Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Cirujano
Miguel Bellizi

"Son muchos, por supuesto, los años en los que cumple su labor profesional en distintos hospitales. El de Clínicas, el Rawson y el de San Miguel, por ejemplo, sabrían de su eficaz y silenciosa labor. Una mañana de mayo de 1968, sin embargo, su vocación médica lo instala en la primera plana de los diarios.
Por aquellos tiempos, cabe recordarlo, la compartimentación positivista de los saberes parecía retroceder y en las voces de los protagonistas los temas se interrelacionaban. Una periodista por entonces de éxito, Adriana, da cuenta de uno de esos casos: "Una voz fascinante, la calidez de una tranquila humildad y un irreversible encanto personal, se han combinado en Miriam Makeba para hacer de esta cantante de color la primera sudafricana que alcanza el estrellato internacional".
Makeba, en efecto, era negra, pero no como Ramón Carrillo sino como Josephine Baker. Explicaba, también, el porqué de su arte: "Mis canciones reflejan nuestra vida cotidiana [...] No necesito desviarme de mi camino para escribir una canción de protesta. Hoy la policía invade mi casa, patea mis puertas, me ordena «no puedes hacer esto, no puedes beber», me revisan todo [...] Yo a veces me pregunto: con tanta miseria ¿cómo podemos a veces cantar canciones alegres?".
Una de esas melodías divertidas, "Pata-pata", era el furor del momento en Buenos Aires tras haber aparecido grabado en un disco simple. Las boites del centro de la ciudad también se habían hecho cargo de esa moda, y Marta Minujín, persistente en su tarea de frivolizarlo todo, aun el dolor ajeno, había entrado a una de esas discotecas ataviada con patas de gallinas. Otros oyentes del tema musical, en cambio, lo valoraban aún más tras leer las declaraciones de la cantante: "En mi país la gente negra no puede votar, no puede poseer terrenos, no puede siquiera caminar por las calles después de cierta hora [...] pero, en cambio, sí puede donar el Corazón para salvar la vida de un blanco".
Miriam Makeba hacía referencia, claro, al reciente trasplante de corazón que había realizado un compatriota, Christian Barnard. Uno similar, el primero que se realizaba en el país y el decimonoveno del mundo, era el que había practicado Bellizi en Lanús ese 31 de mayo de 1968 cuando accedió a la fama. Plebeyos eran aquí, sin embargo, los dos extremos implicados en el quirófano. El camionero Antonio Serrano era el receptor y el secretario del Sindicato de Aves y Huevos de la Capital Federal, Emilio Tomasetti, el donante. Popular fue, además, la reacción local. El diario La Unión de Lomas de Zamora recordaría años después la aglomeración que se produjo frente a la clínica, debiéndose cortar el tránsito de la avenida Hipólito Yrigoyen pues los vecinos la habían copado viviendo el avance como un éxito nacional. No estaban equivocados, en cierta forma, con esa actitud. Paula Ándalo escribirá treinta años después en Clarín, en el aniversario del hecho, que a Bellizi "el tiempo le dio la razón. En la Argentina hoy viven ciento cuarenta trasplantados y ya se realizaron más de treinta y cinco mil intervenciones en todo el mundo". Sufriría en la ocasión, pese a todo, el destino de los pioneros. Junto a la sorpresa y a los elogios llegarían las críticas y hasta alguna causa judicial.
Bellizi, por su parte, no se dejó tentar. Concurrió, claro, a la residencia presidencial de Olivos respondiendo la invitación formulada por Juan Carlos Onganía. Y contestó, además, las decenas de entrevistas que le efectuaron periodistas de los diarios, las revistas, la radio y la televisión. Pero esa repentina fama y el prestigio médico logrado con el trasplante fueron puestos por él al servicio de su pueblo y de la causa política que éste, mayoritariamente abrazaba. En las épocas previas al retorno de Perón, entonces, Bellizi continuó con esa militancia iniciada en los años mozos."
(fragmento del libro Compañeros. Perfiles de la militancia peronista. Pablo J. Hernández)


Miguel Bellisi reunido con Onganía

Cirugía: a buen transplantador...
¿Qué hace el doctor Miguel Enrique Bellizzi cuando llega a su casa? Antes que nada, se saca los zapatos, como pudo comprobar el improvisado cronista Alejandro Hugo Benchimol (12 años, soltero; del periódico escolar de la Escuela 179 de Lanús) que lo interrogó la semana pasada.
No hirvió de nada por supuesto, que el propio Bellizzi declarase al periodismo adulto que su operación no es más complicada que otras intervenciones, o que los menos exitistas subrayaran las facilidades que dispensa un trasplante de corazón al lado de —por ejemplo— el injerto de riñón o páncreas. Eso es lo único que explica que el nombre de los cirujanos argentinos José Rodó o Alfredo Lanari sea tan desconocido como lo era el apellido Bellizzi antes del 31 de mayo. Es que casi sesenta páginas de matutinos y vespertinos, y las cámaras de la mayor parte de los canales, se habían ocupado ya de erigir el arquetipo.
No está mal. Lo mismo ocurrió cuando Christian Barnard oficializó las mudanzas y, sobre todo, cuando visitó el país. De esa forma, mientras sólo unos escasos centímetros daban cuenta, en cada periódico, del fracaso del cirujano Walton Lillehei, maestro de Barnard (el domingo 2 de junio, en el hospital Maimonides, de Nueva York), las columnas eran pocas para contener el exceso de optimismo que se volcó sobre la recuperación de Enrique Serrano, hasta ese momento uno de los siete sobrevivientes entre dos decenas de trasplantados de todo el mundo.
Al margen de las virulentas y contradictorias opiniones del cardiólogo Pedro Cossio, quien apenas regresó de Perú (fue distinguido allí con el premio Unanue, en medio del VIII Congreso Interamericano de Cardiología) se dedicó a elogiar las opiniones de Barnard, mientras tildaba de apresurado al injerto local, hay que reconocer que buena parte de su crítica —al menos en lo referente a la asepsia— tenía sobrados fundamentos.
Ocurre que la asepsia es algo casi desconocido para la cirugía argentina, y carecer de ella no es privilegio de los especialistas cardiovasculares. Conspira para preservarla una cierta falta de controles que bastó, entre otras cosas, para que el 3 de junio, a las 3 y media de la madrugada, un fotógrafo del diario Crónica retratara —escudado en un guardapolvo— al injertado, desatando la airada protesta de Bellizzi: "Es un delincuente común —acusó el cirujano—, me reservo el derecho de iniciarle juicio". El periódico lo disculpó en nombre de "la obligación profesional" y se esmeró en aclaraciones, según las cuales la foto se obtuvo a través de un vidrio.
Tanta ira pareció licuarse el martes pasado a la noche, cuando Héctor Ricardo García —presidente de la editorial que publica Crónica— instaló las cámaras de Canal 7 en el domicilio de Bellizzi (para su programa La hora del ídolo), asegurando que el cirujano es "admirado por 23 millones de argentinos y por el mundo todo".

Corazones deontológicos
Antes, Bellizzi había contribuido a la semanal cuota de lágrimas de los Sábados de la Bondad, arrastrado por un médico amigo que le dijo, textualmente: "Sos la noticia del día, no podes dejar de venir hoy, que enfrentamos al Patronato de Leprosos". La transcripción de ese diálogo fue repetida incansablemente por su protagonista, el miércoles pasado, en el hall de la Asociación de Médicos Municipales, donde se iba a entregar una medalla al trasplantador. El infidente añadió un colofón: "Después del programa —dijo—, Romay vino a darme las gracias, repitiendo que gracias a mí había tenido el mayor rating del día; y encima, gratis".
No era esa gratuidad, probablemente, lo que molestaba a la nueva vedette (que rechazó hace dos semanas abultados ofrecimientos para permitir fotos o filmaciones de la operación), sino el haberse convertido en el centro de un operativo que se le escapaba de las manos. Hasta el "¡Oh, Mamita!" que soltó el domingo 2, cuando su madre, Albina Irizitti de Bellizzi, apareció inopinadamente en la Clínica de Lanús, fue registrado por la prensa.
Ese mismo día, y en el término de 5 horas, murieron tres injertados; dos en USA y uno en Canadá; el cura Cayetano Toccette (de la iglesia de San Judas Tadeo; Lanús) ofreció una misa por el restablecimiento de Serrano, a las 4 y media de la tarde, en el quinto piso de la Clínica; los Bomberos Voluntarios de Lanús entregaron un corazón de claveles rojos al cirujano; el Club Lanús, antes de su match con Quilmes, otorgó a parte del staff títulos patrimoniales de su entidad.
En Chivilcoy, mientras tanto, una vecina visitaba la casa del paciente para llevarse un canario. "Es el mimado de Antonio — explicó— y, fíjese, hasta el animalito parece haberse dado cuenta de que algo le pasaba al dueño: no come nada y en todo el día no cantó." Para reafirmar las aprensiones del bicho, algo que se parecía peligrosamente a una embolia cerebral se abatió al rato sobre el inconsciente Serrano.
Los hechos se superponían de tal modo, sin embargo, que el tema eran las rosas. Bellizzi no fue forzado a hablar tanto del enfermo como de las declaraciones de Cossio ("No tengo tiempo para la polémica", eludía), y el suero glucosado seguía introduciéndose en el comatoso al día siguiente, cuando la madre de Héctor Ruggiero visitó también la Clínica, sólo para decir a los periodistas; "Y pensar que de chico le gustaba tanto el fútbol; creí que no iba a seguir de médico".
Los rumores —y un injerto de riñón practicado en el Hospital de Niños— deslizaban la posibilidad del juicio ético. Es que hace cuatro años, y sólo por los adjetivos con los que el periodista de un vespertino de Buenos Aires calificó su operación, un cirujano del hospital Británico estuvo a punto de ser defenestrado por la Sociedad de Cirujanos respectiva. La infracción de la que se le culpó —la misma en la que habría incurrido Bellizzi— era: "Dar informaciones que puedan resultar publicidad personal". Y el doctor Osvaldo Mammoni, presidente del Colegio de Médicos de la provincia, se quejó del "exceso de publicidad".
Otro tipo de versiones, paralelas, se entretenían dando posibles domicilios para la próxima intervención: las clínicas Antártida y Doctor Méndez; el hospital Ferroviario; la misma Modelo. Bellizzi negaba un injerto inmediato de su equipo, escudándose en el estado gripal que le impidió, incluso, visitar al paciente en sus últimas 24 horas de agonía.
Además, y en cuanto a la ética, el telegrama del Secretario de Salud Pública de la Nación, doctor Ezequiel Holmberg; la medalla de AMA; las incitaciones ("Nuestra meta debe ser trasplantar, trasplantar y trasplantar"') y saludos del doctor Hugo Mercado, presidente de la Sociedad Argentina de Cirugía Torácica y Cardiovascular, alejaban del nuevo héroe casi toda posibilidad de escarnio deontológico.
Por otra parte, el lunes 3, la Clínica Modelo comenzó a recibir una desusada invasión de enfermos; algunos miembros del equipo vieron incrementarse su clientela particular. El único perjudicado resultó el doctor Rodríguez Martín, a quien le sustrajeron su Fiat 1500, estacionado frente al sanatorio de Lanús.
No tuvo problemas de transporte, empero, para llegar —junto con todo el equipo de Miguel— a la audiencia que les otorgó el Presidente Onganía. Las felicitaciones que recibieron allí demostraban que el Gobierno había desestimado las dudas que lo movieron, el domingo 2 de junio, a una conversación telefónica con el cardiólogo Pedro Cossio. Según el médico, se le habría reprochado desalentar, con sus críticas, una hazaña de la ciencia nacional; el Presidente le solicitó, inclusive, que explicara por qué. Como se excusó de hacerlo por teléfono, fue invitado a explayarse en Olivos.
Pero ninguno de esos detalles le importaban ya, el martes 4, a Enrique Serrano, quien, víctima posiblemente de una embolia cerebral (obliteración de vasos), murió a las 2 y 45 de la madrugada: había sobrevivido, exactamente, noventa y cuatro horas.
Primera Plana
11 de junio de 1968

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