Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Setiembre 16, 1953
Final Gatica - Prada

Pelearon y se pelearon varias veces. Cuando José María Gatica y Alfredo Esteban Prada subieron por última vez a un ring, quince años atrás, para determinar quién era más apto en el oficio de estrellar golpes en la humanidad del otro, ya habían conseguido dividir a los adeptos al boxeo en 'hinchas' de uno o del otro. Ese día, el 16 de setiembre de 1953, Prada exponía su condición de titular argentino de los pesos livianos, pero a través de una cualidad que recuerda con alardes científicos: "Yo soy un vagotónico con baja presión; me convenían los combates largos y exigí 15 rounds".
Esa especulación no alteró una pasión que desbordaba ya el ambiente del boxeo: 23.500 personas se comprimieron a sí mismas en el Luna Park, amontonando en las boleterías 754.435 pesos, una fortuna entonces. Un buen cubero entornó su ojo y estimó en cinco mil a los desencantados que rodearon al estadio, se enteraron de que estaba repleto y debieron conformarse con escuchar la voz de un relator radial que se desgañitaba tratando de no perder alguno de los golpes que volaban sobre el cuadrilátero. Los puños de Prada colaboraron eficientemente para dejar afónico al locutor, según se deduce de su pormenorizado relato: "Solamente cumplí entonces con un plan de trabajo; en los dos primeros rounds salí a pegarle abajo. En el tercero, le rompí la boca y en las dos vueltas siguientes, la nariz y los ojos. En el sexto, lo puse knock out con una derecha larga abajo, un cross de izquierda a la mandíbula, una derecha a la línea baja y el remate fue otra izquierda en la cara".
Gatica cayó, se tomó de las cuerdas y, cuando la cuenta del referee, Carlos Escudero, llegaba a seis, se incorporó; el arbitro le pasó una mano frente a los ojos, para indagar sus reflejos y El Mono se desplomó. "Yo tenía la izquierda en tensión para darle. Si me dejaba pegar, lo mato; le arranco la cabeza", comenta un Prada que se estimula advirtiendo: "Nunca di ni pedí perdón; creo que al único tipo al que le perdoné la vida sobre un ring fue a Ángel Olivieri".
La impiedad fue condición común a Prada y Gatica. No obstante, aquél entiende que ambos tuvieron motivaciones opuestas: "Gatica destrozaba a sus rivales porque era un resentido social; al pegarle a un hombre, él le estaba pegando a todo el mundo. En cambio yo estaba defendiendo mi ambición; mi necesidad de ser alguien boxeando".
La rivalidad entre Gatica y Prada tuvo seis enfrentamientos y un proceso subterráneo. Dos veces se midieron como amateurs. y cuatro en condición profesional. La diferencia es solamente nominal, puesto que Prada reunió 35 pesos y Gatica 27, por las dos primeras. Cronológicamente, Prada venció en la primera (knock out en el cuarto round), en la segunda (puntos), en la cuarta (knock out técnico en la sexta vuelta) y en la sexta (knock out en el sexto round). Gatica consiguió la decisión de los jueces en las dos restantes.
Se conocieron el 16 de mayo de 1942, cuando el destino los puso por delante en la Federación Argentina de Box, para realizar un match de cinco rounds de dos minutos. De pronto, Gatica se encogió y gritó su dolor; como despedido por un resorte, su segundo, Lázaro Kcci, advirtió al referee que su pupilo había recibido un golpe bajo: se descalificó a Prada. En el rincón de éste, sin embargo, un espectador no aprobó la función: era Manuel Hermida, el hombre que dirigía a Prada. El fallo debió ser modificado cuando, en el vestuario, un médico comprobó que el impacto había alcanzado una zona habilitada. "Al final me dieron la pelea por knock out —relata Prada—, pero fueron pocos los que se enteraron de lo que pasó allí, porque esa noche se recaudaron 300 pesos y cuando me levantaron el brazo habría unos diez tipos en el estadio." Al salir, se encontraron en la vereda: Prada insultó a Gatica y comenzaron a trompearse. "Nos dimos a la criolla, hasta cansarnos."
Allí comenzaron a odiarse, a pelear y pelearse, a mostrar sus imágenes antagónicas y a conseguir, en cada admirador propio, un definitivo detractor del otro. Prada fue el campeón; Gatica, el campeón sin corona. Prada, el correcto profesional; Gatica, el fanfarrón insoportable que por imperio de una identificación popular se convierte en ídolo. Prada vestía habitualmente un traje gris; Gatica cerraba los ojos, señalaba cualquier tono de un muestrario de pinturas y elegía el color de su próximo disfraz. "La gente de la popular lo quería a él y la del ring side a mí", rememora Prada, quien se anima a establecer un paralelo técnico y humano entre ambos: "Gatica era flojo; cuando le pegaban y quedaba sentido, se reía: entonces, sus rivales se achicaban. Yo ejercía sobre él un dominio psíquico. «¿Te reís?, ¿así que te dolió?», le decía yo y se desesperaba. Nunca me tuteó y me llamaba «padre». Como boxeador, tenía una gran cintura y pegaba muy justo, no fuerte. Era un intuitivo. Yo golpeaba más duro que él, pero destrozaba a los adversarios, por mi falta de precisión. Sí, fue ídolo; ¿qué sé yo por qué? es posible que porque apareció en un momento en que se necesitaba uno".
Luego de abandonar ambos el boxeo, Prada se enteró de la indigencia en la que vivía Gatica. Así nació la cantina KO; Gatica recibía 15.000 pesos mensuales y una habilitación anual que rondaba los 200.000, por mostrarse, preguntar a los clientes si la comida era sabrosa y dibujar empeñosamente autógrafos que disimulaban su analfabetismo. Un día, Prada le entregó 12.000 pesos. "Llévaselos a tu esposa y volvé a las 9", le recomendó. A la medianoche, un llamado telefónico desde la comisaría 229 dio cuenta de que Gatica estaba detenido. Cuando llegó allí, Prada enfrentó la tambaleante borrachera de El Mono. "¿Cómo puede ser que tengas solamente cinco mil mangos?", le preguntó. "Me lo deben haber sacado estos tiras, padre. Yo fui a un bar a tomar una naranjada y mire lo que han hecho."
El 12 de noviembre de 1963, un certificado de defunción confirmó que Gatica había muerto. Tal vez ya fuera un cadáver cuando la bebida y los golpes recibidos lo hacían cojear hasta su empleo de mascarón: aterido de frío, se mostraba en la puerta de una cantina, en Bernardo; de Irigoyen y México, incitando el ingreso de los curiosos que se le acercaban. Alfredo Prada, convertido a los 43 años en uno de los dueños de una fábrica de empanadas y pizza, lo recuerda sin emociones. 
17 de setiembre de 1968
PRIMERA PLANA

Ir Arriba

 

 




Gatica - Prada

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

Búsqueda personalizada