BOXEO
LA SEGUNDA POTENCIA MUNDIAL

Es una masa. Al principio era informe; luego se fue redondeando y adquirió la particularidad de una bola de nieve que rueda barranca abajo. La diferencia está en que alguien la maneja, le da destino a su carrera.
Una vez, hace cuarenta y cinco años, esa masa no existía; tenía solamente un nombre y se llamaba Luis Ángel Firpo. En setiembre de 1923, el día 14, Buenos Aires se dio cuenta de que tenía boxeo; el mundo conoció al Toro Salvaje de las Pampas.
La ley aún miraba de reojo a los jerarcas de esa actividad.
Tres décadas después, en diciembre de 1954, la masa había crecido; ya tenía manos que la querían moldear, agregaban pedazos a su estructura central: Pascual Pérez conquistaba la corona mundial mínima en Tokio. Oriente también se enteraba, bastante más tarde, de que en la Argentina había hombres pequeños más fuertes, más tenaces que sus millones de hijos.
La Ley cerraba los ojos; se hablaba aún de trata de blancos.
Pascual Pérez era una cabeza que asomaba por entre la masa, pero nada más que una cabeza y un par de puños; su cuerpo no tenía forma, sus trajes no necesitaban bolsillos.
Ahora, en esta década, la masa es redonda, pero con ventanas: los que van adentro ven por donde ruedan; solamente una red sutil la envuelve para que no se desarme. Adentro de la masa hay cuerpos, enteros, y con bolsillos. Nunca la masa rodó tan vertiginosamente como hoy; nunca abarcó tanto terreno, nunca tuvo tanta ventanas.
La Ley es amiga, cobra sus impuestos, conversa con los que ruedan y con quienes los hacen rodar.
Juan Carlos Lectoure, un hombre de 32 años, guía los hilos. ¿Cómo? Ya no hay conversaciones sigilosas en una oficina en penumbra. Un promotor de boxeo es un ejecutivo moderno; su
oficina es clara, lisa, refulgente. Su lenguaje necesita un intérprete permanente; su voz es conocida en Nueva York y en Tokio; en Estocolmo y en Roma. La mitad de su jornada transcurre hablando por teléfono, escribiendo cartas y remitiendo cables. Esa oficina de Bouchard y Corrientes es un centro de contacto internacional.
Hoy, Juan Carlos, o Tito Lectoure dirige la empresa de las viudas de Pace y Lectoure desde Pittsburgh. ¿Por qué? Una conversación de la World Boxing Association: delegados de todo el mundo; contactos. El promotor no tiene voz ni voto en la Asamblea; eso corresponde al doctor Defilippi Novoa; pero Lectuore tiene voz fuera del recinto, y allí hay muchos oídos interesantes.
En realidad, Lectoure tiene poco que hablar; mostrará papeles, escritos por él mismo. En cada papel, un nombre; cada nombre corresponde a una cara asomada a las ventanas de aquella
masa que rueda, ya sin barreras.
El nombre de Horacio Accavallo no hay por qué mostrarlo; el mundo ya lo conoce desde hace tres años o más. Accavallo fue el nombre piloto para Lectoure; le costó un par de años imponerlo. Después de atraer a Salvatore Burruni, campeón mundial mosca en aquella época, Lectoure puso a Accavallo en la ruta de Pascual Pérez. El mosca argentino accedió al mismo trono, del que ahora se está escurriendo.

En la cumbre
Es precisamente éste, el momento de hoy, cuando el boxeo argentino escala hasta una altura que no conocía. Firpo fue una piedra, Pérez un barrilete, Accavallo una sonda.
Una vez conocida la profundidad de la herida que causaron en el mundo los golpes con que Accavallo desmoronó a Katsuyoshi Takayama, Lectoure emplazó en Buenos Aires una plataforma de lanzamiento.
"A Pittsburgh llevo una idea fija.", reveló a Primera Plana antes de partir: Nicolino Locche. El trabajo que le costó remontar a Accavallo se repite con el mendocino; hay diferencias sutiles: Roquiño era conocido en Italia y por eso el manager de Burruni no trepidó en traer a su pupilo al Luna Park, sin exponer el título. Branchini no estaba al tanto de los progresos de Accavallo y cayó en la trampa. El mundo, en cambio, conoce por referencias a Locche: en 1965 empató con el campeón mundial liviano Ismael Laguna; en 1966 con el siguiente titular de esa categoría, Carlos Ortiz; el mismo año venció por puntos al campeón mundial semimediano júnior —su actual categoría— Sandro Lopoppolo. Ya en 1963 sus triunfos frente al brasileño Sebastiao Nascimento y al norteamericano Joe Brown, ex campeón mundial liviano, lo habían lanzado a la consideración internacional.
Es difícil además vender a Locche porque en todo el mundo está considerado como un púgil negativo: no genera espectáculo. Buenos Aires lo admira por su inteligencia; el mundo lo rechaza porque no responde a los cánones establecidos; es más peligroso que un noqueador: puede poner a su rival en ridículo. Es difícil, también, comprar a un campeón para Locche, para pelear por el título, porque la inversión en dólares aún escapa a las posibilidades económicas de la plaza. Sin embargo, ahora está la oportunidad a mano y Lectoure fue a tratar de metérsela en el bolsillo: a principios de mes renunció a su corona el hawaiano Paul Fujii: "Voy a trabajar para que me den la organización de un combate selectivo entre Locche y el número 2 del ranking", explica Lectoure. Porque Locche es el número 1 de la escala mundial confeccionada por la World Boxing Association.
"Tengo el antecedente del combate de Accavallo en Tokio", razona el match-maker. Accavallo, que era número 2 del ranking al despojársele de la corona a Pone Kingpetch —vencedor de Burruni—, fue a Tokio a pelear con Hiroyuki Ebihara, número 1; éste se lesionó en el entrenamiento y le tocó Takayama como adversario, un recurso para salvar la inversión del promotor japonés. Ahora Locche es el número 1 y sería factible organizar un match por el título vacante en Buenos Aires, con el segundo del mundo: el norteamericano Pruitt.
"Si Locche pelea en Buenos Aires, gana el título —sonríe Lectoure—, y después, ¿quién se lo quita?"
La ventana de Horacio Accavallo se está quedando a oscuras; el campeón se entrena para su match de octubre, contra el brasileño José Severino, pero su trabajo no tiene el entusiasmo que acompaña al que debe conquistar algo. Accavallo sólo busca tranquilidad y Severino viene a estropearle sus planes; claro que alguien tenía que hacerlo. Desde que Accavallo se coronó, Lectoure busca otro campeón: Locche podría tocar el trono el mes que viene; todo depende de las cartas que Lectoure juegue en las antesalas de la convención mundial de Pittsburgh.
Locche, que a fin del año pasado confesó: "Soy un cabeza fresca", quiere pelear por el título; lo demás ya no le interesa. Es un virtuoso que no puede desarrollar todo su potencial cuando no afronta una empresa vital. Es que le cuesta entrenarse; no puede superar su naturaleza contemplativa; por eso hizo otra revelación que todo el ambiente comparte: "Prefiero pelear a entrenarme". Su manager, Francisco Bermúdez, lo tiene este año en actividad constante, por si se produce, finalmente, el lanzamiento.

El único esfuerzo
Solamente cuando se preparaba para enfrentar a Sandro Lopoppolo —la promesa de entonces era ganarle y pelear por el título un par de meses después— el mendocino se preparó en regla: corrió 300 kilómetros y cumplió 90 rounds de guantes; en las demás oportunidades su esfuerzo se redujo a la tercera parte.
Más trabajado, menos virtuoso, Ramón La Cruz es la otra carta que tiene entre manos Lectoure: "Es un poco más difícil, pero también voy a ver si podemos concretar algo para octubre. Cokes es caro para traerlo acá y no interesa demasiado a los promotores norteamericanos como para que se arriesguen a montar un match por el título con un extranjero. Las dificultades son ésas, solamente económicas".
El cubano José Stable y el norteamericano Langston Morgan fueron los escalones que utilizó el promotor para que La Cruz accediera al plano internacional. La recuperación del título sudamericano frente al chileno Rubio y la revancha triunfal ante el brasileño Juárez de Lima, fueron los elementos que se esgrimieron para incorporar a La Cruz al ranking; ahora está primero detrás del campeón Curtis Cokes y precediendo al italiano Carmelo Bossi, la esperanza europea.
Que La Cruz trascendió, se puede notar en la entrega de julio de Boxing Illustrated, una revista de Nueva York: le dedica dos páginas bajo este título: "El Matador, that is what the fans call Ramón La Cruz". El apodo corre por cuenta del autor de la nota, pero venía bien; también el final del reportaje incluye un resabio hispánico que los norteamericanos aún no han desterrado de su lista de costumbrismos argentinos: "Ole", es la palabra de cierre.
De cualquier manera es un indicio de que La Cruz preocupa. Lectoure va a aprovechar ese interés, ese movimiento, esa mirada hacia el cono sur por parte de los que manejan el boxeo mundial. "Nos guste o no —comenta— ésa es la realidad. Yo sé que en el recinto de la convención lo que nosotros digamos no pesará; hay unos pocos delegados sudamericanos y europeos contra uno de cada uno de los estados de ellos; por eso habrá que hablar mucho afuera."

Avalancha foránea
Para él será sólo continuar una obra de promoción y relaciones públicas que hasta ahora ha sido un éxito. Que Accavallo sea campeón mundial, Locche y La Cruz aspirantes principales, Bonavena, Peralta, Corletti, Monzón, Aro, Cañete y Alarcón hayan invadido el ranking, es producto de un trabajo de tender cables hacia todos los puntos del globo. "¿Qué sabrían los dirigentes de la WBA de nuestros boxeadores si no trajéramos extranjeros a pelear en Buenos Aires?" Ese fue el camino que encaró Lectoure desde que se lanzó a la conquista del mundo.
Este año, sobre cinco meses de actividad, el Luna Park presentó una docena de combates internacionales: Carlos Cañete, Oscar Bonavena, Gregorio Peralta, Nicolino Locche, Ramón La Cruz, Alberto Lovell y Carlos Monzón, gozaron de la oportunidad de cruzar sus guantes con norteamericanos, italianos, mexicanos, cubanos, peruanos, brasileños. Es decir, el boxeo argentino ocupa un sitial importante en el círculo grande.
¿Cuál es ese lugar? Insensiblemente, por medio de un suave pero agresivo trabajo de acercamiento, de intercambio, de amplitud de miras, en busca de un beneficio a corto plazo, la empresa ha arrojado éxito en tres años. Desde el punto de partida de Accavallo —por supuesto no a partir de la nada, sino desde un lugar deambulante en el espacio— hasta esta misma semana, el boxeo argentino ha llegado a ser una potencia mundial solamente superada por Estados Unidos. No hace falta una imaginación febril para arribar a esta conclusión, basta mirar el ranking de la WBA con detenimiento.
Estados Unidos domina las categorías altas, como ocurrió siempre y, también como es habitual, los orientales se adueñan de las menores. Argentina, con diez boxeadores en el ranking —sin contar a Juan Carlos Duran, nacionalizado italiano— no sólo tiene representantes en toda la escala, sino que el número total es solamente inferior al de Estados Unidos y Japón; pero los japoneses suman ocho de sus doce púgiles en los pesos mosca y gallo, por lo que en realidad sólo tienen posibilidades internacionales en cuatro categorías.
México, país vecino a los Estados Unidos y con contacto asiduo, posee ocho rankeados; en Europa deben unirse Alemania, Italia, Francia y España para conseguir la decena de púgiles que incorpora la Argentina al ranking; Gran Bretaña presenta cuatro, uno por cada uno de los países que cobija su bandera. En América del Sur los que más se acercan son Brasil y Venezuela, con tres.
A los números se agregan los valores subjetivos: únicamente Cassius Clay, ahora alejado, ha causado mayor conmoción internacional que Oscar Bonavena con sus bravuconadas; sólo Nino Benvenutti es capaz de atrapar en sus redes al público femenino como Gregorio Peralta; no hay un púgil con garantía de invulnerabilidad como Nicolino Locche; solamente Horacio Accavallo logra mantener su corona mundial y sus contactos comerciales sin pelear; nada más que Eduardo Corletti tiene chance de conservarse entre los diez mejores pesados del mundo, luego de haber sido despedido del ring.
Es ya notorio que de un argentino con guantes se puede esperar cualquier cosa fuera de lo común; y también boxean. Quedaron lejos los tiempos en que el ring de Buenos Aires podía presentar un puñado de boxeadores sobresalientes en cada categoría: Amelio Piceda, Alfonso Senatore, Mario Díaz, Kid Kachetada, Eduardo Lausse, Rafael Merentino, por ejemplo; pero también se pierden en el recuerdo los tiempos en que los campeones norteamericanos subían de vez en cuando al ring del Luna Park para protagonizar monólogos: Sandy Saddler, Archie Moore, Kid Gavilán.
¿Que la calidad del boxeo norteamericano descendió como para posibilitar el acceso de los argentinos a su nivel? Sí, algo de eso hay. Pero también es cierto que el boxeo argentino antes no aspiraba a nada; había solamente arrestos individuales, y contados. Precisamente, el último fue el que tuvo por actor a Oscar Bonavena. En 1964 Ringo se lanzó a la conquista de USA; después de un año de hacerse cartel, más por el efecto de sus gritos y el recuerdo de Firpo, que por sus puños, vino a tomar contacto con la plataforma local.
Y Bonavena es, efectivamente, el mayor vehículo de promoción con que cuenta la plaza argentina. Porque el centro mundial de boxeo funciona en los Estados Unidos y allá Bonavena es popular; porque de La Cruz dicen que es amigo de Ringo; de Locche, que es de su misma tierra. Y Folley, en declinación, viene a pelear con Bonavena, y Leotis Martin, en ascenso —también integrante de la selección que ubicó a Jimmy Ellis como campeón mundial—, viene la semana próxima a medirse con Bonavena.
Pero, ¿qué es Bonavena? Más que un boxeador, el producto de una nueva mentalidad de promoción comercial-deportiva. El Luna Park necesita que sigan viniendo rivales para mantener la cotización y el nivel internacional del mastodonte y esos rivales necesitan venir a buscar una chance frente a Bonavena para tratar de ubicarse en su país. Bonavena necesita a esos rivales, y para el Luna Park, y para Buenos Aires, Bonavena es una especie de mal necesario.
No boxea como los clasicistas quisieran, pero atrae a las multitudes; no en serio, pero impone respeto; es indolente y también inconstante, puede llegar a ser excéntrico y también irresponsable, pero así y todo rinde dividendos al Luna Park, al boxeo argentino —es una luz roja— y a sí mismo. ¿Por qué no es un ídolo salvaje y descontrolado como Gatica? Porque aunque su cabeza sea más grande que la de los demás, aunque su nombre tenga más trascendencia —pese a sus derrotas—, aunque su bocaza amenace a diestro y siniestro, está rodando dentro de la masa.
De allí, con sus berretines, se quiere desprender Gregorio Peralta; su posición en el ranking —quinto entro los semipesados— lo anima a intentar una incursión por el Norte para arriesgarse frente al campeón mundial Bob Foster.
Y a ese núcleo, con sus ilusiones, está dispuesto a incorporarse Horacio Saldaño, probablemente la próxima pica que pondrá Lectoure en el ranking mundial, para renovar la sangre y mantener activa una circulación que alimente siempre el negocio deportivo más floreciente del país.
Un negocio que se sustenta sobre pilares humanos; pero pilares que ahora también conocen su propio negocio: el problema que ya se le plantea a Lectoure es que nadie quiere pelear sino con el campeón mundial. 
[Ricardo Frascara]
27 de agosto de 1968
PRIMERA PLANA

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Goyo Peralta
"Goyo" Peralta

Horacio Accavallo
Horacio Accavallo

Nicolino Locche
Nicolino Locche

Horacio Saldaño
Horacio Saldaño

Oscar "Ringo" Bonavena
Oscar "Ringo" Bonavena

Corletti
Eduardo Corletti

La Cruz
Ramón La Cruz

 



 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

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