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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Borges con la palabra

Revista Somos
diciembre 1979
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

PARÍS
"Yo no escribo para una pequeña élite, que me espanta, ni para esa entidad adulada que se llama la masa. No creo en esas dos abstracciones adoradas por los demagogos", escribió hace algunos años Jorge Luis Borges. De esa definición partió el periodista francés Jacques Chancel hace quince días, cuando voló a Buenos Aires, para entrevistar al "más grande narrador de lengua castellana y uno de los mejores escritores contemporáneos", según dijo.
Durante diez horas de grabación en distintos escenarios (la casa de Borges en la calle Maipú, los cafés porteños, un restaurante y un paseo por la Recoleta), Jacques Chancel pudo despojar a Borges de sus tics de rigor para hacerle confesar sus secretos, sus gustos literarios, su desdén por el infinitamente postergado Premio Nobel, su obra, su ideología, su preocupación por "el crepúsculo de Occidente" y su angustia ante la muerte. El resultado de este implacable interrogatorio fue una emisión radial de tres días consecutivos, de tres horas de duración total, por France-lnter en el programa Radioscopie. Tres horas o 100 páginas, de las que SOMOS expone los pasajes más sobresalientes. —¿Es fácil ser argentino en 1979.?
Jorge Luis Borges: —No, no creo. Ser argentino es una palabra y un sentimiento bastante misterioso, que no intentaré definir. Es sobre todo un acto de fe. 
—Usted se siente argentino, pero poco latinoamericano. En todo caso, es más europeo que latinoamericano.
J.L.B.: —Es un problema de proporciones. Europa tiene una tradición más antigua y más rica, con una cultura que ejerció una influencia determinante en la evolución de la humanidad. Latinoamérica, en cambio, sólo produjo gente importante para nosotros, pero no para el resto del mundo. Ningún latinoamericano ejerció jamás la influencia de norteamericanos como Whitman, Poe, Emerson o Dickinson. por ejemplo.
—También opina usted que es posible suprimir África y la historia del mundo no cambiará. Es una definición terrible.
J.L.B.: —¿Qué contribución hizo África a la historia de la civilización? Ninguna, solamente inventó la esclavitud.
—En el fondo, usted es un tanto racista.
J.L.B.: —Sí, en cierta medida. Pero no en el sentido que se le atribuye generalmente al racismo. Evidentemente, no soy antisemita.
—Precisamente, usted hizo todo lo posible por buscarse orígenes judíos.
J.L.B.: —Es cierto. Hice todo lo que pude, pero debo reconocer que hasta el momento no tuve demasiado éxito.
—¿Usted cree que sus opiniones políticas lo condenan?
J.L.B.: —No hay que tomar en cuenta las opiniones políticas de un escritor. Lo que prevalece en la gente de letras son sus sentimientos, mucho más claros que sus ideas.
—¿Un escritor debe comprometerse politicamente.?
J.L.B.: —Yo me comprometí éticamente. No serví nunca a la canalla. En cuanto a la política, soy un viejo anarquista que quiere la menor dosis de gobierno posible. Por ahora, esa idea mía es utópica, pero quizá dentro de uno o dos siglos no habrá más gobiernos ni otras supersticiones como ésa. Pero para llegar a ese nivel sería justo que fuéramos dignos de ser gobernados, alcanzar una ética que no tenemos hoy. Yo, al menos, creo no tenerla.
— Usted dijo que la democracia es como la felicidad: hay que merecerla.
J.L.B.: —Sí. No sé si actualmente nos merecemos la democracia. El problema es que de la democracia a la demagogia hay un paso. Mire lo que pasó en Alemania, por ejemplo: un país cultivado, lleno de hijos pródigos como Goethe.
— Se considera un escritor comprometido, entonces? 
J.L.B.: —No. Soy apenas un escritor comprometido con las letras. Tengo ideas políticas que no interfieren en mi obra. Mis opiniones son superficiales, por eso trato de descartarlas cuando escribo. Personalmente, sí, soy un hombre comprometido. Pero eso no es de gran importancia. Las opiniones son pasajeras; la literatura es más trascendente. 
—¿Qué significa para usted la muerte? 
J.L.B.: —El olvido, ese olvido supremo que espero con impaciencia.