Revista Periscopio
30.12.1969 |
Hace algunas semanas, sus melopeas edulcoraron
los muros grises de El Erizo Incandescente y ya nadie pudo
prescindir de sus encantos. La magia había encendido sus bengalas y
los recovecos artificiosos quedaron atrás: la juglaresa ganó la
partida, cantando, simplemente. Sin más defensas que una voz que
roza la pureza y una transparencia expresiva y candorosa, Dina Rot
propuso un retorno a la ingenuidad con mayúscula, el mismo que la
llevó a rescatar viejas melodías sefaraditas en las lejanías de la
tradición popular semi olvidada. Su protesta —porque su actitud la
pone en descubierto— evita la queja con inteligencia y soslaya la
ironía; prefiere la añoranza como un instrumento para horadar las
realidades y desecharlas, un juego en el que no puede haber
perdedores porque estaría en contra de su propia naturaleza. Pero
estas alquimias de la trovadora no surgieron de la improvisación ni
del azar: nacida en Mendoza, no hace mucho, alcanzó a estudiar canto
de cámara con la contralto Lydia Kindermann, una baronesa polaca que
hizo tradición perdurable en el teatro Colón, allá por la década del
50. "No podré olvidarme mientras viva —memoró la Rot— su recital de
despedida." En el Politeama, la Kindermann cantó por última vez el
Viaje de Invierno, de Schubert. "Todas sabíamos que no la
volveríamos a oír nunca más y eso nos estremeció sobremanera." Dina
Gutkin (su nombre de soltera) y Myrtha Garbarini, Susana Naidich y
tantas otras cantantes que aprendieron a cantar seriamente, con
maestría técnica, con estilo, con musicalidad, decían adiós a madame
Kindermann porque se iba, ya casi ciega, a Viena, para ver por
última vez a su madre. El destino le deparó otra suerte: una huelga
circunstancial de ferrocarriles, en Francia, la detuvo en París más
de la cuenta y perdió totalmente la vista antes de llegar a su meta;
poco después, moría. Pero Dina Gutkin no olvida aquellas enseñanzas,
que la introdujeron en el alucinante mundo del 'lied'
(particularmente en el de Hugo Wolf) y la hicieron llegar hasta las
riberas de un mundo especial, el de la poesía aliada con el canto,
como lo hizo el poeta medieval. Por eso transitó una carrera llena
de escalones: del recital común (los primeros fueron en 1955) a la
canción tradicional judeo-hispana y la balada. Fue a España y a
Israel: allí nació su amistad con lo secular. La televisión le
aportó una viva experiencia con los primeros planos, y la
interpretación vocal tuvo que confabularse con el gesto y el ademán.
Sus afanes líricos la habían llevado a cultivar la canción infantil
y la sempiterna Blackie la descubrió un día de 1964 para llevarla a
su programa Pinochadas, en el Canal 9. Allí también nació, por obra
y gracia de la veterana conductora, su nombre profesional: Dina Rot.
"No me importa para nada la moda del momento", afirma la juglaresa.
consciente de que en ella la canción no es cosa de hoy, ni de unos
pocos días. El disco acaba de registrarla en un lp que recoge 13
números de su repertorio: desde autores anónimos judeoespañoles, a
poemas de García Lorca o Hernández con música del rebelde Paco
Ibáñez, textos de Tejada Gómez y Yánover con música de la propia
Dina, sin olvidar algún villancico catalán o una tradicional melodía
brasileña. Toda una transición a su deseo más fervoroso: "Llegar a
todos los ámbitos de la poesía. Porque la canción, para mí —subrayó
aspirando voluptuosamente el humo de un cigarrillo—, es un
testimonio —no diría un mensaje, porque no me atrevo a tanto—, con
el que me siento hondamente identificada". Y en esa ruta, Dina Rot,
tras sus seis discos en circulación y todo un dossier de proyectos
que la asustan aunque no les tiene miedo, se refugia al amparo de su
arma más combativa: la etimología de su nombre bíblico.
El año pasado, cuando la llamada "'Nueva canción", explotó en los
ámbitos del Teatro Payró, entre ráfagas de violencias beat, tangos
de viejo y nuevo cuño, antiguas bagualas norteñas refeccionadas
artificiosamente, su voz clara y transparente se elevó para cantar a
Buenos Aires, a sus esquinas más querenciosas, a sus rincones más
misteriosos y también a otras cosas mágicas que pasan por la vida,
como "un perro, un árbol o un amigo" según los versos de Juan
Gelman.
Es muy posible que Dina Rot no tenga ahora una audiencia masiva como
muchas urlatrices que nacen de golpe a la fama y desaparecen
silenciosamente, cuando el fervor del público casquivano las
abandona. Sin embargo, poco a poco irá acrecentando su público.
Entonces su fama será perdurable, porque sus canciones son valiosas
hoy y lo serán mañana.
PERISCOPIO 15 • 30/XII/69
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Dina Rot |
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