Siglos de Buenos Aires
por Horacio Alberto Estol
1934


era en los años lejanos de la antigua barriada donde buenos Aires se inició para nosotros en el espacio ambicionado de la vereda preferida

Mágicas Ruinas
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Hoy las calles asfaltadas, luminosas, han borroneado casi totalmente el perfil aventurero que tienen en nuestro recuerdo

Y una foto vieja como un recuerdo también renueva la visión del "brequecito". Y con su cochero paciente y familiar

Por casualidad queda perdida en cualquier parte alguna calle de tierra, de cierto parecido con aquellas del barrio


Las primeras hazañas se hilvanaron en las calesitas, donde se ensayó el primer atrevimiento con la sortija

En las veredas y en los patios la rayuela cuadriculaba muchas horas de afanosa competencia, rengueando tras el tejo

También queda como una señal de ese pasado en fuga, alguna calle con arboledas y sombras que quizás cobijaron infinidad de aventuras infantiles


 

 

El amor por Buenos Aires está repartido en sus barrios y la historia de cada uno de ellos es por eso también la historia de la ciudad. Es así que puedo recordar hoy a mi barrio y mi recuerdo será una evocación segura para cada lector. Una evocación en la que tan sólo cambian algunos nombres y una que otra perspectiva familiar recortada en el fondo de la misma emoción que guarda la memoria de esos años distantes.
Después de esa mirada cariñosa al pasado sentiremos al andar en sus calles intensas de 1936 la convicción milagrosa de haber asistido a toda la historia de la ciudad, apretada en esos veinte años, que valen cuatro siglos para mí.
Mi barrio y mi infancia, que fué una de tantas, se prestan como un símbolo para esta breve evocación de la ciudad.

***

Yo llegué a tiempo para conocer los últimos arrabales auténticos de Buenos Aires, que habían quedado demorados por el Oeste. Alcancé la luz triste y compadrona de los faroles a kerosene, y supe así la enorme melancolía de las esquinas solitarias, la emoción miedosa de los grandes baldíos, el juego de sombras de las calles arboladas y desiertas y la cantilena perezosa de los carros cargados se verdura que se quejaban en las piedras ariscas de la calle. Conocí las noches dilatadas del suburbio donde hoy el asfalto, los altoparlantes y las luces fraguan un desmentido a los recuerdos. Había llegado al oeste de Vélez Sársfield primero que el progreso simbolizado en los coches del subterráneo cruzando por la calle Rivadavia. Primero que la luz eléctrica, que la radio y que el nombre distinto de muchas de sus calles.
Asistí a la orgullosa rebeldía por el cambio de nombre de Provincias Unidas, y con fe intuitiva del pasado fui por muchos años de los que no querían llamarla Juan Bautista Alberdi... En esos cambios presentíamos el tiempo nuevo como una invasión prepotente contra el barrio tranquilo.
Quedaban, entonces, todavía las quintas de verdura de cuadras y cuadras. Esas quintas donde caíamos en bandadas durante las siestas del verano en busca de zanahorias y casuales sandías... Quedaban las moreras, propicias de frutos y sombra refrescante... Quedaban las calles de tierra como una tentación para arduas guerrillas; zanjones profundos, llenos de ambicionados renacuajos; rosales magníficos ofreciéndonos flores en todas las verjas. Hasta el Riachuelo quedaba entonces cerca para nuestras tardes de aventura y de baños dudosos con regresos lentos en los atardeceres coreados de cuzquitos chillones.

***

Sobre la tranquilidad de la calle Rivadavia, el primer subte que apareció, con perfil de monstruo agresivo, fué el aviso de la perturbación.
La barriada resistió, no obstante, muchos años. Ellos son los mejores del recuerdo y los más gráficos de esta simple historia mía de Buenos Aires. Frente al subte, como símbolo antagónico, en las calles transversales de Vélez Sársfield aguardaban a los vecinos unos destartalados breaks —brequecitos decíamos nosotros— que por diversos caminos llevaban hacia el Sur y que sin saberlo prepararon el rumbo a los ómnibus en que nadie soñaba todavía. Los caballitos, aburridos de ir y venir, se sabían tan de memoria el camino que ya nos conocían cuando rondábamos frente a las carrindangas, al salir de la escuela, esperanzados de "colar" unas cuadras...
Esa escuela era también clásica. Para todos los chicos su nombre fué "colegio de la vía", porque estaba junto a la estación del F. C. O. Recordando más tarde los años escolares he pensado que los colegios nunca debieran hallarse próximos a los ferrocarriles... ¡ Las veces que escuchando el paso de los trenes nos quedábamos en el aula encandilados ante aventuras imposibles...!
Los trenes nos subyugaban con una inquietud precoz que luego buscaba cauce eh las rabonas, los libros y muy especialmente el cine...
Nuestra generación fué la primera que tuvo en su infancia la obsesión deslumbrante de los films. Queda así en la memoria como una institución un viejo cinematógrafo, cuyo local existe aún, que se llamaba "Atenas". Allí, en el verano con preferencia, por cinco centavos, en un auténtico gallinero nos emocionábamos hasta el paroxismo con las aventuras de "Ravengar", "La mano que aprieta" e idolatrábamos a Eddie Polo con una tenaz parcialidad ...
Ningún porteño de esa generación podrá nunca desprender de sus recuerdos ese intenso capítulo de la infancia, ahondado por las películas en serie. Toda nuestra vida infantil giraba entonces en torno a las maravillosas aventuras del film, haciéndonos vivir un mundo misterioso que luego intentábamos reconstruir tantas veces en los fondos de casa o en la vereda. Y el cine silencioso, las calles silenciosas, los grandes patios de nuestras casas, el tranco cansino de los caballos del "brequecito", eran como un signo del tiempo.

***

Me acuerdo de que por las tardes, mientras jugábamos a la rayuela en la vereda o rompíamos vidrios con la billarda, siempre pasaba alguien caminando aburrido al silbido acompasado de musiquitas dormilonas. Recuerdo así de la tonada de "Cara sucia", "Mi noche triste", "La payanca"... Era la época en que los tangos se difundían por los silbidos callejeros o la insistencia monocorde de alguna vecina que estaba ensayando siempre el mismo fragmento. .. Entonces, como convenía a mi fe de porteño, me quedó muy grabado el primer tango que oí cantar. No recuerdo en este momento el nombre, pero sí un verso famoso que perduró como afirmación acertada: "Buenos Aires, como una querida, si estás lejos mejor hay que amarte..."
Lo había oído en un cine de nombre viejo, también: "Pardal", en la época de las secciones vermouth con "varietés".
Buenos Aires era para mí todavía Vélez Sársfield. Tenía una vaga idea de calles angostas y edificios altos. Avenidas, jardines... Toda la reminiscencia de alguna vuelta por el centro con mi padre.. . Pero eso no existía para nuestra vida. Los límites de mi ciudad estaban perfectamente demarcados. Al Norte, una o dos cuadras más allá de la vía, hasta donde íbamos á buscar caracoles a un terreno baldío, famoso por esa condición y a pelear con los "dueños" del barrio, que defendían sus caracoles. Al Este, por la calle San Pedrito, frecuentada en andanzas aburridas y por lo general endomingadas. Al Oeste, por el parque Olivera —que no queríamos que fuese Avellaneda— y al Sur, finalmente, dominio completo de calles, baldíos y campos hasta el Riachuelo... Y, sin embargo, conocer un día que Buenos Aires era algo más fué aumentar el orgullo por la barriada. Un orgullo con rencor íntimo y todo, porque sabíamos que, siendo parte de la ciudad, estábamos destinados a confundirnos con ella.

***

Fué así insensiblemente. Lo notamos alarmados. Primero, comenzaron a poner lamparitas eléctricas, muy modestas, pero eléctricas. Las combatimos a hondazos expertos; pero, como siempre las renovaban, al fin las dejamos en paz. Luego el tráfico de Provincias Unidas —hablando en rebeldía— empezó a cambiar. Antes no pasaban sino carros del transporte de carne de los mataderos y carretones de verduras aptos para "colar" muchas cuadras. De improviso los autos comenzaron a menudear y hasta aparecieron camiones para la carne...
En mi cuadra todos los muchachos planteamos la ofensiva. Sacando varios adoquines junto a la vía del tranvía preparamos la venganza y descubrimos un nuevo juego. Apostábamos figuritas, trompos, carozos especiales y demás "objetos de valor" a que los autos cayeran o no en el pozo...
Sentados en el cordón de la vereda pasábamos las horas palpitando el feroz barquinazo de los que no advertían a tiempo la trampa... Al fin un coche "se ensartó" de veras —como decíamos nosotros— y ya no nos atrevimos a continuar la lucha con el progreso... 
Desde ese momento —a juicio nuestro— los autos se multiplicaron. Y cuando el padre de algún amigo compró uno, nos entregamos definitivamente y sin rencor, merced a la perspectiva mediata de pasear con él.

***

Después apareció el primer ómnibus... Un Ford ridículo, con carrocería que parecía prestada. No pudimos hacer nada contra él. Ya en esos días se iban agotando nuestras armas en proporción a las calles que se pavimentaban... Fué seguramente cuando el último "brequecito", más desvencijado que nunca y con algo de viejo recuerdo en el tranco tristón del matungo, pasó en su viaje definitivo...
El barrio entonces se nos iba quedando en unas cuantas cosas solamente. Las quintas desaparecían; llegaba gente extraña a ocupar las nuevas casas; nosotros mismos cambiábamos y no había pedradas en la esquina cada vez más iluminada.
Alguno de nosotros se había puesto ya pantalones largos. Otro iba todos los días al centro a trabajar... Todos nos informábamos cotidianamente de un mundo desconocido que surgía despacito... Buenos Aires.
Los últimos gritos y los últimos escándalos se fueron espaciando en la esquina de Pergamino y Rivadavia, donde hoy un teatro moderno borró todo recuerdo del galpón de zinc en el que "Sacudile" —el "tony" Vinelli— nos había congregado tantas tardes y tantas noches... Cuando se derrumbó el viejo circo Coliseo, fué como si hubiera caído un telón sobre el pasado.
Y para todos los muchachos de aquel barrio ésa es la historia de Buenos Aires. Veinte años grandes como cuatro siglos.

***

Uno que otro ómnibus viejo en una perspectiva accidentada nos vuelve a la memoria aquellos primeros de otros tiempos /// Y una calesita cubierta por sus lonas como por un telón que la hundiese definitivamente en el pasado


revista Suplemento
octubre de 1934