la calle Garay, en donde había nacido entre martillazos después de un año de gestación, salió lentamente, como gateando, el objeto de sus desvelos. Juan Manuel Bordeu, el destinatario de tan imprevisto préstamo, no se animó a rechazarlo, pero desde ese día comenzó a sentir un ligero escozor. "No podía entender —historia Bordeu— semejante desprendimiento; la responsabilidad era muy grande." Pero ocurre que el entusiasmo de los hermanos González era aún mayor.
El auto, efectivamente, se rompió. Su motor comenzó a jadear alarmantemente en la mañana del domingo 23 de junio (250 Millas en el Autódromo Municipal) y enmudeció de golpe. Pero los González no se convencieron. En su léxico tuerca no figura ningún término deprimente. Ni derrota ni hartazgo. Aquel diálogo primitivo se renovó: "Vuélvalo a correr", insistieron los González. Esta vez, en lugar de una orden, parecía un ruego. El auto, un dibujo basado en la Garrafa de Andrea Vianini, con motor Chevrolet 250 siete bancadas, corto, no muy atrayente, pintado de azul, no se rompió. Bordeu, en una lucha especulativa, colmó de éxtasis a los González cuando lo llevó al triunfo, el domingo 28 de julio en el Autódromo Municipal, en las 100 Vueltas Shell. No había ganado ninguna de las dos series, pero en la suma total de tiempos abatía por menos de un minuto al resoplante Trueno anaranjado de Carlos Pairetti, herido levemente en su caja de cambios.
El exquisito Andrea Vianini, mortificado, al borde del estallido, lanzó un anatema que flageló a los González cuando, el 14 de julio, en el autódromo cordobés Oscar Cabalen condujo por primera vez su paciente engendro: "Yo no subo más a este auto —bramó—; no dobla, no se afirma; es para que lo maneje un loco". Bordeu, sin embargo, demostró, un poco más de un mes después, que estaba en el pleno goce de sus facultades mentales. Los González, entre los golpeteos de su ruidoso oficio, no pudieron olvidar el agravio.
Bordeu, naturalmente sin arrebatos, sin aparentes emociones, se conmueve, empero, cuando mentalmente se traslada al oscuro rincón del taller donde nació El Monito, el coche con que los González fueron a buscar y encontraron el desquite que acallara la ulcerante queja de Vianini. "Con multiplicación de pista —aclara Bordeu—, el coche da 240 kilómetros; con multiplicación larga dará unos 255. Nadie inventó nada; para que un auto sea bueno, primero hay que construirlo y después trabajar en silencio." Y eso es lo que hacen, precisamente, los cinco González; encorvarse, como en un serum familiar, dentro de las entrañas de El Monito, sin estridencias, menos cuando se acuerdan de Vianini.
Bordeu, sin planes, pensando en que debe ocuparse un poco más de sus campos que de las carreras, alienta a los González y desbarata el juicio lapidario: "El coche, aun con defectos, como todos los coches, anda fantásticamente". Los cinco González, deshecho el serum, sonríen a coro.
Primera Plana
6 de agosto de 1968

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El Monito conducido por Juan Manuel Bordeu



 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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