Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


CGT
LOS MOTIVOS DEL LOBO
Revista Periscopio
07.07.1970

"Lobo, estás, y estarás siempre, en el corazón de todos los metalúrgicos", prometía uno de los carteles que se enarbolaban el martes pasado, en la Chacarita: cinco mil personas se reunieron junto a la tumba de Augusto T. Vandor para conmemorar el primer aniversario de su misteriosa muerte, el 30 de junio de 1969.
Lorenzo Miguel, el actual Secretario General de la UOM, declamó: "Han matado al hombre, pero no a las ideas de quienes lo hemos sucedido; sabremos imponerlas en beneficio del país y de los trabajadores". Allí estaban, compungidos, Delia de Parodi, Juana Larrauri y Raúl Matera; también los gremialistas Gerónimo Izetta, Juan José Taccone y Juan Racchini. Un paro, entre las 10 y las 14 horas, dispuesto por el sindicato, permitió a las "bases" asistir a la serie de homenajes.
Con todo, los herederos de Vandor no parecían entenderse, el viernes pasado, en el Congreso Normalizador de la CGT, declarado, con temeraria antelación, Congreso de la Unidad Augusto Timoteo Vandor. En el vetusto salón de la Federación de Sociedades Gallegas, Chacabuco al 900, se hicieron y deshicieron trenzas de distinto calibre; la lucha por el control del secretariado rompió todos los esquemas pergeñados por los gremialistas.
"Si no logramos que la CGT tenga una imagen sólida, el Gobierno no nos va a tomar siquiera en cuenta; ése es el sentido de este Congreso", confesó a Periscopio José Alonso (Vestido), entusiasmado con las emociones del "primer round". Citado para la mañana del jueves, sólo a mediodía se iniciaron los prolegómenos. La primera sesión no duró cincuenta minutos. Desechada una petición de Ricardo De Luca (Navales) para dar cabida a todos los delegados —sin impugnaciones—, logró constituirse una comisión de poderes de ocho miembros, dos por cada núcleo de los que disputan el poder.
La primera divergencia surgió al solicitarse cuarto intermedio para que la comisión produjera despacho; triunfó la posición de los vitivinícolas, que deseaban un compás de espera hasta el viernes a las 9. Un electricista naval preguntó —"con demasiada suspicacia", según Gerónimo Izetta, presidente del Congreso—: "¿Es para que la comisión de poderes trabaje tranquila, o para que los" distintos núcleos lleguen a un acuerdo por arriba?''' Pregunta obvia: la sonrisa que esbozaron 795 congresales, lo convencieron de su candor.
Todos sabían que la tarde del jueves era decisiva para la repartija. Es que había un Congreso "paralelo" en los bares y los despachos sindicales. "Con un cuarto intermedio tan prolongado —aclaró luego a Periscopio el propio Alonso—, es evidente que se trata de ultimar negociaciones en trámite; se sabe, incluso, que la comisión de poderes propondrá dos resoluciones: una acepta a los delegados en condiciones y otra amnistía a quienes no lo están."
"El criterio por la normalización y la unidad es total; sólo falta a justar detalles", sostuvo Izetta. El delegado de Sanidad, Coronel, también se mostró optimista: "Estoy seguro de que el Congreso cumplirá su objetivo; la unidad se logrará, sin duda".
UN CONGRESO ACEITADO
Sin embargo la actitud intransigente de las 62 Organizaciones impedía vislumbrar el final. El miércoles por la noche, desde Madrid, Jorge Daniel Paladino había trasmitido la última orden de Perón: "La mitad de los cargos y la Secretaría General, o nada". Los peronistas ortodoxos se disponían a reclamar el escaño mayor para el metalúrgico José Rucci, de San Nicolás.
Pero las posibilidades de Rucci no eran alentadas por los propios metalúrgicos (62 Organizaciones), quienes cortejaban a los ocho expulsados del peronismo el verano pasado. Sólo así se podía lograr el único acuerdo posible: resignar la candidatura de Rucci, consagrar a uno de ellos en la Secretaría General (se perfilaba Fernando Donaire) y obtener, a último momento, una alianza táctica entre expulsadores y expulsados. En caso contrario, la Nueva Corriente de Opinión (participacionista), fortificada con la incorporación de 59 delegados por la Unión Ferroviaria, se alzaría con el triunfo.
Alonso —numen participacionista— alardeó: "Tenemos delegados en número suficiente como para imponer a quien queramos. La situación es diferente de la de 1960; ahora hay una gran mayoría peronista, diría que el 80 por ciento. Y sólo una pequeña parte se deja manejar por Paladino, causante del deterioro actual. Hace dos años, éramos setenta y dos gremios en las 62; ahora son seis".
"Todo sigue siendo muy oscuro", informaban sus acólitos, la noche del viernes, a los jerarcas sindicales.. Era una referencia clara al estancamiento de las negociaciones que desde mediodía mantuvieron los distintos núcleos; también al estado del salón de Chacabuco 947, que las sociedades gallegas alquilaron a la CGT: un apagón había dejado sin luz a esa zona de San Telmo.
Hasta las diez de la noche, el cartel de la marquesina ("Grandes bailes familiares") no volvió a iluminarse. En el ínterin, una docena de velas, en el hall del salón, permitió a los empleados convencer a los congresistas de que la luz volvería de un momento a otro. Alumbraban un centenar de fotografías numeradas: todos encargaban una para el recuerdo.
No faltaron la chanzas: "Y, cuándo Luz y Fuerza bajó la palanca ..." Ni el pintoresquismo: el 60 por ciento de los delegados cargaba poncho (aunque también corbata).
En la nublada mañana del viernes se resolvió aprobar todas las credenciales: "Este es un Congreso fatto in casa", celebró Datarmine. La impugnación metalúrgica a los ferroviarios fue retirada "como muestra de buena voluntad". Y la elección de Estanislao Rosales para presidir las deliberaciones . no suscitó problema alguno: "Es del aceite —se explicó—; ¿quién podría hacerlo mejor?".
Cercana la medianoche, partieron dos emisarios de Azopardo 802 para informar a los delegados que esperaban en el salón de Chacabuco: "Las negociaciones continúan; mañana se reanuda el Congreso". Varios provincianos comenzaron a protestar: "Al final, una docena de elefantes blancos deciden todo; nosotros levantamos la mano; podrían tener un poco de consideración".
Era cierto: desde las 18, en el cuarto piso de la CGT, los jerarcas porfiaban en hacer la "lista única", y creyeron lograrla cuando ya el viento de la madrugada peinaba el río pardo. Una nueva tendencia, de 150 delegados (Luz y Fuerza, Comercio, Ferroviarios, Bancarios), hacía de amigable componedora.
Con el apoyo de esa tendencia, que se consideró "autónoma", las 62 Organizaciones recuperaban el manejo de la central obrera: "No se puede prescindir de la UOM —explicó un telegrafista—, si el Congreso lleva el nombre del Lobo". Pero a las 62 sólo se les concedían ocho cargos sobre diez: dos menos que los exigidos desde Madrid, donde Pedro Michelini —informó el corresponsal de Periscopio— habría puesto de espaldas, finalmente, a Jorge Daniel Paladino. Si no, les faltarían votos a las 62 para imponer a José Rucci.
"Somos los auténticos amigos de Vandor —repetían los ocho expulsados—: ¿cómo nos vamos a tirar contra su gremio?" Y postulaban, sin la menor intención de votarlo, a Roque Azzolina, el menos acerado de los metalúrgicos. El programa no interesaba: "Necesitamos una CGT fuerte —explicó un mendocino— para que, cuando se salga de ver a Moyano Llerena, se diga, al menos, que no se consiguió nada, no como ahora". Los muchachos no son orgullosos.
El cabildeo expiró el sábado a las 3 de la madrugada. La situación era truculenta: el presidente del Congreso, Estanislao Rosales, no lo disimuló al presentarse en el salón gallego. "No quieren aflojar —dijo—; habrá dos listas, o algún grupo se tendrá que abstener."
El Congreso se reinició a mediodía de! sábado. "Estamos cansados de que nos manoseen", se quejó Héctor Merlo, de La Fraternidad. El panadero
Antonio López lo dijo con todas las letras: "No sólo los delegados somos convidados de piedra; ni siquiera los dirigentes de cada gremio saben lo que se está trenzando aquí". No había nada que hacerle: Isidro Retondo leyó el informe de la Comisión Normalizadora, y sólo seis representantes de La Fraternidad le negaron su apoyo. Durante ocho horas, los cuartos intermedios cortaron todas las discusiones.
Expulsados y expulsadores de las 62, no alineados y autónomos, confeccionaron una "lista azul" y se las ingeniaron para conseguir —al menor precio posible— la adhesión de los participacionistas. Los que no entraban en la trenza vociferaban: "¡Unidad, Congreso!" Rosales se paró, mostrando el chaleco de casimir inglés: "Por favor, muchachos, pórtense bien", pidió. A las 19.35, Izetta leyó la lista única: Secretario General, José Rucci (metalúrgico, 62); Adjunto, Adelino Romero (textil, autónomo); Hacienda, Vicente Roque (molinero, 8/62); Prensa, Hugo Barrionuevo (fideero, no alineado) ; Gremial e Interior, Ramón Elorza (gastronómico, participacionista).
Todos se levantaron para entonar la marcha peronista.
Mientras los jerarcas aceitaban sus relaciones, en un complicado juego de alianzas y traiciones, los mecánicos, en Córdoba, mantenían su lucha sin esperanzas. Su huelga —un mes largo— ha deteriorado a todo el sindicalismo local: Elpidio Torres, Secretario General de la CGT y de SMATA cordobesas, no logró la mediación de su amigo, el Gobernador Bas, y la de monseñor Raúl Francisco Primatesta fracasó. En la regional le costó trabajo imponer el quorum, y su moción —paro general de 36 horas— fue derrotada. Los independientes impusieron su criterio —paro de 14 horas el 8 de julio, con agitación previa—; pero los aprestos no son de envergadura.
ika-renault, la empresa más afectada por la parálisis, comenzó a incorporar nuevos operarios: el jueves, sumaban casi 4.000 las solicitudes de empleo. El conflicto mecánico se extendió a todo el país, contagiándose al gremio metalúrgico. La Fábrica Argentina de Engranajes, de Wilde, suspendió a 1.200 obreros: subsidiaria de Kaiser, FAE no recibía pedidos de compra en los últimos tiempos. La situación, sumada a las presiones que ejerce Torres, su rival, condujeron a Dick Klosterman (Secretario nacional del gremio) a decretar un nuevo paro: se cumplió con éxito, el miércoles 1º. El martes, el Ministro del Interior, Eduardo McLoughlin, recibía a SMATA ; pero nada podía hacer, a falta de un Secretario de Trabajo.
La noche del jueves, el Ministro de Economía y Trabajo tomaba el toro por las astas: conminó a los mecánicos a reanudar sus tareas el lunes 6; las empresas debían renunciar a los despidos; habría conciliación obligatoria.
La tardanza en proveer la Secretaría de Trabajo reafirmaba la actitud expectante del Presidente Levingston ante el Congreso cegetista: el candidato más firme, Juan Alejandro Luco, un neo-peronista (vocero del Justicialismo en Diputados, bajo Illia), es pariente lejano del Primer Magistrado y, como él, puntano. Pero ese nombramiento habría suscitado reticencias entre los sindicalistas más vinculados al ámbito castrense: antes que por el dominio de la CGT, Taccone y Alonso luchaban la semana pasada por ubicar un amigo en la Secretaría de Trabajo.
Brotaron, así. otras candidaturas: Tirso Rodríguez Alcobendas (ex asesor laboral de Krieger, hombre de la UIA), Félix Pérez (Luz y Fuerza), Nicanor Saleño (director de Planeamiento en Bienestar Social). Moyano Llerena prefería a Héctor Villaveirán (actual Subsecretario).

 

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