Revista Periscopio
30.06.1970 |
"Y en la última pelea de la noche ..." Un espeso ciclón de gritos,
aplausos y silbidos recorre las graderías del Luna Park mientras el
impecable Fiorentino anuncia sucesivamente al challenger y al hombre
del pantaloncito blanco. Hora, hora y pico más tarde, a lo sumo
(salvo que medie un prematuro nocaut), la multitud inaugurará la
primera de las 69 cuadras de "la calle más vital, auténtica y
porteña de Buenos Aires", al decir de los que la conocieron angosta
y de los que la heredaron ancha: Corrientes. Sesenta y nueve cuadras
en que se dan la mano el mito con la realidad, la nostalgia con la
juventud, el ocio con el trabajo.
Desde Florida hasta Callao, Corrientes es sinónimo de noche. De allí
en más —y en menos— es una vía eminentemente diurna, salvo uno que
otro racimo esporádico de cuadras, como el del Abasto. Pero hay algo
en que Corrientes no varía en toda su extensión: para sus
parroquianos habituales, para sus moradores y para sus ocasionales
turistas, ha sido, es, y tal vez sea siempre, la calle Corrientes,
pese al título aristocrático de "avenida" que la burocracia
municipal le endilgó hace ya unos cuantos años.
¿Cómo explicar su dinámico porteñismo, que perdura a través de los
años a pesar de, o gracias a, los codazos del progreso? El hecho es
que cada una de las generaciones de porteños que transitaron por
este siglo se apoderaron de Corrientes y la dotaron de una
heterogeneidad que hizo posible la
coexistencia de personajes tan dispares como los que describen las
antologías tangueras: bohemios, intelectuales, políticos, poetas,
malevos, gente de teatro e innumerables etcéteras. No es de
extrañar, pues, que un melenudo noctámbulo de los de ahora, mientras
se balancea al compás beat de un disco de la juke-box, emita la
siguiente proclama: "Esta no es la Corrientes angosta con
reminiscencia de bandoneón. Ahora nos pertenece". Y es verdad que la
nueva generación se adueñó de Corrientes —por lo menos, de ese tramo
entre Florida y Callao— y le imprimió su sello. Del pasado, sólo
quedan por allí algunos bares, como el "Ramos" ("El Estaño" acaba de
convertirse en restaurante con mantel y sin laudo), donde
recuerdosos porteños van a evocar los esplendores de otras épocas; y
la leyenda de algunas esquinas como la de Esmeralda, refugio
intelectual de el hombre que está solo y espera, o la de Talcahuano,
la esquina de Florencio Parravicini. Casi todo el resto fue inundado
por el progreso: los famosos cafés de tango silenciaron sus
orquestas y cedieron su lugar al funcionalismo de la vida moderna;
el ex "Ebro" se transformó en pizzería, y similar suerte corrieron
el "Tango Bar", el Marzotto", el "Germinal" y otros tantos que la
guardia vieja recuerda con devoción casi mística. Sólo queda un
Patio de tango, y es para turistas.
En realidad, la noche de este sector de Corrientes no es ya tan
larga como solía serlo. Cada vez se produce en menor grado la
amalgama entre los últimos nocturnos y los primeros madrugadores.
Salvo el fin de semana, los demás días, alrededor de las dos de la
mañana, el bullicio de Corrientes se va amortiguando hasta
extinguirse. Los cines y los teatros ya terminaron su función, y los
paseantes rezagados son no tan sutilmente despedidos de confiterías
y pizzerías con ruidosos amagos de higienización (sillas colocadas
sobre las mesas, tintineos de baldes de agua y escobas).
En aparente proceso de desaparición el pernoctante empedernido de
otras épocas, la Corrientes céntrica actual no sólo presenta
síntomas de "temprana" somnolencia, sino también el peligro de una
mayor uniformidad de concurrentes, entre quienes descuella, por
mayoría, el bando de los intelectuales que todas las noches llena
confiterías, cines-arte y librerías.
INTELECTUALES Y BOUQUINISTES
Adaptada al presente, la clásica "La Paz" se yergue circunspecta
sobre la esquina de Montevideo. "Aquí vienen gente de teatro y
estudiantes —aclara pulcramente don Avelino García, su propietario—.
Durante un tiempo fuimos invadidos por hippies, pero ya logramos
alejarlos definitivamente." (Por supuesto, más de una vez hubo
trompadas allí: parece ser que los mozos exigían a los clientes saco
y corbata.) Ahora, superada la "invasión", reaparecieron los dos
típicos sectores, delimitados por una larga vitrina; uno
perteneciente a la raza de la farándula, el otro ganado por la joven
intelectualidad porteña proveniente del cine Lorraine y adyacencias.
Otros cafés-confitería, como "El Politeama", "El Foro" y "La
Giralda" ("El Colombiano" cayó bajo la piqueta) también se han
convertido en importantes centros estratégicos, donde plásticos,
cineastas, poetas y universitarios se dan cita para entablar el
diálogo profundo o superficial.
Aunque todavía quedan en ella algunos teatros, Corrientes ya no es
"la calle de los teatros" (como tampoco lo es Broadway en Nueva
York, ya que sus salas no están sobre la avenida sino en las calles
que la cruzan). Las compañías teatrales argentinas se van abriendo
cada vez más en abanico sobre la ciudad, pero todos sabemos que año
tras año hay menos salas. Sea como fuere, el boom protagonizado por
la calle Corrientes en las décadas del 20 y el 30 es ahora sólo un
grato recuerdo para quienes fueron partícipes de esa era dorada.
"Hubo un momento en que había 48 compañías teatrales en Buenos Aires
—dice el actor-poeta Gómez Ver—. La calle Corrientes se había
convertido en el escenario del mundo y recibía la visita de las
compañías más importantes del exterior. El caso más llamativo es el
de una compañía teatral soviética que salió por primera vez de su
país, en 1929, para estrenar aquí."
Por su aspecto y su forma de comercialización, las librerías de
Corrientes presentaban antes la informalidad de una feria. Grandes y
coloridos cartelones proclamaban las ventajas de la compra por
docena, por kilo o por metro, mientras que los libros viejos, o de
segunda mano, eran la gran tentación de infatigables hurgadores, que
se lanzaban a la búsqueda de la joya literaria seguramente oculta
entre truculentas novelas policiales o tratados científicos en
desuso. "Mi padre fue el creador de las librerías de viejo en
Lavalle y Corrientes —asegura Lito, el hijo de aquel impagable
personaje napolitano que fue Rafael Palumbo—. Ya en 1910, cuando la
Infanta Isabel visitó el país con motivo del Centenario, le vendimos
la primera edición de La Gazeta de Buenos Ayres, impresa por los
niños expósitos."
Hoy son muy pocas las librerías de viejo que quedan en la calle
Corrientes. La venta de discos y de "posters" ha desplazado casi del
todo a los libros de segunda mano, relegados en la mayoría de los
casos a dos o tres mesas en que sólo se encuentran volúmenes de
texto superados por los sucesivos planes educacionales, libros sin
abrir que no se han podido vender como nuevos, o a lo sumo alguna
buena policial —de aquellas primeras— de El Séptimo Círculo, pero en
todo caso jamás una antigua edición de Through the Looking-Glass con
las ilustraciones originales de Tenniel, o el Cancionero Español de
los Siglos XV y XVI, de Asenjo Barbieri, que hasta hace veinte años
se compraban por casi centavos. Con todo, el porteño no depone su
idealismo y sigue a la caza de tesoros en esas pocas mesas,
hojeando, revolviendo libros y decepcionándose de salir sólo con las
manos sucias.
Al cruzar Callao, Corrientes se transforma: le dice adiós a los
intelectuales para introducirse en el dominio israelita. Un negocio
junto a otro, desde lencería hasta venta de máquinas de coser
industriales, copan la zona. Los bares y confiterías son pocos,
especialmente entre Pasteur y Pueyrredón, y la clientela es "gente
de paso", según un mozo del Paulista. Durante el día el barrio asume
proporciones de tumulto; hasta del interior llega a veces la gente
para encontrar en los económicos comercios el artículo que luego
venderá al triple en su pequeño boliche del lugar de origen. Las
amas de casa porteñas suelen darse una vuelta por el "barrio judío"
para comprar a mitad de precio que en el centro. A medida que
termina la tarde el ajetreo decrece, y a la noche ya todo es
silencio.
Más adelante, al llegar a Boulogne-Sur-Mer, empieza a percibirse la
influencia del Abasto, con sus camiones, sus cafés de trabajadores y
su gritería. Allí, Corrientes no duerme nunca.
TODO TIEMPO PASADO
Y, en la mayoría de los casos, tampoco cambia nunca: Nicola, 26
años, de mozo en el bar Torino —nueve dueños han pasado desde que él
está en el lugar—, dice que los parroquianos son los mismos, a veces
reemplazos de padres a hijos, pero nada más. Mingo, habitué desde
1929, en que comenzó su actividad en el mercado, añora tiempos
mejores, "cuando venía en mi carro tirado por un caballo, Corrientes
aún angosta, y me sentaba acá, en el Torino, sin el ruido de motores
de 'esos' camiones".
El mundo aparte del Abasto sigue unas cuadras más, entre queserías,
y después Corrientes, la contradictoria, se achata. Hasta Canning,
por supuesto, en que los israelitas salen otra vez a la palestra,
ante el rencor innegable de los antiguos pobladores italianos y
españoles de Villa Crespo, que acusan a los judíos de haberla
"comercializado". Sobre la esquina de Thames está el bar "Greco" (ex
"El Zorzal"), "gloria de tauras y matones", según el parroquiano
Alfredo Smaderman. Ha pasado también el tiempo de los salones de
baile, como el "San Jorge" y "El Trianón", en Triunvirato (hoy
Corrientes) al 5400. "Barrio bravo Villa Crespo, con puñaladas como
fin de fiesta", dice con una pizca de nostalgia Felipe Gregorio,
publicista y asiduo concurrente al "Greco". Más acá en el tiempo,
Alberto Lavaselli, organizador de la murga "Los morfones de Villa
Crespo" en la década del 40, rememora los días en que "todo Buenos
Aires" se volcaba al barrio y su algarabía carnavalesca.
Por la Corrientes de los tranvías a caballo, que llegaban hasta
Frías, cruzaba el arroyo Maldonado, la piqueta demolió y ensanchó.
Se construyó la Juan B. Justo. Lo que se salvó cayó en manos de la
evolución de las costumbres: el café "Victoria", reducto de Libertad
Lamarque, es ahora un bar al paso. Idéntico destino tuvo el "San
Bernardo", entre Acevedo y Malabia.
En la abundante memoria de sus más tradicionalistas moradores se
pierde la historia de este sector de Corrientes, para treparse en
edificios de más de 20 pisos. Luego la calle sigue subiendo, pasa
por zonas neutras que ni hoy ni ayer han aportado anécdotas ni
recuerdos, para morir allí, en Chacarita, frente al ferrocarril
Urquiza, entre marmolerías, broncerías y, desde luego, kioscos de
flores y florerías: porque, como los hombres, también Corrientes
recibe flores en el último momento de su vida.
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Discos, posters y libros
la nueva generación |
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