Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


CASOS ARGENTINOS
Revista Periscopio
11.08.1970

"Tuve que descolgar el teléfono porque no me dejaban tranquilo: recibí más de quinientos llamados desde Salta a la Patagonia." La exageración de Antonio Mario Rinaldi, 54, coleccionista de coches viejos, tiene su lógica. Hace veinte años que cultiva esa manía en el anonimato y un simple recuadro de la sección Extravagario (Periscopio N° 44) lo puso en comunicación nada menos que con Hamburgo.
Desde la ex capital de la Liga Hanseática se interesaron por un ejemplar Opel 38, modelo Capitan, del que sobreviven sólo dos unidades en todo el planeta. Los bombardeos, el insostenible costo de mantenimiento de los automóviles particulares durante la Segunda Guerra Mundial y la necesidad imperiosa de utilizar la chatarra para fabricar cañones devastaron el parque automotor germano de aquella época. Hoy, esas joyas sólo pueden verse en el cine.
Seducido por la perspectiva de un intenso intercambio de antigüedades, Rinaldi —porteño y solterón— ha decidido "donar el prototipo Opel al pueblo alemán". Además, propuso a los coleccionistas hamburgueses la construcción de un Museo del Automóvil en el terreno de 215 metros cuadrados que posee en Altos de La Reja, partido bonaerense de Moreno. Él mismo llevará personalmente el obsequio a Alemania Occidental junto con Enrique Behrensen, 67, un descendiente de viejos pobladores radicados en la costa del Báltico que consigue extras para los canales de televisión internacionales.
Aparte del coche que obsequiará, Rinaldi tiene en un taller de la calle Parral
un Opel 38 Súper Sport (prototipo) que le ha inspirado un voluminoso mamotreto: "La historia de un automóvil". La que lo introdujo al fanatismo por las antiguallas mecánicas fue Lucía Fernícola, una de las primeras coleccionistas de automóviles del mundo (comenzó siendo niña, en 1932, en Lomas de Zamora, Buenos Aires).
Cuando inaugure el museo se dedicará a otro proyecto mucho más ambicioso: montar una casa de descanso en las noventa hectáreas que posee en la Colonia La Gloriosa, a 120 kilómetros de la capital mendocina.

Como es notorio, el miércoles 29 de julio, cinco individuos, montando respectivas motocicletas, consumaron un asalto; resultó víctima Rina Esther Fierro, 36, pagadora de la Bodega Giol, de Tucumán (Periscopio Nº 46). Uno de los vándalos. Francisco Armando Di Pasquale, 25, resultó muerto por dos certeros balazos que alcanzó a disparar Ramón Ismael Molina, 46, antes de caer herido. No habría de ser su única víctima: también le acertó a Laureano Ricardo De Cristóbal, quien luego fue detenido. Un tercer maleante. Héctor Eduardo Abella, fugó. El jefe de la banda resultó ser Luis Pujada, un hijo del secretario de un Juzgado. Las mezcolanzas, como se sabe, son escabrosas: Abella. que fue dirigente sindical, trabajaba en Giol. lo mismo que Di Pasquale. Pero lo insólito del episodio, está en que dos de estos personajes. De Cristóbal y Leirman (el quinto asaltante), son empleados policiales en actividad y que el segundo de éstos ya había intentado, el año pasado, un asalto a la Federación Tucumana de Fútbol, episodio que quedó en agua de borrajas, así como la sanción. Tales antecedentes, que ya de por sí son escandalosos, obligaron al Juez de Instrucción Nereo Ceballos a separar de la investigación nada menos que al Director de Seguridad de la Provincia, inspector David Flores, y al Director de Investigaciones, inspector Jacobo Capraro. Las razones que adujo Ceballos son elocuentes: íntima amistad con los asaltantes.

En la noche del 5 de agosto, el directorio de SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores) no hizo otra cosa que devolverle a Ángel Villoldo lo que durante tantos años le negó: la erección de un busto en el hall del panteón que la organización posee en el cementerio de la Chacarita. Aparte, lograron que sus restos, que actualmente están sepultados fuera de los límites del terreno de SADAIC, sean trasladados a lugar preferencial dentro del predio. Pero quizá lo que más hubiera alegrado a Villoldo fue la penúltima resolución que se trató esa noche: al inaugurarse el busto, será declarado 'padre del tango'.
Aunque no sólo descolló en su género: nacido en el Barrio Sur de Buenos Aires; cuarteador, tipógrafo y actor de circo, Villoldo se hizo popular en los peringundines de la Boca. Ya célebre, sus 'Diálogos' le ganaron reputación literaria, y hasta incursionó, sin fortuna, en el teatro. Pero al morir en octubre de 1919 a los 55 años, estaba en la peor miseria.

 

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Ángel Villoldo - Opel 38 Capitán