Carlos Reutemann
La revelación del año

"Me gusta mucho el orden; no fumo, no bebo, me acuesto a las 10 de la noche y me levanto a las 7 de la mañana. Estoy hecho a los hábitos del campo. Me gusta conversar con la gente mayor; sé algo de mecánica, me apasiona correr; creo que a mi mujer (María Bobbio, 22) le gusta que lo haga, aún cuando a veces pienso que se asusta, pero nunca me puso trabas. Jamás hablo con ella de automovilismo, pero siempre vamos juntos a las carreras. Yo soy un tipo sano y estoy seguro de que no hay nada que no pueda hacer teniendo voluntad, Tengo buen humor y soy tolerante. Todos tienen miedo antes de largar. A mí se me refleja en un retraimiento brutal; en ese momento no siento ganas de hablar con nadie."
Carlos Alberto Lole Reutemann, nacido en Santa Fe el 12 de abril de 1942, se descarna espiritualmente sin que una palabra aplaste a la otra. Es, sin embargo, la sensación del momento en TC. Parece indiferente, casi polar, regido por un orden que le nació ya a los siete años, cuando, a bordo de un Ford A, se lanzó por los caminos de la estancia de su padre, en el pueblo de Nelson, a 42 kilómetros de Santa Fe.
Entonces tenía dos ídolos: Juan Manuel Fangio y Oscar Alfredo Gálvez. Pero no presentía que diecinueve años después, rodeado de una multitud, su nombre resonaría como una bullente esperanza, en la mañana del domingo 28 de julio, en el Autódromo Municipal entre la reanimada legión de los fordistas. Allí, al volante de su minifalcon rojo, ya no era un hombre glacial; prolijo e impetuoso a la vez, se clasificó cuarto en las 100 Vueltas Shell y veinte días después, el 18 de agosto, pero en el autódromo cordobés Oscar Cabalen, demostraba que lo suyo no pertenecía al reino del azar al llegar quinto en los 250 Kilómetros Ciudad de Córdoba.
Reutemann nació automovilísticamente en Turismo Mejorado con un retumbante estallido. Fue el 11 de julio de 1965, cuando tenía 23 años, cabalgando un Fiat 1500 de los hermanos Grossi, de su ciudad natal. Se apoderó entonces del triunfo y, ordenadamente, calculándolo todo, con ese hábito tan disciplinadamente campestre, fue enhebrando éxito tras éxito, hasta lograr, en total, 16 victorias. Su trasvasamiento del TM al TC reveló una adaptación insólita. Su voz parece sacudida por ligerísimos estremecimientos cuando recuerda con orgullo un título que es la ambición suprema de todos los exquisitos con alma tuerca: el de Maestro de la Montaña, que conquistó este año en la trepada a Mina Clavero, en la que exhibió un manejo infalible de robot. "Ahí —se anima, se despoja de su aparente glacialidad— le bajé el tiempo a Zasada." Sus claros ojos verdes parecen destellar entonces una vertiginosa presuntuosidad.
"Recibido de bachiller —desliza, ya retomado su ritmo sin conmociones— me tuve que enfrentar con la vida." Mientras piensa que podría concretar otra de sus más grandes aspiraciones conduciendo un Fórmula 2 ("Sé que es muy difícil conseguirlo"), Reutemann, amante de casi todos los deportes, hincha de Colón de Santa Fe, se entretiene extraautomovilísticamente jugando al tenis, todos los sábados, en el Jockey Club de Santa Fe. Sus manos, casi unas manoplas, aferran entonces algo muy diferente a un volante, pero que le provoca parecidas satisfacciones. En verano calza esquíes y zigzaguea en el río, aproximándose a Paraná "para ver cómo anda la construcción del túnel".
Primera Plana
27/08/1968

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Carlos Alberto Reutemann
Carlos Reutemann

 


 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

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