Revista Periscopio
02.06.1970 |
Los vecinos de "Carmina Minora" la suelen ver a menudo deslizándose
muy espaciosamente por las calles de tierra del pueblo, apoyada a
veces en un bastón improvisado. Los madrugadores que salen para la
cosecha o la labranza llegaron a verla a través de los árboles y los
arbustos de su jardín, sentada en una hamaca, mirando el horizonte
rosado que a cada instante juguetea sus matices. Un privilegio que
ella tiene porque es pintora.
No hace mucho que Cecilia habita esta quinta de vez en cuando y
cuando puede. Nacida en la ciudad de 25 de Mayo hace algunos años,
ella quiso regresar a su patria chica; "Carmina Minora" (el nombre
de su pequeño feudo en honor de Claudiano, uno de los poetas de su
largo inventario) está en el territorio natal. Pero sus vecinos —que
han aprendido a quererla— no saben muy bien las motivaciones de su
presencia en ese pueblo de apenas 900 habitantes, de su obstinación
por ir a allí, donde todos o casi todos quieren irse para la ciudad,
Y se limitan a contemplar su parsimonia, su lento andar, su opulenta
estatura.
En Bartolomé Mitre al 1500, en la cuadra de La Piedad, en esa casona
de donde sale un inmenso árbol que cubre la calle, la conocen mejor,
aunque no tanto. Allí tiene su sede más estable desde hace varias
décadas, cuando la alquiló en 1943 por 450 pesos mensuales, para
instalar su atelier. Desde entonces fue una Meca para los pintores:
Spilimbergo y Berni fueron los más devotos. Hasta que en compañía de
algunos músicos, la conversación llevó a lo inevitable: crear una
editorial que contemplara las penurias de los compositores para
publicar sus partituras.
El 16 de junio de 1945, en un salón de la planta baja, diez músicos
y 3 plásticos estamparon en un pergamino el acta inaugural de la
Editorial Argentina de Música que creó Cecilia Benedit de
Debenedetti hace 25 años. Los primeros editados pusieron sus
autógrafos en el documento: Fischer, José María, Juan José y
Washington Castro, Gianneo, Siccardi, Ginastera, García Morillo,
Valenti Costa y Gilardi.
Crear una editorial exclusivamente para músicos argentinos, uno de
los peores negocios del mundo, es tarea fácil cuando se tiene
dinero. Pero sostenerla un cuarto de siglo sin él roza el milagro.
Porque Cecilia no sólo deja allí lo poco que tiene o consigue, sino
que continúa editando desde los maestros como Juan Carlos Paz a los
más párvulos, les administra las obras sinfónicas cuyos materiales
se alquilan (cuando se tocan), les cobra los derechos (cuando los
pagan), los promociona (cuando la escuchan). Editó más de 250
partituras de cincuenta y tantos compositores. Les organizó
conciertos públicos exclusivamente con obras suyas (cuando tuvo unos
pesos), y no le faltaron energías para enzarzarse en otras
complicadas aventuras editoriales: cuando Witold Gombrowicz, amigo
personal suyo, navegaba el silencio abrumador que le tejió Buenos
Aires, fue ella quien financió la primera edición de su pieza El
Casamiento, "rara avis", entonces, que luego hizo el boom en París
hasta consagrarlo mundialmente casi 20 años más tarde.
Siempre estuvo del lado de lo nuevo. En su Editorial se fundó la
Liga de Compositores en 1948, la Asociación de Jóvenes Compositores
de la Argentina diez años después, la Asociación de Conciertos de
Cámara en 1952 (a la que perteneció como integrante de su Comisión
Directiva), y la Unión de Compositores de la Argentina, cuya
asamblea inaugural eligió en 1964 a Juan Carlos Paz como presidente.
Ella es la Editorial. Porque la empresa tiene registrado en su
oficina de personal a un solo empleado: ella misma, que dirige,
factura, elige, vende, envía, organiza, "a veces con la ayuda de
algunos amigos que me dan una mano" —confesó a Periscopio la semana
pasada, recién notificada de que la Unión de Compositores acaba de
otorgarle el Premio "San Francisco Solano" 1970 por su "altruista y
meritoria labor en favor de la difusión y edición de obras de
compositores argentinos". Se la eligió por unanimidad.
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