CARLOS ALBERTO CARELLA
MENSAJE DE LOS ACTORES ARGENTINOS
revista hechos de máscara
año del cincuentenario
1969


Carlos Alberto Carella en Los Incendiarios, de Marx Frisch, por el Grupo del Sur (1962)

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

Scalabrini Ortiz: profeta nacional
Tango y política
María Elena Walsh: Carta abierta a una compatriota
Ernesto Sábato: defensa del voseo
Carlos Gardel: andanzas de un morocho y argentino
La censura en Argentina
Arturo Jauretche: tilingos
Un sueño misterioso
Hacia una psicología nacional y popular - La enfermedad es el capitalismo

 

 

"Habiendo hecho presente S. E. el Protector el censor del teatro de esta capital, cuanto convendría al progreso de este establecimiento, declarar libres de toda nota a los individuos que ejerciten el arte cómico; se ha servido S. E. expedir el siguiente decreto:
Las preocupaciones deben ceder a la justicia y a las luces del siglo. Todo individuo que se proporcione su subsistencia en cualquier arte que contribuya a la prosperidad y lustre del país en que se halla, es digno de la consideración pública. Un teatro fijo como el de esta capital, sistemado conforme a las reglas de una sana policía, y en el que las piezas que se recitan y cantan bajo la dirección de la autoridad pública no exceden los límites de la honestidad y del decoro, es un establecimiento moral y político de mayor utilidad. Por tanto, he acordado y declaro:
1º El arte escénico no irroga infamis al que lo profesa.
2° Los que ejerzan este arte en el Perú podrán optar a los empleos públicos, y serán considerados en la sociedad según la regularidad de sus costumbres y a proporción de los talentos que posean. 
3º Los cómicos que por sus vicios degraden su profesión serán separados de ella. Insértese en la gaceta oficial."
Firmado por José de San Martin, por orden de S.E. Bernardo Monteagudo, en Lima, Perú, el 31 de diciembre de 1821

 

 

CARLOS ALBERTO CARELLA
MENSAJE DE LOS ACTORES ARGENTINOS
Decir hasta dónde la vida de la Asociación Argentina de Actores está ligada desde sus comienzos al periodismo, sería redundar en un hecho que tiene profundo arraigo en el quehacer de la profesión. Todo el desarrollo de la Institución está recogido y rescatado en la letra escrita. Nuestros archivos no nos dejan mentir en ese sentido. Y podemos decir más aún: cuando el teatro era la verdadera vedette de los espectáculos y el espacio que se le daba en los periódicos era mucho mayor, inevitablemente y como una constante se veían reflejados en ellos todos los actos que producía la entidad, como un resultado más de esa simbiosis tan particular que se producía alrededor del hecho teatral de la Asociación.
Hoy, evidentemente, son otras las miras y el teatro ha dejado de ser la noticia, para darle paso a la cinematografía y a la televisión. Y aunque no se quiera en muchas oportunidades aceptarlo, como uno se niega a aceptar el paso del tiempo, estos elementos mecánicos han hecho que la relación humana y viva pierda carácter, conquistando otro tipo de posiciones que tienen que ver con la difusión masivo-popular, que convierte en ídolos a nuestros actores a través de una intrincada red de propuestas, que no son las mismas que antes.
Lo que se ha perdido es la relación actor-vivo y público-vivo. En cambio, se ha ganado a través de un mecanicismo simplificista, que es la meta de nuestra época. Esta es la realidad. Algún día, tendremos que sentarnos un momento tranquilos para tomar un café y preguntarnos no si una cosa es mejor que la otra, pero sí si quizá un moderado equilibrio no sería la fórmula ideal para rescatar algo del mensaje que nos propusieron los Podestá, González Pacheco, Alippi, Novión, Casaux, Sánchez y Carcavallo ...
El periodismo ha vivido la trayectoria de la entidad y nosotros, en todas las épocas, hemos estado pendientes un poco de él: de sus arrebatos, de sus juicios y de sus críticas. Compartió nuestro trabajo y lo seguirá haciendo. Y si a veces ciertos sectores de la función están más allá de lo que serenamente podría aceptarse de un amigo, no es menos cierto que en determinados estratos de la profesión no se ha comprendido todavía en profundidad cuál es el verdadero sentido de nuestra unción como entes harto visibles de una sociedad que nos coloca permanentemente en vidriera.
Los actos no se reproducen jamás de una sola parte. Es por esto que nos comprometemos firmemente, ante todos los sectores de opinión, a elevar la profesión para darle características tales que permitan recoger de quienes nos juzguen el mejor de los tratos y el mayor de los conceptos. Somos trabajadores e intelectuales y ese compromiso no podemos eludirlo en ninguna de las acepciones que nos identifican.
Tal actitud, por lógica consecuencia, la extendemos a los señores empresarios. Compartir una actividad con las características de la nuestra, donde la tarea no puede ser apresada, donde no se puede palpar un automóvil terminado por manos obreras, ni llevar bajo el brazo un cuadro terminado bajo un arrebato emocional que perdura, es algo así como vender constantemente aire. Un aire que muere junto con el espectador y que por más que se vea reflejado en la pantalla o en la cinta magnetofónica no puede recoger el momento. Porque las palabras no son del actor, ni las estructuras, ni el mensaje. Lo único que sí le pertenece —y es ahí donde hay que colocar el acento— es la labor silenciosa de creación, levantada día a día con la seguridad absoluta de que será la que prevalezca.
A todos los entes empresarios vaya nuestro agradecimiento por haber atendido en más de una oportunidad requerimientos que no obedecían a actitudes graciosas, ni extemporáneas, ni de presión, sino a solicitudes que tenían y tienen que ver con un mejoramiento paulatino de las herramientas de trabajo. Aquí éstas son los hombres y las empresas no pueden proveer de mejores martillos o máquinas de escribir. Por eso la única condición cierta está dada a nivel de acrecentamiento de las virtudes que hacen del ser humano un ente pensante, sensible a lo que le rodea. De ahí que, en más de una oportunidad, una palabra sirva más que cualquier otra cosa y una mano extendida tenga un carácter a veces inimaginable. A la gente de teatro que todavía persiste en la locura de seguir manteniendo una tradición, nuestro aplauso por su valentía. A los que se incorporan al quehacer teatral, el mejor deseo de que no olviden cuál debe ser el carácter de éste. A las empresas de televisión, fuente inagotable de recursos y exposición, nuestro reiterado requerimiento de elevación cultural, que entendemos comienza a ser comprendido, y, sobre todo, el compromiso formal de alertar a nuestro conglomerado social sobre un hecho que no nos cansaremos de repetir nunca: la televisión no puede convertirse en un hecho laboral más, como si la única y posible fuente de recursos espirituales comprometidos fuera el teatro. No se puede dividir a fuer de exquisitos, pretendiendo que lo que no da la televisión puede recogerse en el teatro. Lo que no se da en la televisión tampoco se da en el teatro. Y viceversa. Tratar a la televisión como un medio subordinado y subalterno forma parte de un suicidio colectivo que, como entidad, tenemos la obligación de denunciar. La posibilidad de expresión a través de un medio masivo de tanta resonancia es un compromiso tan importante como el que más. Y esto lo recordaremos tantas veces como sea necesario.
A esa sufrida especie que es el productor cinematográfico, nuestro deseo y esfuerzo para que la Industria específica tenga ese carácter. Tantas veces como sea necesario acompañarlos, para alertar a los poderes públicos sobre cuáles son nuestras necesidades comunes, allí estaremos. Ya hemos estado y seguiremos estando. Sabemos que nuestros requerimientos no pueden ser mal vistos jamás, porque a lo único que tienden es a enriquecer al país en todos los sectores de la población. Si pedimos un cine argentino es porque nuestro pueblo quiere y necesita un cine argentino. Y esto no puede molestar a nadie.
A las entidades que han compartido nuestro diario quehacer y aún aquellas qus por uno u otro avatar han debido abandonar el camino común, la más formal promesa de acrecentar en todo sentido nuestra amistad. Un tropezón no es caída y una separación, en la mayoría de los casos, no implica que se haya dejado de querer.
A todos, pues, nuestro ofrecimiento y la seguridad de que estamos dispuestos a fundamentar ese deseo. En estos primeros cincuenta años de la Asociación Argentina de Actores, el recuerdo para cuantos la hicieron, para cuantos la sufrieron, para cuantos no la abandonaron ni aun en los momentos más críticos. Y la seguridad a ellos y a nosotros mismos de que esa conducta no será nunca dejada de lado.