Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


EL PAIS
UNA SEMANA DE ANGUSTIA
(caso Aramburu)
Revista Periscopio
09.06.1970

La suerte de Pedro E. Aramburu mantuvo al país, durante toda la semana, en la angustia y en la incertidumbre, y desató una batalla política entre el Gobierno y los grupos afectos a la Revolución Libertadora —que confiaban en obtener el poder para sí después de reclamarlo para él en los últimos meses—. Los responsables de haberla desatado lograron su objeto: agravar las dificultades para la convivencia argentina. La implantación de la pena de muerte es, por ahora, el único fruto del atentado.
La noticia cobra estado público a las 12.30 del viernes —Aramburu ha desaparecido a las 9.30— y el primer mensaje verosímil de los secuestradores se divulga a las 2.30 del lunes. En ese lapso de 60 horas, los voceros oficiales —primero, el Ministro Imaz; luego, el Secretario Premoli— evitan escrupulosamente las palabras "secuestro" o "rapto": es un "episodio", una "desaparición". A su vez, el aramburismo —Comandos Civiles Revolucionarios, partidos políticos, la vasta superestructura liberal— acusa tácita o expresamente al Gobierno. En suma, las dos hipótesis más aceptables, en ese nivel, parecen ser la del autosecuestro, tal vez como primer' paso de un golpe, y la de una operación preventiva: se desestiman la de un grupo extremista de derecha (tipo Tacuara) o de izquierda (tipo FAL) y la venganza peronista demorada.
En esta etapa, se suceden los "comunicados". El primero fue el de los Montoneros, Comando Juan José Valle: un sobre blanco sin inscripciones, papel tamaño carta con el membrete "Perón vuelve", hallado a las 21.45 por redactores de La Prensa en el baño de hombres de la confitería Albor II (Cabildo 701). El conciso texto asegura que Aramburu fue secuestrado "a los fines de someterlo a juicio revolucionario". Casi a la misma hora se recibe en Clarín el eje las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), Comando Cabral: propone rescate "a cambio de los presos políticos y sociales" hasta las 19.30 del sábado. Pero ese día, a las 15.30, mientras Julián Agüero, canónigo de San Ignacio, festeja su cumpleaños en compañía de algunos amigos, un telefonazo le indica que busque una carta en el altar de la Virgen de Itatí: un cierto Comando Militar Generación Tacuara exige la liberación de "los camaradas de Taco Ralo, del Policlínico Bancario", El Kadr, Duhnay y otros.
Dos de ellos eran falsos, necesariamente; pero restaban certeza al otro, y cada cual era libre para escoger el que más conviniera a sus prejuicios.
El bando liberal estaba excitado: volvía el buen tiempo viejo. Sus prohombres acudían al departamento de Aramburu —algunos, hasta mañana y tarde— para hacerse retratar y decir frases sibilinas al periodismo. Pero eso no era todo: había constantes reuniones en domicilios privados. Cada uno llegaba con noticias frescas que extasiaban al auditorio. Fue necesario obtener otro departamento, en el piso 7.
El sábado, por ejemplo, alrededor de las 19, más de dos decenas de políticos se congregaban en el estudio de Arturo Mathov. Uno de los artífices del encuentro fue Horacio Thedy. Había gente de UDELPA (Unión del Pueblo Argentino, el partido que formó Aramburu para las elecciones de 1964 y del que luego se separó, disgustado por algunos escándalos) y del radicalismo del Pueblo. Balbín se excusó; tenía una comida en La Plata. El socialdemócrata Américo Ghioldi estaba en espíritu: al día siguiente almorzó con Pablo González Bergez para enterarse de todo. No faltaban algunos militares retirados. La reunión duró hasta medianoche y se prolongó en los bares vecinos.
Desde luego, se condescendía a recordar que la vida de Aramburu era lo primero; pero de semejante cabildeo no podía salir sino una estrategia política. Todos estaban interesados en lo que llamaban "el doblete". La idea era obtener un espacio de tv -—dos canales, se dijo, estaban dispuestos— y apelar, por ese medio, "a las Fuerzas Armadas y al país". Prudentes, sin embargo, decidieron invitar a un sacerdote, un intelectual y un político "potable". Se había pensado en un cura del Tercer Mundo; luego lo reemplazaron por Iñaki de Aspiazu y, finalmente, por el Obispo de Neuquén, monseñor Nevares: por supuesto, nadie pensó en consultarlos. En cuanto al intelectual, unos sugerían el nombre de Victoria Ocampo y otros el de Ernesto Sábato, siempre sin preguntarse si ellos aceptarían. Entre los políticos, las preferencias eran para González Bergez. Todavía estaban discutiendo a la hora en que el programa debía salir al aire.
Sin embargo, entre los diversos grupos identificados con la Revolución Libertadora surgieron disidencias sobre tres puntos: represalias, pena de muerte y tratos entre la familia Aramburu y personajes vinculados al régimen actual.
En la noche del sábado, el general retirado Federico Toranzo Montero, asomado a la casa de Montevideo 1053, leyó una proclama: "La hora de la meditación ha terminado". De no regresar Aramburu con vida, "devolveremos en las personas de los dirigentes del totalitarismo, de izquierda o de derecha, todo posible daño que se le pretendiera infligir", prometía.
"Esto es obra de un maldito", espetó Horacio Thedy cuando se lo mostraron (no llevaba firmas) ; "con este comunicado no se defiende la vida de Aramburu ni la paz social". "Estoy de acuerdo en principio —fue el comentario de Isaac Rojas—. Con lo que no estoy de acuerdo es con las amenazas." Luego preguntó': "¿Cuál Toranzo? ¿Carlos o Federico?"
Aldo Luis Molinari, Subjefe de Policía durante la Revolución Libertadora, también se ofuscó: "¡Pero esto no está firmado!" A poco de leerlo, deslizó: "La Revolución Libertadora no toma represalias, pues es un movimiento de opinión suficientemente conocido, que tiene por objeto clarificar el proceso político nacional No se puede hablar de represalias. Lo único que tenemos nosotros es la ley, y la ley es la Constitución".
Una misteriosa entidad también se alistó en la línea dura: para Voces de
la Historia de los Hombres Libres General Roque Lanús, la solución era ''implantar la pena de muerte y duplicar las dotaciones de las fuerzas de seguridad". FAEDA (Federación Argentina de Entidades Anticomunistas) se pronunció en el mismo sentido; la medianoche del martes, el Gobierno les daba la razón.
El primer funcionario en presentarse al domicilio de Aramburu fue el Subsecretario de Interior (Darío Saráchaga) y no el Ministro de Relaciones (Juan B. Martín), como hubo de equivocarse algún noticiero de TV. El Canciller, conmovido, incurrió en un lapsus al decir: "Yo era muy amigo del general Aramburu"; rápidamente, cambió el tiempo del verbo. Después llegaron el Secretario de Transportes (Ressia) y el Subsecretario de Salud (Mondet).
Sin embargo, quienes dieron la más apropiada imagen del cenáculo liberal fueron un ex Ministro del actual Gobierno (Adalbert Krieger Vasena) y dos del elenco que acompañó al Presidente Aramburu (Eduardo Busso y Julio Cueto Rúa). Para el ala radical-populista del movimiento que pretende el poder, estas presencias —y la de Desiderio Fernández Suárez— eran reconfortantes.
A ellos —se interpretó— iba destinada una tórrida declaración de Ernesto Sammartino: "Los auténticos demócratas argentinos hemos visto con desagrado —aunque no con sorpresa, porque conocemos sus métodos—, que representantes de la más cruda reacción y del imperialismo hayan incorporado sus nombres a la nómina de los ciudadanos de todas las fuerzas populares que repudian el incalificable atentado cometido contra uno de los nuestros ..." Lo acompañaban en la protesta Carlos Sánchez Viamonte, Horacio Thedy, Silvano Santander. Manuel Belnicoff.
Federico Toranzo Montero No enmascaraba sus propósitos: "Los democráticos debemos tomar las armas para evitar estos sucesos". Rojas conmovido, sugería a los hombres de prensa: "Los que tengan responsabilidad en este proceso deben tomar las posiciones que les correspondan ...) sin que lo dificulte un distorsionado concepto de la autoridad". Pero, al mismo tiempo, exigía represión: "...o que una falta de sanción de los delitos vigorice la impunidad que alienta al extremismo". Héctor Sandler líder de UDELPA) marcaba puntos, pero sin exponerse demasiado: "El Presidente Onganía ha sido poco claro y convincente en la decisión de lograr la libertad del general Aramburu". sostuvo.

SENTENCIA DE MUERTE
La maniobra consistía en convencer a las Fuerzas Armadas de que el único obstáculo para la liberación de Aramburu y la pacificación del país era la presencia, al frente del Estado, de un hombre que ya tenía posición tomada sobre la imposibilidad de negociar con secuestradores. Fue necesario movilizar a la señora de Aramburu. El domingo a las 14.25, Sara Herrera y su hijo ascendieron a un Fiat 1600 rojo que tomó rumbo a Olivos. Eugenio volvió a las 16.23, antes que su madre. El Gobierno mantuvo silencio. Sandler se encargó de informar a la prensa. Ahora se trataba de insinuar por todos los medios que la obstinación del Presidente desamparaba a otro teniente general. Ni siquiera había que continuar la búsqueda de los captores, que en ese momento involucraba ya a unos 20.000 hombres de todas las fuerzas de seguridad : así se exponía la vida de Aramburu.
A las 2.30 del lunes llegaban a La Prensa otros dos comunicados suscriptos por el Comando Juan José Valle, en el mismo papel y con el mismo sello que el primero. Uno de ellos, para demostrar que el rehén estaba en sus manos, enumeraba sus efectos personales: una medalla llavero con inscripción, dos bolígrafos Parker, un calendario del Banco del Interior, un pañuelo, una traba de corbata de oro, un reloj pulsera automático. El segundo —una lacónica sentencia de muerte— recordaba la ejecución de 27 argentinos, "legalizada por los decretos 10362 y 10363, del 9 de junio de 1956"; y el fusilamiento de ocho militares (decreto 10364). Además se prometía cristiana sepultura a los restos del acusado, que sólo serían restituidos a sus familiares "cuando al pueblo argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita": de tal manera se intentaba —no sin ingenuidad— hacer recaer las sospechas sobre el peronismo.
Esta primera etapa se cierra con el radiograma de Alejandro A. Lanusse a las guarniciones del interior y con un mensaje de monseñor Antonio Caggiano a los forajidos.
"Si bien la reacción natural ante la agresión a valores de la nacionalidad y sentimientos íntimos puede impulsar a acciones individuales —amonesta el Comandante en Jefe—, no es el camino a seguir." Recomienda serenidad una vez más, "lo que no significa dudas —se defiende— sino conciencia responsable, como fundamento de las decisiones que cuadran en las circunstancias". En otros términos: las Fuerzas deben evaluar la situación y proceder en conjunto.
Por su parte, el Cardenal se ofrece a parlamentar. Su exhortación contrasta con la propaganda oficial —volcada obsesivamente por radios y TV—, y no sólo por emplear intermitentemente el modo arcaico de la segunda persona del plural; también por su tono comedido y por omitir las rituales alusiones a una conspiración foránea: "A pesar de los errores graves que llevaron a ustedes a tal actitud, no pueden haberse extinguido del todo vuestra libertad ni el respeto sagrado de la vida, ni vuestro amor al país".
En realidad, ambos documentos registran —aunque de distinto modo— el porfiado trabajo de zapa cumplido por los liberales. Lanusse duda, aunque lo niegue; y la decisión del anciano Cardenal le fue arrancada por un compacto y masónico grupo de personalidades.
El Obispo de la diócesis platense monseñor Antonio Plaza exhortó humildemente "a todos, autoridades, jefes de las Fuerzas Armadas y dirigentes de todos los sectores sociales, a comportarse con claridad, tolerancia y justicia". Inoportunos bromistas ofrecieron 10 millones de pesos viejos por la vida del raptado, en nombre de quien lleva el nombre de un Presidente —Juan Carlos— y el apellido de otro —Aramburu—. El Arzobispo Coadjutor de Buenos Aires se sintió incómodo, no por esa circunstancia, sino porque él no había ofrecido premio alguno.
El radiograma militar y sobre todo la exhortación apostólica eran tardíos, reflejaban el sistema de fuerzas de la primera etapa, cuando ya se había entrado en la segunda: desde la mañana, con la aparición de los comunicados 2 y 3 de los Montoneros, la situación había cambiado bruscamente. Resulta que no es Onganía quien se niega a transar: son los otros.

LA SEGUNDA ETAPA
Los adeptos de la Revolución Libertadora comprenden que ahora se aflojarán las presiones dirigidas contra la cohesión militar. "Carecen de solidez concreta", dice Bernardino Labayru a propósito de los comunicados verosímiles, a los que califica de "petulantes".
Este escepticismo se vuelve insostenible cuando la familia Aramburu admite que la enumeración de los efectos personales es correcta. Hay que imaginar otra cosa. ¿No será —sugieren, cada vez más temerarios— que los Montoneros no existen?
El capitán de navío Aldo Molinari emite la sospecha el lunes a las 18, cuando los periodistas lo abordan ante el departamento de la calle Montevideo —donde transcurre el interminable mitin de la Unión Democrática—. "Los comunicados son auténticos, pero no se puede afirmar que el grupo firmante sea el secuestrador. El Gobierno tiene todos los resortes para investigar."
La madrugada del martes, con una premura que no es su estilo, otorga un rotundo crédito a la segunda misiva de los Montoneros: "Al permitir el reconocimiento (por los familiares de Aramburu) de algunos de sus efectos personales, proporciona la clara evidencia del carácter del atentado. La sospecha cunde: el Gobierno capitaliza una victoria. ¿Por qué no imaginar que esa victoria es obra suya?, dudan los liberales.
La segunda etapa se extiende de la madrugada del lunes a la medianoche del martes —exactamente, 45 horas y media—, cuando Onganía pronuncia una frase que sugiere, sin decirlo, el fin trágico de Aramburu: "El país ha recibido hoy, con estupor, la noticia de una sentencia inhumana..." La sentencia se conoció la tarde del martes, a eso de las 16.15. Una voz masculina llamó a La Nación para advertirle que en el baño de hombres del bar de Corrientes y Yatay se encontraba un sobre; en él se decía que Pedro E. Aramburu fue ajusticiado a las 7 del lunes 1º.
Es que, entretanto, el Gobierno se había fortificado, gracias al operativo "Pacificación". Aquella madrugada, los cronistas que velaban junto al domicilio de Aramburu se quedaron perplejos oyendo a un grupo de Comandos Civiles Revolucionarios (Oscar R. Martínez Zemborain, Oscar R. De Filipo, Carlos Rodríguez, Tristán Castellanos y otros) repudiar a otros gorilas. "Estamos persuadidos —añadían— de que el secuestro ha sido obra de ideologías extremistas y no de grupos peronistas, como se pretende hacer creer a la población." Nadie intentó tal cosa: ni el Gobierno, que se confesaba desorientado, ni Rojas, Molinari, Labayru o Toranzo Montero, que acusaban más bien al Gobierno.
Por esa brecha se lanzó el operativo "Pacificación": de pronto, todos éramos buena gente y nos queríamos como hermanos. El peronismo se prestó, con su
docilidad congénita. Jorge Daniel Paladino reunió a los periodistas en su departamento de Tucumán 1600; a su lado, Paulino Niembro, Lorenzo Miguel, Andrés Framini y algún otro jerarca. Todos condenaron "sin reticencias" el secuestro y el crimen, que ya daban por cierto. El Movimiento Peronista Vertical, que responde al mayor Pablo Vicente, se dobló aún más: aplaudía "la conducta de las autoridades abocadas al esclarecimiento de este suceso".
La CGT, obediente a un llamado del oficial, encargó la palinodia a sus escribas ; como no era suficientemente abyecta, la reemplazaron por otra de José Alonso y Rogelio Coria. A su vez, los "democráticos", suponiendo que así aislaban al Gobierno, proclamaron su flamante ternura por el peronismo.
El abrazo de gorilas y peronistas dejaba como chivo emisario al extremismo de izquierda; y, aunque la investigación no había brindado el menor indicio, la propaganda oficial percutió desaforadamente. El CONASE (Consejo Nacional de Seguridad) deliberó el martes por la tarde; un tenso discurso del Presidente —a las 23.55— denunciaba la "agresión ideológica" del extremismo, "que en escala continental golpea todas las fronteras de América y del mundo"; por fin, el locutor leyó el texto de la ley que establece la pena de muerte. Proyectada hace varias semanas, se la adecuó al caso Aramburu: según una versión, la reclamó el CONASE y obtuvo el asentimiento de los Ministros militares. Al parecer, el Presidente habría expuesto sus reservas.
La Constitución Nacional abrogó "para siempre" la pena de muerte; pero los liberales la instituyeron en 1886. Nunca se aplicó, sin embargo, y un Gobierno representativo consiguió derogarla en 1922. Hay todavía quienes creen que pone un dique al terrorismo; pero sus cultores saben asegurarse la impunidad. no así el ciudadano inocente. En todo caso, tal vez haga que si algún terrorista se viera perdido, en vez de entregarse mate a varios policías: su final será el mismo.

LA TERCERA ETAPA
El miércoles amaneció bañado en el impacto del discurso presidencial y la nueva Ley: es que después de su eliminación en 1922, la pena de muerte sólo fue implantada dos veces en la Argentina, y en ambos casos a través de la Ley Marcial: en 1930, durante el Gobierno Uriburu, y en junio de 1956, cuando Pedro Eugenio Aramburu conducía el Estado. Ahora, en cambio, se añade al Código, para que vele por ella la Justicia civil.
Si el anuncio de la nueva Ley —formulado después de una extensa reunión del Consejo Nacional de Seguridad— asombró a los argentinos, la tercera etapa de esta historia los dejaría con la boca abierta. Se inició al despuntar el 3 de junio y terminó unas setenta horas después, con un llamado de atención que el Gobierno dirigía a los liberales (o, según el comunicado oficial, a "personas o sectores") y, en menor escala, a un diario de esa tendencia, el vespertino La Razón.
A las 4.30 del miércoles, el capitán Molinari y el general Labayru abandonan la casa de Aramburu; en el garaje cercano suben a un automóvil donde los espera Eugenio y el coronel Montiel Forzano. Seguidos por los periodistas, marchan a la Dirección General de Gendarmería —a cargo del general Jorge E. Cáceres Monié— y se entrevistan con él. Mientras deliberan, dos radio-trasmisores de mochila y algunas ametralladoras son colocadas en el auto en que han venido y en otro coche allí estacionado. Alrededor de las 5, la caravana enfila hacia el Puente Pueyrredón; los agentes del puesto de Tránsito, no bien miran las armas, envían a toda la comitiva a la Sección 30. Sólo a las 7.15 Eugenio Aramburu regresa a su domicilio, silencioso.
Molinari, en cambio, desecha el sueño. Ya entrada la mañana -—de acuerdo a un posterior relato que ofreció a los periodistas—, y debido al fracaso del "operativo", se presenta en el Comando en Jefe de la Marina y pide apoyo. Sus interlocutores, los vicealmirantes Constantino Arguelles (jefe del Estado Mayor) y Jorge Duyós, le confían un pelotón de la Infantería, integrado por cinco suboficiales a las órdenes del teniente Paiva. Antes de partir con ellos, cita a Coordinación Federal en la avenida Pavón, Villa Dominico, cerca de donde con su tropa iba a dirigirse.
Después de mediodía arrestan, en una finca de Boulevard de los Italianos y Mansilla, a Horacio Wenceslao Orué (35, casado con Nadia Kowalczuk, de 27, pintor-chapista y fotógrafo); el barrio entero se alborota: los vecinos juran haber visto sacar de la casa una multitud de armas y bombas. Dos automóviles ("por el color, eran de la Malina") y una serie de personajes vestidos de civil; "a Molinari lo reconocimos de tanto verlo en la televisión". Es cierto: desde el secuestro, el viernes 29, el antiguo camarada del "capitán Gandhi" no cesa de triscar en Montevideo 1053.

MOLINARI Y SU PESQUISA
Una vez entregado Orué a Coordinación Federal, Molinari se siente en libertad de hablar; al caer la noche, anuncia a los periodistas la detención "del hombre que el domingo pasado trasladó, entre las 10.30 y las 10.40, al teniente general Aramburu, en una camioneta, desde esa casa [la de Villa Dominico] hasta otra". Molinari no da nombres, y asegura no haber interrogado al prisionero. Sus noticias tienen el efecto de una bomba.
Menos de tres horas después, la bomba parece estallar: el Jefe de la Policía Federal, por boca del vicecomodoro (re) Ricardo Campodónico, subdirector de Coordinación Federal, niega "veracidad" al relato de Molinari. El jueves, este tira y afloja entre las autoridades nacionales y los adictos al ex Presidente suscitaba una ola de versiones. Lo único cierto es que existían dos investigaciones paralelas, como si el sector duro de los liberales estuviese tan interesado en la vida de Aramburu como en desmerecer las gestiones de la Policía. De su lado, el Ejército y la Marina aparecían en una curiosa actitud.
El mismo jueves, a las 2.30 y hacia las 20, Molinari confirma sus declaraciones. A mediodía, en un diálogo con los periodistas, el Ministro del Interior se queja por la interferencia: "Todos estamos igualmente preocupados [...], pero si cada uno se va a transformar en pesquisa esto se va a convertir en un loquero". ¿Y de Orué? "Hasta anoche la Policía Federal no tenía conocimiento de la detención de ese chofer". Imaz insiste en que el secuestro es resultado de un plan subversivo continental, que se acordó en abril en Canelones, Uruguay. (El viernes, su colega Antonio Francese lo desmentía en Montevideo.)
A la misma hora, el coronel Premoli visita a doña Sara Herrera, por encargo del Presidente, para reseñarle el estado de la investigación oficial. Por la noche, el mismo Premoli admite que Orué está arrestado, a disposición del Juez Federal de La Plata, Armando Emilio Grau. El jueves, sin embargo, reservaba otras novedades:
• Revelación pública del hallazgo, ocurrido el domingo a la madrugada, de la camioneta Chevrolet a la que Aramburu habría sido transferido del Peugeot blanco utilizado para secuestrarlo. El vehículo (robado con el automóvil, del mismo garaje) apareció frente al Instituto de Medicina Aeroespacial, bosques de Palermo.
• La cocinera de la familia Aramburu (Teresa Lobos) y una mucama por horas (sólo dijo su nombre, María), ambas con una antigüedad de veinte días en Montevideo 1053, fueron interrogadas por segunda vez en el Departamento Central. Lobos explicó: "Me mostraron a dos personas con uniforme militar, ambas contra la pared, una de frente y otra de espaldas. A la que estaba de espaldas no pude verla, así que ignoro si se trataba o no de uno de los secuestradores. Al que tuve de frente no lo reconocí, pero tengo entendido que fue detenido ayer de acuerdo a datos suministrados por la señora de Aramburu". ¿ Quién era ?
• Sandler distribuye a los periodistas un violentísimo comunicado. Aramburu, expone, "ha sido secuestrado para ser eliminado del escenario político, y si fuere necesario, quitarle la vida. Los autores han usado la burda apariencia de la venganza [... ] No es verdad que el secuestro sea imputable a extremismos ideológicos de escala continental.
El verdadero responsable es el Gobierno. Su forma dictatorial, antidemocrática y antipopular, sostenida por oscuros intereses, pretende ser institucionalizada. Esta es la corriente que quiere asesinar a Aramburu".
• Arturo Frondizi produce un texto condenatorio del secuestro: la política oficial, señala, es responsable de esta situación que "conduce al caos'". Sólo Perón calla la boca, en Madrid: es, como se sabe, un hombre parco.
El jueves, en fin, durante una hora y media, el Ministro de Defensa conferenció con los Comandantes Gnavi, Lanusse y Rey, para analizar "las políticas de desarrollo y seguridad" que debían ser examinadas el viernes en la Casa Rosada. "Las políticas en el campo interior o estrictamente político —añadió José Rafael Cáceres Monié— prevén para el futuro institucional de la Nación el sistema representativo, republicano y federal."
Las tres palabras sonaron a gloria en los oídos liberales y hasta acrecieron —si cabía— el optimismo de los aramburistas por la suerte de su líder. En la tarde del viernes el ex Presidente "estaba vivo" en cuatro lugares de la Capital: eran rumores. En todo caso, La Razón titulaba: se desvaneció la pista; es que se descarta la conexión de Orué con el rapto de Aramburu; es un marxista, pero nada tuvo que ver en este asunto. La Razón indicó: "Hay una mezcla de temor y ansiedad en la gente que se traduce en una paralización general de actividades". Son estas exageraciones las que le reprocha, luego, el Gobierno. Nada dice, en cambio, de una impresión que ganaba la calle y que transcribe el vespertino: los autores del atentado serían ultras de la derecha. El PE, al hablar de "inspiración foránea" o "ideología extranjera", evita calificarla como de izquierda o de derecha.
El viernes, Onganía estuvo dos horas con los Comandantes de las Armas (17 a 19); en seguida, y hasta las 22.40, se sumaron los ocho Ministros, los Secretarios de los tres Consejos Nacionales, el Secretario de la Presidencia y el de la SIDE. "Se procedió a un detenido análisis y redacción definitiva de las políticas nacionales, las que oportunamente se darán a conocer", rezaba el escueto parte. Un comunicado del Gobierno, expedido a las 0.15 del sábado, advertía: "Los intereses de grupos o parcialidades no deben perturbar el espíritu de concordia" manifestado por el pueblo.
Sin embargo, los anuncios sobre "políticas nacionales" dulcificaron el ánimo de los dirigentes partidarios; la mayoría de ellos auguró un pronto llamado a elecciones: de eso se habló el sábado, en los alrededores de Montevideo 1053. No es probable que Onganía ceda tal trofeo: quienes se entrevistaron con él, en esta semana tempestuosa, lo vieron preocupado por el curso de los acontecimientos y deseoso de algún relevo ministerial.

 

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