Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


RUIDOS, MANJARES Y COPAS EN EL CERCANO OESTE
Revista Siete Días Ilustrados
26 de marzo de 1976

A lo largo de tres kilómetros y medio, la avenida Gaona —columna vertebral de las localidades de Ciudadela, Ramos Mejía y Haedo— acumula una serie de sofisticados restaurantes, boites y confiterías que configuran un fenómeno inédito en la geografía bonaerense.
Desde hace algunos años —menos de una decena, ciertamente-- la hasta entonces apacible, provinciana barriada de Ramos Mejía, al oeste de Capital Federal, inició un sorprendente cambio de ritmo: además de la incentivación de las actividades comerciales e industriales, esa mutación se expresa en el insólito, deslumbrante estilo que sus pobladores la Imprimieron a la vida nocturna. Poco a poco, casi sin proponérselo pero siguiendo ciertos misteriosos, inexplicables principios de mutación, desde Ciudadela hasta Haedo, pasando por Ramos Mejía, una suerte de fiebre constructora, deseosa de encumbrar pioneros en el arte de adornar con buen gusto y diversión a los habitantes de la noche, pareció apoderarse de la avenida Gaona, esa especie da columna vertebral que une a las tres ciudades, al norte de las vías del ferrocarril Sarmiento.
A lo largo de esa deteriorada cinta asfáltica, sorteando baches y sin escatimar esfuerzos, se fueron alzando restaurantes, cafeterías, boites, cabarets, bowlings y hasta pubs montados en el mejor estilo londinense, para recibir a una nutrida legión de parroquianos que ahora, todos los fines de semana, convierten a esa zona en una de las más ruidosas del Gran Buenos Aires.
Allí estuvo Siete Días recorriendo poco más de tres kilómetros y medio, para desmenuzar los más llamativos y curiosos aspectos de ese estilo, bautizado, por algún ingenioso, como el del "cercano Oeste".
LA RECORRIDA. Para quienes deseen incursionar en los placeres que reserva Gaona —esa confianzuda manera de llamar a la avenida que tienen los lugareños—, quizá sea conveniente efectuar primero una recorrida desde la avenida General Paz hasta aproximadamente la altura del 3500. Entonces sí: el regreso, luego de una visión panorámica, puede deparar las más variadas sorpresas. Y, claro está, la posibilidad de divertirse a cualquier precio, dicho esto en el mejor de los sentidos: es que Gaona da para todo; para el lujo y la modestia.
Si se acepta dicho punto de partida, al 3502 de la arteria se encuentra el Rincón Vasco (Euzko-Txokoa), un acogedor restaurante típico con capacidad para 300 comensales, en el que se pueden saborear bacalaos noruegos, gambas al ajillo, paellas y una amplia gama de platos especiales, los cuales, rociados con un sabroso vino de la casa, son accesibles por sólo 400 pesos nuevos por persona. Claro que, para quienes deseen exquisiteces y no se preocupen por el bolsillo, hay truchas a la baska o cazuelas de pulpo por los cuales se debe oblar alrededor de 100 mil pesos viejos el plato.
A pocos metros de allí, y en la vereda opuesta, es factible tomar el mejor café de la zona en el pub Lord Byron. En un clima acogedor y apacible, se saborean chocolate con masas y tortas, por la tarde, y hamburguesas y whiskies de todas las marcas a cualquier hora. Otra especialidad de la casa —las variedades de quesos y las bandejas con bocaditos de todo tipo, a los que se puede acceder por sólo 250 pesos—, son harto recomendables.
LOS BOLICHES. El desarrollo de Gaona fue, en Ramos Mejía, bastante deferente del de la avenida rival: Rivadavia. "En que —señaló Hugo Montiel (32) propietario del pub— acá se cuida mucho más el ambiente, esto en más distinguido y la gente más joven pueden alternar con la gente mayor. En todos los locales los filtros son muy celosos y se practica al derecho de admisión con todo rigor".
Una precaución que no es antojadiza sí se piensa que durante mucho tiempo "algunas bandas de inadaptados asolaron la zona —HM dixit—, de modo que los comerciantes nos hemos organizado y hay guardias particulares en casi todas las cuadras, un servicio de vigilancia que mantenemos entre todos". El remedio, en este caso, fue eficaz: el triste promedio de asaltos anuales que ostentaba cada sitio, ha pasado al olvido.
Durante la semana, sin embargo, son pocos los locales que permanecen abiertos indefinidamente. "Casi todos los boliches —explicó Ricardo Álvarez (46, dos hijos), encargado de Crash!, una de las boites más sofisticadas de Gaona— cierran los días hábiles y sólo abren los viernes, sábados y domingos. Pero nosotros y For Export (otro sitio exclusivo) somos las excepciones". Claro que —crisis económica aparte— son muchos los templos nocturnos que se alquilan para casamientos y fiestas privadas, durante la semana. "Pero póngale la firma —sentenció el portero de Crash!, Jorge Larrosa— que los sábados y domingos esto rebosa".
Una aseveración que el cronista pudo comprobar fácilmente: en tres pistas ubicadas en niveles diferentes y un par de barras, un millar de personas dio cuenta de centenares de litros de whiskies, jugos de fruta y tragos largos, a ritmo de los 400 watts de salida de los equipos estereofónicos que deslizaron unos 300 discos en la noche del sábado en que estuvo allí Siete Días. Los precios son razonables para la categoría del lugar y para las posibilidades de diversión que se ofrecen: 350 pesos la pareja (250 los días hábiles y sólo 70 pesos la segunda copa, per cápita.
RUIDO JOVEN. Los mismos precios permiten acceder, en el vecino Stadium Bailapple (inaugurado, como Crash!, hace tres años), a un ruidoso mundo en el que desfilan parejas que rara vez sobrepasan los 24 ó 25 años. Atendido por gente también muy joven, las llamativas estructuras de hierro del "estadio" —eufemismo para nombrar al sitio, que consta de dos pistas en diferentes niveles, otras tantas barras y comodidades para unas 250 parejas— son un atractivo más.
"En el Stadium —se jactó Carlos Buby (27), gerente de la casa— cuidamos los mínimos detalles, como que los mozos no fuman, pero siempre tienen fuego. Y, claro, sólo visten smoking y son tan atentos que apabullan". El ambiente es de riguroso sport, "pero un sport elegante, apto para lucir bajo los 150 efectos de luces que se distribuyen desde una consola especialmente diseñada", definió Buby. Claro que la alegría tiene límites en todos los lugares: Mario Ferraro (44), Administrador de Thempo —uno de los más antiguos y tradicionales boliches de Gaona, en el que 150 parejas pueden menearse por sólo 225 pesos la consumición—, aseguró que "la noche enseña toda una filosofía".
Sus razones son valederas: "La categoría de un local, acá en Gaona, se hace sola —explicó—. Todo consiste en que uno sepa imponer un estilo. Vea: acá no se loquea, nadie falta el respeto y no hay peleas. No se permiten barritas, patotas, ni gente brava. Así, la gente es dócil al menor llamado de atención, lo que es más evidente cuando se baila el rock, ritmo que nosotros tratamos de difundir lo menos posible.
Entre los muchos templos nocturnos que pululan sobre Gaona —algo más de una docena: a los mencionados hay que añadir Keseyó, Musical 007, Barbazul, El Cepo, Tibbos y Manahos, entre otros—, sin duda se destaca uno que, por su arquitectura y su atención, enorgullece a la concurrida avenida del Oeste: For Export.
Inaugurado hace tres años, se trata de una enorme edificación con dos pistas —una de ellas a 8 metros bajo nivel y la otra elevada un metro y medio— totalmente decorado en blanco y negro. Sobre diseño del arquitecto Eduardo Vainstein (también creador de Crash!, de Stadium Bailapple y del conocido Pinar de Rocha) es el único lugar que abre los siete días de la semana. Con una capacidad para 800 personas es, por supuesto, el lugar más caro de la avenida: sus tarifas, por copa, rondan los 500 pesos.
"El secreto, sin embargo, radica en el "rebote" que practicamos —analizó Claudio Couso (32), uno de los propietarios del local—, pues seleccionamos terriblemente nuestra clientela". Las cifras son elocuentes: cada sábado, unas 200 parejas se ven impedidas de ingresar. "Pero el problema no es el status social —aclaró entusiasmado CC, con una franqueza inusual—, sino el coeficiente mental que delatan los ojos de la gente. Gracias a eso, acá nunca hay borrachos y siempre tenemos gente de primera. Si alguien toma tres copas en menos de una hora, chau, se va. Y al que dice alguna palabra fuerte, aunque sea en el baño, lo echamos.
Varios maitres, quince mozos que en su mayoría son estudiantes universitarios —hay uno, incluso, que es abogado—, se encargan desde el momento del acceso (que se efectúa por medio de un colosal ascensor instalado en la vereda, fuera del edificio) de hacer placentera la velada. "Somos el lugar más caro de Buenos Aires —aclaró Couso, orgulloso—, pero acá no viene gente 'fatera'; puede llegar un multimillonario de tres apellidos, pero si tiene 50 años y está con una chica de 18, le juro que no entra. En cuanto a los bebestibles, quizá otro secreto del éxito radique en que nosotros servimos whisky del mejor".
OTROS PLACERES. Si se continúa el itinerario propuesto se puede comprobar que aparte de los locales bailables, Gaona no se agota sino después de recorrer alguno de sus tres bowlings o el excepcional Minigolf ubicado a la altura del 1300. Allí se puede ingerir —mientras se observa el espléndido parque en el que están distribuidos los 18 hoyos— hamburguesas y panqueques salados, acompañados con excelente café (25 pesos el pocilio) y whisky (55 la copa).
Claro que quienes desean practicar el arte de embocar la pelotita pueden entretenerse, durante la hora que dura el recorrido de ida y vuelta del campo de juego, por sólo 20 pesos la tarjeta. Obvio: larguísimas colas hablan de la popularidad de este juego.
Menos bucólicos, pero más sibaríticos, son los habitués a La Industrial Choricera, un pequeño restaurante enclavado frente al Minigolf, en el que se pueden saborear los mejores chorizos de la zona, rociados con excelente tinto y, eventualmente, acompañados por gran variedad de carnes y achuras. Allí, una pareja puede comer y beber abundantemente por pocos más de 350 pesos.
Sin embargo, los entendidos —que generalmente suelen ser quienes gozan de mayor poder adquisitivo— acostumbran agasajar sus paladares en lugares más sofisticados. Tal, por ejemplo, El Globo Rojo, un inmenso restaurante con jardín de infantes propio, en el que las especialidades son el chivito al asador y las distintas variedades de supremas de pollo. En un ambiente en el que caben cómodamente unos 300 comensales, una veintena de mozos atiende generosamente a quienes están dispuestos a redondear los 80 mil nacionales por comida.
Otro clásico lugar para el buen comer, y que oficia por otra parte de pórtico de la avenida, es El Encuentro, un suntuoso restaurante que se jacta de expender "la mejor carne de Buenos Aires", y que está ubicado en General Paz y Gaona. Ciertamente, resultaría imposible—gastronómica y económicamente— cumplir el periplo que hizo Siete Días en una sola noche. Pero, sin dudas, vale la pena intentarlo. Seguramente, como sentenció uno de los mozos de Lord Byron, "quien viene una vez a Gaona, vuelve siempre. Y si no, pregúnteles a los turistas brasileños y norteamericanos, que después nos mandan postales. Esto no será Nápoles pero merece verse antes de morir".
Revista Siete Días Ilustrados
26 de marzo de 1976

 

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