Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


CASO ARAMBURU
¿QUÉ HAY DETRÁS?
Revista Periscopio
28.07.1970

La semana pasada, 52 días después del secuestro de Pedro Eugenio Aramburu, el Gobierno daba un paso capital: a través de las autoridades policiales, sus subordinadas, ofreció en la tarde del lunes 20 la primera versión oficial acerca del rapto, más algunos detalles previos y posteriores al incalificable atentado. El Juez de Instrucción, Raúl Jacinto de los Santos, otorgó su visto bueno a la conferencia, si bien no fue él quien tomó la palabra; ni siquiera estuvo presente en la reunión.
Cuatro directivos superiores, durante cien minutos, explicaron a cien periodistas sus descubrimientos; salvo media docena de nombres y episodios menores, el relato no aportó ninguna primicia, ninguna revelación. Los diarios de Buenos Aires se les habían adelantado en la narración de los hechos; esto es, dispusieron de noticias emanadas del ámbito policial, no obstante "el secreto del sumario". El Jefe de la institución, general Jorge Esteban Cáceres Monié, abrió y clausuró las disertaciones con frases de rutina; un segundo prefacio corrió por cuenta del Subjefe, inspector general Alberto González. No se admitieron preguntas, gesto nada feliz: lo que sobran, en el Caso Aramburu, son preguntas. En verdad, las exposiciones hicieron brotar nuevas inquietudes: zonas de absoluta oscuridad quedaron flotando.
Con todo, las lagunas y las curiosidades no enjugadas quizá se diluyen —si cabe— apenas volvemos a la máxima pregunta, que obsesiona al país entero: ¿qué hay detrás del Caso Aramburu? La Policía dirige hacia allí sus afanes; una vez que resuelva este enigma central, una vez despejado el qué, le será fácil conocer el porqué y los quiénes. Sin duda, la masacre del ex gobernante respondió a una conspiración política más vasta, más ominosa, más execrable que los devaneos ideológicos y criminales de un grupo de muchachos. Una Comisión Investigadora con facultades extraordinarias sería de enorme ayuda.

DEL AMOR AL ODIO
Tres años atrás —informa la Policía—, Esther Norma Arrostito, entonces de 27, se entrega a Luis Fernando Abal Medina, de 20; esposa infiel, abandona a su marido (Rubén Ricardo Roitman) y va a vivir con su amante. La pareja, que es también una alianza política (ella, "castrocomunista", según la Policía; él, un católico de vanguardia), intima con la hermana de Esther, Nora Nélida, 25, y su cónyuge, Carlos Alberto Maguid, 24, poeta y prosista en cierne, "hasta llegar a la comunión ideológica que preconiza Abal Medina": no se dice cuál.
Los amantes parten a Cuba, "estimándose" que ese viaje data de comienzos del 68; se incorporan más tarde, a lo que es ya un embrión de célula, Martín y Mercedes Arrostito, sólo para alejarse a mediados del 69. En noviembre, Maguid, cuyas veleidades de fotógrafo se habían extendido a los edificios bancarios, comisarías e instalaciones militares, "adquiere jerarquía de combatiente": toma parte en el atraco a un remisero; la banda falla, luego, en el proyectado ataque a un vigilante.
Sobrevienen dos asaltos (con robo de un garaje): al destacamento policial de San Ignacio, en el distrito bonaerense de San Miguel; y el 29 de abril último al Destacamento Nº 7 de la Dirección de Tránsito, en las avenidas General Paz y Mosconi. En ambos episodios aparecen, sin que la Policía haya indicado de qué manera, Mario Eduardo Firmenich, 22; Carlos Raúl Capuano Martínez, 21; y Carlos Gustavo Ramús, 22. En el primero de los atracos, Ramús viste una sotana; al cometer el segundo, ya bullía en sus mentes la iniciativa de secuestrar a Aramburu.
De acuerdo con la Policía, ella data de principios de abril; autor: Abal Medina; objetivo: avanzar "en el logro del caos que desean que impere en el país, a fin de alcanzar su propósito de modificar las estructuras por medio de la violencia". El operativo se pone en marcha: con turnos de 7, 15 y 20 minutos, observan los movimientos del ex Presidente y su familia.
¿Quién decide la fecha? Se ignora. ¿Quién es el líder? Abal Medina, si nos atenemos a la orden de captura expedida el 11 de julio. Sólo se enuncia que, el 27 de mayo, Abal Medina, su amante, Capuano y Firmenich hurtan del garaje de Emilio Lamarca 3100 un automóvil Peugeot 504 y una camioneta Chevrolet; el Peugeot es guardado en casa de Maguid (Bucarelli 1752, Capital). Abal entrega una sotana a Maguid, que éste sumerge en un bolso, la mañana del 29; en la esquina de avenida de los Incas y Bauness, tres de sus socios lo recogen en la camioneta: Ramús, que conduce, con Esther a su lado; y Firmenich, vestido de agente policial, junto a quien él se sienta.
En la pick-up, Maguid endosa la sotana; por el Bajo alcanzan Montevideo, y estacionan de culata en el garaje del Champagnat, frente a la casa de Aramburu. Maguid, de "campana", se queda en la acera, entre el vehículo y la avenida Santa Fe; Firmenich, del otro costado, Ramús al volante; Esther, con dos bolsos que contienen armas largas, se detiene casi ante la puerta de Montevideo 1053. Minutos después, arriba el Peugeot a cargo de Capuano, que 4e introduce en el garaje de Montevideo 1037; descienden Ignacio Vélez Carreras, 24, quien permanece en las inmediaciones, y Abal y Emilio Ángel Maza. 25, los dos en uniforme del Ejército: son ellos los que subirán hasta el departamento del ex Presidente. Tampoco aclara la Policía el extemporáneo ingreso de Vélez y Maza en el operativo.
Estaban dispuestos a eliminar a Aramburu, si resistía, aseguran las autoridades de la pesquisa. Aramburu, sin embargo, no se resiste —otro enigma—, y lo montan en el Peugeot, asiento de atrás, entre Abal y Maza; Vélez retoma su puesto al lado del chofer Capuano. Por Marcelo T. de Alvear van hasta Rodríguez Peña, y de ahí nuevamente al Bajo, a las inmediaciones de la Facultad de Derecho, donde los cinco ocupantes del Peugeot se trasladan a la camioneta, que los ha seguido y que abandonan luego cerca del Velódromo.
Allí, cuatro pasan a un Renault 4 L adquirido días antes, casi al contado, por Esther: ella misma, que se ubica junto al conductor (Maza), Vélez y Maguid. Se dirigen a Bucarelli; antes bajan Maza y Vélez, aunque al momento habrán de reunirse en la casa de Maguid. La Policía no explica cómo el Renault 4 L llegó a las inmediaciones del Velódromo: ¿no lo conducía nadie?

RUMBO A LA MUERTE
¿Y Aramburu? "Presumiblemente" se lo llevan en un taxi de propiedad de Firmenich (hallado más tarde en Coronel Díaz y Melo), el dueño, Capuano, Ramús y Abal Medina. De ahora en adelante, misterio absoluto en cuanto a la suerte de Aramburu, la fecha del asesinato, el lugar donde fue cometido, el nombre de sus victimarios. Mientras tanto, Maguid elabora los comunicados; no hay indicios de quién los distribuye. Se vale de una máquina Olivetti, que el padre de las Arrostito comprara en San Martín, alrededor de 1960.
Esa máquina los perderá. Tras la aventura de La Calera, la Policía cordobesa allana una finca del barrio Los Naranjos, después de un vigoroso tiroteo: arresta a Vélez, Maza (ambos heridos), Cristina Liprandi de Vélez y Carlos Soratti Martínez. Entre los papeles requisados figura una autorización para conducir su automóvil, que Esther otorgara a Maza el 29 de mayo (día del secuestro), en la Comisaría 49 de Buenos Aires. Es asombrosa la coincidencia de fechas: autorizante y autorizado deben presentarse juntos para legalizar el trámite. ¿Cuándo lo hicieron? ¿Antes o después del secuestro? Lo importante, para los federales, es que ese documento había sido escrito con la misma máquina Olivetti, una Studio 44.
En la huella de Esther, los detectives recalan en Uruguay 127, San Martín (Provincia de Buenos Aires); allí viven sus padres, quienes informan que la máquina está en poder de Nora Nélida. Nuevo destino: Bucarelli 1752; dos días de vigilancia no dan resultado, hasta que el matrimonio Maguid cae detenido (julio 6) en sus lugares de trabajo: él en el Canal 11 de tv, ella en una escuela del barrio Norte. Les prestaron asilo los hermanos Ana y Rubén Portnoy ("conocido activista en favor de ideas disolventes"), en Viamonte 1866, donde él cohabita con Liliana Pelman, su amante. Resulta increíble que Maguid y su mujer, si tomaron el cuidado de refugiarse en casa ajena, una manera de delatarse, no hayan desaparecido de sus empleos.
Los procedimientos se suceden. En una quinta de González Catán (¿de los padres de Maguid?) encuentra la Policía el negativo de la foto del llavero de Aramburu, una valiosa prueba de cargo; en Dorrego 169, piso 2, departamento 21, hogar de Abal y Esther, una chequera; en Bernardo de Irigoyen 2123 (Florida), domicilio de Firmenich y Capuano, las tazas y la luneta de la pick-up, y los libros de los Destacamentos San Ignacio y N° 7; en Boulogne-sur-Mer 606, una valija de ropa enviada por María del Carmen Agnone, esposa de Rubén Portnoy; en Lope de Vega 355, vivienda de Carlos Silveyra, marido de Ana Portnoy, "material de propaganda ideológica comunista".
En Casa del Clero, donde el padre Alberto Fernando Carbone tiene su oficina de la JEC (Juventud Estudiantil Católica) y su cuarto, aparecen la Olivetti, papeles de Esther y una autorización de Maguid para rendir examen de conducción de autos: esos elementos —añade el relato oficial— fueron llevados por Firmenich al despuntar julio. Tuvo que ser entre el 1º (asalto a La Calera) y el 7, día anterior al arresto del cura. Si, como asegura la Policía, Carbone mantenía "firme amistad" con Abal, Maza, Capuano, Firmenich, Ramús, ¿cómo no advirtió el peligro que corría? Pese a todo, ¿es un delito el de Carbone?
Los procedimientos —al cabo de los cuales la Policía se incauta de armas, municiones, ropas militares, folletos— no cesan; uno de ellos, en Juncal 1214 (Martínez), pied-à-terre "alquilado por Maza en julio de 1969", al parecer no sirvió de nada. Sí, en cambio, el de La Celma: la Policía de Vera (Santa Fe) rastrea los negocios de hacienda que allí habían ejecutado Ramús y Firmenich, e ilumina la pista de Timote.
La Calera-Los Naranjos-Aramburu es obra de la misma gente, sostiene la Policía; eran cuatro las células de Montoneros que operaban en Córdoba: Comando General San Martín (Vélez, su esposa, José Antonio Fierro —aprehendido a poco de huir de La Calera— y Luis Alberto Lozada Caeiro, 23, herido y arrestado cuando también escapaba de allí); Comando Uturunco (Maza, Soratti, "Felipe" y "Marta"); Comando Eva Perón ("Miguel Ángel") y Comando 29 de Mayo ("César"). De las células bonaerenses, se ignora todo.
Los diarios sospechan que funcionaba en Córdoba un quinto grupo, el táctico, rector de las demás bandas. El domingo 19, algunos periodistas relacionaron con ese estamento directivo a Héctor Antonio Díaz, 27, segundo muerto de la tenebrosa historia.
A las 11, una comisión policial golpea a la puerta de su casa, en Paraguay 1320; abre la mujer, Nélida Barbuza, 26, y un estallido sorprende a todos: Díaz acababa de dispararse con un revólver 22; seis horas más tarde expira en el hospital San Roque (como Maza, el 8 de julio). Sus papeles son, se dice, altamente comprometedores.
Raro destino el de Córdoba, tierra natal de Aramburu. La Razón del lunes 20 describía el paso de Lozada y Sapuano por el Banco de la Provincia, y el parentesco de algunos de los implicados en el Caso Aramburu con funcionarios de esa institución; en casa de un empleado del Banco se habrían ultimado los detalles del asalto a La Calera. El Banco deslindó responsabilidades el miércoles, aunque sólo desmintió dos asertos de La Razón: que se hubiese extraviado el legajo de Capuano y que faltaban ciertas llaves.
La semana comenzó con una expectativa sólida: el posible arresto de Abal Medina, Firmenich y Capuano en Itá-Ibaté, Corrientes. No eran ellos, sino cinco turistas, y quedaron en libertad el domingo 19. Igual medida se tomaba en Santa Fe con Ángel José Valmaggia, 44 (apresado en Intiyaco); Oscar Abel Ramos, 32, chofer de la Municipalidad de Vera; Carlos Enrique Alvarenga, 21, de esa ciudad; y Palmira Varela, 24, maestra, amiga de Valmaggia. De éste último se indicó que es teniente coronel retirado del Ejército, y después que el Arma desmintió el dato, se le adjudicó una antigua militancia en la Marina. ¿Motivos de la detención? Valmaggia realizó negocios de hacienda con Firmenich y Ramús, hasta que meses atrás fueron a pleito por una cuestión de dinero. Ramos alquilaba a Firmenich y Ramús un salón de 8x4 metros, al frente de la casa que posee en Garay 2565; a Palmira Varela y Alvarenga tampoco se les estableció culpa.
A 250 kilómetros de Santa Fe, en el Norte de la Provincia, los 15.000 habitantes de Vera siguen conmovidos por la revelación de que los bondadosos forasteros de otros tiempos, Firmenich y Ramús, se empantanan en el Caso Aramburu. No puede creerlo Juana Rodríguez, 17, que durante cinco meses del año pasado fue cortejada por Firmenich. Su hermana Isabel dijo a Juan Pablo López, enviado de periscopio: "Era un muchacho afable, lleno de alegría, culto. Nunca hablaba de política".
Guitarra en mano, solía entonar canciones folklóricas, sobre todo en los asados que él y Ramús brindaban a sus amigos. Graciela Leiva nunca olvidará que "Mario donó medio litro de su sangre para que me la trasfundieran". Ana Mangini, enfermera, que los trataba, relata: "Sí, eran bullangueros. pero inofensivos. Nunca les vi armas, nunca les sentí hablar de política. Les gustaba mucho jugar a las cartas y a la pelota".
Una opinión igualmente sana merece el padre Carbone a sus colegas en el Movimiento para el Tercer Mundo, de la Capital y Sur del Gran Buenos Aires. El martes 21, una delegación acaudillada por el presbítero Jorge Vernazza formuló la defensa del sacerdote detenido, en una conferencia con los periodistas. Una declaración entregada entonces denuncia que Carbone es el blanco elegido para una ofensiva de "desprestigio y sospecha contra los sacerdotes y laicos que vienen manifestando su decisión de ver concretarse en el plano social los valores evangélicos de Justicia y Verdad".
"Sólo los que conocen de cerca al P. Carbone, los que valoran su espíritu religioso, su caridad, su serenidad, pueden medir lo absurdo que es suponer su participación en un hecho delictuoso [...]. Por lo demás, un sacerdote, en cuanto consejero y confesor, debe estar abierto a todos sin discriminación, y está obligado al más sagrado secreto", agrega el texto.
También el Juez de los Santos, a cuya disposición se hallan cuatro de los detenidos cordobeses (Lozada, Cristina Liprandi, Soratti Martínez, Raúl Héctor Guzzo). Su par de aquella provincia, Tomás Marcelo Barrera, pudo indagar a Vélez la semana pasada, con el asentimiento de los médicos: trascendió que habría negado su participación en el Caso Aramburu. Sin embargo, de los Santos solicitó el viernes nueva incomunicación y que lo traigan cuando su salud lo permita.
El corolario de la semana era una felicitación del Presidente a las fuerzas de seguridad de Córdoba —donde ya hay dos inspectores de Interpol—, Buenos Aires y la Nación.

EL REVES DE LA TRAMA
La Policía Federal, según testimonios propios, ha trabajado intensamente. Sus gabinetes efectuaron 172 peritajes; en varias oportunidades, los procedimientos sumaron 500 por día. Es una lástima, sin embargo, que el lunes 20 no se brindaran al periodismo, sobre determinados aspectos, detalles tan minuciosos como los de González Fígoli acerca de movilización de efectivos; de Barlaro sobre la labor de los gabinetes Dactiloscópico, Químico, Planimétrico, Scopométrico y Fotográfico; o, en fin, de Colombi respecto de los amantazgos que tanto abundaban entre estos jóvenes católicos.
Más arriba se anotaron ciertas lagunas o extrañezas que depara el relato de las autoridades. En general, la Policía no especifica cómo obtuvo la mayoría de sus asertos; por ejemplo, el concubinato Abal-Esther, los asaltos, la fabricación del operativo, la estrategia seguida, la distribución de funciones. ¿Salieron estos datos de los interrogatorios, de la mera delación, de la ayuda de soplones? La Policía acusa a 8 ciudadanos del rapto; ahora bien: 5 están prófugos (Abal, Capuano, Firmenich, Arrostito, Ramús),uno murió sin hablar (Maza), y otro (Vélez) aún no había declarado el lunes 20. Sólo Maguid, entonces, pudo proporcionar el hilo de Ariadna.
De todos modos, subsisten las dudas del comienzo (ver números 43 y 44). Una es fundamental: ¿cómo los autores de un delito perfecto —el secuestro de Aramburu— se lanzaron a la improvisación de La Calera? ¿Por qué funciona a maravillas el renglón automotores en el primer episodio y es ese mismo renglón el que pierde a los "guerrilleros" cordobeses? El rapto de Aramburu parece obra de gente avezada, adulta; el asalto a La Calera, un juego de adolescentes burlones, capaces de endilgarse el sello de Montoneros sólo para demostrar audacia, o para apropiarse de las tristes victoria ajenas. Si hasta da la impresión de que no supieron guardar secretos: dos horas después de su desbande, la Policía allanó Los Naranjos.
Quienes se presentaron ante Aramburu y su esposa, el 29 de mayo, exhibieron aplomo y conocimiento de las formas castrenses; cuesta creer que dos jovenzuelos como Abal y Firmenich —con sólo tres antecedentes, según la Policía; apolíticos y bondadosos, según testigos imparciales— hayan mantenido la sangre fría y engañado a una persona, doña Sara Herrera, acostumbrada a ver militares, apta para descubrir si quien tiene delante es realmente un oficial o un muchacho disfrazado.
En verdad, ni ella ni otras cuatro personas que observaron a los secuestradores reconocieron plenamente a Maza; los identikits —sólo una aproximación, es cierto—- en nada se asemejan a los rostros de Maza y Abal Medina: uno de esos dibujos hasta lleva bigote. Otro enigma: la falta de custodia policial; el mismo 29, el Ministro Imaz prometió averiguar si había tal custodia, pero desde entonces no volvió a tocarse el tema.
Sin embargo, esta argumentación puede derrumbarse sola si se observa que tales secuestradores actuaron con una torpeza digna de sus presuntos congéneres de La Calera. Maguid no destruye el negativo que estaba en González Catán, y que él ocultara allí; Maza tampoco se desprende de la autorización que delató a Esther Arrostito; a Ramús no se le ocurre nada mejor que emplazar el cadáver de Aramburu en la chacra que regenteaba; él y los demás complotados no intentaron hacer desaparecer los restos del ex Presidente, suprimiendo así el corpus delicti; más aún: le dejaron la alianza, la traba de la corbata, la prótesis dental.
Es la misma torpeza que acreditaron el suboficial Carlos Benigno Balbuena, 26, de la Policía Federal; Alberto Germinal Borrel, 23, y Guillermo Johanson, 23, quienes el 29 de marzo pretendieron secuestrar a Iuri Pivovarov, un diplomático ruso, en nombre de MANO. Los raptores de Waldemar Sánchez fueron más hábiles; no sólo desorientaron a la Policía durante las cien horas de cautiverio: desde entonces, las seis personas cuya captura se recomendó, siguen libres.
Salvo que no se trate de torpeza sino de un diabólico plan concebido por los instigadores del secuestro y asesinato de Aramburu, después del 29 de mayo, para desprenderse de sus peones. Esos cerebros —a los cuales prometen dar caza las autoridades policiales, y cuya búsqueda han exigido el Presidente y el titular del Ejército— bien pudieron deslizar el negativo en González Catán, invitar a Maza a que lograra la autorización de Esther, aconsejar a Ramús —o a quien fuere— el uso de La Celma, pedir a Firmenich que se desembarazara de la máquina en las manos de un sacerdote caritativo, inducir la aventura de La Calera.
No sería la primera vez que los organizadores de un crimen venden a quienes facilitaron la labor. Además, elementos de la derecha católica seguramente se habían infiltrado en los sectores de la izquierda extrema, maniobra que sirvió a los cerebros para moverse con absoluta flexibilidad y para desembarazarse de unos y otros, llegado el momento. ¿A quién favorece el ignominioso atentado? A los ultras, acérrimos enemigos del liberalismo. ¿A quién desfavorece? A la minoría socializante —universitarios, sacerdotes, obreros— que debutó en el cordobazo, otro 29 de mayo.
La Policía evita calificar ideológicamente a estos Montoneros (fragmento de la Historia argentina reivindicado 40 años atrás por el nacionalismo reaccionario); el general Cáceres Monié expresó el lunes 20, en un aparte: "Aquí, tenga la absoluta seguridad que no hay ninguna corriente política. Esto es una cosa nueva, fuera de todo cálculo y de toda fe". Su hermano, el Ministro de Defensa e interino de Interior, reflexionaba, en Mendoza, el 22: "Nunca dijo el Gobierno que los secuestradores pudieran ser marxistas o castro-comunistas [...]. No nos refugiemos en la idea de que solamente hay ideologías foráneas. Son argentinos, lamentablemente". El brigadier Eduardo McLoughlin especificó en Londres, el 23, a un redactor de la AFP: "La influencia y la instigación del extranjero se manifestaron esta vez...".
El Caso Aramburu es el más arduo en lo que va del siglo; de la Policía, de la Justicia, los argentinos esperan, también, más que lo normal. Pero este crimen no debe ser fuente de discordia, pretexto para desquites, sino espejo donde el país se mire y tome lección. Lo expresa el hijo del mártir, Carlos Eugenio, en una carta pública llena de dignidad y entereza, que divulgó el jueves último. Allí se lee: Estoy persuadido que lo interpreto al señalar que él desearía que nadie abrigue sentimientos de odio ni de venganza; sí de justicia.

 

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El caso Aramburu
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