Video del trailer del documental Play Rock
donde aparece el mencionado en la crónica: Palolo
Una ovación saludó la escena. Mientras sorbía el mate que le
obsequiara una joven vestida a la usanza federal, Roberto Rimoldi
Fraga, retórico, sentenció: "Rosas Ha sido colocado en las páginas
más oscuras de la historia pero fue un sincero defensor de la
soberanía nacional". Después cantó su remanido 'Revuelo de ponchos
rojos' y dejó caer desde lo alto la corbata punzó, un trofeo que dos
grupos de fanáticos se disputaron con furia. Fue el pasado domingo
15 en el corso oficial de Granadero Baigorria, un suburbio de
Rosario. La semana anterior Hugo del Carril había prometido a la
muchedumbre, ansiosa por escuchar la marchita, que pronto la
cantaría en Plaza de Mayo.
Ambos episodios, lejos de reflejar una repentina politización de los
rosarinos, expresaron con elocuencia el escaso fervor despertado por
las fiestas carnavaleras. Los rigores de la carestía y el deterioro
social se unieron a la ausencia de figuras de renombre para frustrar
los planes municipales de convertir a la Chicago argentina en una
nueva capital del ruido.
Es que Rosario intentó este año cambiar la fisonomía de sus
tradicionales festejos, famosos por el derroche de entusiasmo y la
abundancia de atracciones. El balance no satisface ni a los
optimistas. Empeñada en lograr el reconocimiento popular, la Comuna
improvisó un corso gratuito en el Parque Independencia, una especie
de Villa Cariño litoraleña, con impresionante despliegue de
recursos: se instalaron dos escenarios flotantes en un lago
artificial, una quincena de palcos iluminados por 35 mil lamparitas
y más de cien parrillas y casas de comida. Nada fue suficiente para
despertar el entusiasmo de una multitud que se limitó a pasear su
tedio entre las escasas carrozas diseminadas a lo largo del
Boulevard Oroño, a la búsqueda del hecho insólito que justificara la
noche.
Una ausencia casi total de murgas, comparsas y mascaritas (al tercer
día se habían inscripto en la policía, para obtener el
correspondiente permiso, apenas dos docenas) agravaba el panorama de
desolación reinante. Ni la distribución gratuita de serpentinas,
papel picado y cornetas —a cargo de atildados funcionarios
municipales— consiguió convencer a la gente de que las usara. Sólo
las agresiones de anónimas patotas contra algunas reinas de
colectividades y los asaltos masivos a dos de las carrozas más
sofisticadas del desfile lograron agitar el ambiente.
Días antes, cinco mil espectadores habían asistido azorados en el
balneario La Florida, el más concurrido de la ciudad, al derrumbe de
un festival municipal de música beat que terminó en una batalla
feroz entre parte del público y los organizadores. El escándalo fue
descomunal. Cuando las fuerzas policiales se disponían a limpiar el
lugar, un electrotécnico de 21 años, Norberto Palolo Pardal, se
apoderó del micrófono y magnetizó al auditorio. En traje de baño, se
sacó su camisa calada y durante media hora —entre silbidos, risas y
aplausos— denostó a las minorías, a la oligarquía, al sistema todo.
Luego la noche fue suya: cantó folklore, tango, beat, bailó e hizo
bailar. El Club Náutico Avellaneda contrató a la nueva estrella y su
conjunto, Los Indómitos, por 43 mil pesos viejos la noche, la mitad
de lo que cobraron todos los demás números artísticos juntos. Lejos
de los grandes borderós, la institución ofreció el más divertido de
los bailes de Carnaval. Las tres mil personas que concurrieron por
jornada optaron entre cuatro espectáculos y otras tantas pistas de
danza. El paroxismo se produjo en la playa beat, donde Palolo hizo
delirar a los hippies rosarinos bajo el benéfico influjo de la brisa
ribereña.
La idea de utilizar los trescientos metros de costa que posee el
club, pertenece a uno de sus directivos. Adrián Jaime, 43, fue el
primero que hace dos años introdujo esa inédita modalidad, hoy
imitada en todas las ciudades balnearias. El temor a los desórdenes
resultó injustificado. "Los catorce guardaespaldas que contratamos
para evitar eventuales desbordes —confió Jaime— casi no tuvieron
trabajo: los hippies, cuando se divierten, son tan pacíficos como un
empleado de banco."
EL MEJOR SHOW
La tradicional fastuosidad de los números artísticos del Carnaval
rosarino fue sepultada en la edición 1970 por el afán de obtener más
fáciles ganancias. "El mejor show —ironizó Fernando Pendino, 50,
organizador de los festejos del Club Atlético Provincial— fue el
protagonizado por las tres entidades más importantes para llegar a
un entendimiento y evitar ruinosas rivalidades." Cuatro meses antes
de las carnestolendas, los jerarcas del Provincial, Gimnasia y
Esgrima y Rosario
Central decidieron afrontar en común la organización de los bailes.
Contrataron a los artistas en forma conjunta y se distribuyeron las
recaudaciones por partes iguales. Así pudieron reducir a 27 millones
de pesos viejos los 70 millones invertidos en el rubro el año
pasado, cuando la competencia por atraer al público originó pérdidas
exorbitantes. El único que se salvó fue el Provincial, que había
contratado a Leonardo Favio desde cinco meses antes, como número de
relleno, por apenas 450 mil pesos.
"Esta temporada —calculó Juan Carlos Baños, 34, presidente de la
subcomisión de fiestas de Gimnasia y Esgrima— tuvimos una ganancia
aproximada de 15 millones de pesos." Sin embargo, la afluencia de
público fue mucho menor: de 88 mil entradas vendidas en 1969 por los
tres grandes se pasó a 63 mil este año.
No sólo la pobreza de los espectáculos influyó en este resultado.
También gravitaron el costo de la entrada general (400 pesos viejos)
y la gratuidad del corso oficial. Para Jaime Olive —un catalán de 66
años, casado, que preside el Provincial—, el fenómeno tiene un único
motivo: "No hay plata; a nosotros el corso nos quitó gente porque
era gratis". Baños discrepa: "La concurrencia disminuyó por falta de
números espectaculares; aquí no hay cantantes taquilleros y tampoco
vinieron del exterior". Carlos Sigfredi —directivo de Rosario
Central y delegado ante el triunvirato común— se quejó amargamente:
"Estamos lejos del Parque Independencia y a pesar de que se apeló a
un refuerzo de artistas el resultado fue magro". Las 36 mil entradas
vendidas en los tres primeros días del Carnaval '69 se transformaron
en 13 mil durante el mismo lapso de este año.
NO A LOS DIVOS
"Lo que pasa con los artistas es que quieren venir a Rosario a
hacerse la América; pretenden ganar en una noche lo que no consiguen
en Buenos Aires actuando en todos los bailes." La opinión de Baños
es compartida por buena parte de los empresarios santafesinos, para
quienes "la fama que teníamos de tirar, en los bailes, el Carnaval
por la ventana, terminó por perjudicarnos".
La falta de números de jerarquía, pudo comprobarse una vez más, no
se suple con una mejor organización. Sin embargo, un contrato
concertado a último momento salvó en parte el deteriorado prestigio
de los bailes rosarinos. En la tarde del sábado 7 arribaba, al
volante de su propio automóvil, Joan Manuel Serrat (36, catalán,
reciente músico de la poesía de Antonio Machado, hit indiscutido de
estos carnavales argentinos). Esa misma tarde recibió a Periscopio
en el Hotel Riviera. El millón de pesos viejos que recibe por cada
actuación de media hora lo obliga a ser amable. Admirador de
Piazzolla y rebelde, es sensible a las contradicciones: "No tiene
sentido —explicó— cantar en el corso gratis porque iría a escucharme
la misma gente que paga en los clubes, como ocurrió en el Piccolo de
Milán; el lío está en otro nivel que el del cantante, y aunque me
apasiona conocer a los pueblos a Rosario vine a trabajar".
Por la noche inauguró los bailes desde Gimnasia y Esgrima y Rosario
Central y dos días después se convirtió en la atracción del
Provincial. Fue, sin duda, el único número importante de la
temporada. Los cantantes Greco y Rimoldi Fraga no lograron ni
pisarle los talones, y la orquesta de Lafayette Coello Vargas Lima
no justificó su jugoso cachet.
Otros dos ídolos de magnitud, Palito Ortega y Armando Manzanero, se
limitaron a presentarse en pequeñas localidades suburbanas. "Palito
me llamó ofuscado porque no lo contratamos —explicó Baños—; le
aclaré que era una, barbaridad cobrar un millón y medio de pesos
viejos por cada media hora y le echó la culpa del malentendido a su
representante local; dijo que el año próximo quería tratar
directamente con nosotros." Fernando Pendino también protestó:
"Sandro en Buenos Aires está cobrando un millón y medio por
actuación, y nos pedía cinco millones por dos salidas;
contraofertamos la misma cifra por tres apariciones
pero no hubo caso . . .". Hasta los conjuntos beat se tornaron
inaccesibles. Los Náufragos, que hace un mes se remataban por 180
mil pesos, exigieron 750 mil por cada media hora de actuación.
COMPRAR, VENDER ...
Escarmentados por sus errores, los empresarios rosarinos han
resuelto utilizar la experiencia acumulada para revolucionar los
carnavales 1971. El sector más activo se propone emprender nuevos
rumbos. "Hay que viajar al extranjero a mediados de año —confesó uno
de sus voceros—contratar allí directamente a las grandes figuras
para todos los días de Carnaval y después venderlos a otros clubes;
con ese sistema, la presentación de figuras estelares nos saldría
prácticamente gratis."
La propuesta parece práctica. De haberse aplicado, este año los
argentinos hubieran visto a Johnny Rivers, Sammy Davis Jr., Nancy
Sinatra y Alain Delon (pidió 25 mil dólares para actuar en un solo
club). De todos modos encierra un engaño: el dinero que no erogarían
los gestores del contrato directo tendría que ser cubierto por las
instituciones menos poderosas y, en última instancia, por ese mismo
público que hace pocos días juntaba moneditas y recurría al pechazo
frente a las puertas de los clubes.
DEBE Y HABER
Pero no todos los rosarinos pueden quejarse de los últimos
carnavales. Los que más se beneficiaron —debido a la novedad del
producto y a una promoción excepcional— fueron quienes comerciaron
con la nieve artificial, los controvertidos aerosoles prohibidos por
el Instituto Bromatológico de la Provincia de Santa Fe cuando casi
se habían acabado las existencias. El gas espumoso causó numerosos
desmayos, pero los recolectores municipales revelaron haber
recogido, la noche del domingo 8, más de 10 mil cartuchos.
También hicieron su agosto los adjudicatarios de los puestos de
venta de chorizos y bebidas que aromaron al Boulevard Oroño. Los dos
mil quinientos pesos que pagaron por ocupar un tablado de dos metros
por cuatro resultaron una buena inversión. "El último sábado
—-admitió casi con pudor Agustín García, 54, concesionario temporal—
vendimos por 70 mil pesos; el negocio fue bien." Las 200 mil
personas que acudieron esa noche al corso —exageró un quiosquero—
"se llevaron hasta las servilletas".
LO QUE NO FUE
Pero, exceptuando el rubro alimentación, los habituales pulpos
locales del Carnaval estuvieron de capa caída. Las agencias
representantes de artistas perdieron el 30 por ciento que podía
arrimarles la presentación de sus mejores abonados (entre los que
están los más cotizados conjuntos del país), debido a la austeridad
impuesta por los tres grandes. Los vendedores de papel picado,
serpentinas y artículos de cotillón vendieron menos de lo previsto y
la ausencia de disfraces fue notoria. La aparición, en la madrugada
del domingo 8, de una mujer maquillada, con las piernas al aire,
provocó un escándalo en las puertas de Gimnasia y Esgrima. Policías
de a caballo debieron alejar a los curiosos.
Pero lo que más faltó fue el auténtico alborozo de otros años. La
apatía general hizo filosofar al vespertino La Tribuna, "Carnaval:
una masa sin comunicación".
Es que quizá —¡oh, las excepciones!— haya tenido razón la
ultrarreaccionaria Liga de la Decencia cuando protestó antes de los
fastos: "Sería interesante saber qué explicación se dará a los
vecinos de Empalme Graneros cuando por la insuficiencia de los
desagües se inunden sus viviendas, o cómo se justificarán ante los
pobladores de las villas de emergencia y los internados de los
hospitales las importantes sumas gastadas en tanto festival".
Es posible que la respuesta la diera el Jefe de Policía, Teniente
Coronel (R.) Arturo R. Ferla, 54, cuando el jueves 12 disolvía el
octogenario Cuerpo de Caballería de la institución para convertirlo
en el flamante Batallón Especializado en Disturbios Callejeros.