Revista Periscopio
27.01.1970 |
—Qué hacés, "Expulsado" ? "
—Ya lo ves, me toca hacer de "traidor". ¿Y vos?
—Yo sigo en "duro", por ahora. En marzo, Dios y el Viejo dirán.
—Qué vas a hacer: órdenes son órdenes. Chau, negro, suerte.
—Chau, flaco; que te sea leve.
Dos dirigentes sindicales peronistas —uno "duro" y el otro "blando"—
dialogaron así, sonrientes, la semana pasada, al encontrarse en el
cuartel general de Jorge Daniel Paladino, zar local del peronismo.
En verdad, ni el encuentro ni el diálogo tenían nada de insólito; es
que, en el lujoso departamento de Tucumán 1625, 4º piso
—pomposamente llamado "comando" por los peronistas—, conviven ambos
sectores, unidos por la eterna estrategia pendular urdida por la
Puerta de Hierro.
"Duros" y "blandos" constituyen, apenas, los extremos de una nueva
maniobra táctica de desdoblamiento ensayada por Perón para tener
cubiertos los dos frentes: el de la negociación y el de la
confrontación. En poco tiempo, los "buenos" devienen traidores y los
"malos" se erigen en apóstoles de la ortodoxia; los "duros" se
ablandan y los "blandos" se endurecen... Todo ello, de acuerdo con
las necesidades del momento.
Pero no es todo. EL sindicalismo peronista, abierto en abanico,
mostraba la semana pasada siete grupos diferentes, todos prestos a
jugar su papel y controlados, en mayor o menor grado, desde Madrid.
Tres de los siete hacen "punta": los "duros" de las 62: los
"blandos" expulsados de ese núcleo, que integran la Comisión
Normalizadora de la CGT (Azopardo), y la alicaída CGT de los
Argentinos.
1. Los "duros" tienen una doble misión: demostrar que el peronismo
no se ha entregado al Gobierno, coquetear con las fuerzas opositoras
y arrebatar a Ongaro y a los cordobeses la bandera de la rebeldía.
2. La combativa posición del líder gráfico lo llevó a olvidarse de
las órdenes de Perón y trabajar por su cuenta, junto a católicos
progresistas y marxistas. Un error que últimamente habría
comprendido y que el Viejo podría perdonarle.
3. Los "blandos", por su parte, tienen un objetivo no menos difícil:
parapetarse en el bastión de Azopardo, convirtiéndolo otra vez en
factor de poder, y atraer de vuelta al redil a los
"participacionistas", de extracción peronista.
Los restos de la CGT de los Argentinos y el feto de la Nueva
Oposición, mientras tanto, distan de ser un grupo compacto. Aunque
no han trascendido, las diferencias entre Ongaro y Agustín Tosco son
agudas. Por si fuera poco, el otro cordobés, Elpidio Torres, que
ganó dificultosamente las elecciones en su gremio (SMATA), ahora se
vuelca hacia los "duros", acatando la disciplina peronista.
Como se recordará, el 8 de enero, cuando las 62 Organizaciones
—después de escuchar una rugiente perorata del expatriado—
expulsaron del sindicalismo peronista a los ocho "traidores"
(Vicente Roqué, Fernando Donaire, Maximiano Castillo, Juan Racchini,
Gerónimo Izetta, Isidro Retondo, Sebastián Montoya y Enrique
Chiesa), fraguaron un sedicente plan de lucha que emplazaba al
Gobierno para el martes de esta semana. Los sindicatos se pondrían
en estado de alerta para exigir, con medidas cada vez más drásticas,
la irrestricta actividad de las paritarias, la congelación de los
precios al 31 de diciembre último, el levantamiento del estado de
sitio y la libertad de algunos presos, la normalización de los
gremios intervenidos y la convocatoria del Congreso de la CGT.
"Es puro teatro", confesaron algunos de ellos: se trataba de poner
en aprietos a los colaboracionistas, "desenmascararlos". Miguel
Gazzera denunció, una vez más, la duplicidad de sus antiguos amigos
de las 62, dirigidos por el metalúrgico Avelino Fernández y el
petrolero estatal Adolfo Cavalli.
Naturalmente, los expulsados comprendieron la maniobra. Y, después
de requerir confidencialmente al Gobierno para que les proporcionara
algún halago "a cuenta" —fue la cena con el coronel Luis Máximo
Premoli, en Mar del Plata—, ellos también simularon un plan de
lucha, sin fijar fecha.
Lo único que consiguieron fue exasperar a sus aliados, los
participacionistas de José Alonso (vestido) y Rogelio Coria
(construcción), quienes juzgaron no sólo que los expulsados ya no
representan a las 62, sino que, con el banquete de El Biguá y con su
amenazante comunicado, rompían el pacto elaborado por Valentín
Suárez, ex Interventor en la CGT: los tres sectores —el otro es el
de los No Alineados —habían convenido en no adoptar ninguna decisión
importante si no por unanimidad.
La reyerta quedó superada, pero a duras penas. El miércoles, por
fin, consiguió reunirse la Comisión Normalizadora, que ahora preside
el ferroviario Cesáreo Melgarejo; en adelante, los cegetistas se
abstendrán de tirotear al Gobierno con críticas que trasciendan al
público: es preferible el diálogo palaciego. Clave del acuerdo:
pedir que el 7 por ciento se retroactivo del 1º de marzo al 1º de
enero.
No tardaron, sin embargo, en manifestarse otras diferencias. Aún
falta acuerdo para la fecha del Congreso normalizador. Mientras los
"premolistas", apoyados por la minoría no alineada, intentan
presionar a la Secretaría de Trabajo para que apresure las
elecciones en los gremios intervenidos, el binomio Alonso-Coria
quiere dar a Rubens San Sebastián el tiempo suficiente para
"muñequear" esos comicios.
El Secretario de Trabajo se propone 'cumplir esta tarea en mayo,
para que '"representantes legítimos de los trabajadores —dijo el
jueves a periscopio— asistan en Ginebra a la 53ª Asamblea Anual de
la OIT".
La semana pasada, mientras Córdoba tocaba diana para el 31 de enero,
y los "blandos", en el seno de la Comisión de los 23, barajaban
fecha para su Congreso Normalizador, los "duros" trataban de imponer
una imagen beligerante.
"Los gremios no comprometidos —dijo a periscopio Juan Horvath,
secretario general de la Asociación de Trabajadores del Estado
(ATE)— daremos batalla en el campo que las circunstancias nos
aconsejen. La comisión de los 23 de ningún modo favorece la unidad
de los trabajadores; no durará, porque nació al amparo del
Gobierno."
"Esa unidad no fue establecida sobre un programa que contemple los
intereses de los trabajadores —opinó Julio I. Guillán, secretario
general de los telefónicos (FOETRA)— ni contempla la posición
nacional del movimiento obrero que, en esta hora de crisis, debe ser
claramente reafirmada."
El fideero Miguel Gazzera fue más concreto: "El acuerdo entre
dirigentes que aceptaron la CGT oficializada por el Gobierno defacto
—señaló— era tan espurio que fue rechazado por otros dirigentes. Si
bien es cierto que hubo coincidencia en esa actitud, no se articuló
la acción conjunta para dar curso al reclamo de los trabajadores; de
tal manera, el rechazo sigue siendo formal; en los hechos, no se
presenta una oposición efectiva al régimen liberal que el país
padece."
El azucarero Benito Romano, de la CGT de los Argentinos, declaró a
Periscopio, en Tucumán: "Como no existe la mínima posibilidad de que
el régimen de una salida a las inquietudes populares, es inevitable,
en muy corto plazo, la unidad real de los trabajadores en lucha".
El secretario general de la CGT de los Argentinos, Raimundo Ongaro,
afirmó: "Qué importa el edificio, ni que Onganía los reconozca.
¡Ninguno de los miembros de la comisión de los 23 puede ir al
interior, sin riesgo que lo corran a cascotazos!"
Pero los "gazzeristas" al referirse a la CGT de los Argentinos como
a "sapos de otro pozo", sugieren que Perón confía en ellos para
crear su propia "ala rebelde", quitándole las banderas al
indisciplinado Ongaro.
"Esa CGT no podrá constituirse en central opositora", sentenció
Horvath. "El movimiento obrero no tiene problemas de «vigencias», de
caudillos improvisados: su problema es lograr una unidad seria y
responsable, que posibilite una CGT única", arguyó Guillán, antiguo
cofrade del gráfico, al que abandonó para unirse a Paladino.
Gazzera, notorio vandorista vilipendiado por las huestes de Ongaro,
fue
terminante: "La respuesta sobre la vigencia de la CGT de los
Argentinos la está dando ella misma".
Es que estos peronistas "ultras" no olvidan que, en el apogeo de la
central de Paseo Colón, ellos pusieron la tropa y los marxistas la
oficialidad. Por eso, Horvath advierte: "La corriente marxista
siempre se alió con las fuerzas reaccionarias, tanto en 1945, 1946 y
1951, integrando la Unión Democrática, como en 1955, acompañando la
Revolución Libertadora y asaltando los sindicatos conjuntamente con
dirigentes amarillos".
Gazzera señala que su actitud frente a las corrientes marxistas es
"más benévola que la que tienen los marxistas con los peronistas";
"exceptuando las conducciones políticas que han pactado la
coexistencia con el imperialismo capitalista y aquellas que no
vacilan en participar de Uniones Democráticas, todos los movimientos
populares cuentan con nuestra solidaridad y simpatía."
Distinta es la actitud de la gente de la CGT de los Argentinos: "Si
los marxistas están de acuerdo con nosotros, que vengan, lucharemos
juntos", decide Ongaro. "No soy marxista, tampoco anti; pero los
marxistas deben saber que nuestra Revolución tendrá,
indefectiblemente, un signo nacional", corrige Romano.
Los "duros" peronistas coinciden en justificar —pero de labios para
afuera— el cordobazo de mayo último, un acontecimiento en el que
nada tuvieron que ver: cuando estalló, unos sesenta de ellos estaban
en Madrid. Agustín Tosco, el implacable, el elemento más
radicalizado de la Nueva Oposición, va más allá: "El cordobazo no se
agotó; es un proceso que sigue adelante y que no siempre se dará en
la misma forma", dijo a Periscopio.
"En medio de la lucha —agregó— sabemos hacer pausa para
reagruparnos. Muchos dirigentes se quedarán en el camino, ya sea
porque su situación social los torna propensos a la negociación
[alude a Elpidio Torres], o porque adolecen de debilidades
ideológicas [a Ongaro], Pero el movimiento continúa, y su objetivo
no es derrocar a un Gobierno, sino cambiar el sistema; por eso nos
causa gracia que nos comparen con la Unión Democrática o que nos
supongan desbordados por los radicales del Pueblo o los comunistas.
En cuanto a las estructuras sindicales, no nos interesan: por lo
común, son edificios vacíos. La regional de Córdoba es otra cosa:
los obreros sienten que es su casa".
Los "duros" intentarán ahora presionar al Gobierno con enérgicos
reclamos de mejoras sociales, para aparecer como "rebeldes",
oscureciendo a Ongaro y Tosco. Los "blandos", en tanto, seguirán
"institucionalizando" la CGT. Es posible que, para el otoño, ambas
líneas vuelvan a juntarse en un nuevo vuelco espectacular ordenado
por "el que te dije".
Es que Perón insiste en su esquema: el choque entre los sectores
"católico" y "liberal", que conviven en el Gobierno, se producirá
este año a más tardar. Para entonces, debe tener cohesionadas sus
huestes sindicales. Hará desaparecer entonces la fisura entre
"duros'" y "blandos", que él mismo ha creado para operar a dos
puntas; para eso, debe tener neutralizados a los
"participacionistas", por un lado, y a los ''rebeldes" por el otro.
Quizás en el nuevo giro sucumba Jorge Daniel Paladino: siempre es
necesario un "chivo expiatorio", aunque se trato de alguien que
cumplió al pie de la letra las órdenes impartidas por su jefe para
poner en marcha la estrategia pendular.
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Fernández - Tosco - Alonso - Gazzera |
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