Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Cacho Tirao
entre Chopin y Arolas
Revista Siete Días Ilustrados
17.04.1972

Muchos piensan que su nombre es apenas el seudónimo con que el eximio guitarrista fue bautizado en la época —no muy lejana— en que solía apabullar a sus) compañeros de la orquesta estable del Canal 7 con interminables lamentos, casi siempre inspirados en sus apremios económicos. Sin embargo, tales suposiciones son equívocas: se llama, efectivamente, Emilio Tirao, y su particular estilo musical lo ha convertido en los últimos meses en uno de los intérpretes más populares del país; un sitial doblemente meritorio si se considera el escaso interés que hasta ahora había demostrado el público masivo por los solistas instrumentales.
Sin embargo, C. T. lleva grabados dos longplays —La guitarra y yo y Solamente mi guitarra—, una producción que se enriquecerá en los próximos días con la aparición de otro álbum grabado con Raúl Lavié titulado: La ciudad de todos, y que incluirá zambas, chacareras, valses, tangos y milongas de su propia realización. En realidad, una temática muy distinta de la que ejecutaba bajo la dirección de René Cóspito en Los 5 Latinos o en Los Muchachos de Antes, un cuarteto de tangos. De cualquier manera, ambas experiencias supieron ser aprovechadas por el instrumentista: "El hecho de tocar en esos conjuntos y también acompañar a todo tipo de cantantes en Canal 7, donde había que hacer música española, folklórica y clásica —no había escapatoria—, me dio una gran flexibilidad y versatilidad", evaluó Tirao durante el largo diálogo que sostuvo la semana pasada con SIETE DIAS, en un estudio de grabación céntrico. "Estoy convencido de que ésa es la forma adecuada para hacerse en el oficio", redondeó.
—Pero, ¿cómo te iniciaste en la música?
—Nací junto a una guitarra. Mi padre era profesor y tenía una academia en Berazategui. Todavía funciona: se llama Instituto Musical Guitarrístico. De él aprendí todo lo que sé.
—¿Enseñás en el Instituto?
—No, eso me aburre soberanamente. Me falta paciencia; por eso lo único que hago es tomar exámenes anuales.
—Como instrumento de estudio, ¿la guitarra ofrece dificultades especiales?
—En cierto modo, sí. Es un instrumento mucho más ingrato que el piano, por ejemplo. Hay que tener en cuenta muchos factores: las condiciones climáticas, la acústica del lugar donde hay que tocar y muchas cosas más.
—Se dice que sos un guitarrista desaprovechado. ¿Es cierto?
—De ninguna manera, al contrario: yo creo que me aprovechan muchísimo. Trabajo intensamente. . .
—¿Te sentís valorado por tu trabajo?
—En realidad, no sé. Nunca me hice esa pregunta; lo que pasa es que hago mucho trabajo hormiga, sin dar la cara. Por ejemplo, pocos saben que hago el acompañamiento musical de Leonardo Favio, Palito Ortega, el dúo Fedra y Maximiliano y otros artistas. También hago música para cortos publicitarios, para películas y grabaciones para el exterior. Es decir, una infinidad de trabajos en los que estoy, si se quiere, confundido en la tropa. Soy algo así como un obrero de la guitarra. Pero todo esto no me parece desvalorizante; al contrario, me gusta.
—Muchos critican que ejecutés indiscriminadamente temas clásicos, folklóricos y modernos. ¿Estás en el éxito fácil?
—Me hace gracia la pregunta. Acabo de decir que me considero un "laburante" de la guitarra. Si me hubiera prostituido, estaría lleno de oro; y ése no es mi caso.
—Aceptando que está bien que des a tu guitarra usos tan variados, ¿tenés una preferencia musical determinada?
—Sí, existe una cosa que prefiero por sobre todas las demás: hacer guitarra de cocina; es decir, tocar para mis amigos.
—Un gusto más sentimental que artístico ...
—La guitarra es, precisamente, sentimental.
—¿Qué significaron para vos los conciertos que ofreciste en el teatro Regina?
—Allí la cosa se da muy bien y espontáneamente. Me contrataron para un ciclo y ya voy por la segunda temporada. Lo hago muy a gusto, porque es un teatro bastante íntimo. Con la guitarra pasa exactamente lo contrario que con la canción: no está hecha para grandes audiencias. Lo ideal es tocar para un público que no exceda las 300 personas: claro, también es posible hacerlo para más. En el Festival de Villa María, por ejemplo, toqué ante 4.000 personas, y en la Universidad de Córdoba ante 7.000.
—Entre quienes te escuchan, hay personas que dicen que no tenés estilo propio.
—Creo que esas críticas apuntan a que no adhiero a un tipo determinado de música, ya que mí repertorio es de lo más variado. Pero yo lo hago exprofeso; para mí, limitarme a un solo estilo sería como comer tallarines todos los días.
—¿Pero no hay un tipo de música que te guste más que otros?
—Quizás lo que me haga más
feliz es tocar folklore, pero mentiría si dijera que es lo que más me gusta, puesto que cuando hago música latinoamericana, por ejemplo, puedo llegar a sentir lo mismo. Pero todo esto, pienso, no tiene nada que ver con el estilo. En todo caso, el estilo es algo imponderable que pongo en cada tema, y que podría estar dado por el estirado de cuerdas, los golpes de caja, algún modo particular de arreglos. Todo ello contribuye a darme una personalidad musical.
—¿Cuál es tu público preferido?
—A mí me gustan todos los públicos, pero casi te diría que me inclino por la gente del interior. Es más tranquila, te recibe mejor, podés charlar más cómodamente, más profundamente. Por lo general, se hace un gran prólogo, una gran ceremonia previa a la presentación de los recitales. En la capital, en cambio, todo es demasiado vertiginoso. La vida misma.
—El disco que estás preparando, La ciudad de todos, ¿tiene algo que ver con esta preferencia por lo provinciano?
—Claro, el disco hace un poco de historia. Fijate que en Buenos Aires existe un porcentaje muy grande de provincianos. Lo que pretendemos es mostrar el desfasaje que se da cuando el hombre o la mujer del interior viene a la Capital. Se da una evolución curiosa: primero se siente marginado, después se integra y finalmente, si debe volver a su lugar de origen, sufre. Los títulos del disco te pueden dar una idea: China hoy, piba mañana. . . y Parrillero, entre otros.
—¿No creés que la interpretación que ustedes hacen pueda herir susceptibilidades?
—Creo que al disco se le pueden adjudicar muchos significados. Cada uno lo interpretará como mejor lo sienta. Pero nadie podrá negar que narra un proceso social y mental.
—¿Tenés algún otro proyecto para este año?
—Otro longplay que estamos preparando con Oscar Cardozo Ocampo. Vamos a hacer música clásica con ritmo beat: tocaremos Chopin, Vivaldi, Schubert y Handel. Estará interpretado por una orquesta formada por doce violines, tres violas, tres cellos, dos bajos de caja, batería, bajo eléctrico y guitarra solista. En total, 13 personas trabajamos en este disco y todos nos morimos de curiosidad por ver el resultado.
—¿Cómo definirías al éxito?
—Como algo lindo, halagador; algo que no me esforzaría demasiado en alcanzar. Creo que es, al igual que el dinero, un mero accidente.

 

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