Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


ROSARIO
CARNAVALES BAJO CERO
Revista Periscopio
24-02-1970

 
Video del trailer del documental Play Rock
donde aparece el mencionado en la crónica: Palolo

Una ovación saludó la escena. Mientras sorbía el mate que le obsequiara una joven vestida a la usanza federal, Roberto Rimoldi Fraga, retórico, sentenció: "Rosas Ha sido colocado en las páginas más oscuras de la historia pero fue un sincero defensor de la soberanía nacional". Después cantó su remanido 'Revuelo de ponchos rojos' y dejó caer desde lo alto la corbata punzó, un trofeo que dos grupos de fanáticos se disputaron con furia. Fue el pasado domingo 15 en el corso oficial de Granadero Baigorria, un suburbio de Rosario. La semana anterior Hugo del Carril había prometido a la muchedumbre, ansiosa por escuchar la marchita, que pronto la cantaría en Plaza de Mayo.
Ambos episodios, lejos de reflejar una repentina politización de los rosarinos, expresaron con elocuencia el escaso fervor despertado por las fiestas carnavaleras. Los rigores de la carestía y el deterioro social se unieron a la ausencia de figuras de renombre para frustrar los planes municipales de convertir a la Chicago argentina en una nueva capital del ruido.
Es que Rosario intentó este año cambiar la fisonomía de sus tradicionales festejos, famosos por el derroche de entusiasmo y la abundancia de atracciones. El balance no satisface ni a los optimistas. Empeñada en lograr el reconocimiento popular, la Comuna improvisó un corso gratuito en el Parque Independencia, una especie de Villa Cariño litoraleña, con impresionante despliegue de recursos: se instalaron dos escenarios flotantes en un lago artificial, una quincena de palcos iluminados por 35 mil lamparitas y más de cien parrillas y casas de comida. Nada fue suficiente para despertar el entusiasmo de una multitud que se limitó a pasear su tedio entre las escasas carrozas diseminadas a lo largo del Boulevard Oroño, a la búsqueda del hecho insólito que justificara la noche.
Una ausencia casi total de murgas, comparsas y mascaritas (al tercer día se habían inscripto en la policía, para obtener el correspondiente permiso, apenas dos docenas) agravaba el panorama de desolación reinante. Ni la distribución gratuita de serpentinas, papel picado y cornetas —a cargo de atildados funcionarios municipales— consiguió convencer a la gente de que las usara. Sólo las agresiones de anónimas patotas contra algunas reinas de colectividades y los asaltos masivos a dos de las carrozas más sofisticadas del desfile lograron agitar el ambiente.
Días antes, cinco mil espectadores habían asistido azorados en el balneario La Florida, el más concurrido de la ciudad, al derrumbe de un festival municipal de música beat que terminó en una batalla feroz entre parte del público y los organizadores. El escándalo fue descomunal. Cuando las fuerzas policiales se disponían a limpiar el lugar, un electrotécnico de 21 años, Norberto Palolo Pardal, se apoderó del micrófono y magnetizó al auditorio. En traje de baño, se sacó su camisa calada y durante media hora —entre silbidos, risas y aplausos— denostó a las minorías, a la oligarquía, al sistema todo.
Luego la noche fue suya: cantó folklore, tango, beat, bailó e hizo bailar. El Club Náutico Avellaneda contrató a la nueva estrella y su conjunto, Los Indómitos, por 43 mil pesos viejos la noche, la mitad de lo que cobraron todos los demás números artísticos juntos. Lejos de los grandes borderós, la institución ofreció el más divertido de los bailes de Carnaval. Las tres mil personas que concurrieron por jornada optaron entre cuatro espectáculos y otras tantas pistas de danza. El paroxismo se produjo en la playa beat, donde Palolo hizo delirar a los hippies rosarinos bajo el benéfico influjo de la brisa ribereña.
La idea de utilizar los trescientos metros de costa que posee el club, pertenece a uno de sus directivos. Adrián Jaime, 43, fue el primero que hace dos años introdujo esa inédita modalidad, hoy imitada en todas las ciudades balnearias. El temor a los desórdenes resultó injustificado. "Los catorce guardaespaldas que contratamos para evitar eventuales desbordes —confió Jaime— casi no tuvieron trabajo: los hippies, cuando se divierten, son tan pacíficos como un empleado de banco."

EL MEJOR SHOW
La tradicional fastuosidad de los números artísticos del Carnaval rosarino fue sepultada en la edición 1970 por el afán de obtener más fáciles ganancias. "El mejor show —ironizó Fernando Pendino, 50, organizador de los festejos del Club Atlético Provincial— fue el protagonizado por las tres entidades más importantes para llegar a un entendimiento y evitar ruinosas rivalidades." Cuatro meses antes de las carnestolendas, los jerarcas del Provincial, Gimnasia y Esgrima y Rosario
Central decidieron afrontar en común la organización de los bailes. Contrataron a los artistas en forma conjunta y se distribuyeron las recaudaciones por partes iguales. Así pudieron reducir a 27 millones de pesos viejos los 70 millones invertidos en el rubro el año pasado, cuando la competencia por atraer al público originó pérdidas exorbitantes. El único que se salvó fue el Provincial, que había contratado a Leonardo Favio desde cinco meses antes, como número de relleno, por apenas 450 mil pesos.
"Esta temporada —calculó Juan Carlos Baños, 34, presidente de la subcomisión de fiestas de Gimnasia y Esgrima— tuvimos una ganancia aproximada de 15 millones de pesos." Sin embargo, la afluencia de público fue mucho menor: de 88 mil entradas vendidas en 1969 por los tres grandes se pasó a 63 mil este año.
No sólo la pobreza de los espectáculos influyó en este resultado. También gravitaron el costo de la entrada general (400 pesos viejos) y la gratuidad del corso oficial. Para Jaime Olive —un catalán de 66 años, casado, que preside el Provincial—, el fenómeno tiene un único motivo: "No hay plata; a nosotros el corso nos quitó gente porque era gratis". Baños discrepa: "La concurrencia disminuyó por falta de números espectaculares; aquí no hay cantantes taquilleros y tampoco vinieron del exterior". Carlos Sigfredi —directivo de Rosario Central y delegado ante el triunvirato común— se quejó amargamente: "Estamos lejos del Parque Independencia y a pesar de que se apeló a un refuerzo de artistas el resultado fue magro". Las 36 mil entradas vendidas en los tres primeros días del Carnaval '69 se transformaron en 13 mil durante el mismo lapso de este año.

NO A LOS DIVOS
"Lo que pasa con los artistas es que quieren venir a Rosario a hacerse la América; pretenden ganar en una noche lo que no consiguen en Buenos Aires actuando en todos los bailes." La opinión de Baños es compartida por buena parte de los empresarios santafesinos, para quienes "la fama que teníamos de tirar, en los bailes, el Carnaval por la ventana, terminó por perjudicarnos".
La falta de números de jerarquía, pudo comprobarse una vez más, no se suple con una mejor organización. Sin embargo, un contrato concertado a último momento salvó en parte el deteriorado prestigio de los bailes rosarinos. En la tarde del sábado 7 arribaba, al volante de su propio automóvil, Joan Manuel Serrat (36, catalán, reciente músico de la poesía de Antonio Machado, hit indiscutido de estos carnavales argentinos). Esa misma tarde recibió a Periscopio en el Hotel Riviera. El millón de pesos viejos que recibe por cada actuación de media hora lo obliga a ser amable. Admirador de Piazzolla y rebelde, es sensible a las contradicciones: "No tiene sentido —explicó— cantar en el corso gratis porque iría a escucharme la misma gente que paga en los clubes, como ocurrió en el Piccolo de Milán; el lío está en otro nivel que el del cantante, y aunque me apasiona conocer a los pueblos a Rosario vine a trabajar".
Por la noche inauguró los bailes desde Gimnasia y Esgrima y Rosario Central y dos días después se convirtió en la atracción del Provincial. Fue, sin duda, el único número importante de la temporada. Los cantantes Greco y Rimoldi Fraga no lograron ni pisarle los talones, y la orquesta de Lafayette Coello Vargas Lima no justificó su jugoso cachet.
Otros dos ídolos de magnitud, Palito Ortega y Armando Manzanero, se limitaron a presentarse en pequeñas localidades suburbanas. "Palito me llamó ofuscado porque no lo contratamos —explicó Baños—; le aclaré que era una, barbaridad cobrar un millón y medio de pesos viejos por cada media hora y le echó la culpa del malentendido a su representante local; dijo que el año próximo quería tratar directamente con nosotros." Fernando Pendino también protestó: "Sandro en Buenos Aires está cobrando un millón y medio por actuación, y nos pedía cinco millones por dos salidas; contraofertamos la misma cifra por tres apariciones
pero no hubo caso . . .". Hasta los conjuntos beat se tornaron inaccesibles. Los Náufragos, que hace un mes se remataban por 180 mil pesos, exigieron 750 mil por cada media hora de actuación.

COMPRAR, VENDER ...
Escarmentados por sus errores, los empresarios rosarinos han resuelto utilizar la experiencia acumulada para revolucionar los carnavales 1971. El sector más activo se propone emprender nuevos rumbos. "Hay que viajar al extranjero a mediados de año —confesó uno de sus voceros—contratar allí directamente a las grandes figuras para todos los días de Carnaval y después venderlos a otros clubes; con ese sistema, la presentación de figuras estelares nos saldría prácticamente gratis."
La propuesta parece práctica. De haberse aplicado, este año los argentinos hubieran visto a Johnny Rivers, Sammy Davis Jr., Nancy Sinatra y Alain Delon (pidió 25 mil dólares para actuar en un solo club). De todos modos encierra un engaño: el dinero que no erogarían los gestores del contrato directo tendría que ser cubierto por las instituciones menos poderosas y, en última instancia, por ese mismo público que hace pocos días juntaba moneditas y recurría al pechazo frente a las puertas de los clubes.

DEBE Y HABER
Pero no todos los rosarinos pueden quejarse de los últimos carnavales. Los que más se beneficiaron —debido a la novedad del producto y a una promoción excepcional— fueron quienes comerciaron con la nieve artificial, los controvertidos aerosoles prohibidos por el Instituto Bromatológico de la Provincia de Santa Fe cuando casi se habían acabado las existencias. El gas espumoso causó numerosos desmayos, pero los recolectores municipales revelaron haber recogido, la noche del domingo 8, más de 10 mil cartuchos.
También hicieron su agosto los adjudicatarios de los puestos de venta de chorizos y bebidas que aromaron al Boulevard Oroño. Los dos mil quinientos pesos que pagaron por ocupar un tablado de dos metros por cuatro resultaron una buena inversión. "El último sábado —-admitió casi con pudor Agustín García, 54, concesionario temporal— vendimos por 70 mil pesos; el negocio fue bien." Las 200 mil personas que acudieron esa noche al corso —exageró un quiosquero— "se llevaron hasta las servilletas".

LO QUE NO FUE
Pero, exceptuando el rubro alimentación, los habituales pulpos locales del Carnaval estuvieron de capa caída. Las agencias representantes de artistas perdieron el 30 por ciento que podía arrimarles la presentación de sus mejores abonados (entre los que están los más cotizados conjuntos del país), debido a la austeridad impuesta por los tres grandes. Los vendedores de papel picado, serpentinas y artículos de cotillón vendieron menos de lo previsto y la ausencia de disfraces fue notoria. La aparición, en la madrugada del domingo 8, de una mujer maquillada, con las piernas al aire, provocó un escándalo en las puertas de Gimnasia y Esgrima. Policías de a caballo debieron alejar a los curiosos.
Pero lo que más faltó fue el auténtico alborozo de otros años. La apatía general hizo filosofar al vespertino La Tribuna, "Carnaval: una masa sin comunicación".
Es que quizá —¡oh, las excepciones!— haya tenido razón la ultrarreaccionaria Liga de la Decencia cuando protestó antes de los fastos: "Sería interesante saber qué explicación se dará a los vecinos de Empalme Graneros cuando por la insuficiencia de los desagües se inunden sus viviendas, o cómo se justificarán ante los pobladores de las villas de emergencia y los internados de los hospitales las importantes sumas gastadas en tanto festival".
Es posible que la respuesta la diera el Jefe de Policía, Teniente Coronel (R.) Arturo R. Ferla, 54, cuando el jueves 12 disolvía el octogenario Cuerpo de Caballería de la institución para convertirlo en el flamante Batallón Especializado en Disturbios Callejeros.

 

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