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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Julia Prilutzky Farny
La best seller de la poesía



Para tener idea del fenómeno literario que provocó Julia Prilutzky Farny no bastan computar los 170.000 ejemplares vendidos de su obra "Antología del amor". Es necesario además, trazar una rápida confrontación con el medio editorial de la actualidad y comprobar por ejemplo, que las tiradas de los libros de poesía de grandes autores no superan, en general, los 1.000 ejemplares. ¿Cómo entonces fue posible, en solamente tres años, que un libro de poesía (esa cosa que nadie lee, según los propios poetas) arrasara con esa herencia de minoría y de fracaso? La respuesta aparece simple, aunque quizá no lo sea: por la televisión. Desde el momento en que en una telenovela de Alberto Migré se citaron unos versos del libro de Prilutzky Farny la bola de nieve empezó a rodar, casi de igual manera que, también en un teleteatro, un actor romántico recitara fragmentos de "El Principito" y hubo que acelerar repetidas y abundantes ediciones.

Revista Mercado
19 de marzo de 1981

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

 

Por eso, conocer a esta poeta, ensayista, periodista, incansable viajera, políglota "hablo siete idiomas", y sobre todo una mujer de temperamento inusual, es de por sí un hecho inusual. Una frase que suele acuñar hacia los recién venidos es ésta: "Una mujer, que como yo, puede decir la edad — tengo casi sesenta y nueve años— puede decirlo todo". A simple vista, esa edad que habla de otra ciudad, de otros recuerdos —fue amiga entrañable de Alfredo Palacios y de Quinquela Martín— no se nota absolutamente. Para cualquiera que se atreva a observarla lo más cerca posible —y ella se enorgullece cuando esto ocurre— Julia Prilutzky Farny no podría tener más de cincuenta y cinco años. "Sí, dice. Soy como el famoso retrato de Dorian Gray, sólo que no hay un retrato que asuma todos mis pecados: los asumo yo."
Esta digresión, un tanto atrevida y cronológica tratándose de una mujer y de una escritora, no lo es tratándose de ella: "¿Sabe por qué me mantengo así? Por varias razones: una, porque soy bruja, como lo fueron mi madre y mi padre, una médica y un ingeniero rusos igual que yo, que nací en Kiev. Otra razón, porque no cultivé nunca la glándula de la envidia. Otra: porque trabajé cuando era joven hasta diecisiete horas por día, admiré a artistas como Quinquela o Fernández Moreno, me carteo y visito con los actuales reyes de España, mantuve varias entrevistas privadas con el Papa Paulo VI y sobre todo, porque creo más en la vida que en la literatura".
El autorretrato surge cada vez más nítido. Extrovertida, espontánea, caótica, es casi imposible intentar con ella un cuestionario ordenado o metódico. "¿Usted se da cuenta?, dice. Yo hice tantas cosas en mi vida, ocupé tantos cargos y funciones que es imposible ubicarme en un casillero. Cierta vez que contaba a mis amigas mis aventuras en Lima, de medio año, una de ellas asombrada me dijo: Con lo que tú vives en seis meses nosotras tendríamos para toda la vida. Y creo que es cierto." 
Así que de pronto, Prilutzky Farny, interrumpiendo alguna pregunta de género literario se acerca a una espátula que guarda en una vitrina entre decenas de recuerdos y explica: "Me la regaló Quinquela Martín. No solamente la espátula con la que pintó aquel cuadro del Banco Popular de Mar del Plata, sino, la espátula con un paisaje pintado dentro y firmado. Y ¿Ve aquella foto? Estoy con el Papa Paulo VI. Creo haber sido la única periodista argentina que lo entrevistó durante veinte minutos a solas. Ah, esto es un recuerdo de Alfredo Palacios. Yo me crié entre su casa y la de Quinquela. Es curioso lo que pasa con los grandes muertos: sobreviene siempre un umbral de silencio. Eso también sucedió con la muerte de Alfonsina Storni en los primeros años. Todos decían que era una poetisa cursi y la negaban. Después el tiempo se toma la revancha y la rescata. ¿Y ve esto? Es mi archivo de la decepción. Sí, un archivo completo de declaraciones y adhesiones de los últimos treinta años publicadas en diarios y revistas. Yo, cada vez que algún conocido se hace el camaleón y se olvida de lo que declaró políticamente hace años, se lo recuerdo con una fotocopia de lo que clasifiqué en este archivo. Algunos, ¡Hasta se habían olvidado en serio!."
La recorrida por su casa de la calle Venezuela, a la altura de Rincón, es igualmente abundante en detalles como la expresividad de su dueña. Cada lugar de su casa aparece habitado por libros, álbumes de fotos, distinciones, cuadros, un piano de cola, recuerdos de su herencia rusa, etc. "Las cosas van creciendo con una pero, no se vive de ellas, sino que se tienen cerca, nada más. Además esas cosas, poco a poco se van envolviendo en una rara neblina y aparecen como lejanas. Yo soy ésta que soy ahora y claro, ése es mi pasado del que provengo" dice.
El diálogo avanza a través de la propia iniciativa de Julia. Cada tanto ella misma se detiene y reflexiona: "Pero, ¿será posible ordenar todo esto para una nota? También la crónica insiste, una y otra vez, en medio de la andanada, acerca del fenómeno que la entronizó entre las poetas más leídas de nuestro país. "Le voy a contar, comienza. Muchos creen que fue así de fácil: que Migré hizo decirle unos versos de 'Antología del Amor' a un personaje de telenovela y chau, el libro se vendió como un jabón. Y no es cierto. El propio Migré -a quien no conocía antes de esta elección de mis poemas- dijo que si él recomienda un jabón en sus textos y el jabón no lava o no hace espuma, nadie lo compra salvo una vez. Bueno, mi libro tuvo desde la vez que apareció en pantalla, varias ediciones que suman 170.000 ejemplares. Piense que solamente hubo un solo caso así: el Martín Fierro. Es que en la literatura argentina no había sucedido nada parecido, salvando las distancias y para que no se enojen los envidiosos." Sonríe, calla, espera la réplica o la pregunta y vuelve a la historia: "A los dos días de que se recitaron o dijeron mis versos por la televisión yo ya no podía dormir tranquila. Me llamaban por teléfono amas de casa, mujeres, libreros que buscaban en la guía, Para colmo el libro ya se había agotado y los libreros protestaban contra la televisión y contra mí y hasta venían hasta la puerta de mi casa a reclamarme que hiciera algo. ¿Y qué podía hacer? La marea seguía hasta que un día me llama el editor de Plus Ultra y me ofrece un nuevo contrato para reeditar masivamente mi libro. Acepté, claro. Y se repitieron una, dos, tres ediciones. Era como un remolino, que si una se quedaba dentro se la tragaba. Así que me quedé afuera y me dije: tranquila Julia, mira el fenómeno, acéptalo y seguí en lo tuyo. Claro, a mí esta suerte no me toma de sorpresa porque siempre la tuve. Yo fui casi una niña prodigio que a los nueve años daba conciertos de piano en Europa. Una muchacha de diecisiete años que entró al periodismo de puro atrevida respondiendo nada menos que a un artículo de Josué Quesada en la revista El Hogar. Lo que sé es que en este momento hay gente, que quizá no sepa pronunciar mi nombre, gente que quizá nunca antes tuvo contacto alguno con la poesía culta y que ahora lo tiene a través de 'Antología del Amor'. El otro día, una amiga que vino de Mar del Plata, me dijo que no se podía caminar por la Bristol. Y claro, pensé, ¡Si hay tanta gente! Pero, no era por eso. Era porque de tantos libros 'Antología del Amor' que se leían en la playa había que andar esquivándolos".
Sonríe otra vez. Dice que ahora ciertos conocidos intelectuales que antes la trataban con respeto, ahora se ponen tiesos. "Es que no se tragan que haya gente que me lea más que a ellos. Y creo que la gente tiene razón. Hay intelectuales que escriben para veinte y después se quejan de que no los leen. Y un autor cuanto más simple y profundo y más anónimo, es cuando logra su cometido con la vida. Yo cada vez que en vez de Julia Prilutzky me llaman 'Antología del Amor' me enorgullezco." El recuerdo la hace regresar a otro territorio. Ella va y viene con facilidad de uno a otro tiempo. Cuesta seguirla.
Yo publiqué pocos libros y tiré mucho. Recuerdo que discutíamos eso con Fernández Moreno. Baldomero era de la creencia de que el escritor debía mostrar al público todo lo que produjera y así él aceptaba publicar poemas menores a los de su gran obra. Yo le decía, mientras escribía versos sentado en el tranvía y los terminaba durante el trayecto: "A mí me parece que es al revés, Baldomero. El poeta sólo debe darle al lector lo mejor, no todo".
Y para Prilutzky Farny, lo mejor de todo está en los libros que lleva publicados desde 1936. "Títeres imperiales" con prólogo del Emir Arslan; "Viaje sin partida", "La Patria" (también varias ediciones) y un ensayo sobre Quinquela "El hombre que inventó un puerto" son los títulos más salientes de entre unos veinte, casi todos de poesía. "Como la televisión sacude y arrasa con todo mucha gente no sabe o se hace que no sabe que yo escribo desde hace casi cincuenta años, dice. Por eso, ahora, me convencí de que los grupos literarios se contaminan de envidia y entonces prefiero recibir en casa a gente buena, normal." Su reflexión es irónica, suena como de boca de una actriz consumada tratando de divertir a su auditorio con sutilezas o andanadas, según la ocasión.
Algo de eso debe haber advertido Juana de Ibarbourou, la desaparecida gran poetiza uruguaya cuando escribe acerca de ella: ..."Julia Prilutzky, a pesar de su contención y el tono medido, que es una de sus características, es tumulto, aunque ambicione el olvido y la callada congoja".
Ahora, precisamente ahora, está lejos del olvido; 170.000 ejemplares suman lo suficiente como para sostenerla en el escenario. Aunque, más que de su poesía ella prefiera hablar de su vida, a la que considera su gran obra. "Me hablaron de que escribiera mis memorias. No quiero. Necesitaría un millón de páginas y prefiero seguir viviendo a recordar. Lo divertido es vivir, no sentarse a tejer nostalgias. Dígame, ¿Qué más quiere saber acerca de mí?"